Juegos, trinquetes y jugadores

  • Jocs, triquets i jugadors
  • Colección La ciutat del Born. Barcelona 1700
  • Albert Garcia Espuche (dirección)
  • Ajuntament de Barcelona. Museu d’Història de la Ciutat
  • Barcelona, 2009
  • 237 páginas

En Jocs, triquets i jugadors (2009), tercer volumen de la colección Barcelona 1700, se nos presentan tres extensos artículos, los dos primeros de más de cien páginas cada uno, a cargo respectivamente de Albert Garcia Espuche, que describe “Una ciutat de triquets i jugadors” [Una ciudad de trinquetes y jugadores]; Paloma Sànchez y Esther Sarrà, que presentan “Naips, l’origen. Una aproximació” [Naipes, el origen. Una aproximación], y Julia Beltrán de Heredia Bercero, que, con Núria Miró i Alaix, documenta los hallazgos arqueológicos realizados en El Born en este ámbito en el artículo “Jugar a la Barcelona dels segles XVI-XVII: objectes de joc i joguines trobats a les excavacions de la ciutat” [Jugar en la Barcelona de los siglos XVI-XVII: objetos de juego y juguetes encontrados en las excavaciones de la ciudad].

Cualquiera que esté interesado en las formas de socialización sabe que hoy como ayer, el juego –si queremos ser más modernos, llamémoslo “el deporte”, pese a que la palabra es de finales del siglo XIX y resulta anacrónico usarlo en el contexto dieciochesco– no tan solo “desata pasiones”, sino que es un formidable campo de relación social. A través del juego, y de las apuestas que siempre han ido vinculadas a él, podemos darnos cuenta (como en el caso de las fiestas) de cómo los diversos grupos sociales marcan un territorio, cómo se mueven las transacciones económicas y cómo la ciudad es capaz de recoger y hacer suyas una gran cantidad de influencias foráneas. En palabras de Garcia Espuche: “El juego muestra, como lo hacen otros ámbitos, que la capital catalana era un lugar de recepción de elementos culturales foráneos, pero también de creación y de difusión de algunos otros de gestación local.”

Por la propia naturaleza efímera de sus materiales, el ámbito del juego cuenta con muy pocos testimonios directos y aún con menos imágenes. En Barcelona no se conserva ningún dibujo o pintura de la época que represente elementos de juego, lo que resulta fácil de comprender si se recuerda que “juegos de manos, juegos de villanos”, y que los consumidores de pintura eran los grupos de nobles o gente adinerada. Tampoco la cultura material se valoraba socialmente y por eso las muñecas, y los juguetes de la época en general, como las cartas, los billares o las pelotas de los trinquetes, las conocemos más por descripciones –y por las prohibiciones gubernativas– que por materiales conservados en manos de coleccionistas. Pero a través de documentos notariales, y por los inventarios post mortem, sabemos que la gente tenía habitualmente en casa “cartas de jugar” y a veces, aunque más escasamente, ajedrez.

Las Constituciones Sinodales de 1673 ordenaron que “en los portals, parets y pòrtics de las Iglesias de la present Ciutat” [en los portales, paredes y pórticos de las Iglesias de la presente Ciudad] no se pudiesen vender “muñecas de barro”, que eran el juguete barato de las criaturas. Nos son conocidos también los problemas derivados de las “pedradas” (peleas a piedras no entre chicos de diversas calles, sino organizadas y reglamentadas), e incluso algo sabemos de las trampas del juego de cartas y la manipulación de los dados. Al fin y al cabo, los trileros de la Rambla tampoco son un invento de hoy y se encuentran en todas las ciudades marítimas. Del juego inocente de la chiquillería al vicio, asociado a la taberna y la prostitución, este libro documenta una parte importante de la vida lúdica y festiva de los barceloneses del XVII y principios del XVIII.

Según informaba Miquel Ribes, un natural de Granollers que visitó Barcelona durante el Carnaval de 1616, los barceloneses “jugan a polla/ pilota, argolla/ i passa Déu” [juegan a polla / pelota, argolla / y passa Déu]. Se denominaba “polla” a la cantidad de dinero que se ponía sobre la mesa en el juego de cartas; la pelota es el jeu de paume francés, antecedente del tenis, y la argolla vendría a ser un juego a medio camino entre el criquet y el golf. Del passa Déu no se ha podido establecer la filiación. Desde 1682 hay documentados billares en Barcelona. Se denominaba “trinquetes” a los lugares habilitados para juegos (no necesariamente de pelota, como los actuales en Valencia). El trinquete no era un juego, sino un espacio lúdico, a veces con prostitución más o menos encubierta; Garcia Espuche ha localizado veintiuno y había como mínimo uno, la Casa de la Lleona, claramente aristocrático y austracista, por lo que fue clausurado por los felipistas.

Un caso interesante es el del joc de l’auca (una de cuyas variantes es nuestro juego de la oca), que seguramente nació en Florencia hacia 1580. Se sabe que Luís XIII de Francia lo jugaba de niño en 1612. En Cataluña, hacia el año 1675 el impresor de Moià Pere Abadal imprimió un primitivo joc de l’auca, con casillas blancas y dibujadas. Pero puesto que la historia da sorpresas, parece que de esta “auca” deriva también el juego de la ruleta. En definitiva, cuando se estudia la historia de la gente sin historia, lo que se descubre es que nuestros antepasados del Setecientos, lejos de ser gente huraña y de pasar su tiempo en las iglesias y oliendo a cirio, eran gente muy divertida y vitalista.

No puede extrañar, por tanto, que –como pasa hoy y como pasará siempre– las autoridades de los siglos XVII y XVIII expresasen un claro deseo de control sobre el juego, en la medida en que podía ser un lugar de alborotos, de trampas y de vicio. El papel del juego, de su extensión y de los sistemas de control que se generan en torno a él (incluso de los problemas de orden público que pueda comportar), es un excelente espejo de las tensiones sociales. La tesis de Garcia Espuche, según la cual el juego no generaba tensiones sociales, sino que su alrededor convivían “una ciudad alta, noble y pasiva, una ciudad baja, comercial y activa; una ciudad levítica silenciosa y reverencial, y una ciudad popular, comedidamente entregada a los vicios”, permite una excelente aproximación a lo que era la segmentación social de Barcelona en la Edad Moderna.

Ramon Alcoberro

Profesor de Ética en la Universitat de Girona

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