Barcelona balla

Llibre Barcelona balla

Barcelona balla

Ferran Aisa

Editorial Base y Ayuntamiento de Barcelona

Barcelona, 2011

347 páginas

Un repaso a la cartelera de espectáculos de los años treinta a los ochenta del siglo XX permite constatar que en Barcelona siempre se bailó mucho. Ferran Aisa conoció el fox-trot, el swing, los boleros y el bugui-bugui con unos padres asiduos del Rialto de la ronda de Sant Pau, donde trabajaba de maître su tío Fernando. Bailaban también en el comedor de casa, en torno a la radio. A los quince años, el autor de Barcelona balla tuvo su primer trabajo en una empresa de megafonía para teatros y entoldados y el segundo en una gestoría que llevaba la contabilidad de restaurantes y cabarets.

Así conoció a Oriol Regàs, cerebro de Bocaccio, y a doña Vicenta, alma de El Molino: mientras le preparaban la documentación, recuerda, “esperaba en la barra del bar tomando un refresco y disfrutaba del espectáculo molinero que se hacía cada tarde en el famoso music hall del Paralelo”.

“Barcelona balla” desde el siglo XVIII en el teatro de la Santa Creu y los aristocráticos palacetes. En su Calaix de sastre, el barón de Maldà anota el primer vals de Strauss que se escucha en Barcelona para que lo dance la marquesa de Aguilar y recoge que el Liceu celebra su primer baile de máscaras en febrero de 1848. La fiesta popular eclosiona en La Patacada de la calle Tàpies. Proliferan las sociedades recreativas que promueven bailes públicos: Romea, Odeón, La Fraternitat, Terpsícore… La montaña de Montjuïc no solo es un castillo temible; en la Font Trobada y El Gurugú los soldados empaiten a las criadas, mientras en los jardines de Tívoli y de los Campos Elíseos la orquestina burguesa se conjuga con los Coros de Clavé entonando el Tannhäuser wagneriano. El siglo XX es del Paral·lel, los nidos de arte, los espectáculos “psicalípticos” y los cafés-cantantes. Aisa recorre las direcciones del “Broadway barcelonés”: Café Español, Arnau, El Molino, Olympia, Chicago, Las Delicias (luego Talía), Cádiz, Apolo, Nuevo Pabellón Soriano, Cómi­co… Los años veinte y treinta suenan a jazz, charlestón, fox-trot, tango; se aprenden con taxi-girls y se ponen a prueba en concursos de resistencia.

Tras la Guerra Civil, la férrea moral nacional-católica no acaba con las ganas de bailar: se recomponen orquestas y funcionan academias a distancia. Aisa señala que ya el 13 de marzo de 1939 la orquesta Demon’s Jazz toca en el Teatre Circ Barcelonès temas de musicales de Hollywood. El swing americano plantando cara a los himnos “imperiales”. La cartelera volvía a estar repleta de salas de baile. Vocalistas como Antonio Machín, Jorge Sepúlveda o Rina Celi ayudaban a olvidar, cualquier tarde de domingo, las penurias del racionamiento. En los años cincuenta, Carmen de Lirio inaugura en Bolero el primer nightclub y la discoteca Bikini abre puertas en una Diagonal todavía deshabitada.

Un libro de opulencia gráfica con alguna errata, como la que convierte al cantaor Angelillo en Angiolillo, el asesino de Cánovas. Deslices tipográficos aparte, Aisa demuestra con rigor documental que las décadas de franquismo no apagaron la Barcelona de la noche y el baile. A la liberación sesentera y la erótico-festiva transición democrática siguió un marasmo que fue bajando las persianas de muchos locales asociados a educaciones sentimentales. Se impusieron las macrodiscotecas con demasiados decibelios y los afterhours: “Las salas de ocio nocturno entraron en conflicto con la Administración a menudo por problemas de ruido, orden público y falta de insonorización o de seguridad de los locales”, apunta Aisa.

El historiador concluye que quedan muy pocas salas de baile, y gran parte de las discotecas se han reciclado en salas de conciertos, pero la afición por el baile sigue viva en academias y fiestas coordinadas a través de las redes sociales. Hay mucha demanda de conciertos. Porque la música en vivo, tarde o temprano, impulsa a mover el esqueleto.

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L’historiador conclou que queden molt poques sales de ball i gran part de les discoteques s’han reciclat en sales de concerts, però l’afició pel ball continua viva a acadèmies i festes coordinades a través de les xarxes socials. Hi ha molta demanda de concerts, perquè la música, tard o d’hora, impulsa a moure l’esquelet.

Sergi Doria

Periodista

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