Cargando

La noche

Aitor Estévez

La fotografía nocturna fue, primero, un informe sobre las bondades técnicas del alumbrado. Luego pasó a ser un documento acerca de la vida secreta de las ciudades y de sus pobladores menos ejemplares. Finalmente, se convirtió en una estética en torno a lo fantasmagórico, el revés somnoliento de la hiperactividad diurna.

La urbe de noche sintetiza varias pulsiones sobre la mirada metropolitana, algunas de sus más conspicuas quimeras. Por una parte, la idea de la ciudad deshabitada o habitada por aquellos que tienen todo el tiempo por delante. Por otra, cierta sensación según la cual las ciudades a oscuras, entrevistas, pertenecen de una forma extraña a quienes las observan, como si, alejados del trasiego matutino, esas calles y esos edificios fueran ahora más nuestros, los hubiéramos descubierto e incluso los hubiéramos construido al mirarlos. Finalmente, la ciudad durante la noche despliega una empatía intransferible: encontrarse a alguien sentado en un banco o paseando a deshoras crea una sensación de colectividad secreta.

Pero la urbe de noche también conserva sus cualidades funcionales. No es la negritud cerrada del apagón, la avería o el desastre. Es la tenue parsimonia de las ciudades cuyo reposo nos parece, por alguna anómala razón, más sincero, menos agresivo.