Acerca de Bernat Puigtobella

Director de Barcelona Metròpolis

Ciudad abierta

Foto: Pere Virgili

Entreno del Sant Andreu Cricket Club en el campo de béisbol Pérez de Rozas, de Montjuïc, en una imagen tomada en 2016, con el capitán Sajid al fondo. Este es uno de los equipos de críquet formado por jóvenes pakistaníes y que recibe apoyo del Ayuntamiento.
Foto: Pere Virgili

Barcelona acoge hoy a más población extranjera que de otras zonas de España. La globalización ha alterado la fisonomía demográfica de una ciudad que ha sido polo de atracción de migraciones de todo el mundo en este cambio de siglo.

“Tenemos la suerte de que hemos sido receptores de la inmigración extranjera desde hace relativamente poco tiempo, si nos comparamos con Londres o París, dos ciudades con un pasado colonial que se encuentran con grandes dificultades aún hoy para gestionar la diversidad”, nos dice Lola López, comisionada de Inmigración en el Ayuntamiento de Barcelona. Si en Francia se optó por la asimilación de los foráneos, en Inglaterra, en cambio, se apostó por el multiculturalismo. Los años han demostrado que ni una receta ni la otra han evitado la segregación ni han garantizado la cohesión social.

El Ayuntamiento de Barcelona ha apostado desde hace más de diez años por la interculturalidad. El Plan Barcelona Interculturalidad ha sido un eje indiscutido de la política municipal en la última década. “Hemos de evitar los errores de otros modelos –insiste Lola López–. Lo primero de todo es no entender la interculturalidad como un modelo cerrado, sino como un proceso. El modelo está en construcción y hay que invitar a la ciudadanía a participar en él. No hacemos políticas interculturales sino acciones con perspectiva intercultural. Es un modelo tan abierto que por el camino podemos decidir abandonarlo.”

La primera premisa de la interculturalidad es no excluir la opción multicultural ni la asimilación. “Quien quiera asimilarse a la cultura autóctona, debería poder hacerlo. Tampoco pondremos trabas a la convivencia multicultural. Si una comunidad opta por vivir más cerrada en su espacio, siempre dentro de un contexto compartido, hay que respetarlo, porque es una tendencia natural que todos tenemos cuando migramos”, sostiene López.

Foto: Pere Virgili

Dos bolivianas en la plaza de Catalunya durante las fiestas de La Mercè de 2017.
Foto: Pere Virgili

Tres niveles de la interculturalidad

La interculturalidad se despliega en tres niveles. En primer lugar, hay que garantizar la igualdad de derechos y la equidad en el acceso a las oportunidades. Este primer valor es elemental y sería compartido por el modelo asimilacionista francés y el multiculturalista británico. El segundo requisito para construir una dinámica intercultural es el reconocimiento de la diversidad cultural y religiosa como una riqueza.

Y por último, el tercer escalón de la interculturalidad pide la interacción y el diálogo, con el fin de que todas las comunidades puedan hacer sus aportaciones a la construcción de la ciudad sin renunciar a ser quienes son. “El diálogo pide el reconocimiento del otro como igual. La interculturalidad no es fácil, tiene muchas zonas de conflicto –valora López–. Tenemos que estar permanentemente construyendo este diálogo, reconociendo el valor de la diversidad. Aún no nos hemos dado cuenta, por ejemplo, de que los colombianos, con el bagaje bélico que acarrean, nos pueden dar a conocer nuevas herramientas para la resolución de conflictos. O que podemos aprender estrategias comunitarias de supervivencia de los recién llegados del África subsahariana, un colectivo que no regresó a sus países de origen a raíz de la crisis económica de 2008, porque la supo soportar mejor que otros”, remata la comisionada de Inmigración.

Barcelona es un campo abonado para la relación intercultural. La celebración del Año Nuevo chino, que tiene lugar en el barrio del Fort Pienc con un desfile, incorpora dragones, castellers y diablos. El Ayuntamiento se ha implicado facilitando su celebración. “Ofreces a la comunidad china la posibilidad de celebrar algo propio, de manera real, y ellos a su vez se abren a incorporar ingredientes del país que les acoge. Se crea así un sentimiento de pertenencia en las dos direcciones. La ciudad se apropia de una celebración tradicional de una comunidad que se injerta de elementos autóctonos”.

Otro ejemplo exitoso de interculturalidad se ha vivido en la comunidad pakistaní, que ha visto cómo sus jóvenes han empezado a jugar a criquet en diferentes espacios de la ciudad hasta llegar a crear el Poble-sec Cricket Club o el Sant Andreu Cricket Club, entre otros. El Ayuntamiento ha facilitado espacios a estos jóvenes y ha puesto en marcha un programa de formación para monitores deportivos con el objeto de enseñarles a jugar a criquet. La mayoría de estos monitores son también pakistaníes que ven cómo se les reconoce una capacidad y se les respeta por el trabajo que realizan. Así, los niños pakistaníes encuentran en estos monitores una figura en positivo que les sirve para reafirmar su comunidad. El Ayuntamiento, por su parte, ha promovido un equipo femenino de este deporte, al que se han incorporado también chicas de origen marroquí y sudamericano. El resultado es que también cambia la mirada de los demás hacia los paquistaníes, pues se produce un reconocimiento de sus capacidades. Con este programa se abarcan todas las fases de la interculturalidad, ya que, aparte de garantizar los derechos ciudadanos y la igualdad, se pone en valor la diversidad y se incorpora a otras comunidades en este espacio de interrelación.

El ejercicio de la interculturalidad también tiene en cuenta el pluralismo religioso. Durante el ramadán, los musulmanes de Barcelona celebran el Iftar, la ruptura del ayuno, en una fiesta abierta a todos en la calle en que sirven platos típicos de su país. La vivencia diversa de la muerte también comporta modos diferentes de celebrar el ritual funerario. La celebración mexicana del día de los muertos nos invita a honrar a los difuntos de una manera más festiva que la nuestra.

Foto: Pere Virgili

Desfile del Año Nuevo chino en los barrios de Sagrada Família y Fort Pienc, el mes de febrero de 2014.
Foto: Pere Virgili

Ciudadanía y cultura

La identidad cultural es un ingrediente importante de la ciudadanía. El profesor de la Universidad de California Toby Miller distingue entre tres tipos de ciudadanías. En primer lugar, la política, que contempla los derechos y deberes de los individuos en una determinada comunidad. En segundo lugar, la económica, que debe garantizar la supervivencia y el bienestar de la población de un país. Y finalmente la ciudadanía cultural, que tiene que garantizar el sentimiento de pertenencia cultural.

La ciudadanía cultural garantiza el derecho de representación cultural y el derecho de hablar desde la propia identidad. Este derecho asegura la posibilidad de expresarse colectivamente dentro de una comunidad sin tener que integrarse en ella completamente.

Si la ciudadanía política ha sido importante en los últimos dos siglos y la económica ha emergido después de la Segunda Guerra Mundial a raíz de la necesidad de garantizar el estado del bienestar, la cultural emerge tras la crisis poscolonial y las grandes inmigraciones desde los países del Tercer Mundo a las metrópolis occidentales.

La primera oleada migratoria de mediados del siglo xx hacia Francia e Inglaterra tenía un componente poscolonial y se aceptó desde un cierto paternalismo. El sentido de culpa imperial exigía corresponder con un discurso de inclusión ante los recién llegados. Las atenciones que los británicos tuvieron con negros o hindúes no las han dedicado después a la inmigración que ha traído la globalización, como la procedente de Polonia o Latinoamérica.

La interculturalidad tiene que propiciar una convivencia real de comunidades diferentes sobre la diversidad demográfica de cada país, basada en el respeto de unos derechos universales y no en una supuesta mala consciencia de los viejos imperios, porque los movimientos migratorios de hoy son resultado de desequilibrios que van más allá de las viejas constelaciones coloniales.

Joan-Anton Benach, director fundador de la publicación.
Treinta años de ‘Barcelona Metròpolis’

Joan-Anton Benach. Foto: Pere Virgili

Joan-Anton Benach (Vilafranca del Penedès, 1936) fue el director fundador de esta revista, que nació con el nombre de Barcelona. Metròpolis Mediterrània en mayo de 1986, en un momento en el que la ciudad se preparaba y se reinventaba para acoger los Juegos Olímpicos de 1992. Haciendo suyo el lema promocional ideado por el Ayuntamiento de “Barcelona, més que mai”, la revista daba fe de los cambios profundos a los que tenía que hacer frente la ciudad. Benach se jubiló en el año 2007 del Ayuntamiento, pero se mantiene muy activo. De hecho, llega en su moto a la entrevista. Es crítico de teatro de La Vanguardia. Y cada día va a trabajar a su despacho. Mientras hablamos con él, en un bar de la Esquerra de l’Eixample, recibe tres llamadas de móvil.

¿Cómo surgió Barcelona. Metròpolis Mediterrània?

Fue la confirmación de un proyecto antiguo. Unos cuantos periodistas de mi quinta habían presentado un proyecto que quedó en suspenso. Pasqual Maragall me pidió que me lo mirase y lo pusiera al día. Yo había sido delegado de los Servicios de Cultura del Ayuntamiento entre 1979 y 1983, durante el primer ayuntamiento democrático, y siempre habíamos tenido, como algo pendiente, la idea de publicar una revista. Entre 1983 y 1985 me dediqué por completo

a una exposición sobre la arqueología industrial de Cataluña, una muestra que preparamos con el catedrático de Historia Económica Jordi Nadal y que se tituló “Catalunya, fàbrica d’Espanya”. Yo fui el comisario, estuvimos casi dos años trabajando en ella y llenó los 8.400 metros cuadrados del Mercat del Born. Después de la exposición, a finales de 1985, fue cuando pude dedicarme a plantear el proyecto

de la revista.

Se concibió como una publicación cultural. ¿De dónde salió su nombre?

Surge de la musiquilla que sonaba entonces sobre la realidad metropolitana. La Barcelona de Pasqual Maragall descansaba mucho sobre esta idea de la ciudad que trasciende sus límites municipales estrictos para convertirse en una realidad metropolitana. Y yo propuse el adjetivo “mediterránea”. Algunos veían un poco ingenuo eso de mediterráneo, pero salimos adelante.

¿Qué tipo de distribución tenía?

Inicialmente fracasé en la distribución estratégica. No encontré a nadie que estuviera dispuesto a llevar a cabo una distribución selectiva. Una publicación como esta tenía que poder encontrarse en una veintena de quioscos, porque iba dirigida a sectores determinados. Negociamos con alguna editorial, pero sin éxito. Después firmamos un contrato y dimos la exclusiva a un publicista, que se comprometía a dar circulación a la revista a cambio de gestionar su publicidad. Durante un tiempo tuvimos anuncios, pero más tarde el publicista empezó a dilatar las liquidaciones y dejó a deber dinero al Ayuntamiento… Afortunadamente eso no afectó a la revista, que siguió publicándose igualmente y se fue distribuyendo, como hasta ahora, a un amplio mailing de personas y entidades.

Como director de la última etapa de la revista, yo he tenido la suerte de  que nunca nadie me ha censurado un artículo ni me han presionado para que hablase de un tema determinado. ¿Usted recibió alguna vez presiones?

No, quizás alguna vez algún concejal se postuló para escribir en la revista, pero siempre me negué a que participasen los políticos. Los concejales decían: “Benach no me deja escribir en la revista.” Y yo añadía: “Nunca lo harás.” Yo ya llevaba muchos años de oficio y muchos concejales ya eran amigos míos de antes de que fuese delegado de Servicios de Cultura, de la época en que me había dedicado al periodismo en El Correo Catalán. Además tenía otra ventaja, y es que Pasqual Maragall defendía la independencia de la publicación. Alguna vez algún concejal se había quejado de algún artículo crítico con el Ayuntamiento, pero a mí ya me parecía bien que desde Barcelona. Metròpolis Mediterrània se criticara la política municipal, eso nos daba credibilidad. Nunca tuve problemas en este sentido. Maragall también la defendió cuando vinieron los recortes con la llegada de un nuevo gerente. La revista estaba blindada por Maragall, que la defendió siempre.

Dice que no se admitían artículos escritos por los concejales, pero el alcalde firmaba los editoriales y alguna vez había publicado un artículo programático, como es el caso del número 37, que contiene una carta muy extensa de Maragall a Jordi Pujol y a Felipe González. Quizás es la única vez que se saltaron esta norma.

Sí, fue la única vez, pero el foco se situaba en el estado de la cuestión cultural en Barcelona en aquel momento. Y publicábamos un cuaderno central monográfico, que era un vaciado en profundidad sobre un tema concreto. El cuaderno dedicado al teatro, por ejemplo, es un documento que es muy útil aún; queda un “quién es quién” y un “qué es qué” del teatro en la ciudad de Barcelona. Eran cuadernos que se publicaban aparte. Y en algún caso, como el que dedicamos a la Exposición Universal de 1888, sirvió de catálogo de las exposiciones del centenario. Robert Hughes, el crítico australiano, escribió un libro de referencia sobre Barcelona en el que cita muchísimo la revista. Se leyó toda la Barcelona. Metròpolis Mediterrània en la versión inglesa, y realizó un vaciado a fondo.

El libro de Hughes fue importante en aquel momento olímpico. ¿Cómo ve usted, treinta años después, aquella Barcelona que estaba despertándose y que empezaba a reinventarse con la ilusión y la ingenuidad del momento?

¡Ya hace treinta años…! La veo llevando una dinámica con demasiados indicios de improvisación. Desde 1985 hasta 1992, todo el empuje de la revista iba encaminado a la cita olímpica y todas las energías iban por aquí. Hoy, los grupos de opinión y de gestión que hay en Barcelona son mucho más heterogéneos que entonces, sobre todo en cultura. Había una cierta idea de hacia dónde tenía que ir la ciudad, que ahora veo más poliédrica, difusa, más cerrada, sobre todo después del 15-M de los “indignados”. La sensación que tengo como barcelonés es que hay muchas sartenes en el fuego y no sabes muy bien cuál servirá para cocinar el plato principal, y eso debe de ser bueno porque hay muchos elementos nuevos dentro del panorama de una ciudad europea. Ada Colau me gusta porque pone la capacidad de gestión municipal por encima de todo y de todos los problemas. Cuando dice: “¡Que vengan los refugiados!”, se está poniendo al frente de todo. Aparte de esto, la ciudad hierve de manera fantástica en muchos ámbitos.

Joan-Anton Benach. Foto: Pere Virgili

Y después de haber pasado tantos años en los Servicios de Cultura, ¿qué diferencia aprecia en la gestión de aquella época y la de ahora?

Entonces había una confianza en la gestión cultural del Ayuntamiento, pero la cultura en Barcelona era mucho más complicada de llevar. Yo sufrí la no existencia del Instituto de Cultura de Barcelona (ICUB), porque desde la delegación no podíamos generar ingresos; todo el dinero que ingresábamos iba a parar a la caja general del Ayuntamiento. Organizamos una exposición sobre Ramon Casas que generó mucho dinero; fue un éxito, siempre había colas para entrar y se prorrogó varias veces. Pero en Cultura no vimos ni un duro de aquellos ingresos. Pasaba lo mismo con el Festival Grec. Yo gestioné cuatro Grecs, pero teníamos que simular que el Ayuntamiento cedía el teatro a ciertas compañías, porque desde Cultura no podíamos cobrar nada.

Antes de trabajar en el Ayuntamiento estuvo muchos años en El Correo Catalán, que es donde debió de forjarse como periodista.

A la hora de pensar Barcelona. Metròpolis Mediterrània, me motivó más mi curiosidad por los temas culturales que mi experiencia como periodista. Un diario tiene una dinámica diferente. En El Correo Catalán fui primer jefe de la sección de Cultura durante muchos años y después redactor jefe. Cada día tenías que parir el diario y eso era muy distinto de hacer una revista.

Me había ido especializando en temas de política local y escribía una columna diaria, en la que era muy crítico con la política municipal del alcalde Porcioles. Te censuraban. La censura dejaba rastro; el censor se guardaba tus artículos. Un día, un funcionario que trabajaba en la delegación barcelonesa del Ministerio de Información y Turismo me enseñó mi expediente, que era bastante voluminoso. Había compañeros, como Josep Pernau, que aún tenían un expediente más grueso. Como militante del partido en el que estaba entonces, el CC (que al principio se había identificado como Crist Catalunya, luego se llamó Comunitat Catalana y más tarde aún, cuando Pujol entró en la cárcel, se hizo laico y pasó a llamarse Força Socialista Federal, FSF), fui director de la revista Promos, labor que me comportó una multa y un expediente sancionador. Fraga la hundió y me quería meter en la cárcel. La Ley de Prensa fue promulgada para ejercer un control de toda la información y la actividad periodística. Se cargaron la revista Signo, que era una revista católica pero de mucha difusión; cerraron

una revista comunista de Valencia… A la larga me vetaron desde el ministerio. En el año 1966, amparándose en la Ley de Prensa, Fraga Iribarne le dijo al director de El Correo Catalán que yo ya no podría firmar ningún artículo que no fuera de cultura y me exiliaron a temas culturales. También vetaron a Casimir Martí y a Joan Fuster; ya ves qué buena compañía.

La cultura como algo inocuo.

Exacto, la cultura vista como algo inofensivo. Y aun así me habían censurado muchas críticas de teatro.

Bajo su dirección la revista tiene un par de etapas muy claras, centradas en grandes acontecimientos que marcan a la ciudad. Primero la cita de los Juegos Olímpicos, y después, la del Fórum 2004.

Yo creo que la etapa del Fórum es un poco turbia. Urbanísticamente tuvo un sentido y funciona, pero no cuajó en la ciudad, ni entre la gente. El pulso actual de la ciudad lo tengo definido de manera muy intuitiva. Es una ciudad que ha apostado por ofertas culturales como el Sónar o el Primavera Sound, que van dirigidas a colectivos concretos. También echo de menos un planteamiento a fondo del fenómeno turístico, incluso en el ámbito patrimonial. Ahora hay una dinámica de ir tirando, porque la vaca sigue dando leche, pero nos falta un turismo de calidad. La Rambla ha sido secuestrada y no nos preocupamos demasiado. Echo de menos una reflexión sistemática sobre la respuesta que Barcelona ha de dar a esta oleada imparable del turismo, que se ha producido de modo un poco repentino, como un alud…

En números recientes de la revista lo hemos abordado con artículos muy críticos.

El mapa cultural que emerge de esta revista es muy amplio. Como he dicho, el propósito era elaborar el estado de la cuestión cultural. Como delegado de los Servicios de Cultura goberné veinticuatro museos y a los músicos de la orquesta municipal; de mí dependían quinientos funcionarios.

Era de los que cortaban el bacalao, vaya…

En aquellos tiempos los concejales eran cargos electos, pero no trabajaban tanto como ahora. Los delegados, en cambio, recibíamos el trato de “ilustrísimo”; por eso yo siempre decía que tendría el funeral pagado por el Ayuntamiento… En realidad, fue un trabajo muy duro. Hicimos un plan de museos. Era mucho trabajo y había que explicarlo. En la revista vimos la necesidad de preparar una sección en la que dábamos a conocer, de una manera muy concreta, las mejores piezas de los museos. Dedicábamos una atención especial a los museos de la ciudad en este afán de realizar un inventario patrimonial, pero también a la fotografía, el diseño o la literatura. También queríamos poner en valor el urbanismo y la arquitectura como parte de la cultura de Barcelona. Oriol Bohigas tuvo una actitud especialmente cómplice con la revista y nos dio mucho apoyo.

En este sentido, los cuadernos centrales llenaron un vacío que no cubrían otras revistas o medios.

Y tuvieron tanto éxito que en algunos casos se realizaban reediciones aparte.

Hoy existe una retahíla de revistas culturales, sobre todo digitales, pero entonces la situación era distinta.

Eso me preocupaba. No creo que Barcelona. Metròpolis Mediterrània pudiera rivalizar en aquel momento con ninguna otra revista. Había habido una que yo consideraba muy criticable y de la que tenía que distanciarme porque era el modelo de lo que el Ayuntamiento no tenía que hacer, San Jorge, editada por la Diputación de Barcelona, en castellano. Era de la época en la que todo se hacía en castellano; una revista para funcionarios, en la que se limitaban a fotografiar inauguraciones y pollos políticos. Barcelona. Metròpolis Mediterrània no representaba ninguna competencia para otros medios y era bien recibida por los diarios.

¿Organizaban actos públicos relacionados con la marcha de la revista?

Sí, cuando se presentaba un nuevo número a menudo invitábamos a desayunar a los periodistas y hacíamos una rueda de prensa en una de aquellas salas nobles del Ayuntamiento, con aquellos ordenanzas con guantes blancos. Los periodistas venían por el desayuno, claro…

Esto sería impensable hoy en día…

Cuando me jubilé, en 2007, me dieron una fiesta de despedida en el Ayuntamiento y vino muchísima gente del mundo de la cultura, todos los que habían colaborado en la revista. Guardo muy buen recuerdo de ese día.

Najat El Hachmi. Barcelona, la ciudad en que puedes dejar de ser inmigrante

Foto: Pere Virgili

La escritora de origen marroquí Najat El Hachmi refleja en sus libros la contraposición entre el mundo del que procede y el que ha encontrado aquí, la negociación entre ambos mundos. Somos afortunados de tener en Cataluña a una autora que ha podido poner por escrito esta experiencia.

Najat El Hachmi (1979) es una de las autoras más celebradas e influyentes de su generación. Nacida en Marruecos, se trasladó con su familia a Vic, donde se escolarizó en catalán. En el año 2008 ganó el premio Ramon Llull con L’últim patriarca, una novela que incorporaba a la literatura catalana este mundo hasta entonces inédito. Este año ha sido reconocida con el premio Ciutat de Barcelona por su tercera novela, La filla estrangera, que ya había obtenido el premio BBVA de Literatura Catalana. La misión de Najat es escribir buenos libros, pero con estos buenos textos consigue desmontar tópicos sobre el islam.

En La filla estrangera hay un episodio en que la protagonista accede a ponerse el velo por la pura presión de la familia. Con esta novela usted hace ver al lector que detrás del hiyab siempre se encuentra una persona.

Cada mujer que se pone el velo se lo pone por motivos diferentes. Durante años intenté evitar el tema del velo en mi obra literaria o en los coloquios a los que me invitaban. Y lo más curioso es ver cómo en todos estos años en que los medios de la sociedad de acogida han dado demasiada importancia al pañuelo, el hiyab ha cobrado más significado para las personas que lo llevan. Ha tomado una carga simbólica, ha habido un proceso de reislamización difundido y reforzado desde algunos países que quieren dar una visión muy concreta del islam y que quieren influir mucho en las nuevas generaciones de musulmanes de aquí. No quieren perder creyentes, porque saben que así los podrán dominar políticamente.

Y aquí a menudo se ha demostrado una incapacidad flagrante para comunicarse con el recién llegado, para establecer con él una relación auténtica. Ha habido mucha condescendencia con respecto a los inmigrantes, y eso en La filla estrangera se ve clarísimamente.

Estamos acostumbrados a pensar que los inmigrantes de aquí no perciben lo que decimos de ellos; se habla al respecto como quien se refiere a un objeto, no a alguien que te puede estar leyendo o mirando. Cuando era pequeña y mi madre llevaba pañuelo no me había cuestionado nunca si se lo tenía que poner o no, pero cuando todos en Vic te preguntan por qué no te lo quitas, empiezas a pensar que quizás sí que es importante. En el caso de las adolescentes marroquíes que viven aquí, el tema aún es más complejo, porque se mezcla la relación con el propio cuerpo, la inquietud que despierta la sexualidad y cuál es el cuerpo correcto, porque en casa les dicen una cosa y en la calle otra muy distinta.

En La filla estrangera habla del deseo sexual de una adolescente. Usted también había explorado la sexualidad femenina en La caçadora de cossos, que es una novela muy diferente.

El tema del cuerpo es un problema que afecta igualmente a las adolescentes occidentales. ¿Cómo identificas tu deseo y cómo lo canalizas? ¿Qué haces con el deseo que pueda provocar tu cuerpo?

Tanto en La filla estrangera como en sus artículos usted explora la relación entre el sexo y la maternidad. El sexo va vinculando todos los ámbitos de la persona y también está vinculado a la maternidad; no es un órgano independiente, según usted. Dicho por una mujer católica se podría leer como una declaración integrista. En cambio, en labios de una marroquí que se declara abiertamente atea produce una impresión totalmente distinta.

Yo hablo de los temas que me inquietan, pero no quiero pensar que el hecho de tener un origen determinado me condiciona a la hora de hablar de la sexualidad, ni tampoco la educación que me dieron en casa. Llevo a cabo una reflexión y la hago en función del mundo en el que estoy viviendo. Yo ya he nacido en la época de los anticonceptivos,

Foto: Pere Virgili

para mí ya está claro que el sexo y la maternidad no van ligados… Por tanto, hay que ir más allá y entender qué sucede en este terreno una vez ganada la batalla por desvincular una cosa de la otra. Yo quiero entender qué me está pasando como mujer, yo que soy madre también. Vincular sexo y maternidad no es retroceder, sino avanzar. Quiero entender todos los elementos que forman parte de la condición de una mujer e integrarlos. No quiero analizarlos sobre la base de ningún prejuicio ideológico… por más que crea en el feminismo. Hay que abrir el debate de la maternidad.

En un artículo reciente usted hablaba de la maternidad y decía: “Las criaturas humanas tienen el defecto de nacer a media gestación y pasa un tiempo hasta que tienen la autonomía necesaria para desprenderse del cuerpo de la madre”.

A mí me costó mucho, me chocó, y eso que yo había vivido en un entorno en el que la crianza era habitual. Me ha pasado tanto con el primer hijo como con el segundo. Ves que tienes que hacer una renuncia por amor, porque te la pide el cuerpo, no porque te la haya impuesto nadie.

En La filla estrangera se describe un caso muy interesante, el de una madre marroquí que no quiere llevar a sus hijos pequeños a la escuela porque necesita estar con ellos, y la protagonista, que hace de mediadora social, casi se ve obligada a arrebatarle a la niña…

Muchas madres, no es necesario que sean marroquíes, se encuentran en este punto. Son madres que practican una lactancia más larga de lo que se estilaba, que quieren vivir la maternidad. Y cada día más se observa una agresividad contra las madres en el ámbito laboral, como si una mujer con hijos ya no pudiera tener la misma productividad. Desde según qué instancias del feminismo se quiere obviar y negar esta necesidad de la maternidad, y se nos propone igualdad en la baja de maternidad y paternidad. A mí buscar la igualdad por este lado me parece absurdo; es una visión paternalista hacia la mujer, fomentada justamente desde instancias feministas que nos dicen: “Os están haciendo volver a casa…” Yo no defenderé nunca la profesionalización de la maternidad, cuidado: no es positivo ni para la mujer ni para los hijos. Conviene vigilar qué mensaje transmitimos. Mi hija coge la máquina de escribir y dice que es escritora. Hay que poder vivir el período de crianza con cierta paz, sin que luego lo pagues caro profesionalmente. Yo temía que me costara volver; es muy difícil no pagarlo caro en ciertas profesiones.

En sus artículos ha defendido siempre el feminismo, hasta el punto de considerarlo uno de los cambios más importantes de la humanidad. También ha escrito que “no nos nacerán hijos feministas sin hacer nada, solo porque nosotros ya no hemos vivido lo que vivieron nuestras abuelas”. Y no es que el machismo haya vuelto, como decimos a menudo, sino que no se ha ido nunca. ¿Cuál cree que es el papel del feminismo hoy?, ¿en qué trampas no se puede permitir caer ahora mismo?

A veces hemos tendido a creer en el progreso exclusivamente en términos de evolución, pero la ideología no se transmite a través del ADN, sino a través de la educación y la cultura. Por eso tenemos que ser conscientes de nuestra misión de transmisores y no relajarnos.

A veces el feminismo se ha manifestado de manera puramente retórica. ¿El caso del desdoblamiento de género no es algo epidérmico? Yo he llegado a oír auténticos disparates, como aquel maestro que se dirigía a “els alumnes i alumnes”…

El desdoblamiento no tiene demasiado efecto. Es mucho más significativo ver cómo se tratan los adolescentes entre ellos. Hay que ser muy militantes en cosas básicas. El insulto y el maltrato no son admisibles. No puede ser que en la esfera pública te insulten por el hecho de ser mujer, que te ataquen por el cuerpo que tienes. Por otro lado, desde el feminismo no podemos caer en la tentación de errores del pasado como el exceso de corrección política o el querer censurar cosas. No hace mucho en Vic hubo una polémica en una feria de novias. En una foto de unos novios aparecía la imagen de una mujer en una posición supuestamente sumisa… y los de Capgirem Vic lo denunciaron. Tampoco hay que entrar a censurar la sexualidad, no nos podemos meter en qué tipo de sexo deben tener las personas. Me parece un exceso de corrección. Es mejor dedicar el tiempo a cosas más importantes, como por ejemplo la desigualdad.

En cuanto a la desigualdad, en un artículo reciente usted hablaba de la crisis de los refugiados y del trato diferente que damos al refugiado de guerra y al refugiado económico.

Sí, hay mucha gente indignada con lo que pasa en la frontera de Grecia o Hungría que no pedirá nunca que se cierren los centros de internamiento de extranjeros (CIE), ni tampoco exigirá más derechos para los inmigrantes que ya están aquí. Debe ser porque se separa más la clase que el origen, y que en nuestro imaginario siempre nos igualamos al otro al alza. No hace mucho el hijo de la duquesa de Alba explicaba que había acogido a un refugiado en su casa, y que era un médico… Evidentemente, las personas que pueden venir hasta aquí son normalmente las que tienen más dinero. Y en algunos países los han extorsionado.

Usted ha vivido la experiencia de inmigrar en primera persona. Viajó de Nador a Vic, de Vic a Granollers y por último a Barcelona. ¿Cómo se ha sentido acogida aquí?

Hace cinco años que vine a vivir a Barcelona, una ciudad que deseé durante mucho tiempo a través de la literatura. Para una familia de inmigrantes como la mía era la ciudad a la que íbamos a arreglar los papeles, adonde íbamos a hacer horas de cola. Fui conociendo los lugares que había conocido a través de la lectura, rincones descritos por mis autoras de cabecera: Rodoreda, Montserrat Roig, etcétera, pero también Josep Pla. Lugares con los que me había implicado emocionalmente. Por eso mi arraigo en Barcelona fue más fácil, porque antes de ser una ciudad vivida ya era para mí una ciudad leída.

Era la ciudad deseada, y temida al mismo tiempo por el anonimato que te da, que puede ser positivo, pero también te puede dejar muy a la intemperie. Es una sensación compartida por muchas personas inmigrantes que viven en comarcas y que miran la ciudad con respeto, porque el lugar al que vas a parar como inmigrante siempre es muy concreto. Vas siempre de un lugar concreto a otro, no de un país a otro.

Una ciudad pequeña como Vic puede resultar más abarcable; te permite establecer una red, pero al mismo tiempo también te condiciona porque tienes unos límites. Es curioso observar cómo para muchos inmigrantes, especialmente para los hijos de la inmigración, Barcelona es la ciudad en la que precisamente puedes dejar de ser inmigrante. Una vez aquí te desvinculas de tu colectivo inmigrante, que te da apoyo cuando tienes necesidad de ello, pero que también ejerce un control social.

Usted ha trabajado como mediadora cultural, aproximando a la comunidad marroquí y a la autóctona. En La filla estrangera hace decir a la madre de la protagonista: “El peor problema que tienen los marroquíes son los propios marroquíes”.

Sí, esta crítica despiadada es muy propia de los marroquíes. La frase también es propia de alguien que siente la mirada de los demás sobre el propio colectivo, porque la sociedad de acogida tiene la necesidad de identificar un colectivo y etiquetarlo. Cuando trabajaba de mediadora y hacía de traductora, algunas mujeres me pedían que no lo tradujera todo: “Esto no lo traduzcas”, me pedían con cierta prevención. Era la conciencia de pertenecer a un colectivo sin poder dentro de otro grupo mayor, la conciencia de vivir sin igualdad de condiciones. De pequeños mis padres nos decían: “Esta no es nuestra tierra”.

Foto: Pere Virgili

En este número de Barcelona Metròpolis abordamos el tema del multilingüismo en la ciudad. Y ahora que comenta su experiencia como mediadora, ¿cómo vive la experiencia de ser una autora que habla lenguas diferentes con los padres, hermanos o hijos? ¿Cómo cree que hay que abordar la diversidad lingüística? El Grupo de Estudio de Lenguas Amenazadas dice que en Barcelona ya se hablan trescientas lenguas y propuso una votación para decidir cuál debía tener el honor de llevar este número. ¿Cuál votaría usted?

Yo votaría por un pidgin, por una lengua criolla. Mis sobrinos viven en Vic en un barrio en el que hay muchos bereberes, y la mezcla que hacen del catalán y el amazigh es increíble. Toman verbos catalanes y los flexionan en amazigh. En el amazigh que ellos hablan ya hay interferencias del catalán de Vic. Y en el catalán que ellos hablan entre ellos, también hay elementos amazigh.

¿Qué lenguas habla con sus familiares?

De pequeña yo viví en un barrio periférico de Vic e iba a la escuela pública. Me recuerdo teniendo que aprender castellano en el patio, después de aprender catalán en el aula, porque los otros niños se reían de nosotros si no hablábamos castellano. Por eso acabé hablando en castellano con mis hermanos. Después la mayoría de nosotros hemos acabado hablando en catalán o amazigh con nuestros hijos. Yo hablo amazigh con mi madre, castellano con mis hermanos y catalán con mis hijos. Los factores sociolingüísticos son cambiantes en el tiempo, no hay unos patrones claros y establecidos, sino que pueden pasar cosas de estas.

Sobre el presente y el futuro de la novela, usted ha comentado que el escritor no se tendría que sentir obligado a innovar a cada paso. Quizás ya hemos llegado al final de la historia de la novela y podemos por fin hablar de lo importante. Usted también ha reconocido la deuda hacia las mujeres de su familia, grandes narradoras, que sabían explicar las cosas entreteniéndose en detalles y manteniendo la tensión dramática. ¿Qué influencia ha tenido en su obra el estilo de narrar de las mujeres marroquíes?

Si he de ser justa, diría que no se puede considerar un rasgo de las mujeres marroquíes. Es más bien un don de mi madre, que me tenía fascinada. Mi madre es analfabeta, pero tiene una capacidad única para explicar historias. Empieza a hablar y enseguida te encuentras dentro de su relato, no sé muy bien cómo lo hace. Lo hace de manera natural, sin especular, con una capacidad para captar el detalle. Yo me recuerdo callada escuchando… Una influencia así no está reconocida en ninguna parte, ni está prestigiada, pero es mi raíz como narradora. Mi bisabuela también era una gran narradora, de una gran vitalidad, dotada con este mismo instinto de explicar historias. Mi única esperanza es que a través de la literatura pueda explicar este mundo que se pierde.

En la ciudad infinita

La filla estrangera

Autora: Najat El Hachmi

Edicions 62

Barcelona, 2015

Najat El Hachmi ya había narrado su experiencia en dos obras anteriores. Si en El último patriarca hablaba sobre todo de la relación con un padre, en La filla estrangera se centra en la relación maternofilial.

Najat El Hachmi tiene el mérito de haber introducido un punto de vista inédito en la literatura catalana, e incluso diría en el conjunto de las literaturas ibéricas. Se ha erigido en una voz singular, capaz de explicar la experiencia de la nueva comunidad marroquí en nuestro territorio. A diferencia de otras tradiciones, la catalana no ha segregado, por razones obvias, una literatura poscolonial, pero la globalización y las nuevas migraciones sí han permitido integrar múltiples identidades y nuevas miradas en una sociedad literaria que, de otro modo, habría ido derivando a una visión muy etnocéntrica. Autores afincados en Barcelona como el inglés Matthew Tree, la checa Monika Zgustova, la afgana Nadia Ghulam, los franceses Grégoire Poulet o Mathias Énard son, con El Hachmi, algunos ejemplos de literatos que han proyectado la ciudad internacionalmente.

Najat El Hachmi ya había narrado su experiencia en dos obras anteriores. En la novela El último patriarca (premio Ramon Llull) sacudió a la sociedad literaria con un relato turbador, tanto por el mundo que afloraba por primera vez en nuestra literatura como por su eficacia literaria. Si allí hablaba sobre todo de la relación con un padre, en La filla estrangera se centra en la relación maternofilial. La autora narra la entrada en la vida adulta de una chica nacida en Marruecos, pero trasplantada y criada en una ciudad de interior de Cataluña,  que se esfuerza por emanciparse de la tutela de su madre. Esta hija sin nombre mantiene una relación leal y, a la vez, enfermiza con la madre, con quien habla una variante bereber. Escolarizada en catalán, la protagonista de la novela vive a caballo entre dos idiomas que acaban por convertirse en el campo de una negociación entre dos mundos, un campo de fuerzas que no solo afecta al entorno social de la chica, sino también a sus vínculos familiares, la relación con su cuerpo y su sexualidad. 

La gran virtud de La filla estrangera es la equidistancia que mantiene entre dos mundos y dos culturas que se superponen sin acabar de ser nunca idénticas. El Hachmi retrata de modo implacable los prejuicios y atavismos de la comunidad marroquí, pero también la estrechez mental y el paternalismo con que los catalanes han abordado la inmigración africana. Aquí no hay buenos ni malos. Todo el mundo se afana por ser quien es y se equivoca cuando juzga al otro. La filla estrangera es, en este sentido, una prueba de la importancia del género de la novela para entender la complejidad de la identidad y transformar la mirada de los lectores. Después de leer esta novela, ya no juzgarán con el mismo rigor a la mujer musulmana que circula con pañuelo por la calle.

La pregunta que plantea La filla estrangera es: “¿qué tengo que ser yo, con relación a mi origen?”. La protagonista encuentra en Vic una sociedad notablemente acogedora que le permite integrarse. Pero su experiencia acabará convirtiendo Vic en una extensión más de su prisión materna, y se verá obligada a romper las rejas y trasladarse a Barcelona. Para la protagonista, la gran ciudad se convierte en un espacio de liberación, tras los años de reclusión de Vic o de ahogo de Marruecos. “Me recuerdo andando sin descanso por unas calles enormes, tan largas que no se acababan nunca, y ser feliz de conocer la ciudad infinita”, confiesa. En una entrevista, El Hachmi explicaba: “Hay una gran diferencia entre vivir en comarcas o en una gran ciudad. A menudo se ve la gran ciudad como una liberación, pero no siempre es así. Los inmigrantes llegan y se instalan aquí agrupados en comunidades que ya vienen de origen […] Por lo tanto, se mantiene ese control social opresivo que sufre la protagonista”. 

Preparados para la adversidad

© Oriol Malet

Hace diez años Barcelona vivió uno de los momentos más dramáticos de su historia reciente. Las obras de excavación de la línea 9 del metro afectaron a los cimientos de algunas casas del barrio del Carmel: más de mil vecinos fueron desalojados y hubo que interrumpir las obras.

Dos años más tarde, entre 2007 y 2008, la ciudad volvió a vivir una serie de episodios críticos que pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de las infraestructuras y los servicios urbanos: un riesgo de sequía extrema que obligó a poner en marcha un plan para traer agua a la ciudad mediante barcos cisterna, un importante apagón eléctrico provocado por la sobrecarga de una central transformadora y un episodio de caos en el transporte cuando las obras del tren de alta velocidad causaron interrupciones en el servicio ferroviario.

La concentración de estos contratiempos adquirió una magnitud sistémica y obligó a activar un plan de detección y prevención de riesgos. Con el objetivo de mejorar la capacidad de reacción y de respuesta de la ciudad ante futuras adversidades, el gobierno municipal puso en marcha un plan estratégico.

De resultas de ello, Barcelona ha sido la primera ciudad del mundo en crear un departamento de resiliencia urbana y se ha posicionado como un referente internacional en este campo. Desde el 2013 es la sede del programa de resiliencia de ONU-Hábitat y desde este mismo año participa en el proyecto “100 Resilient Cities”, seleccionada por la Fundación Rockefeller, que destina 100 millones de dólares a programas de resiliencia urbana.

  • Resiliencia: prevenir, mitigar, recuperarse
  • Más allá de la resiliencia
  • Cinco acciones de resiliencia
  • Una red de cooperación internacional

Resiliencia: prevenir, mitigar, recuperarse

El concepto de resiliencia no se limita a la virtud de encajar la adversidad y sobreponerse, sino que también incluye la capacidad de sacar un rendimiento positivo de la desgracia.

© Vicente Zambrano

Judith Rodin, presidenta de la Fundación Rockefeller, define la resiliencia como la capacidad de prever la adversidad y recuperarse, así como de adaptarse y crecer a partir de experiencias traumáticas. La construcción de la resiliencia permite prevenir o mitigar situaciones potencialmente desastrosas que pueden alterar el funcionamiento normal de una ciudad. Y en el peor de los casos, identificar o cuando menos dar mejor respuesta a aquellas adversidades que no podemos predecir ni evitar.

Rodin no limita el concepto de resiliencia a la virtud de encajar y sobreponerse a la adversidad, sino que lo amplía para incluir la capacidad de sacar un rendimiento positivo de la desgracia. Habla incluso de dividendos para referirse a aquellas capacidades y beneficios que se generan gracias a la construcción de la resiliencia, por ejemplo, tener disponibilidad y estar alerta, capacidad de respuesta y de revitalización. Idealmente, dice Rodin, “cuanto más aptos seamos para gestionar el desorden y más habilidades desarrollemos para construir la resiliencia, más capaces seremos de crear o servirnos de nuevas oportunidades, tanto en tiempos turbulentos como en días de bonanza. Estos son los dividendos de la resiliencia”.

La construcción de la resiliencia es cada vez más urgente y necesaria en un mundo marcado por la volatilidad. Solo hay que leer los periódicos para comprobar día sí y día también como alguna turbulencia perturba el curso normal de las cosas: un ciberataque, un nuevo virus, una tormenta devastadora, un ataque terrorista, una bancarrota sistémica, un desastre natural o una deflación repentina en los parqués de las bolsas pueden tener efectos desestabilizadores para un gran número de personas. Rodin destaca tres ámbitos de disrupción que son propios y definitorios del momento que vivimos: la urbanización, el cambio climático y la globalización.

Los tres grandes retos del siglo

La población mundial se está urbanizando de manera vertiginosa. Cada día son más las personas que emigran del campo a la ciudad. El crecimiento desordenado o improvisado de las grandes urbes genera bolsas de población vulnerables a las amenazas del cambio climático o las epidemias. La expansión desordenada de las grandes metrópolis también altera los ecosistemas, de manera que la urbanización no solo tiene un impacto social, sino también ecológico.

El segundo gran reto que afronta la humanidad en este nuevo siglo es el cambio climático, que provoca de modo recurrente desastres naturales cada vez más frecuentes y graves. Asistimos con preocupación al calentamiento global y el aumento del nivel del mar, a inundaciones y sequías que han generado desplazamientos demográficos y han dado lugar a un nuevo tipo de éxodo, el del refugiado climático.

El tercer factor que determina nuestro presente es la globalización, que ha acelerado el cambio que vivimos y ha introducido nuevos riesgos y variables, desconocidos hasta ahora. También ha añadido complejidad a nuestros sistemas y ha comportado un incremento de la volatilidad económica. Como todo está interconectado, dice Rodin, en este sistema masivo de sistemas una única disrupción a menudo dispara otra, que a su vez puede exacerbar los efectos de la primera, de manera que el choque original se convierte en una cascada de crisis. Una tormenta, por ejemplo, puede afectar las infraestructuras y terminar desencadenando fácilmente un problema de salud pública. Una turbulencia discreta puede acabar provocando una catástrofe a gran escala. Según estimaciones del Banco Mundial, entre 1980 y 2012 las pérdidas por desastres naturales fueron de casi 4 billones de dólares en todo el mundo.

La resiliencia no es una virtud innata o genética, sino una calidad que se puede desarrollar, tanto si hablamos de un individuo como de una comunidad u organización. Según Rodin, para que una ciudad sea resiliente debe tener seis virtudes fundamentales: atención, diversidad, redundancia, integración, autorregulación y adaptación.

© Mike Clarke / AFP / Getty Images
Una multitud trata de retirar fondos del banco BEA de Hong-Kong como consecuencia de los rumores divulgados sobre las relaciones de esta entidad con la banca quebrada Lehman Brothers, en septiembre de 2008.

Atención

Hay que ser consciente de las propias fuerzas y límites y estar atento a las posibles amenazas y riesgos. No hay bastante con estar al corriente de la propia vulnerabilidad. Ante una crisis, se debe poder incorporar nueva información y ajustarse a los cambios que se producen en tiempo real. En el caso de una ciudad como Barcelona, “la gestión de los servicios urbanos comporta una gran complejidad debido a los múltiples agentes que intervienen en el proceso –sostiene Ares Gabàs, responsable del programa de resiliencia urbana del Ayuntamiento de Barcelona–. Hay que construir las herramientas y las estructuras organizativas necesarias que permitan abordar la gestión de la ciudad de manera transversal e intersectorial”.

La atención primaria empieza por la gestión de las incidencias en los servicios de la ciudad, que se lleva a cabo a través de la Central de Operaciones de Hábitat Urbano, una pieza clave en el proceso de creación de resiliencia. La central tiene como misión afrontar situaciones críticas que puedan llegar a comprometer la continuidad funcional de la ciudad y abordar los casos con los diferentes agentes y operadores –públicos y privados– que intervienen en la gestión de los servicios urbanos.

La Central de Operaciones gestiona cualquier incidencia detectada en el espacio público que requiera una acción o una reparación urgentes. Se organiza en tres turnos que cubren las 24 horas del día, los 365 días del año, para hacer frente a las emergencias que se declaran en Barcelona. Recibe los avisos de los servicios proactivos o de la ciudadanía y gestiona los operativos con equipos de acción inmediata que se distribuyen por la ciudad, garantizando la rápida reducción o eliminación de los peligros localizados en el espacio público.

Diversidad y redundancia

Para que una ciudad sea resiliente ha de tener recursos diversos, incluso redundantes, de modo que su funcionamiento no se detenga si alguna pieza del sistema falla.

Un ejemplo de redundancia sería el acuerdo entre Transports Municipals de Barcelona y Urbaser, la empresa que gestiona la recogida de basuras. Tanto los autobuses como los camiones de residuos funcionan con gas y tienen su propia gasolinera, pero se ha previsto que, en caso de que se agote el combustible o se detecte alguna incidencia, tanto los autobuses como los camiones se puedan abastecer indistintamente en cualquiera de los puntos.

Integración

Para gestionar las incidencias no basta con tener reflejos y un buen equipo de bomberos y de guardia urbana. Se requiere que toda la información relevante para el funcionamiento de la ciudad esté integrada. Para ello, según Rodin, las funciones deben estar coordinadas y se tiene que poder actuar de un sistema a otro, colaborativamente, para buscar soluciones cohesionadoras. Para llegar a este nivel de integración, la información debe ser compartida, y la comunicación, transparente.

Para hacer frente a este reto, el Departamento de Resiliencia de Barcelona ha creado la Situation Room, una plataforma de gestión de la información que tiene como objetivo aportar una visión integral del estado de la ciudad aglutinando los datos relevantes de los diferentes sistemas. “La gestión de la ciudad es compleja por la multiplicidad de operadores que intervienen y porque, a pesar de las evidentes interdependencias que hay entre los diferentes sistemas urbanos, estos a menudo realizan una gestión aislada de la información –explica Gabàs–. La Situation Room abre una nueva posibilidad de gestionar y compartir la información con todos los agentes implicados y permite analizar de manera conjunta datos que hasta ahora era imposible correlacionar, aportando un nuevo conocimiento de apoyo para la toma de decisiones, ya sea a nivel estratégico u operativo”.

Con esta voluntad de integración recientemente se ha creado la Barcelona Urban Resilience Partnership, una iniciativa promovida por el Ayuntamiento en el contexto del City Resilience Profiling Programme de ONU-Hábitat, para consolidar y fomentar la colaboración público-privada con empresas proveedoras de servicios (Acsa, Aguas de Barcelona, Cespa, Endesa, FCC, Typsa y Urbaser), consultorías e ingenierías (Anteverti, Bac Engineering Consultancy Group, Institut Cerdà, Opticits) e instituciones académicas y centros de investigación (BSC, CIMNE).

Autorregulación

© Antonio Lajusticia
El paseo de Lluís Companys cubierto de nieve, en febrero de 2010.

La ciudad debe contar con mecanismos de autorregulación que le permitan tener averías sin caer en el colapso generalizado. Hay que poder trampear situaciones anómalas sin que provoquen un efecto dominó.

Es sabido, por ejemplo, que el agua que consumen los habitantes de Barcelona procede principalmente de los ríos Llobregat y Ter. Estas aguas se reparten entre los barrios del sur y del norte de la ciudad, a grandes rasgos. Hace tres años, sin embargo, se produjo una avería grave en una conducción que podía haber dejado sin servicio a la mitad de los barceloneses y a una parte del área metropolitana. La catástrofe se evitó gracias a una conducción inaugurada poco tiempo antes que conecta los sistemas Ter y Llobregat a través de la sierra de Collserola, y que permitió reenviar el agua del Llobregat hacia los sectores abastecidos habitualmente por el Ter. La avería podría haber generado mucho ruido, pero casi nadie se enteró del suceso ni tuvo motivos de preocupación.

Adaptación

Una ciudad debe ser capaz de ajustarse a las nuevas circunstancias generadas ante una situación de crisis, desarrollando nuevos planes, implementando nuevas acciones y, si es preciso, modificando el comportamiento para evitar futuras desgracias. Después de la devastación causada por el huracán Sandy en Nueva York, el gobierno de la ciudad optó por buscar soluciones que permitieran plantar cara a futuras tormentas. En lugar de construir un dique más alto, que tarde o temprano podría verse superado por otro huracán, se optó por crear parques costeros que en caso de tormentas descontroladas operasen como terrenos inundables, y que, en tiempo de bonanza, serían nuevos espacios para uso público.

Con esta misma voluntad de adaptación, el Ayuntamiento de Barcelona ha creado las denominadas Mesas de Resiliencia. Inicialmente, el objetivo era reducir la vulnerabilidad de la ciudad ante riesgos relacionados con infraestructuras y redes de servicios, pero actualmente el foco tiene un alcance más amplio, ya que también contempla riesgos naturales y antrópicos que pueden afectar la garantía de continuidad funcional y la prestación de servicios de la ciudad.

Más allá de la resiliencia

Taleb acuñó el término antifrágil al constatar que hay cosas que se benefician de los impactos que reciben. Son fenómenos que crecen o prosperan cuando se ven expuestos a la volatilidad, el azar, el desorden, el riesgo o la incertidumbre.

Antifragile

Nassim Nicholas Taleb ha expandido y, en cierto modo, revolucionado el concepto de resiliencia con Antifrágil: las cosas que se benefician del desorden, un ensayo en que explora los efectos de la incertidumbre en todos los ámbitos de la vida, desde la ciencia hasta la economía, pasando por el arte, la educación o la política.

Taleb, autor de origen libanés afincado en Estados Unidos, ha sido corredor de bolsa e investigador académico, y actualmente es profesor de ingeniería del riesgo en el Instituto Politécnico de Nueva York. Taleb acuñó el término antifrágil al constatar que hay cosas que se benefician de los impactos que reciben. Son fenómenos que crecen o prosperan cuando se ven expuestos a la volatilidad, el azar, el desorden, el riesgo o la incertidumbre. Y, con todo, a pesar de su ubicuidad, no hay un antónimo de fragilidad. Taleb propone antifragilidad, un concepto que va más allá de la resiliencia o la fortaleza. El resiliente recibe el golpe y se mantiene en pie. El antifrágil, en cambio, mejora con la acometida de la adversidad. Todo lo que ha cambiado y sobrevivido a lo largo del tiempo se ha beneficiado de la antifragilidad. No podemos entender la resistencia bacteriana, ni los sistemas políticos, ni el éxito bursátil o editorial, ni siquiera nuestra propia existencia como especie sin el fenómeno de la antifragilidad. Taleb lo expresa en estos términos: “Los humanos somos mucho más aptos para hacer que para pensar. Prefiero ser tonto pero antifrágil que muy inteligente y frágil”.

Si la antifragilidad es la propiedad de todos los sistemas naturales y complejos que han sobrevivido, aislarlos y desproveerlos de factores desequilibrantes los debilitaría y a la larga los mataría. Buena parte de nuestro mundo moderno se ha estructurado con un ánimo sobreprotector, con políticas que han intentado alterar los comportamientos de los ciudadanos de arriba abajo.

Así como casi todo lo que se postula de arriba abajo bloquea la antifragilidad y tiende a debilitar el crecimiento, todo lo que crece desde abajo lo hace bajo la justa presión del estrés y el desorden.

Cinco acciones de resiliencia

El Departamento de Resiliencia Urbana se ha propuesto integrar toda la información funcional de la ciudad para prevenir o mitigar incidencias o accidentes que puedan tener un impacto negativo en el curso normal de la vida de los ciudadanos.

La integración ha permitido definir riesgos y realizar diagnósticos para emprender estrategias y proyectos que protejan las infraestructuras. He aquí algunos ejemplos de las acciones planteadas, ejecutadas o en proceso de desarrollo que se encuentran en el Plan de resiliencia de Barcelona.

© Dani Codina
La depuradora de aguas residuales de Sant Adrià.

Ciclo del agua

El plan estratégico ha previsto la ampliación de los depósitos de aguas pluviales. La red de drenaje no siempre puede absorber las lluvias torrenciales. Para evitar que el agua de lluvia rebose o genere tapones de barro se han construido depósitos para retenerla. Los depósitos, a la vez, evitan el vertido incontrolado al mar de los sedimentos y otros residuos de las lluvias torrenciales.

Con el almacenamiento del agua se regula el caudal que llega a las depuradoras y, así, una vez finalizado el episodio de lluvia intensa, se garantiza el tratamiento del agua que se devuelve a la red de drenaje antes de verterla al mar.

© Dani Codina
Conducciones subterráneas al descubierto durante las obras de mejora de la Diagonal.

Interferencias entre cañerías de gas y agua

En el barrio del Poblenou se vivió una incidencia grave en la que los vecinos se quedaron sin calefacción ni agua caliente por culpa de una filtración de agua en las cañerías del gas. Para responder a incidencias de este tipo, se ha establecido un protocolo entre el servicio de protección civil del Ayuntamiento y las compañías de servicios.

El procedimiento, que obliga a representantes de todas las compañías a reunirse en el lugar donde se ha producido una incidencia hasta determinar las responsabilidades, permite mejorar la capacidad de respuesta, el tiempo de restablecimiento del servicio y la coordinación entre servicios para evitar posibles errores en cascada.

© Dani Codina
El túnel de la Rovira.

Manual de explotación de túneles urbanos

El Departamento de Hábitat Urbano realizó una auditoría del estado de los túneles urbanos que permitió detectar un punto débil: la existencia de una multiplicidad de contratos con las empresas que los gestionan, lo que hacía prever que, en caso de accidente o avería, sería complicado atribuir responsabilidades y obtener respuestas y soluciones inmediatas, según el caso.

l plan de resiliencia ha previsto un cambio de modelo contractual que garantice un servicio integral para el mantenimiento y la operativa de los túneles, de modo que la gestión recaiga en una sola empresa y un solo mando. Para asegurar el correcto funcionamiento del modelo se ha preparado un borrador de manual de instrucción técnica para el diseño y la explotación de los túneles, que, entre otros elementos, recoge la normativa esencial en materia de seguridad, actualmente dispersa en diferentes decretos y directivas españolas y europeas.

Integración de la información funcional

El Departamento de Resiliencia de Barcelona, con la colaboración del Instituto Municipal de Informática, ha creado la llamada Situation Room, una plataforma de gestión de la información, actualmente en fase de desarrollo e implementación, capaz de procesar y visualizar diferentes tipos de datos. De los datos cruzados entre todos los servicios municipales y otros se origina una cartografía dispuesta en muchas capas, que permite saber por dónde circulan cañerías de gas y agua y redes de electricidad y telefonía. Desde el Centro de Control se trabaja con las compañías de servicios para mejorar la comunicación de los avisos cuando haya una incidencia. Se establece en cada caso una casuística para determinar la gravedad y un protocolo para transmitir la información pertinente.

Portada del sitio web de la Situation Room barcelonesa, plataforma de gestión de la información de los sistemas urbanos.

Hábitat Urbano prevé firmar un acuerdo con todas las compañías de suministro que han adquirido el compromiso de compartir una información de interés público. Cada compañía tiene su propio protocolo de comunicación con Hábitat Urbano en el que se fijan las condiciones concretas para comunicar un fallo en el servicio. Las compañías no se limitan a proporcionar mapas de sus redes, sino que también ofrecen información sobre la infraestructura de la red para facilitar la toma de decisiones en caso de que se produzca, por ejemplo, un socavón en una acera. Estos datos deben permitir cuantificar el número de usuarios afectados por una avería e identificar perjuicios en equipamientos sensibles (escuelas u hospitales) y en la movilidad en la vía pública.

Redundancia en las redes de suministro

Tubería que conecta los sistemas de aguas del Ter y el Llobregat a través de la sierra de Colleserola, entre las estaciones distribuidoras de la Trinitat (Barcelona) y la Fonsanta (Sant Joan Despí).

Una red de suministro en forma de malla es capaz de mantener el servicio gracias a la redundancia de sus elementos, aunque en un punto se vea afectada por un corte. En este sentido, se han llevado a cabo proyectos para garantizar el suministro de agua potable, como la interconexión de los depósitos de cabecera de las redes del Ter y del Llobregat o la planificación de las inversiones y las actuaciones en las diferentes cotas de presión para asegurar el abastecimiento a todos los puntos de la ciudad.

Otro ejemplo de redundancia en los servicios urbanos es el protocolo que se ha establecido para que, en caso de avería, la provisión de gas natural comprimido –el combustible que utiliza parte de la flota de autobuses y de los vehículos de recogida de basura– se pueda compartir entre sus respectivas empresas.

Una red de cooperación internacional

La Fundación Rockefeller ha seleccionado a Barcelona, entre más de 330 candidaturas, como una de las 35 nuevas ciudades que se incorporan a la red de ciudades resilientes 100RC.

© Oriol Malet

La pertenencia de Barcelona a la red 100RC (100 Resilients Cities), aprobada recientemente, permitirá a la ciudad acceder a herramientas, financiación, asistencia técnica y otros recursos para la construcción de la resiliencia urbana. La red constituye un grupo internacional de vanguardia que incluye a ciudades como París, Londres, Singapur, Bangalore, Ammán o Chicago. Creada en 2013 por la Fundación Rockefeller, que aporta la financiación, 100RC es una organización sin ánimo de lucro dedicada a ayudar a ciudades de todo el mundo a desarrollar la resiliencia para afrontar de manera proactiva los grandes retos del siglo xxi.

ONU-Hábitat ya había reconocido también a Barcelona en 2013, al escogerla como sede mundial de las oficinas de su City Resilience Profiling Programme, en el que la ciudad participa activamente junto con otras nueve urbes. Este programa de cooperación internacional se ha marcado como objetivo, hasta diciembre del 2016, establecer un marco de análisis y probarlo con datos empíricos para calibrar la resiliencia de las ciudades participantes e implementar herramientas de software y de interfaz que permitan conectar todos los datos. El objetivo final será definir unos estándares globales de resiliencia urbana y consensuar un nuevo marco normativo que permita monitorizar los sistemas urbanos a escala global.

“Barcelona tiene un concepto de resiliencia muy transversal, ya que no se limita a servicios de infraestructura, sino que también integra los servicios sociales y sanitarios. Ante una emergencia hay que integrar a todos los actores relacionados. Es una aproximación holística. Eso es lo nuevo del modelo de Barcelona”, explica Maíta Fernández, coordinadora del City Resilience Profiling Programme de ONU-Hábitat. “Si se produce un accidente con muertes, los servicios sociales atienden a los familiares y hacen un seguimiento posterior más allá de la media hora del atestado. A partir de aquí los derivan a los servicios que correspondan. Se hace lo mismo con aquellas personas que sufren un incendio en el domicilio y se quedan sin casa”, apunta.

El obstáculo que han de vencer los técnicos de resiliencia a la hora de aplicar sus programas es que las inversiones que piden a menudo son difíciles de justificar. ¿Cómo puede un gobierno municipal destinar una inversión a proteger la ciudad de un mal que aún no ha ocurrido? “El político siempre tendrá otras prioridades. Con todo, programas como el de ONU-Hábitat deben servir para medir unos estándares que permitan hacer frente a las amenazas del futuro, desde las derivadas del cambio climático hasta los ciberataques de los hackers o del terrorismo fundamentalista”, asegura Fernández.

Pensamiento global, fabricación local

Cada vez más personas viven en las ciudades y están más conectadas, pero solo las sociedades productivas podrán decidir su futuro. En Barcelona se ha iniciado un plan para poner la tecnología al alcance de todos y permitir a la comunidad trabajar unida.

© Pere Virgili
Vicente Guallart, arquitecto jefe del Ayuntamiento y fundador de la red barcelonesa de fab labs.

Neil A. Gershenfeld es profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y director del Center for Bits and Atoms (CBA) del mismo instituto, un laboratorio asociado al MIT Media Lab. Sus trabajos de investigación se centran principalmente en estudios interdisciplinarios relacionados con la física y la informática, en campos como la computación cuántica, la nanotecnología y la fabricación personal. Gershenfeld es uno de los más destacados defensores de esta noción de fabricación personal y ha sido fuente de inspiración para muchos científicos e ingenieros implicados en fab labs (laboratorios de fabricación a pequeña escala) de todo el mundo. Vicente Guallart, por su parte, es arquitecto jefe del Ayuntamiento barcelonés y fundador de la red local de fab labs, así como autor de La ciudad autosuficiente (RBA, 2012), un esclarecedor ensayo sobre el futuro de las urbes, que reseñamos en la sección de libros de esta misma revista. Hemos tenido ocasión de entrevistarles durante la décima Conferencia Internacional de Fab Labs y el Fab Festival, celebrados en Barcelona.

Sr. Gershenfeld, usted afirma que la revolución digital aún no ha llegado al mundo físico. Actualmente se está pasando de programar bits a programar átomos. Hemos alcanzado la primera etapa de la revolución digital, pero todavía nos queda pasar a otro nivel. ¿En qué punto nos hallamos ahora?

Neil A. Gershenfeld: Existe una analogía histórica muy precisa que nos muestra dónde nos encontramos en estos momentos. La evolución de los ordenadores comenzó con los grandes ordenadores centrales; en una segunda etapa se desarrollaron los miniordenadores; luego llegó el hobby computer y, por último, el ordenador personal. Esta es la historia de la comunicación digital y de la informática. Ahora estamos reproduciendo los pasos de esta historia en el ámbito de la fabricación. En una etapa inicial habríamos tenido las grandes máquinas y las fábricas, y ahora estaríamos en la era equivalente a la del miniordenador. Los fab labs funcionan como los miniordenadores; y fue justamente en el momento histórico de los miniordenadores cuando se inventó internet.

Actualmente los fab labs ya trabajan con máquinas que fabrican máquinas, es decir, son fab labs que fabrican fab labs –lo que correspondería a la etapa de los hobby computers. La investigación que estamos llevando a cabo desembocará en el fabricante personal, pero esto, una máquina que pueda fabricar cualquier cosa, todavía está en fase de experimentación. No obstante, la historia nos enseña que no hubo que esperar veinte años desde la invención del PC para empezar a usar internet. Por lo tanto, la revolución ya la tenemos aquí. Nos quedan todavía muchos años de trabajar sobre esta tecnología, pero la revolución ya ha llegado.

Sr. Guallart, en su ensayo La ciudad autosuficiente usted hace una afirmación sorprendente: “Internet ha cambiado nuestras vidas, pero no nuestras ciudades”. ¿Cómo cambiará la revolución digital nuestro modo de vida?

Vicente Guallart: La arquitectura de las ciudades es lo último que cambia cuando una sociedad sufre una transformación como la que estamos viviendo ahora. Por lo general, construimos nuestra idea de la sociedad en base a las tecnologías con las que contamos en un momento y un lugar determinados. En el siglo xxi estamos todos conectados globalmente y, gracias a internet, tenemos acceso a todo tipo de información generada en cualquier lugar del mundo, lo cual nos permitirá fabricar nuestros propios productos de forma autosuficiente. Aún no hemos llegado a ese punto,  y solo seremos capaces de producir a escala local si estamos conectados a escala global. Sentimos que se perfila un gran cambio en el horizonte, pero todavía no se ha materializado. Nos damos cuenta de que vivimos de modo diferente y de que usamos la tecnología de una forma innovadora, pero el modo en que las ciudades conciben la idea de las fabricaciones y el sistema de producir los alimentos y de reciclar los materiales apuntan a un cambio mayor, por lo que estamos a la espera de que lleguen las tecnologías transformadoras. Sabemos que la forma de desenvolvernos y producir energía va a cambiar en un futuro próximo.

N.G.: Hoy en día nuestras ciudades importan bienes y producen basura que solo podemos reciclar en parte. Seguimos inmersos en el modelo PITO (Product In, Trash Out: traemos productos, sacamos basura), pero estamos avanzando hacia un nuevo modelo en que el flujo de información será la clave. El modelo DIDO (Data In, Data Out: entrada de datos, salida de datos) permitirá que la información fluya para que la producción pueda ser local. Si reducimos el flujo de materia, se incrementará el flujo de información.

¿Y cómo se va a producir ese cambio?

V.G.: En un futuro próximo, todas las casas y los negocios de la ciudad deberán estar conectados a internet. La nueva ciudad tendría que ser una metrópolis de barrios, donde todo el mundo pudiera ir andando al trabajo o a la panadería, la piscina o el fab lab. Barcelona está llevando a cabo un plan para contar con un fab lab en cada distrito y crear una red pública que ponga la tecnología al alcance de todos.

© Pere Virgili
Neil A. Gershenfeld, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y director del Center for Bits and Atoms.

Se ha dicho que el primer fab lab del MIT surgió casi de modo accidental. ¿Cómo fue?

N.G.: La respuesta es muy simple. Recibimos una gran subvención de la Fundación Nacional de Ciencia; para justificarla nos pidieron que les mostráramos el impacto social de la investigación y con este fin creamos un laboratorio, que no ha dejado de crecer en los últimos diez años. Barcelona ha sido uno de los primeros y más importantes laboratorios de este proceso, ya que la ciudad tiene una fantástica historia de diseño y un 50% de desempleo juvenil. Aquí coexisten una gran base de conocimientos y una economía rota, y lo que está sucediendo en los fab labs de Barcelona y en este encuentro internacional es auténticamente relevante, porque de hecho se está creando una nueva economía que desafía los supuestos fundamentales del sistema económico –de aquí y de todo el mundo. Barcelona se convierte en una auténtica ciudad líder en este fenómeno: la fabricación digital lleva a la fabricación personal, que, a su vez, da lugar a una nueva economía.

Vicente, ¿cómo ha dado forma el MIT al fab lab de Barcelona? ¿Qué tipo de inspiración ha representado?

N.G.: Bueno, permítame que le corrija la pregunta. Lo empezamos en el MIT, pero el laboratorio de Barcelona es mayor. La noción de los fab labs la ha inventado el mundo entero. El MIT fue una semillita en la que todavía participamos, pero lo que sucede en un fab lab es el resultado de la colaboración de una comunidad global.

V.G.: Neil siempre dice que el MIT es un lugar seguro para personas raras. Nosotros somos algunos de esos raros que se pusieron a pensar cómo inventar el futuro. Tengo cierta experiencia previa en producción digital, pero nos dimos cuenta de que si no éramos capaces de trabajar en colaboración con otras personas, nunca seríamos capaces de producir nada y nos limitaríamos a ser consumidores. Creamos un laboratorio, y el Máster en Arquitectura Avanzada surgió cuando pudimos trabajar con Neil para crear juntos el proyecto Media House. La idea de un fab lab es que haya una comunidad con la que se compartan ideas y soluciones a partir del mismo tipo de tecnología, y desde ese punto de vista estamos tratando de aprender todo lo posible del MIT. Procedemos de la tradición cisterciense, que surge en la Edad Media cuando los monasterios se copiaban unos a otros. Decidimos copiarnos a nosotros mismos en otros laboratorios, aquí en Barcelona y también en Lima o en Adís Abeba, y así nos convertimos en una especie de socios proactivos de la Fab Academy para posibilitar la revolución.

Fab labs en África. Una niña en la Ghana rural, Valentina, de ocho años, puede fabricar ella sola algo para cuyo montaje se necesita a varias personas… Ahora tres estudiantes del MIT están ampliando la innovación de una niña africana de ocho años…

N.G.: Lo importante no son los estudiantes del MIT, que al fin y al cabo serán solo unos pocos miles, mientras que en el planeta hay miles de millones de personas. La fuerza de los fab labs es que puede encontrarse exactamente el mismo perfil de persona creativa y brillante tanto en aldeas rurales africanas como más allá del círculo ártico. La industria de la educación avanzada actual no abarca todo el potencial de inteligencia del planeta. Por lo tanto, no se trata de cambiar el MIT, sino de ampliarlo. Hay personas aptas en todo el mundo, pero carecen de un lugar propio, y esa es la laguna que intentan cubrir los fab labs.

Así, ¿qué pueden hacer los fab labs por la democracia?

V.G.: Estamos en una crisis global que afecta tanto a nuestra forma de trabajar como a la de organizarnos. Avanzamos hacia un mundo en el que la mayoría de la gente vivirá en ciudades y estará cada vez más conectada, pero solo los países y las ciudades productivos serán capaces de decidir su futuro. Por esa razón Barcelona ha decidido crear un plan similar al que se desarrolló hace cien años con las bibliotecas, para establecer un laboratorio en cada distrito del mismo modo que ya tenemos bibliotecas, escuelas, centros de salud, etc.

Hace poco visité la biblioteca pública de Boston y en la entrada vi el lema Free to all [Accesible para todos], una invitación a compartir el conocimiento académico que se les hace a los ciudadanos. Tradicionalmente la tecnología ha estado recluida en las universidades, pero decidimos que había que ponerla al alcance de todo el mundo y para ello hemos creado una red que permite a la comunidad trabajar en equipo, algo fundamental para garantizar al pueblo su derecho a decidir el futuro por sí mismo. Hay mucha gente que pide una revolución; pues bien, nosotros ya la estamos llevando a cabo dándoles a los ciudadanos el poder y las herramientas necesarias para conectarse con otras personas y compartir conocimientos. También queremos reforzar el paper de las ciudades, ya que a menudo se han colapsado –económica e intelectualmente– al enfrentarse a su futuro. Tras la Segunda Guerra Mundial la economía avanzó impulsada por  la democracia, sobre todo en Estados Unidos, y el crecimiento fue general. Pero ahora el dinero procede de lugares no muy democráticos, como China, Rusia u Oriente Medio. Necesitamos inventar otras maneras de gestionar la economía para potenciar la democracia y hacer que se le una el crecimiento económico.

¿Cuáles son los principales obstáculos que hacen que las ciudades sean reticentes al cambio o contrarias a la aparición de nuevas formas de organización urbana? Parece que la lógica de las grandes empresas es que las personas han nacido para consumir y no para crear tecnología…

N.G.: No, ese no es exactamente el problema. Recuerde que cuando apareció el ordenador personal las principales empresas informáticas fracasaron porque consideraron el ordenador como un simple juguete y no se sintieron amenazadas. Del mismo modo, los grandes gobiernos o los grandes negocios no se sienten amenazados por los fab labs. El mayor desafío para los fab labs no es la confrontación, sino la construcción de una capacidad organizativa sobre la que basar esta revolución. Creamos la Fab Foundation y la Fab Academy para apoyar esta red en crecimiento, y proyectos como el que Vicente dirige en Barcelona están desarrollando la infraestructura cívica. Es una auténtica invención: él idea modos de organizar la ciudad en torno a una nueva noción de infraestructura. Y esa es la limitación de inventar una ciudad, ya que si, cualquiera puede hacer cualquier cosa, ¿cómo se puede vivir, trabajar y jugar?

En un artículo publicado en la revista Foreign Affairs en 2012, usted afirmaba que las grandes expectativas generadas por las impresoras 3D se pueden comparar con el interés que los periódicos mostraron por los microondas en los años cincuenta, cuando se consideraron un sustituto de las cocinas. Ahora sabemos que los microondas han mejorado nuestra vida, pero seguimos necesitando el resto de utensilios para cocinar. Los fab labs serían la cocina y los microondas solo las impresoras 3D.

N.G.: La investigación que hacemos en el MIT consiste en reunir todas las herramientas en un fab lab y fusionarlas íntimamente, estructurando las propiedades de los materiales. Ahora mismo se exagera un poco en los medios de comunicación con las impresoras 3D, algo bastante tonto, porque los periodistas que escriben esos artículos ni  siquiera las emplean. La revolución que está en marcha es la de la fabricación digital, que implica convertir datos en cosas y cosas en datos, y la impresora 3D es solo una pequeña parte de un gran proceso.

En Barcelona hemos celebrado el tricentenario del asedio a la ciudad. Es posible que haya visto el espectáculo M.U.R.S. de La Fura dels Baus. La idea del sitio es relevante para la invención de los fab labs, pues su objetivo es crear ciudades más autosuficientes, como señala el título de la obra de Guallart. Si volviésemos a vivir un asedio deberíamos poder producir nuestros propios productos…

V.G.: El título original del libro era La ciudad autosuficiente conectada. La idea es evitar el aislamiento. Si queremos ser los líderes de nuestro futuro tenemos que impulsar la producción local, y esto solo lo conseguiremos si estamos conectados con el mundo.

N.G.: Barcelona ya vive en estado de sitio. La economía está hecha pedazos, y vuestro dinero y vuestros puestos de trabajo se los quedan personas que viven muy lejos de aquí. Y es ahora mismo cuando eso está ocurriendo.

¿Cómo imaginan la ciudad del futuro?

N.G.: Pensamiento global, fabricación local.

V.G.: La ciudad del futuro será multiescalar porque será una red de ciudades. Todos estaremos conectados y eso, de algún modo, implica que viviremos en diferentes lugares al mismo tiempo. La ciudad del futuro será una metrópolis de barrios; en vez de estar formada por un centro rico y una periferia pobre dispondrá de muchos barrios con la capacidad y las instalaciones adecuadas para producir casi todo.

¿Cuánto de lo que lleva puesto lo ha producido usted mismo?

N.G.: Al llegar aquí usted, yo estaba trabajando en el software para controlar las máquinas que fabrican máquinas, es decir, los procesos de ingeniería. Llevo puesto este portátil, que contiene un software que es mi trabajo actual. Estoy más interesado en los flujos de trabajo del laboratorio que en los productos del laboratorio: esto es lo que llevo encima.

¿Y usted, Vicente?

V.G.: Me llevo a mí mismo…

N.G. (interrumpiendo): No, no. Déjame responder por ti. Lo que llevas encima es la ciudad. Contemplad este vestíbulo, contemplad a Barcelona, rebosante de fab labs. Creo que la respuesta adecuada es que Vicente lleva puesta Barcelona.

El riesgo de que los humanos nos volvamos robots

Carme Torras es profesora en el Instituto de Robótica, donde lidera una línea de investigación en el ámbito de la percepción y la manipulación. Junto a su carrera científica ha desarrollado una obra literaria singular: con la novela La mutació sentimental ganó en 2007 el Premio de Ciencia-Ficción Manuel de Pedrolo.

© Pere Virgili

Usted es una de las investigadoras más reconocidas de Europa en el campo de la robótica, un ámbito de investigación relativamente reciente. ¿Cómo se inició en esta disciplina?

Una vez acabada la carrera empecé a trabajar en una empresa multinacional, pero a mí me motivaba más la investigación y continuar aprendiendo. Gracias a una beca Fulbright pude estudiar en la Universidad de Massachusetts, Amherst. En aquel momento me interesaba sobre todo el cerebro, la inteligencia artificial. En Amherst me centré en temas de brain modeling, y fue cuando tuve al profesor Michael Arbib como director de tesis de máster.

¿Y cuál era el foco de esta tesis?

Investigaba la modelización neuronal. Trabajábamos con neurólogos del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. En concreto, yo modelaba el sistema nervioso de un cangrejo de río. Con unas pocas neuronas puedes modelizar el aprendizaje, tanto a escala física como química. El objetivo de mi investigación entonces era saber cómo aprendemos, cómo adquiere conocimiento el cerebro.

No debió de ser fácil continuar en esa línea de investigación.

Era difícil, porque necesitaba un laboratorio que no teníamos. Pasé a estudiar inteligencia artificial y robótica. Entonces el Instituto de Robótica, que había sido fundado por Gabriel Ferraté, se llamaba Instituto de Cibernética, y ya era un centro compartido entre el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), las dos instituciones para las que trabajo.

El instituto tiene cuatro líneas de investigación. En primer lugar, la de cinemática y diseño de robots, la más próxima a la mecánica. En segundo lugar, la de robots móviles, centrada en robots urbanos exteriores. Después está la de control de procesos, que trata la distribución de agua, las redes eléctricas, las pilas de combustible, etcétera. Y, finalmente, la investigación en percepción y manipulación, que es la línea que dirijo. Inicialmente trabajé en cinemática y programación de robots industriales. Ahora, en cambio, me dedico a la robótica cognitiva con aplicaciones sociales.

¿En qué consiste exactamente la robótica cognitiva?

En la aplicación de técnicas de la inteligencia artificial a la robótica. Y se propone mecanizar en un robot las acciones que los humanos hacemos naturalmente, como la planificación de tareas o la percepción y manipulación de objetos.

¿Qué entendéis por percepción y manipulación?

Queremos decir que el robot debe poder hacerse una buena representación del entorno y del usuario. Trabajamos en un ámbito doméstico, en la robótica asistencial y de servicios. Esto tiene unos condicionantes muy diferentes a los de la robótica industrial. En primer lugar, los robots que se mueven en ámbitos humanos tienen que ser mucho más seguros, nunca pueden hacer movimientos bruscos que supongan un peligro para el usuario. En segundo lugar, tienen que ser programables por una persona no experta. Por ejemplo, la persona puede enseñar al robot a batir un huevo con una simple demostración, y el robot tiene que ser capaz, gracias a unas cámaras de profundidad, de adquirir esa información y aprender las destrezas básicas que se le piden.

¿Habéis creado ya un robot que nos prepare la comida?

El robot que cocina se encuentra todavía en fase de investigación. No hace mucho llevamos a cabo un proyecto europeo, llamado Paco-Plus, con el que conseguimos que un robot quitara la mesa y pusiera los platos en el lavavajillas. No estaba pensado para hacer transferencia a la empresa privada, pero se implicaron hasta nueve centros de investigación.

¿Era un proyecto internacional?

Sí, estamos bien integrados en la comunidad robótica internacional. Últimamente hemos participado en tres proyectos europeos dentro del ámbito de los sistemas cognitivos. En el proyecto Paco-Plus, liderado por la Universidad de Karlsruhe, participaban grupos de Dinamarca, Suecia, Holanda, Bélgica, Inglaterra y Eslovenia. El proyecto GARNICS, liderado también por un grupo alemán, tenía como objetivo hacer un robot jardinero capaz de tomar muestras en grandes plantaciones con el fin de optimizar el rendimiento. Y el proyecto vigente IntellAct, acrónimo de Intelligent Action, se plantea enseñar a los robots tareas de manipulación simplemente ejecutándolas ante ellos y corrigiéndolos cuando las reproducen por imitación y no lo hacen del todo bien, igual que haríamos con un aprendiz.

¿Los robots domésticos pueden llegar a tener sentimientos?

Hay quien trabaja para dotar de emociones a estos robots cognitivos, para hacerlos más sociables y amigables. Por ejemplo, en Japón ya se trabaja mucho en formar robots cuidadores para atender a las personas mayores o a los niños, hecho que yo cuestiono. Es bueno que los robots amplíen nuestras capacidades, pero no me gusta que se utilicen como canguros de los niños. A la larga podría ser perjudicial si los niños disponen de los robots como esclavos, y no se ven en la obligación de negociar como harían jugando con otros niños. ¿Cómo aprenderán la empatía si no tienen a alguien delante que responda de manera emocional?

¿Qué tipo de robots deberían tener los niños, entonces?

Un robot, en mayor o menor medida, puede afectar al desa­rrollo de las relaciones interpersonales del niño. Un chico que solo juegue con un robot no tendrá la retroalimentación emocional necesaria que genera la empatía. Aprendemos las emociones viéndolas en los demás. Al fin y al cabo, como dice Robert C. Solomon, son las relaciones que vamos construyendo las que a su vez nos modelan. También es cierto que los robots o los juegos pueden estimular el multitasking, una capacidad que las generaciones jóvenes tienen muy desarrollada, pero que va en detrimento de la capacidad de concentración, porque están pendientes de mil estímulos al mismo tiempo. Es una actitud vital que les entrena las capacidades sensoriomotoras, los reflejos en la conducción, el estímulo-respuesta, pero, en cambio, les disminuye la capacidad de entrar a fondo en un problema. Esto lo ves también en las nuevas generaciones de investigadores: las máquinas les generan unos gráficos tan precisos y los algoritmos les dan una respuesta tan automática que a menudo pierden el sentido físico de lo que están haciendo.

Todavía hoy son más peligrosas las personas que los robots.

El peligro no es que los robots se vuelvan muy humanos y nos ataquen, sino que los humanos se roboticen, que limiten sus acciones al mundo simulado en el que viven los robots. Los robots tienen que ampliar las capacidades de las personas y darnos más autonomía, en lugar de disminuírnosla.

En su novela La mutació sentimental aparece un robot con una prótesis de creatividad, pensada para cuestionar al usuario y estimularle el ingenio.

Nos tenemos que preguntar si queremos robots que nos hagan los trabajos y que dejen a los humanos arrinconados o, por el contrario, queremos robots que nos estimulen y nos hagan crecer como personas. “Los robots malcriadores hacen personas malcriadas, los robots esclavos hacen déspotas y los robots entretenedores privan del cerebro a sus propietarios ”, dice un personaje de la novela. Deberíamos tener una opinión sobre qué tipo de robots queremos; en caso contrario, no tendremos ningún control sobre qué nos venderán. Hay que empezar a pensar diferente sobre el uso y el sentido de los robots. Las máquinas nos van cambiando las capacidades cognitivas y es importante ser consciente para decidir qué capacidades queremos tener. No podemos controlar fácilmente nuestra reacción a los estímulos, pero sí seleccionar y escoger qué estímulos queremos recibir y por qué robots queremos ser modelados. Y aquí la sociedad tiene mucho que decir, porque las empresas irán a vender lo que les convenga y los usuarios tienen que saber discernir qué les conviene de verdad, tanto si hablamos de una muñeca como de un mayordomo.

Se necesitará hacer mucha pedagogía para despertar esta conciencia.

Yo empecé a escribir La mutació sentimental justo por este motivo. Hay científicos que todavía aspiran a crear el robot perfectamente autónomo, capaz de crear su propia organización y fijar sus objetivos; incluso se fabrican robots con cuerpos programados para crecer. No les veo sentido a  estos experimentos sin plantearnos las consecuencias. Dicho de otro modo, hay quien cree que no lograremos una inteligencia artificial desarrollada hasta que no creemos sistemas completamente autónomos. Yo, en cambio, creo que los robots tienen que estar al servicio de las personas. Para mí tiene mucho más sentido, por ejemplo, diseñar robots médicos capaces de ejecutar una operación de cirugía con más precisión que nosotros, que inventar un robot con metas propias.

Todo esto plantea cuestiones éticas fascinantes. Emerge la roboética…

Sí, cada vez hay más investigadores interesados en el tema, y los potenciales usuarios también van prestando más atención. En el último congreso mundial de robótica hubo una sesión abierta al público general dedicada a la confluencia con las humanidades. Fue una experiencia muy enriquecedora contrastar puntos de vista tan diversos.

¿Qué límites podemos imponer a la industria del entretenimiento en el desarrollo de robots y humanoides?

A menudo pongo como ejemplo los Tamagotchis, unos aparatos que durante una época hicieron furor entre los niños. Eran como seres vivos, que había que alimentar cada día para que no se murieran. Los Tamagotchis fueron un éxito y se vendieron mucho, pero para mí son un ejemplo clarísimo de artefacto que no aporta nada y crea una dependencia inútil. En cambio, ahora hay robots educativos que muchas escuelas han integrado en el currículum. Actualmente se celebra la First Lego League, por ejemplo, una competición mundial para niños de entre seis y nueve años y chicos de diez a dieciséis. Se compite en equipo. Unos crean el diseño, otros programan y otros cuidan de la parte sensorial. Con estos robots se pueden poner ejemplos para explicar física o matemáticas. El año pasado tres chicas catalanas formadas en nuestros talleres ganaron un premio internacional.

¿Quién formula los discursos que alimentan la roboética? ¿Es un debate abierto o está restringido a los ingenieros?

Al contrario, ahora es más necesario que nunca abrir este debate a otras disciplinas. Como decía antes, en el último congreso mundial de robótica, en Karlsruhe, se celebró un foro titulado “Robotics Meets the Humanities”. En la mesa había dos profesores de robótica, dos de humanidades, un filósofo, un cineasta de ciencia-ficción, estaba también Marcel·lí Antúnez como artista escénico que utiliza tecnología robótica, y yo misma, que moderaba la mesa. Ya se entrevé la necesidad de dibujar escenarios futuros que nos den ideas para investigar y que permitan valorar si son factibles y hacia dónde nos llevarán humanamente.

¿Cree que los sistemas autónomos deberían tener derechos?

No tiene mucho sentido concederles derechos si deben estar al servicio de las personas. Más bien han de tener deberes. Lo que sí que hay que legislar es, si un robot hace daño a alguien, ¿de quién es la responsabilidad? ¿Del ingeniero que lo ha diseñado? ¿De la empresa que lo vende? ¿Del usuario? Pongamos el caso de los drones, los robots militares.

 

¿Se puede hablar de roboética militar?

Un amigo de la NASA me contaba que ya tienen veteranos de la guerra de Afganistán o de Iraq que intervinieron en combates dirigiendo drones de forma remota. En combate no se implicaban emocionalmente con la misma intensidad, pero ahora sufren crisis de ansiedad y llegan a tener secuelas psicológicas tan graves como los veteranos de Vietnam. Si se confiara una ofensiva militar a los robots, sabiendo que se les podría imponer líneas rojas, probablemente se limitaría mucho el alcance de la destrucción, siempre que los dos bandos confiaran en los robots y que estos se atacaran entre ellos, claro. Hay mucho que discutir aquí…

¿Qué papel tendrá la robótica en la ciudad inteligente?

Los robots serán útiles para cubrir una gran cantidad de tareas. Tenemos sensores en contenedores de residuos que nos avisan de cuándo están llenos, por ejemplo. La recogida de basura se robotizará. A efectos prácticos, el contenedor será un electrodoméstico urbano. Muchas otras infraestructuras también funcionarán autónomamente. Hay un proyecto denominado Roboearth, que consiste en construir una internet para los robots, de manera que cada uno de ellos pueda invertir su pericia y sus conocimientos en un sistema central, en una nube de datos. Entonces cualquier robot tendrá acceso a toda la información modelizada. Por otra parte estamos en contacto con el Barcelona City Lab. Aquí tenemos The Humanoid Lab, un taller para iniciar a estudiantes universitarios en la programación de robots.

¿Cree que Barcelona está bien situada como smart city?

Sí, muy bien. Nuestro instituto participó en el proyecto URUS, pionero en el desarrollo de robots que guíen al usuario en entornos urbanos. Se llevó a cabo en paralelo con otro similar en la Universidad de Osaka, y las dos ciudades se hermanaron como impulsoras de los robots urbanos.

Barcelona ha firmado el Smart City Protocol y el Ayuntamiento trabaja para consolidar buenas prácticas como ciudad inteligente. ¿Cómo participáis en todo ello?

Justamente el URUS se puso a punto con un protocolo previo para definir todo lo que convenía estandarizar. Si hubiera que evacuar gente en un incendio, por ejemplo, y dispusiéramos de la ayuda de robots, sería bueno que su comportamiento fuera homologable en todo lugar, por razones de eficiencia y para que su actuación fuera comprensible por todos los usuarios. Si homologamos los protocolos podremos hacer a los robots más universales y, por lo tanto, rentabilizar la inversión requerida para fabricarlos.

De la crisis a la revolución

La nube no es un simple repositorio virtual de información que nos permite escalar costes o ahorrar espacio en el disco duro, sino que tiene un potencial emancipador para el maestro y para el alumno porque estructura la realidad y, en consecuencia, transforma nuestro modo de relacionarnos y de comunicarnos.

© Swasky

© Swasky

Los futurólogos dicen que la mitad de los oficios que ejercerán nuestros nietos dentro de cincuenta años todavía no existen. No nos encontramos ante una época de cambio, sino que nos enfrentamos a un verdadero cambio de época. Nuestro mundo tal como lo hemos conocido hasta ahora se viene abajo antes de que pueda nacer otro nuevo para apuntalarlo. Ignoramos cómo será el mundo dentro de veinte años y, paradójicamente, tenemos que formar de la mejor manera a las personas que nos conducirán a él. Vamos dando palos de ciego, pero con toda seguridad, como dice Gregorio Luri, “uno de los mejores indicadores para medir la riqueza de un país será la inversión y la calidad de su sistema educativo”.

Vivimos en plena modernidad líquida, dicen. Pero también es cierto que nos encontramos detenidos en una esclusa, justo en aquel punto en el que ya se cierran detrás de nosotros las compuertas de un pasado caduco y aún no se han abierto las que tenemos delante. Mientras esperamos que se nivelen las aguas del mundo que dejamos atrás con las del nuevo canal por el que tendremos que navegar, vivimos en el desconcierto y la parálisis. La Esclusa vendrá a ser, poco más o menos, uno de los paradigmas de nuestro tiempo.

En el campo de la educación vivimos en un doble desconcierto, que tira de nosotros en direcciones opuestas. En primer lugar, está la crisis de la figura del docente, sea maestro o profesora, desprestigiado y completamente desposeído de autoridad en un sistema escolar que ha convertido al alumno en el centro de todo. En segundo lugar, está el desconcierto originado por el nuevo campo de oportunidades abierto por la revolución digital, que proporciona nuevas herramientas y grandes facilidades de conexión, pero también pone en peligro la relación cara a cara entre el maestro y el alumno. En plena era de internet, el maestro ya no se puede limitar a impartir, y aún menos imponer, el conocimiento; tiene que hacerlo accesible, compartible, tiene que recrearlo con los alumnos, que en este momento de esclusa generacional son a menudo más digitales que los propios maestros.

En La escuela contra el mundo Gregorio Luri lamenta la deriva del sistema educativo. La beatería pedagógica imperante ha menospreciado el rigor, el esfuerzo y la educación del carácter en favor de la autonomía, la opinión y la espontaneidad del alumno. En este modelo, “el maestro pasa a ser básicamente un dinamizador del interés del alumno, mientras que las materias tradicionales se transforman en meros instrumentos del desarrollo personal”, dice Luri, que considera que se ha perdido la confianza en el sistema educativo y en la autoridad del maestro. Revisando los últimos cuarenta años de escuela activa, Luri cuestiona los principios pedagógicos de Rosa Sensat y lamenta que durante años se confundiera el activismo pedagógico con el antifranquismo: “Todo lo que no fuese fomentar la autonomía del alumno se desestimaba como si fuese un adoctrinamiento en la sumisión”. Gregorio Luri también lamenta que la escuela haya asociado valores como la excelencia al clasismo o la segregación y haya propugnado una equidad mal entendida que acaba nivelando a los alumnos por abajo. Antes el maestro solía distinguir entre la capacidad y la voluntad del alumno para poder calibrar si el fracaso era debido a la falta de capacidad o a la falta de esfuerzo. Luri lamenta que la escuela se haya convertido en “una institución terapéutica” en que se da por supuesto que el déficit de atención del alumno es involuntario y su fracaso escolar atribuible a algún tipo de trastorno que hay que diagnosticar. Luri denuncia, así, el dominio de la psicología sobre la pedagogía: “La escuela no puede confundir la psicología del aprendizaje con la pedagogía. La primera nos dice de qué modo hacemos nuestro un determinado conocimiento, pero no por qué ese conocimiento es valioso”.

¿Por qué hay que potenciar unas aptitudes determinadas? ¿Por qué conviene enseñar unos contenidos y no otros? ¿Qué competencias tiene que desarrollar el alumno? Como apunta Albert Aixalà en el artículo que recogemos en este monográfico, si definimos los objetivos a alcanzar únicamente en términos de competencias, corremos el riesgo de que se conviertan en competencias meramente tecnológicas. “Muchos alumnos ingresan en el bachillerato vigente sin haber alcanzado tan solo los rudimentos más elementales de lectoescritura”, se lamenta Aixalà. En estas condiciones se hace imposible fomentar “en nuestros alumnos el espíritu crítico, disentivo y dialógico”. El profesor, según Aixalà, más bien preferiría renunciar a sus propias competencias educativas para delegar su trabajo a un holograma de Carles Puyol o de Gerard Piqué, que seguramente harían la materia mucho más emocionante.

Ahora más que nunca, cuando el fracaso escolar se atribuye a patologías y trastornos, lo que está en juego es la relación entre el maestro y el alumno. Pero se trata de una partida que no puede jugarse sin un mínimo de atención, el único factor que hace posible matener viva la relación entre el maestro y el estudiante. De ahí que demasiado frecuentemente se delegue en psicólogos y en drogas la solución de un problema que hemos preferido medicalizar para no tener que cuestionar o reevaluar las competencias educativas.

Pero no conseguiremos centrar nuevamente esa atención a base de remontarnos al modelo de escuela tradicional, en el que el maestro impartía conocimientos de forma unidireccional desde la autoridad que le confería su magisterio. Tal como subraya Xavier Laudo, profesor de pedagogía de la UB, en su artículo “Internet, pedagogía líquida y emancipación”, “las defensas encarnizadas de una escuela transmisora de certezas que ha de protegernos de la duda permanente, tal como han hecho algunos pedagogos contra el mundo, resultan demasiado anacrónicas. Además, es un reduccionismo pedagógico atribuir los problemas que la sociedad y la escuela tienen hoy a los principios de la escuela activa”.

Atención y conectividad

En la escuela del futuro, el profesor tiene que poder volver a centrar la atención, acotando y priorizando contenidos, poniendo el conocimiento por encima de la información y el esfuerzo por encima del entretenimiento, pero tendrá que hacerlo en el contexto digital y con unas herramientas y unos materiales que probablemente no dependerán únicamente de él. En este paso de la escuela analógica a la escuela digital se corre el peligro de que la atención del alumno sea simplemente sustituida por la conexión. Pero la conexión –o la conectividad– por sí sola no garantiza esta atención indispensable para que haya transmisión de conocimiento. Si lo único que canaliza la atención es la conexión, entonces la transmisión está condenada a ser superficial y efímera. La aportación de Catherine L’Ecuyer a este monográfico nos alerta del abuso de la pantalla en la escuela. L’Ecuyer apunta un dato que es a la vez sorprendente y revelador: el colegio Waldorf americano de California, al que asisten los hijos de los grandes ejecutivos y emprendedores de Silicon Valley, se ha desmarcado del uso de pantallas en las aulas. En un ejercicio de imaginación futurista que algunos verán como reaccionario, L’Ecuyer sostiene que hay que preservar la capacidad de los niños de sorprenderse, en lugar de saturar su receptividad y su don para maravillarse con una sobreestimulación visual.

Teresa Fèrriz, profesora de la UOC, reconoce que “en el aula, la conectividad permanente no es un valor per se, pero sí que lo son las oportunidades de comunicarnos y cooperar, que aumentan exponencialmente, y, sobre todo, la implicación activa del estudiante en su propio aprendizaje que, con las metodologías y herramientas tecnológicas adecuadas, adoptan los chicos y chicas en el momento en que empiezan a trabajar colaborativamente”.

Sea como fuere, es inevitable, por tanto, que la escuela de hoy y del futuro pase por la conexión en la nube. “La escuela del futuro será digital o no será”, titula Ramon Barlam el artículo que ha escrito para este monográfico: “Habremos dejado de hablar de ‘nuevas’ tecnologías, que estarán tan integradas en nuestro día a día que, de hecho, serán invisibles.” Ahora aún estamos en mantillas, de acuerdo: tenemos pizarras digitales, aulas TIC, pero falla el Wi-Fi o no tenemos fibra óptica en las escuelas. Tampoco han llegado libros de texto multimedia que vayan más allá del PDF enriquecido. Queremos integrar las TIC, pero lo hacemos aún con tics analógicos.

Herramienta de consulta y fuente de dispersión

En la escuela tradicional, el instrumento principal de que disponía el maestro para centrar la atención en el aula era el libro de texto, que delimitaba el marco de conocimientos y competencias que debía adquirir el alumno. Para muchos estudiantes, más allá de los confines del manual escolar no existía nada. Hoy el concepto de libro de texto como guía única y universal ha entrado en crisis, sobre todo desde que internet se ha convertido en la primera herramienta de consulta y búsqueda de los estudiantes, pero también en una fuente de interferencias y dispersión.

El maestro ya no está solo ante el libro de texto, pero a los ojos del alumno tampoco es ya el único custodio del conocimiento, dado que hoy cualquier estudiante tiene potencialmente acceso a la misma cantidad vertiginosa de recursos e información. “Pese a estos cambios, el profesorado es quien sigue definiendo las reglas del juego: la incorporación de las TIC a las aulas debe responder a unos objetivos muy claros y a un estudio previo de las necesidades de los estudiantes a fin de encontrar el equilibrio necesario entre los elementos pedagógicos, tecnológicos, organizativos y contextuales”, advierte Teresa Fèrriz, que ha impulsado proyectos como LletrA o Mestresclass, encaminados a llevar la enseñanza a la nube.

La nube no es un simple repositorio de información almacenada virtualmente en la red que nos permite escalar costes o ahorrar espacio en nuestro disco duro, sino que tiene un potencial emancipador para el maestro y para el alumno. Y si la nube es potencialmente revolucionaria es porque estructura la realidad y, en consecuencia, transforma la manera que tenemos de relacionarnos y de comunicarnos.

Barcelona ya ha sido la cuna de buenas prácticas en este campo. Una, en el ámbito público, sería el proyecto Àgora, enmarcado en la Red Telemática Educativa de Cataluña (Xarxa Telemàtica Educativa de Catalunya, XTEC), que pone al servicio de alumnos y profesores un aula virtual. El proyecto Àgora ha extendido entre centros docentes y profesorado un gran interés en el uso de plataformas virtuales de enseñanza-aprendizaje y de portales dinámicos de centro. Actualmente Àgora da servicio a unos 1.700 centros y/o entidades relacionadas con el mundo de la docencia que disponen de su propia nube.

En el ámbito privado, Barcelona ha sido la cuna de Tiching, una plataforma educativa internacional que integra a padres, alumnos, maestros y escuelas en una comunidad abierta que comparte en la nube un gran banco de juegos y recursos pedagógicos gratuitos. Sus fundadores, Tomás Casals y Nam Nguyen, explican a Barcelona Metròpolis que Tiching se postula como la gran red social de la educación.

La revolución no ha hecho más que empezar.

Xavier Verdaguer: “Barcelona es como una ‘start-up’”

Xavier Verdaguer es uno de los emprendedores más creativos e internacionales surgidos de Barcelona. Ingeniero informático y arquitecto técnico por la UPF y con estudios de alta dirección en la Stanford University, se autodefine como un emprendedor en serie. Ha creado varias empresas a lo largo de su carrera, y actualmente impulsa desde Silicon Valley tres proyectos: Innovalley, dedicada al diseño de prendas de vestir inteligentes; Seven4Seven, de aplicaciones móbiles, e Imagine, un programa de creatividad para jóvenes emprendedores. Verdaguer insta a nuestras universidades y escuelas de negocio a formar a sus alumnos en habilidades emprendedoras para paliar los déficits del país en este terreno.

© Italo Rondinella

De muy joven usted ya era inventor. Existe una grabación de un capítulo del programa Joc de ciència en el que, a los doce años, ya recogía un premio por la creación de una máquina…

Sí, un pluviógrafo, un aparato para medir la intensidad de la lluvia. Aún debe de estar en el colegio de Sant Miquel dels Sants, donde entonces yo cursaba sexto o séptimo de básica. Se convocó un concurso de inventos en TV3 destinado, teóricamente, a niños mayores. Un compañero y yo participamos –mintiendo sobre nuestra edad– con un artefacto construido con elementos que había robado a mi abuela, como un despertador o un bote de barquillos. El aparato desplegaba una gráfica de la intensidad de la lluvia y funcionaba. El premio era un Commodore 64: fue mi primer ordenador, que me decantó hacia la informática. Ser emprendedor es eso, tener un sueño y luchar por hacerlo realidad, no ir al notario y firmar las escrituras de una sociedad…

Son numerosas las empresas que ha montado a lo largo de su vida. Empezó con TMTFactory.

Sí. Es la que ha hecho todo el recorrido desde que comencé solo hasta ahora, pasando por momentos duros, como cuando me arruiné en 2001 con la burbuja de las empresas puntocom. El primer encargo fue un proyecto para el Museu Marítim de Barcelona. Entonces era informático en una consultoría de ingeniería civil y empezaba a hacer cosas por mi cuenta en 3D y producción multimedia. En 1997 me presenté a un concurso del museo con un proyecto para explicar la historia del puerto de modo interactivo, haciendo un poco de trampa porque no tenía ninguna empresa constituida. La propuesta consistía en explicar mediante pantallas táctiles cómo había evolucionado el puerto en diferentes épocas. Me dieron tres meses para preparar una exposición. Tuve que crear un equipo y me encerré en mi piso de Gràcia hasta que la tuvimos ultimada. La exposición recibió el premio a la mejor producción multimedia de España y Portugal. Luego seguimos trabajando en proyectos multimedia hasta que internet fue arrinconando a los CD y nos pusimos a hacer webs. Hasta que en el año 2001…

Ha dicho que se arruinó…

Trabajaba para un único cliente, y cuando estalló la burbuja el cliente desapareció de la noche a la mañana y nos dejó a deber mucho dinero. Vengo de una familia muy humilde y no he tenido nunca un colchón financiero, de modo que la crisis nos arrastró a todos. Tuve que despedir a la veintena de trabajadores que tenía y recomenzar desde cero. El fracaso fue muy duro, porque la gente te pone en la lista negra.

Aquí el fracaso está mal visto y hay un déficit emprendedor. ¿Qué cualidades necesitamos para ser emprendedores de verdad? ¿Qué aptitudes convendría trabajar en las escuelas?

En primer lugar hay que trabajar la capacidad de comunicación de los alumnos, porque, si no, después no sabrán explicar o vender los proyectos, y por supuesto se tiene que enseñar mejor el inglés. En segundo lugar, hay que fomentar el liderazgo; el éxito también está mal visto, y a los emprendedores les falta ambición y ganas de cambiar el mundo. Falta gente que empuje y eso se les tiene que inculcar a los niños de pequeños. Aquí un emprendedor con un poco de éxito enseguida pasa a ser percibido como un empresario, término con connotaciones negativas.

¿Y en etapas más avanzadas?

En la universidad hay que fomentar el espíritu emprendedor. En Estados Unidos los profesores estimulan a los alumnos a crear empresas. Tener una experiencia emprendedora es toda una escuela, porque has de saber un poco de todo: contabilidad, relaciones públicas, planificación… No se trata tanto de formar directivos como de formar emprendedores, en todas las facultades, desde magisterio hasta farmacia. En Barcelona existen escuelas de negocio muy buenas que tendrían que desviar la formación de directivos hacia habilidades emprendedoras o se quedarán atrás. Aquí los investigadores universitarios trabajan para obtener prestigio científico; en Estados Unidos siempre tienen el horizonte de emprender. La investigación universitaria catalana se tendría que hacer en clave de mercado, para atraer inversiones, con objetivos más pragmáticos. En Estados Unidos las universidades tienen menos trabas administrativas si quieren, por ejemplo, montar una spin-off para crear una empresa. El rector de Stanford, sin ir más lejos, forma parte del consejo de administración de Google. Aquí sería impensable que el rector de una universidad estuviese en el consejo de administración de una gran empresa. Hay una enorme barrera entre la universidad y la empresa, lo que dificulta la transferencia de conocimiento y tecnología.

Nicholas Taleb, autor del libro The Black Swan, dice que el siglo XX ha sido el siglo del fracaso de la utopía social, y que este será el del fracaso de la utopía tecnológica…

Mi discurso sobre la tecnología es más optimista. La tecnología es imparable. Internet se propaga a gran velocidad y hará que todo llegue más rápido a todo el mundo. Un masai con un móvil conectado a internet tiene más información que Ronald Reagan hace veinte años cuando era presidente de Estados Unidos. Ahora apenas una cuarta parte de la humanidad está conectada a internet, pero en 2020 ya serán tres cuartas partes. Esta penetración de internet a bajo coste democratizará muchos activos del primer mundo, como el acceso a la educación y a la información.

© Italo Rondinella

Hace unos años puso en marcha el proyecto Imagine, que pretende motivar a jóvenes emprendedores de aquí en proyectos y llevarlos a pasar una temporada a Silicon Valley. ¿En qué consisten estos proyectos?

Estamos trabajando en tecnología para potabilizar agua, un encargo de Unilever, multinacional con una fundación muy potente detrás. Ven que dentro de unos años no habrá suficiente agua para todos y nos piden que hagamos una propuesta de ahorro. Hemos creado un equipo de tres jóvenes con perfiles muy distintos: una matemática, un publicista y un creativo. Ninguno de ellos tenía conocimientos de gestión medioambiental. La matemática desarrolló un índice para medir el consumo responsable de agua, que contempla la masa demográfica, la industria y las necesidades del entorno. El publicista propuso organizar un concurso mundial de ciudades –180, entre ellas Viladecans, donde la empresa tiene una sede–, que competirán para mejorar su índice de consumo. Para motivar a la colectividad se instala un elemento urbano en la plaza mayor de cada ciudad, de modo que sus habitantes puedan seguir la evolución del índice. A partir de aquí se pide que la gente proponga medidas concretas de ahorro. La idea de nuestro creativo, por ejemplo, consiste en ducharse con una canción de cinco minutos como máximo. Está comprobado que si limitas la ducha a la duración de una canción, puedes reducir el consumo habitual de agua de 160 litros a 80. Se trata de extender medidas que motiven colectivamente a la gente.

Esta motivación colectiva es indispensable si queremos dar el paso hacia las smart cities, un nuevo paradigma de interacción con el entorno que solo será posible si hay una hiperconectividad entre la gente. Conectividad no significa cohesión social. Quizás con la tecnología no basta…

Claro, la tecnología no puede ser nunca un fin en sí mismo, sino un medio. Nos ofrece una serie de nuevas posibilidades que se concretarán en lo que ahora llamamos la internet de las cosas, pero serán elementos más decisivos el uso que la gente haga de ellas y de qué modo aprovechamos las oportunidades que se abren para cooperar y sumar información. Una persona tiene media idea y otra puede tener la otra mitad. Las redes sociales propician la conectividad y por tanto la creatividad, pero la tecnología por sí sola no sirve para nada.

¿Y es solvente Imagine como empresa?

No es un negocio, sino más bien un proyecto abierto. Hasta ahora ha sido el de más éxito, en el sentido de que la transformación de las personas que han participado en las tres ediciones ha tenido un retorno emocional. Imagine ha sido un punto de inflexión en su vida. Han vivido una experiencia muy intensa que después les ha ayudado a transformar el entorno.

 

También ha creado una comunidad muy internacional con el proyecto Supertramps. ¿Cómo empezó esta aventura?

Hace unos años me llevé un susto con la salud, pero superé el problema. Entonces, mientras me reponía, opté por tomarme un año semisabático y trabajar más pausadamente. Me propuse viajar por el mundo durante seis meses, cargándome de visados y vacunas, pero sin pagar ni una noche de hotel. Hacía couchsurfing. Yendo de un sofá a otro, llegué a la India y Nepal. Durante aquellos meses compartí con la gente con la que me encontraba fotos de personas con los brazos abiertos. A estas fotos, que colgaba en Facebook, las llamábamos supertramp. Se han ido propagando por todas partes y ahora cada día recibo una docena de fotos de supertramps de desconocidos en la página de Facebook supertrampspage, que ya tiene 3.500 amigos. Para mí la felicidad no es real hasta que no se comparte.

Su viaje acabó cuando se instaló en California para estudiar en Stanford, donde realizó un máster. Y a continuación, en 2010, fundó Innovalley, una empresa dedicada al desarrollo de ropa inteligente.

Sí. Innovalley fusiona creatividad y moda catalana con tecnología americana. Por ejemplo, confeccionamos ropa para motoristas con GPS incorporados que, a través de unos sensores, te informan de si has de girar a la derecha o a la izquierda. Empezamos fabricando accesorios con una marca propia, pero desde hace un tiempo hemos decidido trabajar para grandes marcas de moda y de accesorios. Trabajamos en proyectos de investigación de largo recorrido y, por lo tanto, tardaremos en ver algunos productos en el mercado, pero nos los pasamos muy bien probando los prototipos.

Alguna vez se ha definido como “serial entrepreneur”. ¿Tiene más perfil de emprendedor que de empresario?

Sí, a mí me atrae más generar ideas nuevas de negocio, diseñarlo, montar un equipo que funcione y lograr que arranque, y una vez hecho esto pasarlo a un equipo de gestión.

Es muy americana esta distinción entre emprendedor y directivo, ¿no?

Sí. Habría dos modelos: el que emprende y dirige para siempre aquel proyecto, algo más propio de aquí, y el modelo del fundador, que es creativo pero después se desentiende de la gestión.

¿Qué nos falta en Barcelona para adquirir o contagiarnos de este espíritu emprendedor?

En primer lugar, un vuelo directo a San Francisco. Ahora mismo el Mobile World Congress nos convierte en la capital mundial de la telefonía móvil. Barcelona está muy bien posicionada en este sector, que es un sector en el que prevalece el talento, y disponemos de mucho. Tenemos que crear en Barcelona un clúster de emprendedores.

Al fin y al cabo nos encontramos en plena globalización. ¿Qué puede hacer en California que no pueda hacer aquí?

Mire, es cierto, el lugar no lo es todo. Para empezar deberíamos preguntarnos por qué Israel es el segundo país del mundo con más empresas cotizando en el Nasdaq. Aún nos falta cultura emprendedora. Cataluña es la tercera potencia investigadora europea en el ámbito científico. Tenemos talento y gente con dinero que no invierten suficiente en talentos de aquí. Barcelona es como una start-up. Hemos tenido rachas interesantes, pero ahora tenemos oportunidades. Barcelona es hoy una marca de creatividad asociada a muchas cosas: el fútbol, la cocina, la arquitectura, el diseño…, y parece que no nos damos cuenta. Los sectores tienen que reinventarse. Está en nuestras manos decidir hacia dónde queremos ir.

¿Es reproducible aquí el ecosistema de Silicon Valley?

Cualquier lugar en el mundo es bueno para emprender, pero hay determinados ecosistemas que son mejores que otros. Es más difícil emprender en Barcelona que en San Francisco, donde hay inversores, oportunidades y maquinaria a punto para que las ideas con equipos se conviertan en negocio… En San Francisco hay un entorno muy positivo y se aprende mucho más. Encuentras a gente muy capacitada, que a la vez es muy accesible. Aquí, en cambio, para llegar a hablar con según quién tienes que pasar por muchos filtros…

 

¿Qué nos falta, pues?

Cultura del fracaso. Y cultura del éxito… Si aquí alguien tiene éxito, enseguida pasa a estar bajo sospecha. Y cultura del riesgo: tenemos que apasionarnos con lo que hacemos, tenemos que trabajar con una actitud mental más positiva. Si en Estados Unidos te quedas sin trabajo, no tienes ningún subsidio de paro, pero la gente se espabila. También nos falta la cultura del mentoring. Nos falta sumar esfuerzos y cooperar mucho más. Miramos demasiado hacia España; Cataluña debe mirar al mundo, y aportar. Nuestro mundo es el mundo. A veces pienso que ojalá España declarase un boicot a nuestros productos, porque esto nos obligaría a vender fuera, y nos espabilaríamos.

Usted, que es emprendedor, ¿cree que una Cataluña independiente saldría adelante sola?

No lo sé, pero me gusta compartir este sueño colectivo. Soñar y luchar por un sueño es una actitud emprendedora. Con una actitud así podemos conseguir grandes cosas y ser más felices, tanto en el ámbito empresarial como en el personal, y también si se trata de construir el futuro de un pueblo. Emprender es un buen camino hacia la felicidad.

Si volviera a vivir en Barcelona, ¿en qué tipo de negocio se centraría?

Seguramente me dedicaría a la telefonía, o a temas sociales, o quizás a ambas cosas ligadas. Hay un emprendimiento emergente, el social, que no tiene por qué ser nonprofit por definición. En Barcelona existe un gran potencial de innovación social que tenemos que descubrir e impulsar. Se ha creado el Hub Candidate Barcelona, una plataforma que pretende conectar, promover y potenciar las grandes ideas de los emprendedores sociales. La Iniciativa Hub Barcelona pertenece a una red global de 31 hubs extendida por los cinco continentes cuya misión es cambiar el mundo aplicando modelos de negocio sostenibles, extensibles y reproducibles. Todo un ecosistema de innovación social.

Tecnología y felicidad

Además de los proyectos que tiene ahora mismo en curso, Xavier Verdaguer ha fundado a lo largo de su carrera otras empresas como TMTFactory (contenido multimedia y asesoría para proyectos digitales), BCNMedia (producción multimedia), IntegraTV (televisión interactiva), Smart Point (sistemas de puntos de información) y Bconsulting (desarrollo de software). El creativo es international partner de Barcelona Global e impulsor de la iniciativa San Francisco – Barcelona Sisterhood. Ha sido galardonado con el premio del Emprendedor de Barcelona Activa y con el premio al mejor joven emprendedor creativo de 2010, otorgado por la Joven Cámara Internacional (JCI). También es el impulsor del proyecto Supertramps (www.supertramps.ws), para compartir en la red momentos de felicidad.

Barcelona wiki

Antes del estado del bienestar la gente establecía lazos de cooperación que tomaban diversas formas organizativas. Las cooperativas obreras, las escuelas parroquiales o anarquistas, las mutuas sanitarias o los asilos católicos, los montes de piedad, las asociaciones corales laicas o confesionales constituyen en el siglo XIX una red de socialización que gradualmente fue sustituida por el estado del bienestar. La socialdemocracia procura a los ciudadanos una sanidad y una escuela públicas, y dedica un presupuesto a la cultura.

Nos encontramos en una encrucijada inquietante. Cada día que pasa el llamado estado del bienestar va perdiendo más y más capas. Se va desvaneciendo el viejo supuesto de que una superestructura providente sufragada con nuestros impuestos vendrá a protegernos en caso de necesidad. Por otro lado, emergen nuevas formas de relación y cooperación, en gran parte gracias a la intensa conectividad que aportan las nuevas tecnologías. Con el impulso de las redes sociales, internet desemboca en el ágora y abre nuevas vías de cooperación en plataformas wiki.

Internet conaecta a personas que no se conocen pero que podrían compensar carencias complementarias. Se trata de ampliar la mutualidad. Este es el propósito de BarcelonaActua, impulsada por Laia Serrano, que pone en contacto a gente con necesidades diferentes, sean asistenciales o culturales. La cooperación refuerza relaciones preexistentes en el mundo físico y crea otras nuevas, relaciones que se traducen en nuevos encuentros reales, en intercambios y colaboraciones que fructifican y amplían la red de personas. Esta es la razón de ser de Lost & Found, un mercado de objetos inútiles de primera necesidad que apuesta por el intercambio en un mundo en el que cada día más se impondrá la reducción del consumo irresponsable. La actividad cultural demandará cada día más fórmulas imaginativas, como Wikiartmap, Verkami o Fònics 2.0, que no pasen por estrategias de financiación, sino por la colaboración desinteresada de quienes participan en ellas.

Portada dossier Barcelona wiki

© Albert Armengol
Encuentro de intercambio de libros convocado por BarcelonaActua en un bar del Eixample barcelonés el mes de mayo pasado.

El dossier “Barcelona wiki”, que ha coordinado y escrito Ada Castells, nos presenta un mapa de las nuevas formas de colaboración que emergen en la ciudad gracias a internet. Mientras viejas estructuras se desmoronan, nacen otras nuevas, mucho más ligeras y descentralizadas. Seguramente hay muchas otras que no hemos detectado o que afloran en este momento. Pero tenemos la certeza de que el tejido de la ciudad se reconstruirá en estas capas invisibles y, en cierto modo, inconsútiles. El viejo distingo de Josep Pla según el cual en el mundo tenemos amigos, conocidos y saludados, se mantiene plenamente vigente en el mundo digital, pero seguro que con el paso del tiempo se hará también mucho más dinámico. Un saludado puede convertirse rápidamente en un conocido, y un conocido en un amigo.

Barcelona, la gran encantadora. Del diván al coach

“En nuestra ruin madera / hombre y ciudad resuenan”. (Carles Riba)

“Ciudades hechas así: / lentamente construidas / con piedras que fueron ayer  vidas humanas: amores, sufrimientos que nadie recuerda”. (Narcís Comadira)

Barcelona no se ha quedado al margen de la globalización. Es una ciudad acogedora y permeable, lo que hace que nos lleguen reverberaciones de todas partes; es un sensor fiable de lo que pasa en el mundo. Pero también es verdad que Europa ha dejado de ser el ombligo del mundo. El centro geopolítico se va desplazando hacia Asia. El Mediterráneo, cuna de la civilización occidental, pronto podría quedar reducido en el nuevo mapamundi a un estatus periférico como, pongamos por caso, el de Alaska. Barcelona ha crecido gracias al impulso de grandes efemérides (Exposición Universal, Juegos Olímpicos, Fórum Universal de las Culturas) o al despliegue de proyectos urbanísticos de gran alcance (el Eixample, Vila Olímpica, 22@, etc.). Ahora ya está urbanizada y equipada con buenos servicios, pero no es inmune a la crisis y necesita un nuevo modelo productivo que la haga sostenible. El turismo aporta todavía grandes ingresos, pero no impulsará el modelo que nos ha de asegurar un lugar en el mapa del capitalismo cognitivo. Vivimos tiempos convulsos. El mundo que hemos conocido muere antes de que haya nacido uno nuevo. La crisis no es coyuntural; responde más bien a un cambio sistémico y requerirá un esfuerzo prolongado por parte de todos.

Barcelona Metròpolis ha pivotado siempre sobre un cuaderno central que documenta de manera exhaustiva un aspecto de la vida en la ciudad. En esta nueva etapa estará dedicado a la transformación de Barcelona. En momentos de crisis hay que abrir el compás para abordar los problemas con perspectiva histórica y visión de futuro. Cartografiar, proyectar, argumentar, ilustrar y documentar el cambio de Barcelona en el mundo es a partir de ahora el sentido de esta revista. Y lo haremos con una mirada que recoja el pasado y que nos ayude a describir el presente y a ensayar caminos.

Barcelona, la gran encantadora, necesita redefinirse, reorientarse. Es el momento de tumbarse en el diván o de pedir hora al coach. Hemos pedido a escritores que hagan un ejercicio de prosopopeya, poniendo en boca de Barcelona un monólogo dramático sobre sus miedos y esperanzas, sus traumas y fantasías. La ciudad se tumba en el diván para explicarnos qué le (nos) pasa y dilucidar de dónde venimos, dónde estamos y adónde vamos. Al final de cada monólogo los propios autores se ponen en la piel de un coach que propone nuevos retos y actitudes para afrontar el futuro.

El historiador Enric Vila explora la Barcelona que se mide con orgullo y envidia con otras ciudades vecinas. Xavier Theros hace hablar a Barcelona desde la monumentalidad de sus piedras y rincones y nos recuerda que la historia está presente. Anna Punsoda, a la ciudad que se ha pensado a sí misma desde la filosofía. Jaume Radigales da voz a la ciudad melómana, tanto la del Liceu como la de la sala Razzmatazz. Àlex Gutiérrez, a la Barcelona que nos ha explicado el mundo desde la prensa, un sector amenazado que vive un cambio de modelo justo cuando proliferan las cabeceras en catalán. Cerramos el dossier con una exploración de la realidad lingüística de una ciudad cada día más plurilingüe, pero a la vez polarizada entre el catalán y el castellano. La selección, por fuerza parcelada, es suficiente para hacernos una idea de los síntomas y de la extrema agudeza del momento.

© Cristina Sampere

© Cristina Sampere

Nota
“Gran encantadora”: traducción del catalán “gran encisera”, conocido y citadísimo epíteto que el poeta Joan Maragall dedicó a la ciudad en su Nova oda a Barcelona, de 1909.

La bella encantadora, con la lengua fuera

Il·lustració sobre llengües parlades a Barcelona, de Pep Montserrat.

© Pep Montserrat

–Bella encantadora, ya volvemos a encontrarnos. Ponte cómoda. ¿Quieres sentarte en la silla o en el diván? Hoy llegas resoplando, con la lengua afuera.

–La lengua, sí. Dicen que soy una ciudad políglota.

–¿Políglota? Decir que eres una ciudad políglota es una manera elegante de esconder la cabeza bajo el ala. Siéntate en el diván.

–En mis calles se habla amazig, suajili, italiano, francés, urdu, ruso, español, árabe, inglés… Mire si se hablan lenguas que incluso se habla catalán…

–Tienes el día bromista. ¿De dónde sale tanta ocurrencia?

– Hay gente que se queda maravillada. Para mí también es un pequeño milagro que después de tantos siglos, con la historia de prohibiciones y persecución que ha sufrido la lengua catalana, aún la oiga hablar en mis calles. Porque, aunque me gusta la fonética del kikongo o del ronga, del castellano o el inglés, la del catalán la aprecio especialmente porque es la lengua propia de la ciudad. Aquí hablamos muchas lenguas, pero el catalán lo hemos hablado siempre.

–¿Siempre?

–Desde que el latín se convirtió en un crisol de lenguas románicas. En la Edad Media Barcelona fue la capital de un reino que extendió su imperio por todo el Mediterráneo. Los reyes catalanes fueron unos de los primeros monarcas europeos en abandonar el latín para redactar sus crónicas reales y adoptar la lengua que hablaban sus súbditos. La cancillería real contribuyó a fijar un idioma que aún hoy compartimos catalanes, mallorquines y valencianos. El esplendor catalán fue precoz (quizás incluso prematuro), porque la Corona de Cataluña y Aragón tuvo su momento de gloria antes de la creación de los estados modernos, que son los que han acabado dibujando el mapa de Europa, ya sea con guerras, ya sea a golpe de romanticismo. Los franceses han sabido “civilizar” a bretones, occitanos y roselloneses. Los españoles no han acabado de “civilizar” a los catalanes…

Retrat de Pompeu Fabra

© AFB
Retrato de Pompeu Fabra, de autor desconocido, realizado en un año indeterminado del segundo decenio del siglo pasado.

Hace justamente un siglo, en 1912, Pompeu Fabra publicó la primera gramática catalana moderna. La escribió en castellano, para que la entendiese todo el mundo y no pasase desapercibida a quienes la necesitaban y a quienes tenían que enterarse. Este esfuerzo por explicar al mundo que el catalán no es un simple dialecto los barceloneses lo han hecho siempre. Fíjese en los Juegos Olímpicos.

–Ahí está el meollo de la cuestión. Dime, entonces, ¿qué es lo que te preocupa?

–No quiero perder la serenidad. Oficialmente soy una ciudad bilingüe. Tengo una lengua propia, la catalana. Y otra que comparto con el resto de pueblos y ciudades del Estado español. Es un juego de equilibrios. Algunos me dicen que, si abrazara más el castellano (los españoles la llaman “la lengua común”), me entendería más gente, pero yo veo que hablando nuestra lengua aquí también me entiende todo el mundo. El catalán también es lengua común. ¿Por qué renunciar a él? Algunos quieren convertirlo en un problema y otros siempre se han agarrado a él como si fuera la solución…

–Quieres decir que unos han visto la lengua como la solución del problema y otros como un problema que hay que solucionar.

–Pensar que la lengua es un problema es tan peligroso como creer que es la solución. Hace treinta años que en Barcelona hablamos de normalización de la lengua catalana. Es relativamente fácil normalizar el uso institucional de la lengua, en el gobierno, en las escuelas, pero obviamente las personas no se pueden normalizar. Un bombero no se puede normalizar, un juez no se puede normalizar, un futbolista no se puede normalizar.

–¿Ese es el problema? ¿Bastaría con que Messi hablase catalán?

Imatge de l'exposició bibliogràfica catalana organitzada al Palau de les Belles Arts de Barcelona amb motiu del Primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana, que va tenir lloc del 13 al 18 d’octubre de 1906.

© Frederic Ballell / AFB
Exposición bibliográfica catalana organizada en el Palau de les Belles Arts de Barcelona con motivo del Primer Congreso Internacional de la Lengua Catalana, que se celebró del 13 al 18 de octubre de 1906.

–En estos momentos me preocupan más la demografía y la gramática que la política lingüística. El catalán tiene que consolidar una masa crítica de hablantes para seguir conservando su espacio en la vida pública. En caso contrario corre el peligro de convertirse en una lengua oficial y residual. ¿Sabe qué sucede? Quien más, quien menos, todo el mundo entiende o conoce el catalán, pero los que lo saben hablar no quieren hablarlo siempre. Y muchos que lo hablan, queriendo o sin querer, no lo saben hablar lo bastante bien. O lo hablan a medias.

–¿Y qué es más importante: la cantidad o la calidad de los hablantes?

–Este es uno de mis dilemas. Desde hace décadas mis dirigentes han apostado por la cantidad. Actuaron con el convencimiento de que el catalán, que en principio parecía un obstáculo para la integración, podría ser precisamente la solución. Es cierto que hoy nadie puede trabajar en esta ciudad en un puesto de cierta responsabilidad, tanto si es en la Administración como en un medio de comunicación, sin entender el catalán. Visto así, la normalización ha sido un éxito, pero por el camino hemos sacrificado los pronombres átonos, hemos contaminado la sintaxis.

–Los catalanes tenemos el oído hipersensibilizado. ¿Qué es más importante para ti: la corrección lingüística o el atrevimiento?

–No me obligue a elegir. Alguien dijo que la principal amenaza para la supervivencia de una lengua no son los que no la hablan, sino aquellos que, siendo del país, la hablan mal.

–¿De quién es la lengua? ¿De quienes la conocen o de quienes solo la hablan?

–De quienes la aman. A mí me gustaría que todo el mundo entendiese que, por muy políglota que sea, el catalán es mi lengua propia. Me gustaría, por ejemplo, que en el cartapacio municipal el reglamento de uso de la lengua no se tuviera que impugnar ni discutir.

Imatge d'estudiants de català. Classe per a persones desafavorides, la majoria immigrants.

© Julio Parralo
Las clases de catalán son una de las actividades que organiza en el Poble-sec la entidad Bona Voluntat en Acció, que realiza una intensa labor asistencial y a favor de la integración social de las personas más desfavorecidas del barrio, mayoritariamente inmigrantes de otros países.

–Escucha, bella encantadora, ahora es el coach quien te habla. ¿Crees de verdad que un reglamento de uso, por sí solo, puede salvar la lengua catalana? La protección legal existe porque hay consenso, porque el pueblo soberanamente lo ha querido así. Tu lengua no la salvarán solo las leyes o los exámenes de catalán, sino el Amor. Ahora no es tan urgente conquistar la esfera pública, como preservar aquellos espacios en los que reina el afecto: más vale la caricia de un maestro que la sentencia del juez. Más vale ganar a la hora del patio que pulverizar las audiencias televisivas. Algunos creyeron que debíamos normalizar a los recién llegados, pero la normalización empieza por el catalanohablante, por el homo fabra, por decirlo en términos darwinianos. Los que lo hablan ven el catalán como un derecho, y a los que no lo hablan, en cambio, la lengua más bien les pesa como un deber. Debería ser precisamente al revés. Los que no saben demasiado catalán deberían verlo como un derecho. Y los que lo han hablado toda la vida y se llenan la boca de supervivencia deberían tomárselo como un deber.

Al catalán tienen que defenderlo tus ciudadanos, activamente, hablando y no solo hablando. Las lenguas son mercados y los catalanohablantes de Barcelona deben decidir, individual y colectivamente, en qué ciudad quieren vivir. Si el homo fabra hiciese huelga de ir al cine hasta que le ofreciesen películas dobladas o subtituladas en catalán, no habría sido necesario formular la ley del cine. Si el homo fabra comprase preferentemente productos etiquetados en catalán, los fabricantes lo notarían y obrarían en consecuencia. ¿Por qué Microsoft o Google ofrecen sus productos en catalán y en cambio cuesta encontrar una lata de guisantes etiCATada? Hay que crear mancha, tener presencia. Ser un mercado reconocible.

¿Sabes qué ocurre, bella encantadora? Hemos repartido certificaciones de nivel C como quien expide pasaportes de catalanidad. Y ahora nos encontramos con que muchos de tus ciudadanos han aprendido la lengua sin necesidad de sentirse catalanes. ¿Es catalán solo quien habla catalán? ¿Se puede aprender catalán sin sentirse catalán, por un puro mérito administrativo? La lengua va sola, vuela alto. Debemos procurar que no se mezcle con los sentimientos, no contagiarle males ni achaques. Es necesario que se abra caminos sin peajes identitarios. La lengua es el mayor patrimonio que los catalanes legarán a la humanidad. Ya no es solo nuestra. Y con los conciudadanos que no hablan la misma lengua, tanto si es porque no saben hacerlo como si es porque no les sale, nos entenderemos igual si hablamos el mismo lenguaje. El lenguaje del Respeto y del Amor.