La gestión del espacio público en los quince últimos años es un reflejo de las políticas que han marcado la vida de la ciudad. Este dossier repasa algunas de las soluciones arquitectónicas y urbanísticas adoptadas que no siempre han dado una respuesta lo bastante acertada a los retos de la vivienda, la movilidad, la dispersión urbana y la desindustrialización.
Espacio público
Barcelona expulsa a las clases populares del centro a la periferia. La gentrificación y la dispersión urbana son los dos extremos de un mismo proceso que hay que contrarrestar activamente porque nos aleja de un modelo de ciudad más mixta y compacta, es decir, más justa y sensata.
Es el momento de combinar las aproximaciones cooperativas con la visión de género y los ensayos tipológicos, las políticas sociales y las oportunidades legales, la conciencia ambiental y las contribuciones más antinormativas.
La trasposición de los cambios sociales al espacio público, como lugar urbano de acceso universal, lo convierte en un ámbito de intercambio, de relación y de producción que rompe su imagen pacificadora y neutral. Como anticipó Manuel de Solà-Morales, el espacio colectivo constituye para las ciudades su riqueza futura.
Museizar la ciudad significa que el espacio ordinario del día a día y de la vida en comunidad se convierte en un territorio en el que todo es objeto de espectáculo y consumo. Pero la cotidianeidad y la excepcionalidad no son obligatoriamente excluyentes; se impone recuperar un equilibrio.
El modelo Barcelona se fundamentaba en la pretensión de conseguir una ciudad más justa mejorando el espacio público y el escenario urbano. Al cabo de treinta años de su aplicación, la realidad es que bajo la brillante superficie se esconden urgencias derivadas de la dejadez en políticas de vivienda.
Se necesita liderazgo para apuntar cuáles han de ser las futuras áreas de transformación urbana, reservar el terreno y comenzar diseñando su espacio público. Este es determinante para definir la calidad de un trozo de ciudad.