De color de rosas

Acaso lo más sorprendente de la fiesta de Sant Jordi sea que incite a centenares de miles de personas a revolver y comprar libros. Pese a las advertencias sobre el declive del material impreso, la fascinación que los libros despiertan en todo un país durante ese día denota que aún mantienen su protagonismo.

Vicente Zambrano

San Jorge es el patrón de veintiún países, incluidos Inglaterra y Cataluña. No recuerdo que el día de este santo matadragones (el 23 de abril) se celebrase mucho en Londres (a excepción de la peculiar –y absolutamente prescindible– exhibición de la tradicional danza de Morris). En cambio, en Barcelona, la fecha se conmemora de una manera tan excepcional –casi extravagante– que infunde una especie de sorpresa eufórica incluso en los participantes más experimentados, por no hablar de los recién llegados. En Sant Jordi, es entrar en la Rambla o en la rambla de Catalunya o en el paseo de Gràcia, y verse arrastrado, se quiera o no, por un mar de gentes flanqueado por puestos de libros al aire libre en los que muchos célebres autores locales e internacionales se encuentran apostados tras sus mercancías tal si fueran pescaderos. Y entre los puestos de libros se ven cubos repletos de rosas rojas cuyos vendedores van en busca de posibles compradores con los ojos bien abiertos.

Las rosas llegaron mucho antes que los libros: ya en el siglo xv, en los alrededores del edificio de la Generalitat, en la plaza de Sant Jaume, se vendían rosas como parte de la celebración del día de los enamorados (el día de San Valentín, que se popularizó en muchos lugares después del siglo xviii, nunca llegó a arraigar del todo en Cataluña). Los libros, sin embargo, no hicieron su primera aparición en el día de Sant Jordi hasta 1929, después de que un librero valenciano intentara durante dos años promocionar un festival literario en toda Cataluña. Como fecha se fijó el 23 de abril porque, además de ser el día del patrón de Cataluña, es el día en que Cervantes fue enterrado y en el que murió Shakespeare (y, en 1981, también resultó ser el día de la muerte de uno de los mayores prosistas del siglo xx en lengua catalana, Josep Pla).

El ritual de regalar una rosa y un libro cumplía un protocolo sexista hasta principios de los noventa: los hombres ofrecían una rosa a las mujeres, presuntamente más sentimentales, y las mujeres, un libro a los hombres, presuntamente más listos. Ahora que se ha erradicado totalmente esta costumbre vetusta, los libros y las rosas se regalan indistintamente entre enamorados, amigos y familiares de todos los sexos (en 1995 la Unesco declaró el 23 de abril Día Mundial del Libro y de los Derechos de Autor).

En muchos países los escritores suelen ser figuras más bien distantes que solo se dejan ver en entrevistas televisivas o, en el mejor de los casos, leyendo cosas suyas en vivo y desde una tarima. Sin embargo, el día de Sant Jordi, decenas y decenas de ellos están totalmente disponibles, firmando libros durante todo el día en diferentes puestos y más que contentos de atender a sus lectores, charlar con ellos, intercambiar opiniones, etcétera. Esto también es bueno para los escritores, pues nos permite conocer la opinión directa de las personas para quienes escribimos (y también hace milagros en nuestros egos notablemente inestables).

Quizá lo más asombroso del día de Sant Jordi es que hace que cientos de miles de personas hojeen y compren libros (y no solo en Barcelona, sino en toda Cataluña). El hecho de que las publicaciones impresas, cuyo declive o desaparición se ha declarado inevitable en tantas ocasiones, pueda provocar semejante fascinación en un país entero –aunque se trate de un solo día– indica que los libros aún tienen un papel que desempeñar, de la misma manera que la radio nunca ha dejado de tenerlo después de la llegada del cine, el cual a su vez también ha mantenido su papel mucho después de la aparición de los vídeos, los DVD, YouTube y otras cosas por el estilo.

Video never killed the radio star, el vídeo nunca llegó a matar a la estrella de la radio, y sin duda todo el abanico de nuevas (o relativamente nuevas) formas de comunicación y entretenimiento no acabará nunca con el placer que solo puede hallarse al leer una voz escrita que nos habla de tú a tú, en silencio, y henchida de sentido.

Matthew Tree

Escritor

Un pensamiento en “De color de rosas

  1. Pingback: Barcelona, ciutat literària | Núvol

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *