Barceloneses de origen marroquí: dos mundos y un objetivo común

Foto: Dani Codina

Ahmed Abair en la entidad que preside, la Asociación Amical de los Inmigrantes Marroquíes en Cataluña, con sede en el Raval.
Foto: Dani Codina

Los ciudadanos de origen marroquí forman un colectivo muy numeroso como consecuencia de los movimientos migratorios de los años sesenta. Marruecos se encuentra a tan solo una hora y media en avión, pero a veces parece mucho más lejano. Es una distancia imaginaria, causada, sin duda, por las diferencias culturales.

Según datos del año 2017 del Departamento de Estadística del Ayuntamiento, en la ciudad de Barcelona viven un total de 12.827 ciudadanos de origen marroquí, que representan el 4,4 % del total de población extranjera. Los distritos con más presencia son Ciutat Vella (20,8 %), Sants-Montjuïc (15,5 %), Nou Barris (14 %) y Sant Andreu (9,8 %). Los datos no incluyen a todas aquellas personas que, pese a ser originarias de Marruecos, han tramitado la nacionalidad española durante los últimos años. Más de cincuenta mil se han nacionalizado desde el año 2004.

Las migraciones marroquíes en Catalunya empiezan a tener fecha sobre todo a partir de 1967, y en 1972 se inauguró el consulado del Reino de Marruecos en Barcelona. Curiosamente, los primeros marroquíes que llegaron procedían de Europa y no de su país de origen; la crisis económica que padecía Francia les hizo partir hacia el país vecino y se instalaron aquí de manera provisional para esperar la ocasión de encontrar un destino definitivo en otros países europeos. Un objetivo que fueron descartando gracias a la evolución de la economía catalana y al desarrollo de la construcción, que requería una gran cantidad de mano de obra.

Durante aquella época empezó el movimiento migratorio de más intensidad. La tipología de la migración marroquí también se ha ido modificando: al principio se trataba sobre todo de hombres sin familia, y más tarde, gracias a los reagrupamientos, de familias más consolidadas. El papel de la mujer también se ha visto reforzado hasta convertirse en una pieza clave para la convivencia, al mismo tiempo que ha ido ganando relieve en la vida pública catalana.

Una de las primeras entidades que se crearon para acompañar a la nueva comunidad de personas procedentes de Marruecos fue Bayt-al-Thaqafa (Casa de la Cultura), impulsada en 1974 por Teresa Losada, franciscana y doctora en Filología Semítica, que abandonó su carrera académica para dedicarse a la acción social. Fue una figura clave en la acogida de la inmigración marroquí, con una labor centrada en dignificar la diversidad cultural y también la religiosa.

El islam, la religión predominante en el país norteafricano, es un elemento imprescindible para entender globalmente la vida de los catalanomarroquíes. No es un hecho alrededor del cual gire todo, pero sí que marca decisivamente la identidad y el carácter cultural. Los primeros espacios de culto empezaron a construirse durante los años setenta, y con el tiempo se han convertido en auténticos centros sociales. Acogen una gran vida solidaria y una acción educativa que van más allá de la expresión religiosa.

La construcción de la identidad

En este contexto social, en 1979 nació en el Raval la Asociación de los Inmigrantes Marroquíes en Cataluña, conocida como Amical, una de les primeras entidades que se crearon para asistir a los ciudadanos procedentes del país norteafricano y para promover su integración en la sociedad de acogida. Su presidente, Ahmed Abair, colaborador de la entidad desde los años noventa, asegura que una de las grandes prioridades actuales es ayudar a los jóvenes de origen marroquí en el proceso de construcción de su identidad.

Una de estas jóvenes es Ikram, que le acompaña a la sede de la entidad mientras preparan una actividad para los niños del barrio: “Tengo treinta años, trabajo en una tienda de ropa, mis padres son de origen marroquí… y, aunque tengo muy presentes estos orígenes familiares, me siento totalmente barcelonesa –declara–. Estamos aquí para hacer mejor esta ciudad”. Una declaración que comparte totalmente otra chica que la acompaña, Saida, que de forma convincente dice: “Nací en el Hospital del Mar; ¿hay algo más de aquí? No tiene sentido preguntarme si me he integrado o no. ¿Por qué tengo que integrarme si soy de aquí de toda la vida?”

Ahmed es una persona carismática, con una historia de vida realmente apasionante. Explica emocionado cómo, durante su juventud en Nador, descubrió el poder del deporte como herramienta de transformación social. “Llegué a Barcelona con dieciséis años para participar en una competición de boxeo, pero por cosas de la vida me quedé –rememora–. Siempre me había fascinado el mundo del boxeo. Aun recuerdo el primer día que entré en un gimnasio y me puse la venda en los brazos. Nunca me habría imaginado hasta qué punto aquello me cambiaría la vida. De hecho, hoy estoy aquí hablando gracias a aquel día”. Una pareja de turistas le interrumpe: entran y preguntan por un lugar en que poder comer un buen cuscús. Él, con una gran sonrisa, les acompaña hasta la calle. Cuando vuelve explica que “como habitantes del barrio, tenemos que acoger con hospitalidad a cualquier visitante que nos pida ayuda. Así lo creemos y así lo hacemos día a día”.

Una responsabilidad de mejora de la convivencia que Ahmed ha desarrollado desde su entidad y también desde el mundo educativo, a través de la AMPA de la escuela, que presidió durante algún tiempo, y más adelante como miembro del consejo escolar del instituto. De esta etapa recuerda una de las acciones más revolucionarias que emprendieron: “Propuse que se dejase de expulsar a los jóvenes con mal comportamiento. Creamos un comité de emergencia que les proponía acciones de servicios a la comunidad a cambio de la no expulsión. Tenemos que educar en los valores y en el compromiso ciudadano, nunca a partir del castigo”.

Foto: Dani Codina

Fotografiado en Canaletes, Mohcine Al Maimouni, presidente de la Asociación
de Estudiantes Marroquíes de Barcelona, creada en 2008.
Foto: Dani Codina

A sus sesenta y seis años, Ahmed tiene centenares de anécdotas que ponen de manifiesto su modo de hacer de persona implicada socialmente, y que a la vez nos permiten acercarnos a las vidas de muchísimos barceloneses comprometidos que le han ayudado. Nunca se ha sentido solo: “En todo lo que hacemos siempre conseguimos una buena respuesta del barrio y la ciudad. Una de las actividades que más me emociona es el montaje de una haima durante la fiesta mayor, en el mismísimo centro de la plaza Dels Àngels, a la que invitamos a todos los vecinos: para probar nuestros platos y escuchar nuestras músicas, pero también, y sobre todo, para disfrutar juntos del sentimiento de vecindaje”.

A veces se apela a la necesidad de romper con el pasado para comenzar una etapa de la vida que nos permita mejorar. En el caso de la inmigración, siempre se ha dicho que esta es la forma de entender el mundo de los jóvenes. No obstante, Ahmed nos recuerda con su ejemplo la importancia de tener siempre presentes a todos aquellos que llevan años defendiendo la concordia en los barrios en condiciones incluso más complicadas que las actuales.

A la hora de hablar del futuro de esta comunidad es inevitable pensar en la Asociación de Estudiantes Marroquíes de Barcelona, creada en 2008. En su despacho, Mohcine Al Maimouni, el actual presidente, y Hafsa Chabaly, la secretaria, trabajan para satisfacer las inquietudes del colectivo estudiantil. Han nacido en Barcelona y conocen la importancia de trabajar desde la educación y la formación contra la exclusión social y el aislamiento.

“La organización nació con la voluntad de establecerse como puente entre los estudiantes y la ciudad. Durante los últimos años se ha realizado un trabajo muy positivo en este sentido: plataformas como la nuestra ayudan a que un joven no se sienta nunca solo ni apartado”, asegura Mohcine. El presidente de la asociación enseña decenas de carteles de les actividades que han hecho a lo largo de los últimos años: muestras culturales, exposiciones, actuaciones musicales, conferencias, charlas… Creen que uno de los pilares fundamentales de su trabajo es la construcción de referentes para los jóvenes: “A menudo organizamos encuentros y coloquios con catalanes de origen marroquí que han destacado por su trayectoria profesional, social o académica; antes nos costaba encontrar estos ejemplos, pero ahora, por suerte, tenemos muchísimos”.

La universidad y la formación se han convertido en elementos clave gracias al cambio de las dinámicas socioeconómicas. Los padres y abuelos procedentes de Marruecos eran personas con estudios básicos, que apenas sabían leer y escribir. Pero ahora, entre los hijos de aquella primera inmigración, encontramos médicos, enfermeros, policías, maestros, abogados… La formación no es un hecho anecdótico ni testimonial, sino que tiene efectos bien visibles: Hafsa, por ejemplo, explica que le acaban de conceder una beca para hacer un doctorado de Ingeniería civil en Canadá.

Vencer el miedo y los prejuicios

Lo que ahora más preocupa a estos jóvenes es poder vivir en su ciudad sin verse afectados por prejuicios culturales o religiosos. Les entristece que el nombre o el aspecto físico aún sean barreras a la hora de alquilar un piso o encontrar trabajo. El gran reto actual es vencer estos miedos y trabajar en favor de un entorno igualitario en un país de múltiples identidades. No obstante, los responsables de la asociación aseguran no haber sentido nunca un racismo exagerado. “Barcelona es una ciudad abierta, dinámica y muy humana. Tenemos que vencer los miedos y los tópicos y construir siempre en positivo”, afirman. Otro problema grave que les preocupa lo constituyen las desigualdades económicas, que impide a muchos jóvenes seguir sus estudios.

Los atentados del mes de agosto en la Rambla pusieron en peligro toda la labor realizada en favor de un entorno mejor y libre de prejudicios. “Pese a la profunda conmoción social, la ciudadanía respondió con una serenidad ejemplar. Me sentí orgulloso de la gente de esta tierra, de esta ciudad que me enamoró el primer día que la pisé”, asegura Imad, director de una sucursal de una entidad bancaria de Marruecos, que ha estado implicado en la creación del Centro Social Darna. La asociación trabaja a favor de la convivencia y para prevenir la radicalización violenta de los jóvenes a través de la acción social y especialmente con la creación de espacios de debate y diálogo. Uno de sus últimos proyectos es el colectivo Gora –expresión árabe que hace referencia a la solidaridad entre los vecinos de un mismo barrio–, formado principalmente por mujeres de origen marroquí y que propone acciones a favor de la igualdad de género.

La comunidad marroquí sigue así el proceso de hacerse un lugar en un entorno cada vez más globalizado y diverso. Su gran reto es orientar y ayudar a los jóvenes a entender, sin olvidar nunca de dónde vienen, su papel como ciudadanos nacidos entre dos mundos y que encarnan un valor indispensable para el futuro.

Mohamed El Amrani

Comunicador y emprendedor social

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