Imaginando el futuro de la ciudad

Jóvenes, inconformistas y con las ideas claras. Santi Pozo, Adrià Recasens y Jordi Valls son tres de los escogidos para imaginar el futuro de Barcelona, para explorar qué nos define como ciudad y sociedad. Representan, según Bibiana Ballbè, comisaria de Fábrica Futuro Barcelona, movimiento en que participan, el talento emergente de la capital catalana. Se hablará de ellos.

Foto: Ferran Forné
Santi Pozo.

Santi Pozo (Terrassa, 1990) no para y busca, constantemente, respuesta a sus problemas. Emprendedor, tenaz, idealista. Nada lo detiene. Hace un par de años sufrió un accidente mientras practicaba longboard –variante del skate– y decidió diseñar un casco para deportes de alto riesgo. “Soy un fanático de la personalización. Si tuviera tiempo no compraría nada hecho, es fascinante hacerte tú mismo las cosas”, explica. Sueña diseñar su casa, crear su propia moto y educar a los hijos en casa. En definitiva: vivir la vida como quiere y no como impone la sociedad.

Pozo cree en una arquitectura y en un urbanismo ready to go para resolver los problemas de la gente de forma inmediata. “Plantear una solución para todos los problemas que nos turban es una insensatez porque, en el tiempo que se tarda en encontrarla, el problema puede haber cambiado”, sostiene. Una respuesta que seguramente ha encontrado en su propia experiencia, ya que, tras estudiar arquitectura, comprendió que necesitaba otros conocimientos y se embarcó en los estudios de administración y dirección de empresas. Carrera que, al cabo, ha decidido abandonar porque ha encontrado una escuela gratuita, sin restricciones y con todo el contenido imaginable: internet.

La tecnología es, de hecho, uno de los factores clave de la fórmula de futuro de este natural de Terrassa. Mediante encuestas ha detectado una gran preocupación de los ciudadanos de Barcelona por el coste del transporte público y por la baja calidad de la convivencia. Según Pozo, una de las principales fuentes de estrés de los habitantes de las grandes ciudades es la ansiedad tras un día intenso. El principal problema es que los barceloneses invierten más de una hora entre casa y el trabajo. Su objetivo es mejorar el transporte a través de una plataforma que monitorice la actividad de los ciudadanos: a qué hora cogen un determinado tren, cuántas horas conducen o por dónde circulan en bicicleta.

Se trata de aplicar las nuevas tecnologías para conocer más a fondo los hábitos de transporte. Dicho de otra manera: convertir la capital catalana en una lean smart city. Una ciudad que, gracias a la tecnología, escucha y monitoriza constantemente a la población para conocer sus pro­blemas reales y generar soluciones con un coste de implementación bajo. Su influencia es la metodología lean manufacturing [producción ajustada] de Toyota, que pretende mejorar la eficiencia de la compañía y reducir gastos. Y su inspiración son Londres y Hong Kong, dos ciudades que le han ayudado a entender hasta qué punto la tecnología puede suponer un valor añadido para la sociedad.

Foto: Alberto Gamazo
Adrià Recasens.

Aprender a programar

Quien seguramente está de acuerdo con esta afirmación es Adrià Recasens, un barcelonés de veinticuatro años licenciado en matemáticas y estudiante de ingeniería de telecomunicaciones. Investigador nato, preciso y apasionado por su trabajo, Adrià se expresa y se define a través de los números. Actualmente es asistente del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), donde investiga el diseño y la implementación de un protocolo de comunicación para una casa inteligente. Y como Santi Pozo, cree que lo único que le falta a Barcelona son nuevas ideas.

Recasens está convencido de que muchos de los avances de las últimas décadas no se pueden explicar sin la programación, que no duda en considerar el idioma del siglo xxi. “Es una herramienta imprescindible porque la informática está presente en todos los aspectos de nuestra vida”, sostiene. Por este motivo propone añadir la programación a los estudios de primaria y secundaria. El objetivo no es que todo el mundo sea un experto en el tema, sino que tenga la base para entender la realidad que nos rodea, ya que la velocidad de los cambios crece de modo exponencial.

El futuro no estará plagado de replicantes ni será de color negro, pero, según Adrià, sí que estará mucho más tecnificado, aunque todo será más fácil y sencillo de utilizar. Por tanto, si no queremos que la tecnología domine a nuestros hijos, hay que enseñarles a programar. Hay países, como Estonia, que ya han establecido la programación como asignatura obligatoria, pero el gran problema sigue siendo el salto generacional. A menudo los alumnos van un paso por delante de sus profesores, y por eso el reto de Adrià es conseguir formar y motivar a los maestros. Consciente de la dificultad de la empresa, Recasens cree que la clave es generar una comunidad digital de profesores para crear sinergias y resolver conflictos. Todo con el fin de que, como dice Mitchel Resnick, “las nuevas generaciones aprendan a programar para, después, programar para aprender”.

Foto: Alberto Gamazo
Jordi Valls.

Tecnología y relaciones sociales

La tecnología, sin embargo, también puede tener su parte oscura. La extrema conectividad ha banalizado y devaluado los vínculos afectivos. Por ejemplo, la irrupción de Facebook ha modificado casi por completo nuestras relaciones personales. Este es el tema en que se ha especializado Jordi Valls, un licenciado en publicidad y relaciones públicas nacido hace 29 años en Sabadell. Inquieto, emprendedor y con una gran pasión: internet. Montó Startup Embassy, una casa para empresarios en Silicon Valley, y actualmente trabaja para mejorar la experiencia de los consumidores mediante la tecnología y la comunicación.

Con el paso de los años hemos visto cómo el individualismo triunfaba por encima de la unidad familiar. Hemos pasado de relacionarnos ante el hogar a hacerlo frente al televisor. Y ya casi podemos sentenciar que el ágora virtual ha sustituido al colectivo físico; que es en un ordenador o en un móvil donde hallamos el calor de la vida social.

Jordi está convencido de que en el futuro seguiremos por este camino e incluso cree muy probable que nuestras relaciones vendrán marcadas por lo que diga una máquina. La tecnología, por ejemplo, ha hecho que la atracción entre personas, que no había cambiado mucho a lo largo de la historia, se transforme a pasos de gigante. Antes la primera impresión se basaba en el primer encuentro, pero ahora la gente tiene acceso al currículum completo de su posible pareja. Valls asegura que en unos años tecnología y ciencia irán de la mano y, por ejemplo, la genética podrá determinar si nos llevaremos mejor con una persona u otra.

¿Se imaginan una aplicación que lea nuestras reacciones cerebrales mientras observamos a una persona? ¿O que digitalice nuestro olor? Pues probablemente están al caer. “Lo cual no tiene por qué comportar deshumanización –opina Jordi–, ya que la tecnología no nos hace ni más ni menos humanos. Creo que la tendencia al transhumanismo cambiará mucho las formas de la vida humana, pero no el fondo”. ¿Están preparados? Bienvenidos al futuro.

Aída Pallarès

Periodista especializada en temas de cultura

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