Ciudad abierta

Foto: Pere Virgili

Entreno del Sant Andreu Cricket Club en el campo de béisbol Pérez de Rozas, de Montjuïc, en una imagen tomada en 2016, con el capitán Sajid al fondo. Este es uno de los equipos de críquet formado por jóvenes pakistaníes y que recibe apoyo del Ayuntamiento.
Foto: Pere Virgili

Barcelona acoge hoy a más población extranjera que de otras zonas de España. La globalización ha alterado la fisonomía demográfica de una ciudad que ha sido polo de atracción de migraciones de todo el mundo en este cambio de siglo.

“Tenemos la suerte de que hemos sido receptores de la inmigración extranjera desde hace relativamente poco tiempo, si nos comparamos con Londres o París, dos ciudades con un pasado colonial que se encuentran con grandes dificultades aún hoy para gestionar la diversidad”, nos dice Lola López, comisionada de Inmigración en el Ayuntamiento de Barcelona. Si en Francia se optó por la asimilación de los foráneos, en Inglaterra, en cambio, se apostó por el multiculturalismo. Los años han demostrado que ni una receta ni la otra han evitado la segregación ni han garantizado la cohesión social.

El Ayuntamiento de Barcelona ha apostado desde hace más de diez años por la interculturalidad. El Plan Barcelona Interculturalidad ha sido un eje indiscutido de la política municipal en la última década. “Hemos de evitar los errores de otros modelos –insiste Lola López–. Lo primero de todo es no entender la interculturalidad como un modelo cerrado, sino como un proceso. El modelo está en construcción y hay que invitar a la ciudadanía a participar en él. No hacemos políticas interculturales sino acciones con perspectiva intercultural. Es un modelo tan abierto que por el camino podemos decidir abandonarlo.”

La primera premisa de la interculturalidad es no excluir la opción multicultural ni la asimilación. “Quien quiera asimilarse a la cultura autóctona, debería poder hacerlo. Tampoco pondremos trabas a la convivencia multicultural. Si una comunidad opta por vivir más cerrada en su espacio, siempre dentro de un contexto compartido, hay que respetarlo, porque es una tendencia natural que todos tenemos cuando migramos”, sostiene López.

Foto: Pere Virgili

Dos bolivianas en la plaza de Catalunya durante las fiestas de La Mercè de 2017.
Foto: Pere Virgili

Tres niveles de la interculturalidad

La interculturalidad se despliega en tres niveles. En primer lugar, hay que garantizar la igualdad de derechos y la equidad en el acceso a las oportunidades. Este primer valor es elemental y sería compartido por el modelo asimilacionista francés y el multiculturalista británico. El segundo requisito para construir una dinámica intercultural es el reconocimiento de la diversidad cultural y religiosa como una riqueza.

Y por último, el tercer escalón de la interculturalidad pide la interacción y el diálogo, con el fin de que todas las comunidades puedan hacer sus aportaciones a la construcción de la ciudad sin renunciar a ser quienes son. “El diálogo pide el reconocimiento del otro como igual. La interculturalidad no es fácil, tiene muchas zonas de conflicto –valora López–. Tenemos que estar permanentemente construyendo este diálogo, reconociendo el valor de la diversidad. Aún no nos hemos dado cuenta, por ejemplo, de que los colombianos, con el bagaje bélico que acarrean, nos pueden dar a conocer nuevas herramientas para la resolución de conflictos. O que podemos aprender estrategias comunitarias de supervivencia de los recién llegados del África subsahariana, un colectivo que no regresó a sus países de origen a raíz de la crisis económica de 2008, porque la supo soportar mejor que otros”, remata la comisionada de Inmigración.

Barcelona es un campo abonado para la relación intercultural. La celebración del Año Nuevo chino, que tiene lugar en el barrio del Fort Pienc con un desfile, incorpora dragones, castellers y diablos. El Ayuntamiento se ha implicado facilitando su celebración. “Ofreces a la comunidad china la posibilidad de celebrar algo propio, de manera real, y ellos a su vez se abren a incorporar ingredientes del país que les acoge. Se crea así un sentimiento de pertenencia en las dos direcciones. La ciudad se apropia de una celebración tradicional de una comunidad que se injerta de elementos autóctonos”.

Otro ejemplo exitoso de interculturalidad se ha vivido en la comunidad pakistaní, que ha visto cómo sus jóvenes han empezado a jugar a criquet en diferentes espacios de la ciudad hasta llegar a crear el Poble-sec Cricket Club o el Sant Andreu Cricket Club, entre otros. El Ayuntamiento ha facilitado espacios a estos jóvenes y ha puesto en marcha un programa de formación para monitores deportivos con el objeto de enseñarles a jugar a criquet. La mayoría de estos monitores son también pakistaníes que ven cómo se les reconoce una capacidad y se les respeta por el trabajo que realizan. Así, los niños pakistaníes encuentran en estos monitores una figura en positivo que les sirve para reafirmar su comunidad. El Ayuntamiento, por su parte, ha promovido un equipo femenino de este deporte, al que se han incorporado también chicas de origen marroquí y sudamericano. El resultado es que también cambia la mirada de los demás hacia los paquistaníes, pues se produce un reconocimiento de sus capacidades. Con este programa se abarcan todas las fases de la interculturalidad, ya que, aparte de garantizar los derechos ciudadanos y la igualdad, se pone en valor la diversidad y se incorpora a otras comunidades en este espacio de interrelación.

El ejercicio de la interculturalidad también tiene en cuenta el pluralismo religioso. Durante el ramadán, los musulmanes de Barcelona celebran el Iftar, la ruptura del ayuno, en una fiesta abierta a todos en la calle en que sirven platos típicos de su país. La vivencia diversa de la muerte también comporta modos diferentes de celebrar el ritual funerario. La celebración mexicana del día de los muertos nos invita a honrar a los difuntos de una manera más festiva que la nuestra.

Foto: Pere Virgili

Desfile del Año Nuevo chino en los barrios de Sagrada Família y Fort Pienc, el mes de febrero de 2014.
Foto: Pere Virgili

Ciudadanía y cultura

La identidad cultural es un ingrediente importante de la ciudadanía. El profesor de la Universidad de California Toby Miller distingue entre tres tipos de ciudadanías. En primer lugar, la política, que contempla los derechos y deberes de los individuos en una determinada comunidad. En segundo lugar, la económica, que debe garantizar la supervivencia y el bienestar de la población de un país. Y finalmente la ciudadanía cultural, que tiene que garantizar el sentimiento de pertenencia cultural.

La ciudadanía cultural garantiza el derecho de representación cultural y el derecho de hablar desde la propia identidad. Este derecho asegura la posibilidad de expresarse colectivamente dentro de una comunidad sin tener que integrarse en ella completamente.

Si la ciudadanía política ha sido importante en los últimos dos siglos y la económica ha emergido después de la Segunda Guerra Mundial a raíz de la necesidad de garantizar el estado del bienestar, la cultural emerge tras la crisis poscolonial y las grandes inmigraciones desde los países del Tercer Mundo a las metrópolis occidentales.

La primera oleada migratoria de mediados del siglo xx hacia Francia e Inglaterra tenía un componente poscolonial y se aceptó desde un cierto paternalismo. El sentido de culpa imperial exigía corresponder con un discurso de inclusión ante los recién llegados. Las atenciones que los británicos tuvieron con negros o hindúes no las han dedicado después a la inmigración que ha traído la globalización, como la procedente de Polonia o Latinoamérica.

La interculturalidad tiene que propiciar una convivencia real de comunidades diferentes sobre la diversidad demográfica de cada país, basada en el respeto de unos derechos universales y no en una supuesta mala consciencia de los viejos imperios, porque los movimientos migratorios de hoy son resultado de desequilibrios que van más allá de las viejas constelaciones coloniales.

Bernat Puigtobella

Director de Barcelona Metròpolis

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