Joan-Anton Benach, director fundador de la publicación.
Treinta años de ‘Barcelona Metròpolis’

Joan-Anton Benach. Foto: Pere Virgili

Joan-Anton Benach (Vilafranca del Penedès, 1936) fue el director fundador de esta revista, que nació con el nombre de Barcelona. Metròpolis Mediterrània en mayo de 1986, en un momento en el que la ciudad se preparaba y se reinventaba para acoger los Juegos Olímpicos de 1992. Haciendo suyo el lema promocional ideado por el Ayuntamiento de “Barcelona, més que mai”, la revista daba fe de los cambios profundos a los que tenía que hacer frente la ciudad. Benach se jubiló en el año 2007 del Ayuntamiento, pero se mantiene muy activo. De hecho, llega en su moto a la entrevista. Es crítico de teatro de La Vanguardia. Y cada día va a trabajar a su despacho. Mientras hablamos con él, en un bar de la Esquerra de l’Eixample, recibe tres llamadas de móvil.

¿Cómo surgió Barcelona. Metròpolis Mediterrània?

Fue la confirmación de un proyecto antiguo. Unos cuantos periodistas de mi quinta habían presentado un proyecto que quedó en suspenso. Pasqual Maragall me pidió que me lo mirase y lo pusiera al día. Yo había sido delegado de los Servicios de Cultura del Ayuntamiento entre 1979 y 1983, durante el primer ayuntamiento democrático, y siempre habíamos tenido, como algo pendiente, la idea de publicar una revista. Entre 1983 y 1985 me dediqué por completo

a una exposición sobre la arqueología industrial de Cataluña, una muestra que preparamos con el catedrático de Historia Económica Jordi Nadal y que se tituló “Catalunya, fàbrica d’Espanya”. Yo fui el comisario, estuvimos casi dos años trabajando en ella y llenó los 8.400 metros cuadrados del Mercat del Born. Después de la exposición, a finales de 1985, fue cuando pude dedicarme a plantear el proyecto

de la revista.

Se concibió como una publicación cultural. ¿De dónde salió su nombre?

Surge de la musiquilla que sonaba entonces sobre la realidad metropolitana. La Barcelona de Pasqual Maragall descansaba mucho sobre esta idea de la ciudad que trasciende sus límites municipales estrictos para convertirse en una realidad metropolitana. Y yo propuse el adjetivo “mediterránea”. Algunos veían un poco ingenuo eso de mediterráneo, pero salimos adelante.

¿Qué tipo de distribución tenía?

Inicialmente fracasé en la distribución estratégica. No encontré a nadie que estuviera dispuesto a llevar a cabo una distribución selectiva. Una publicación como esta tenía que poder encontrarse en una veintena de quioscos, porque iba dirigida a sectores determinados. Negociamos con alguna editorial, pero sin éxito. Después firmamos un contrato y dimos la exclusiva a un publicista, que se comprometía a dar circulación a la revista a cambio de gestionar su publicidad. Durante un tiempo tuvimos anuncios, pero más tarde el publicista empezó a dilatar las liquidaciones y dejó a deber dinero al Ayuntamiento… Afortunadamente eso no afectó a la revista, que siguió publicándose igualmente y se fue distribuyendo, como hasta ahora, a un amplio mailing de personas y entidades.

Como director de la última etapa de la revista, yo he tenido la suerte de  que nunca nadie me ha censurado un artículo ni me han presionado para que hablase de un tema determinado. ¿Usted recibió alguna vez presiones?

No, quizás alguna vez algún concejal se postuló para escribir en la revista, pero siempre me negué a que participasen los políticos. Los concejales decían: “Benach no me deja escribir en la revista.” Y yo añadía: “Nunca lo harás.” Yo ya llevaba muchos años de oficio y muchos concejales ya eran amigos míos de antes de que fuese delegado de Servicios de Cultura, de la época en que me había dedicado al periodismo en El Correo Catalán. Además tenía otra ventaja, y es que Pasqual Maragall defendía la independencia de la publicación. Alguna vez algún concejal se había quejado de algún artículo crítico con el Ayuntamiento, pero a mí ya me parecía bien que desde Barcelona. Metròpolis Mediterrània se criticara la política municipal, eso nos daba credibilidad. Nunca tuve problemas en este sentido. Maragall también la defendió cuando vinieron los recortes con la llegada de un nuevo gerente. La revista estaba blindada por Maragall, que la defendió siempre.

Dice que no se admitían artículos escritos por los concejales, pero el alcalde firmaba los editoriales y alguna vez había publicado un artículo programático, como es el caso del número 37, que contiene una carta muy extensa de Maragall a Jordi Pujol y a Felipe González. Quizás es la única vez que se saltaron esta norma.

Sí, fue la única vez, pero el foco se situaba en el estado de la cuestión cultural en Barcelona en aquel momento. Y publicábamos un cuaderno central monográfico, que era un vaciado en profundidad sobre un tema concreto. El cuaderno dedicado al teatro, por ejemplo, es un documento que es muy útil aún; queda un “quién es quién” y un “qué es qué” del teatro en la ciudad de Barcelona. Eran cuadernos que se publicaban aparte. Y en algún caso, como el que dedicamos a la Exposición Universal de 1888, sirvió de catálogo de las exposiciones del centenario. Robert Hughes, el crítico australiano, escribió un libro de referencia sobre Barcelona en el que cita muchísimo la revista. Se leyó toda la Barcelona. Metròpolis Mediterrània en la versión inglesa, y realizó un vaciado a fondo.

El libro de Hughes fue importante en aquel momento olímpico. ¿Cómo ve usted, treinta años después, aquella Barcelona que estaba despertándose y que empezaba a reinventarse con la ilusión y la ingenuidad del momento?

¡Ya hace treinta años…! La veo llevando una dinámica con demasiados indicios de improvisación. Desde 1985 hasta 1992, todo el empuje de la revista iba encaminado a la cita olímpica y todas las energías iban por aquí. Hoy, los grupos de opinión y de gestión que hay en Barcelona son mucho más heterogéneos que entonces, sobre todo en cultura. Había una cierta idea de hacia dónde tenía que ir la ciudad, que ahora veo más poliédrica, difusa, más cerrada, sobre todo después del 15-M de los “indignados”. La sensación que tengo como barcelonés es que hay muchas sartenes en el fuego y no sabes muy bien cuál servirá para cocinar el plato principal, y eso debe de ser bueno porque hay muchos elementos nuevos dentro del panorama de una ciudad europea. Ada Colau me gusta porque pone la capacidad de gestión municipal por encima de todo y de todos los problemas. Cuando dice: “¡Que vengan los refugiados!”, se está poniendo al frente de todo. Aparte de esto, la ciudad hierve de manera fantástica en muchos ámbitos.

Joan-Anton Benach. Foto: Pere Virgili

Y después de haber pasado tantos años en los Servicios de Cultura, ¿qué diferencia aprecia en la gestión de aquella época y la de ahora?

Entonces había una confianza en la gestión cultural del Ayuntamiento, pero la cultura en Barcelona era mucho más complicada de llevar. Yo sufrí la no existencia del Instituto de Cultura de Barcelona (ICUB), porque desde la delegación no podíamos generar ingresos; todo el dinero que ingresábamos iba a parar a la caja general del Ayuntamiento. Organizamos una exposición sobre Ramon Casas que generó mucho dinero; fue un éxito, siempre había colas para entrar y se prorrogó varias veces. Pero en Cultura no vimos ni un duro de aquellos ingresos. Pasaba lo mismo con el Festival Grec. Yo gestioné cuatro Grecs, pero teníamos que simular que el Ayuntamiento cedía el teatro a ciertas compañías, porque desde Cultura no podíamos cobrar nada.

Antes de trabajar en el Ayuntamiento estuvo muchos años en El Correo Catalán, que es donde debió de forjarse como periodista.

A la hora de pensar Barcelona. Metròpolis Mediterrània, me motivó más mi curiosidad por los temas culturales que mi experiencia como periodista. Un diario tiene una dinámica diferente. En El Correo Catalán fui primer jefe de la sección de Cultura durante muchos años y después redactor jefe. Cada día tenías que parir el diario y eso era muy distinto de hacer una revista.

Me había ido especializando en temas de política local y escribía una columna diaria, en la que era muy crítico con la política municipal del alcalde Porcioles. Te censuraban. La censura dejaba rastro; el censor se guardaba tus artículos. Un día, un funcionario que trabajaba en la delegación barcelonesa del Ministerio de Información y Turismo me enseñó mi expediente, que era bastante voluminoso. Había compañeros, como Josep Pernau, que aún tenían un expediente más grueso. Como militante del partido en el que estaba entonces, el CC (que al principio se había identificado como Crist Catalunya, luego se llamó Comunitat Catalana y más tarde aún, cuando Pujol entró en la cárcel, se hizo laico y pasó a llamarse Força Socialista Federal, FSF), fui director de la revista Promos, labor que me comportó una multa y un expediente sancionador. Fraga la hundió y me quería meter en la cárcel. La Ley de Prensa fue promulgada para ejercer un control de toda la información y la actividad periodística. Se cargaron la revista Signo, que era una revista católica pero de mucha difusión; cerraron

una revista comunista de Valencia… A la larga me vetaron desde el ministerio. En el año 1966, amparándose en la Ley de Prensa, Fraga Iribarne le dijo al director de El Correo Catalán que yo ya no podría firmar ningún artículo que no fuera de cultura y me exiliaron a temas culturales. También vetaron a Casimir Martí y a Joan Fuster; ya ves qué buena compañía.

La cultura como algo inocuo.

Exacto, la cultura vista como algo inofensivo. Y aun así me habían censurado muchas críticas de teatro.

Bajo su dirección la revista tiene un par de etapas muy claras, centradas en grandes acontecimientos que marcan a la ciudad. Primero la cita de los Juegos Olímpicos, y después, la del Fórum 2004.

Yo creo que la etapa del Fórum es un poco turbia. Urbanísticamente tuvo un sentido y funciona, pero no cuajó en la ciudad, ni entre la gente. El pulso actual de la ciudad lo tengo definido de manera muy intuitiva. Es una ciudad que ha apostado por ofertas culturales como el Sónar o el Primavera Sound, que van dirigidas a colectivos concretos. También echo de menos un planteamiento a fondo del fenómeno turístico, incluso en el ámbito patrimonial. Ahora hay una dinámica de ir tirando, porque la vaca sigue dando leche, pero nos falta un turismo de calidad. La Rambla ha sido secuestrada y no nos preocupamos demasiado. Echo de menos una reflexión sistemática sobre la respuesta que Barcelona ha de dar a esta oleada imparable del turismo, que se ha producido de modo un poco repentino, como un alud…

En números recientes de la revista lo hemos abordado con artículos muy críticos.

El mapa cultural que emerge de esta revista es muy amplio. Como he dicho, el propósito era elaborar el estado de la cuestión cultural. Como delegado de los Servicios de Cultura goberné veinticuatro museos y a los músicos de la orquesta municipal; de mí dependían quinientos funcionarios.

Era de los que cortaban el bacalao, vaya…

En aquellos tiempos los concejales eran cargos electos, pero no trabajaban tanto como ahora. Los delegados, en cambio, recibíamos el trato de “ilustrísimo”; por eso yo siempre decía que tendría el funeral pagado por el Ayuntamiento… En realidad, fue un trabajo muy duro. Hicimos un plan de museos. Era mucho trabajo y había que explicarlo. En la revista vimos la necesidad de preparar una sección en la que dábamos a conocer, de una manera muy concreta, las mejores piezas de los museos. Dedicábamos una atención especial a los museos de la ciudad en este afán de realizar un inventario patrimonial, pero también a la fotografía, el diseño o la literatura. También queríamos poner en valor el urbanismo y la arquitectura como parte de la cultura de Barcelona. Oriol Bohigas tuvo una actitud especialmente cómplice con la revista y nos dio mucho apoyo.

En este sentido, los cuadernos centrales llenaron un vacío que no cubrían otras revistas o medios.

Y tuvieron tanto éxito que en algunos casos se realizaban reediciones aparte.

Hoy existe una retahíla de revistas culturales, sobre todo digitales, pero entonces la situación era distinta.

Eso me preocupaba. No creo que Barcelona. Metròpolis Mediterrània pudiera rivalizar en aquel momento con ninguna otra revista. Había habido una que yo consideraba muy criticable y de la que tenía que distanciarme porque era el modelo de lo que el Ayuntamiento no tenía que hacer, San Jorge, editada por la Diputación de Barcelona, en castellano. Era de la época en la que todo se hacía en castellano; una revista para funcionarios, en la que se limitaban a fotografiar inauguraciones y pollos políticos. Barcelona. Metròpolis Mediterrània no representaba ninguna competencia para otros medios y era bien recibida por los diarios.

¿Organizaban actos públicos relacionados con la marcha de la revista?

Sí, cuando se presentaba un nuevo número a menudo invitábamos a desayunar a los periodistas y hacíamos una rueda de prensa en una de aquellas salas nobles del Ayuntamiento, con aquellos ordenanzas con guantes blancos. Los periodistas venían por el desayuno, claro…

Esto sería impensable hoy en día…

Cuando me jubilé, en 2007, me dieron una fiesta de despedida en el Ayuntamiento y vino muchísima gente del mundo de la cultura, todos los que habían colaborado en la revista. Guardo muy buen recuerdo de ese día.

Bernat Puigtobella

Director de Barcelona Metròpolis

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