Combinar ingeniería, diseño y negocios de la mano del CERN

Josep Carner, Galyn Norwood y Jordi Sánchez Forés son tres de los dieciocho estudiantes de Barcelona que han tomado parte en un proyecto del CERN –el laboratorio europeo de física de partículas– para desarrollar nuevos productos a partir de la ciencia.

En la frontera entre Francia y Suiza se encuentra el CERN, el laboratorio europeo de física de partículas, un proyecto internacional en que participan una veintena de países europeos y donde se estudia, entre muchísimos otros temas, el origen del universo. Son investigaciones que forman parte de lo que se conoce como ciencia base. Un tipo de investigación tan necesaria como difícil de entender y que el CERN quiere acercar al conjunto de la sociedad. Para ello han puesto al alcance de un grupo de estudiantes todo su conocimiento. Han planteado unas líneas de trabajo y han dejado que los estudiantes colaboren durante seis meses para presentar diferentes prototipos de productos. Una condición era que los equipos de trabajo combinaran la ingeniería, el diseño y los negocios.

Y Barcelona se adecuaba perfectamente al proyecto gracias al trabajo conjunto de tres de sus centros universitarios: la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), la escuela superior de diseño IED Barcelona y la escuela de negocios ESADE.

Josep Carner, Galyn Norwood, Jordi Sánchez Forés y otros quince estudiantes de Barcelona pasaron dos semanas en Ginebra, en la sede del CERN. Después, durante cinco meses, se reunieron semanalmente y se tuvieron que coordinar entre ellos y con alumnos de otras universidades europeas. Lo hacían en un aula del IED Barcelona, donde bullía la creatividad. Finalmente volvieron al CERN dos semanas más para acabar los prototipos y los presentaron a la comunidad científica. Ellos son parte de un talento que ha construido producto a partir de la ciencia.

© Dani Codina
Josep Carner, que ha cursado dos ingenierías en la UPC.

Ingeniería para reducir el desperdicio de alimentos

Josep Carner, nacido hace veintidós años en Igualada, es un brillante estudiante del programa del Centro de Formación Interdisciplinaria Superior (CFIS) de la Universidad Politécnica de Cataluña, donde cursa dos ingenierías simultáneamente en cinco años, la de telecomunicaciones y la de informática. En el momento de escribir estas líneas estaba a punto de empezar el proyecto de fin de carrera. Tiene un perfil muy tecnológico, pero también muy emprendedor. “Cuando acabe me marcharé a California, a Silicon Valley. Me gustaría montar mi propia empresa y que fuera alguna actividad realmente nueva que cambiara las cosas”, afirma.

Su grupo ha trabajado para idear un producto que ayude a reducir el desperdicio de alimentos. Se han coordinado entre los alumnos de las tres universidades de Barcelona que participan en el proyecto y, también, con los de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología.

La idea que han desarrollado es, como mínimo, sorprendente. Se trata de un soporte para los alimentos que permita detectar su estado de conservación y notificarlo al usuario. Es decir, un dispositivo que, por ejemplo, permita saber si unos tomates están a punto de echarse a perder mediante un indicador luminoso. Se sabe que los olvidos en la nevera son una de las principales causas del desperdicio de alimentos en el mundo desarrollado. En un futuro, este producto se podría adaptar a cualquier comida y a cualquier tipo de recipiente. El prototipo ha sido seleccionado para presentarse en la feria de alimentación TuttoFood de Milán de este año.

Josep valora la creatividad y las iniciativas innovadoras de Barcelona. “Me encantaría quedarme, pero, si quieres montar una empresa tecnológica, tienes que pasar por Silicon Valley”, explica. Le parece que, aquí, todavía falta espíritu emprendedor y, también, unas leyes y un modelo universitario más enfocados a la creación de empresas.

© Dani Codina
La ingeniera de software Galyn Norwood.

Escuchando los sonidos de los edificios

Galyn Norwood, de treinta y seis años y originaria de Richmond (Virginia, EE. UU.), ha trabajado muchos años en el sector de los videojuegos como ingeniera de software. “El año pasado decidí darle un giro a mi carrera y me matriculé en ESADE para cursar un máster en dirección de empresas que me complementara la formación desde la perspectiva de los negocios”.  Compaginar los estudios con el proyecto del CERN le ha representado una cantidad de trabajo que, asegura, ha valido la pena. ESADE escogió a los estudiantes participantes del proyecto teniendo en cuenta sus conocimientos previos en tecnología. Galyn los poseía sobradamente. Y, además, para ella ha sido una manera de ampliar la experiencia europea trabajando con otros estudiantes de Barcelona y, también, de la universidad italiana de Módena y Reggio Emilia.

Su grupo trabajó en un proyecto para mejorar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos a través de la combinación de datos. Un punto de partida que les llevó a presentar un prototipo de aparato capaz de captar los sonidos de cualquier ambiente. Pensado para edificios públicos, industriales o de oficinas, la idea es que los sonidos ofrecen informaciones relevantes que, en un momento determinado, pueden ayudar a averiguar si hay algo que no funciona. Los estudiantes consiguieron fabricar una máquina lectora que capta el sonido y recopila toda la información. Este artilugio puede estar en varios edificios a la vez y los datos se centralizan a través de un sitio web, en el que se puede comprobar si hay algún problema.

El futuro de Galyn, de momento, continúa pasando por Europa. Todavía no sabe si se quedará en Barcelona o se mudará a Londres, donde dice que el inglés le facilitaría las cosas. Tiene la intención de sacar adelante una empresa nueva, una start-up. Considera que la capital catalana rebosa de energía emprendedora y que acontecimientos como el Mobile World Congress son revulsivos que la ayudan a crecer como ciudad innovadora. “Mi paso por Barcelona ha sido inspirador y muy provechoso”, afirma.

© Dani Codina
El diseñador de producto Jordi Sánchez Forés.

Faldas con airbag

El barcelonés Jordi Sánchez Forés, de veinticuatro años, empezó su trayectoria universitaria cursando dos años de ingeniería industrial, pero se ha acabado formando como diseñador de producto en el IED de Barcelona. “Ha sido una decisión increíble. Tenía miedo del cambio, pero sentí que tomaba la decisión correcta. Me ha cambiado la vida. Ahora estudio con ganas e ilusión”. Está acabando la tesis y ya hace cinco años que diseñó, desarrolló y comercializó una marca de monopatines.

El proyecto del CERN le pareció una forma de reencontrarse con los estudios de ingeniería. Su grupo, integrado por las tres universidades catalanas y la Universidad Aalto de Finlandia, tenía que pensar un producto para mejorar la vida de las personas con problemas de movilidad. La maquinaria creativa se puso en marcha. Se fijaron concretamente en las mujeres mayores y observaron que eran las que más sufrían las fracturas de cadera por caídas. Y, así, llegaron a crear el prototipo de una falda con airbag, que se activa automáticamente cuando detecta una caída. Les pareció un producto acabado y que aportaba una solución concreta, como se pretendía desde el CERN.

“La falda con airbag viajará este verano a Finlandia, donde participará en un encuentro de start-ups que organiza la Universidad Aalto”, explica. El CERN permite el uso público y sin derechos de toda la investigación realizada con la intención de que estos estudiantes o quien lo desee puedan acabar de desarrollar y comercializar el producto.

Para Jordi, la capital catalana es una de las mejores ciudades del mundo para trabajar en el sector del diseño. Aquí hay una larga tradición en esta materia, con reconocidos estudios profesionales y con un nuevo centro, el Disseny Hub, que puede dinamizar la profesión en Barcelona.

Pere Gaviria

Periodista. Subdirector de Valor afegit (TV3)

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