Inventario de la excéntrica Barcelona daliniana

Dalí i Barcelona

Autor: Ricard Mas

Edita: Ayuntamiento de Barcelona

555 páginas

Barcelona, 2017

En 1974 mis padres me llevaron a un happenning de Dalí en la plaza de la Porxada de Granollers. Dalí estaba rodeado de un gentío impresionante y avanzaba entre empujones mientras blandía orgulloso su bastón con mango de plata. Llevaba, recuerdo, un sombrero de copa con una máscara, que se quitó lentamente. Yo tenía once años y, no me importa admitirlo, tuve miedo. Pedí que nos marchásemos y fuimos a tomar una horchata a la Jijonenca.

Aquella extrañeza, incomodidad, rechazo, ante un Dalí estrafalario se explica por el acusado contraste con nuestra vida ordenada y burguesa. Cuatro décadas más tarde Dalí sigue provocando extrañeza, incomodidad y rechazo a la sociedad catalana. Tampoco nos ha de sorprender mucho. Dalí exaltó con constancia y adulación al general Franco e insultó tenazmente a los representantes más ilustres de la cultura: “imbéciles de nacimiento y débiles mentales como Joan Sacs, maestros Millets y Rossinyols”, “los imbéciles Garcés, Soldeviles, Rovires i Virgilis, los granujas como Pompeu Fabra” (extraí­do de una conferencia en la barcelonesa Sala Capsir). Por razones como estas, entre otras –como la propuesta de agresión violenta contra el Orfeó Català y los pintores de árboles torcidos–, Salvador Dalí aún no ha recibido el homenaje de una calle en Barcelona. Con el revisionismo histórico actual, no será sencillo.

Foto: Autor desconocidoFoto: autor desconocidoEn Dalí i Barcelona, Ricard Mas nos recuerda que Dalí mantuvo, artística e intelectualmente, unos vínculos estrechos y fecundos con la capital catalana. De entrada, todo el mundo situaría a Dalí en Figueres, Madrid (la ineludible Residencia de Estudiantes, en la que al hipertímido Dalí le llamaban “el checoslovaco”), París o Nueva York. Pero en cambio no se le relacionaría igual con Barcelona, ciudad que pisó en muchas ocasiones, durante su infancia –en ella vivían dos familias de tíos–, su juventud –revolucionó el espectro artístico, en los años veinte y treinta– y su madurez –se alojaba una semana al año en la suite 108 del Ritz, el actual Palace.

Mas ha inventariado la Barcelona daliniana: los orígenes familiares (aquí se suicidó su abuelo Gal Dalí, de quien el pintor no quiso nunca hablar); sus cuadros expuestos; las conferencias escandalosas; la defensa pionera de Gaudí siguiendo a su admirado Francesc Pujols, autor de La visió artística i religiosa d’en Gaudí (1927); las estancias de Lorca; el Dalí asiduo a tiendas, casas de prostitución, restaurantes y teatros; también los medicamentos, tomados en un caos considerable, y los médicos; finalmente, como es costumbre, la muerte.

Foto: J. Postius. AFB

Dalí en la plaza Reial. 1960.
Foto: J. Postius. AFB


Foto: J. Postius. AFB

Foto: J. Postius. AFB

Dalí i Barcelona funciona como un muy buen retrato del pintor (es el complemento idóneo de la biografía de Ian Gibson); como guía turística y daliniana de la Barcelona artística y comercial del siglo xx; como uno de los más completos anecdotarios de Dalí, con incontables excentricidades del hombre que creó el prototipo actual de artista (luego vendrían Warhol y tantos otros).

Siempre entre “ginestes” (así llamaba a las modelos), secretarios, ayudantes, chóferes, amigos, y a menudo con la transexual Amanda Lear, a quien enseñó a cantar la canción infantil catalana La lluna, la pruna. En todas partes exhibía sus dotes histriónicas, que los más críticos consideraban propias de un payaso. Los catalanes concienciados preferían a Miró –alguien que se llevarían con gusto a cenar a casa– antes que a Dalí –un bufón, un pintamonas, según ellos. Porque Dalí se convirtió en un gran espectáculo en sí mismo, y no lo ocultaba: “Es importante que todo el mundo se divierta con las cosas de Dalí, ¿no?” Leyendo Dalí i Barcelona, constatas que lo consiguió con buena nota.

Enric Gomà

Guionista

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