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Barcelona cultura

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Describir los océanos asiáticos desde la Barceloneta

Lun 11/12/2017 | 12:30 H

Por Isaki Lacuesta. Director de cine

Me piden que les cuente el cine asiático contemporáneo en 3.000-5.000 caracteres.

 

Imaginen que cada letra de este artículo es una película (o puestos a ser científicos: aún mejor, una película por carácter, espacios incluidos) y tendrán una idea cabal de la producción cinematográfica anual del continente asiático. Ahora imaginen que cada una de estas frases es un país y cada palabra un idioma. Comprenderán que incluso los mayores especialistas en cine asiático hablan con la misma legitimidad que un buceador con gafas de pasta y tubo de plástico al sumergirse en la Barceloneta para describir los océanos.

Donde no llega el batiscafo, viajamos allí con la sinécdoque.

Un océano mayúsculo: el filipino Lav Diaz estrenó dos largometrajes en 2016: el primero, 'A Lullaby to the Sorrowful Mystery' (de ocho horas y media de duración) recibió el Oso de plata en el festival de Berlín y, apenas seis meses después, las cuatro horas de su siguiente película, 'The Woman who Left', recibían el premio a la mejor película del Festival de Venecia. Otro océano: uno de los pocos cineastas asiáticos que estrena con regularidad en nuestras pantallas, el coreano Hong Sang Soo, ha presentado tres obras este 2017 ( 'En la playa sola de noche' salió a las salas este 8 de diciembre). Poco trabajo comparado con la del japonés Sion Sono, que estrenó siete el 2015. La única forma de confrontar al espectador occidental medio con esta hiperproductividad sería hacerle creer que se trata de series de televisión de moda, y engordarlo. Aún no he olvidado aquel amigo que a mediados de los años 2000 dirigía el departamento de marketing de una distribuidora española y presumía de haber conseguido montar el trailer de una película de acción china sin que apareciera ni un solo rostro oriental: parece de Hollywood!, Se aplaudía a sí mismo.

 

Sinécdoque extrema: como presentar a un usuario del Festival Grec una degustación de los océanos del cine asiático contemporáneo en una sola película? Ante todo, hay que imaginar a este usuario: imagínense que visualizo a Àlex Rigola.

Àlex, compañero: si aún no la has visto (carencia comprensible, porque no se ha estrenado comercialmente en España), te recomiendo mucho 'Office' (2015), de Johnnie To. Alguien podría proyectarla al aire libre en el castillo de Montjuïc y sería una fiesta. Imagínate que el Chicago de 'La jungla de las ciudades' resucita en la oficina de una corporación multinacional de Hong Kong, en pleno colapso financiero post-Lehman Brothers. Por supuesto, la película es de gánsters, de accionistas yakuza uniformados de Armani. Un musical. Y en 3-D. Claro, esto de los 3-D a la gente del teatro no os impresiona nada, porque ya os viene de serie con la tarifa plana (aparente paradoja). Pero cuando la cámara estilográfica de Johnnie To te dispara en medio de las coreografías y te hace partícipe, te aseguro que impresiona: no tanto por el espectáculo hiperkinético como por la precisión deslumbrante. La cámara de To logra todo lo que nos prometía -y no acababa de alcanzar- el admirable Wenders recreando a Pina con troquelados. De hecho, ahora que lo pienso, 'Office' regala al 3D la síntesis de lo que esperábamos de las coreografías de cámara de Wenders y del Méliès resucitado por Scorsese, borrando todo el manierismo de los dos fatigados maestros occidentales a base de energía pura. Y claro, se entiende que una de los ventajas del estajonovismo aplicado a las artes es la adquisición de un oficio: con 70 largometrajes acumulados precozmente a las espaldas, Johnnie To ha alcanzado un grado de sabiduría que en nuestro país requeriría siete vidas y una fe excesiva en la reencarnación (ver el cine de Apichatpong Weearasethakul, a las antípodas de To, y puestos a pedir, programar su reciente debut teatral: 'Fever Room').

 

'Office' es la adaptación de una obra teatral, y no se esconde. Johnnie To la rodó en un lapso de espera entre dos proyectos grandes, en unos decorados construidos en sus propias oficinas. Un escenario de aluminio y neón con los bastidores a la vista, sintéticos como si Richard Rogers hubiera quedado sin dinero a media maqueta del edificio Lloyds, minimalista, diríamos, si no hiciéramos cine catalán y supiéramos que no nos podremos permitir una escenografía así en la vida. El realismo de la película funciona por pura convención: teatro y cine se hermanan. Un único decorado que se multiplica y se despliega con multifuncionalidad de tigre capitalista neoliberal. Imagina que Toshiro Mifune arrancara a bailar en medio de la oficina clautrofòbica de 'El infierno del odio'. Parece una pésima idea, lo sé, pero funciona porque todo este virtuosismo nunca aplasta sino que sirve de peana a los actores, se detiene cuando conviene y los envuelve. Johnnie To es reconocido como un maestro del cine de acción, de gestos reconcentrados que explosionan, pero 'Office' es también una película de palabras.

Sirva 'Office' como aperitivo testimonial de un fracaso cartográfico. Ya lo dijo un sabio oriental: lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano.

(En realidad lo escribió Isaac Newton, pero da igual, citarlo mal refuerza la idea).

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