Una espada de Damocles cuelga sobre la cabeza de las generaciones actuales: la degradación del medio ambiente y el cambio climático. Su impacto sobre la salud humana tiene unos costes enormes: el factor económico no puede ser excusa para aplazar las medidas de preservación necesarias, sino todo lo contrario.
El campo de trabajo del doctor Josep Maria Antó (Cornellà de Llobregat, 1952) es la salud respiratoria y sus determinantes ambientales. Licenciado en Medicina por la Universidad Autónoma de Barcelona en 1975 y doctorado en 1990, Antó dio el salto a la epidemiología en los años ochenta. Como responsable de epidemiología y salud pública de lo que actualmente es el Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), al que se incorporó en 1987, participó de forma protagonista, junto con el doctor Jordi Sunyer, en el descubrimiento de la asociación entre la descarga de soja en el puerto de Barcelona y las epidemias de asma agudo de las que los medios se habían empezado a hacer eco unos años antes. La aparente epidemia desapareció cuando se pusieron los filtros adecuados en los silos donde se almacenaba la leguminosa.
Desde entonces no ha dejado de investigar en este campo. Y de crear escuela desde el Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL), que dirigió y que se fusionó el pasado junio con el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) para formar uno de los mayores centros de salud de Europa. Actualmente es el director científico de esta entidad, cargo que compagina con la enseñanza en la Universidad Pompeu Fabra (UPF), donde es catedrático de Medicina. El pasado mes de septiembre habló sobre el cambio climático y su impacto sobre la salud en el ciclo de conferencias “Futur(s)”, organizado por el Ateneu Barcelonès y la Obra Social “la Caixa”.
¿Cuál es el impacto del cambio climático sobre la salud?
El más claro son las olas de calor. Hace más de treinta años que tenemos evidencia de que cuando se dan días seguidos de calor aumenta la mortalidad. La ola de calor de agosto de 2003 en Europa produjo veinte mil muertos más de los habituales (quince mil en Francia y tres mil en España). Del mismo modo sabemos que la mortalidad crece con el frío. También es preciso considerar las consecuencias de los fenómenos meteorológicos extremos, como las inundaciones y los incendios, que crean contaminación por partículas. Es decir, hay una segunda línea de efectos indirectos, porque el clima tiene un efecto multiplicador de los problemas habituales.
No estamos hablando de riesgos futuros, sino plenamente actuales, ¿no es cierto?
En el mundo mueren unos siete millones de personas que sobrevivirían si la contaminación atmosférica se mantuviese en los niveles admitidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un 60 % de esta contaminación es causada por el tráfico rodado. Con el cambio climático aumentan las temperaturas y posiblemente los episodios de estancamiento aéreo. Cuando ambos fenómenos coinciden, sus efectos se multiplican mutuamente. Otro ejemplo son las enfermedades transmitidas por vectores como el mosquito. El cambio climático afecta a la distribución geográfica de los vectores y ello puede suponer también cambios en la distribución de la enfermedad, como es el caso de la malaria y del dengue.
¿El cambio climático puede tener otros efectos no esperados sobre nuestra salud?
Los más preocupantes son los efectos sistémicos y complejos; en relación a ellos vamos a ciegas. Por ejemplo, cómo influye el cambio climático en la biodiversidad, en los conjuntos de especies animales y vegetales que nos rodean y con las que convivimos. En mi campo, cada vez tenemos más evidencias del impacto del cambio climático en el número de especies vegetales y en las bacterias (el microbioma). Esta diversidad biológica influye en nuestro sistema inmunitario. Dado que son sistemas complejos, un pequeño cambio puede tener efectos desproporcionados. Hay evidencias –aún incipientes– de que, cuanta menos biodiversidad, más asma. Otro tipo de efectos complejos de gran importancia son las migraciones de especies.
Aun así, todavía no se aplican las reducciones de emisiones que serían necesarias.
Nuestra generación vive con una espada de Damocles sobre la cabeza, y es preciso tomar medidas urgentes. El acuerdo internacional adoptado en la Cumbre del Clima de París, COP21, es un importante primer paso para la reducción de las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero. Pero aún es difícil predecir cuál será su alcance.
El coste económico de estas medidas suele ser el principal argumento en contra. ¿Cómo se puede convencer a la sociedad de que defender el medio ambiente también es positivo desde el punto de vista económico?
El impacto climático en la salud tiene unos costes astronómicos en términos de PIB. Las políticas a favor del medio ambiente generan riqueza porque salvan vidas y porque disminuyen la presión sobre el sistema sanitario. Es necesario considerar el medio ambiente como un factor económico más. Junto con ello, una economía ambientalmente sostenible es capaz de crear nuevos tipos de productos y servicios y de generar riqueza.
En los últimos años ha aumentado la incidencia de las enfermedades respiratorias. Según previsiones de la OMS, el cáncer podría aumentar hasta un 75 % en 2030.
Es cierto, y también han aumentado las enfermedades cardiovasculares y mentales, así como las alergias. En general son más frecuentes las enfermedades crónicas. ¿Por qué? Por un lado crece nuestra esperanza de vida, pero tenemos más riesgo de enfermar, dado que muchas de estas enfermedades están asociadas al envejecimiento. Con todo, las causas del incremento de la mayoría de las enfermedades son múltiples, y entre ellas se cuentan las ambientales. Por ejemplo, en el ámbito respiratorio ha crecido mucho la incidencia de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), que hace treinta años era poco frecuente; el incremento se asocia de modo claro con el tabaco. También sabemos que la contaminación atmosférica aumenta el riesgo de episodios graves y de muerte en los afectados de EPOC. En cuanto a la mayor incidencia de las enfermedades crónicas, sabemos dónde fallamos: una dieta con exceso de calorías y poco equilibrada, el consumo de tabaco, el crecimiento del sedentarismo y, especialmente, el de las desigualdades sociales, que constituyen una causa estructural.
¿Las zonas con un aire más contaminado son también las de peor salud?
Pocas veces se pueden establecer patrones geográficos para una sola causa de una enfermedad. Por ejemplo, en España hay un patrón claro de muerte por cáncer de vejiga, con mayor incidencia en algunas áreas de Andalucía y Cataluña en las que se han realizado actividades industriales y de minería. El aumento de mortalidad por cáncer de vejiga en zonas del Vallès sugiere firmemente una correlación con la presencia de industria textil. Otro ejemplo clarísimo es el aumento de casos de cáncer –como el mesotelioma– relacionados con la exposición laboral o ambiental al asbesto. En Barcelona existe una mancha clarísima, inapelable, y es la desigualdad social. La diferencia en esperanza de vida entre los barrios más ricos y los más pobres es de diez años, hecho que explica la mayoría de enfermedades. En los barrios más pobres la vivienda, la alimentación y las condiciones de trabajo son peores, se sufre más estrés vital, se fuma más… En Sarrià, Sant Gervasi o Pedralbes se vive más que en Ciutat Vella. Es un fenómeno común a todas las ciudades.
¿Y los barrios pobres también están más expuestos a la contaminación?
No, en Barcelona la contaminación atmosférica del tráfico no es mayor en los barrios pobres. Hay barrios con alto poder adquisitivo y mucho tráfico, en los que claramente la gente está más expuesta a la contaminación, y donde posiblemente también haya más ruido. El mercado quizás todavía no lo ha interiorizado, pero acabará haciéndolo.
¿Superamos a menudo los umbrales admisibles de contaminación atmosférica?
Existen dos umbrales importantes: uno, establecido con criterios de salud, fijado por la OMS, y que superamos ampliamente, y otro, el umbral legal que fija la Unión Europea, más laxo, en el que los criterios económicos y políticos van por delante de la salud.
¿Existe una correlación entre la contaminación y la actividad de las urgencias hospitalarias?
Cientos de estudios demuestran que, cuanta más contaminación atmosférica, más problemas de salud. Reducir en un 20 % la contaminación evitaría el 2,8 % de las muertes y los ingresos en urgencias por causas respiratorias y cardiovasculares, según estudios de nuestro centro. Incluso se ha registrado un aumento de ingresos hospitalarios algunos días en que los niveles de contaminación se encontraban por debajo de lo que marca la OMS; por lo tanto, estas recomendaciones también son cuestionables. Por poca contaminación que haya, tiene efectos. Y aunque individualmente sean pequeños, cuando se acumulan en millones de personas su impacto es grande.
¿Cuántas muertes se podrían evitar si mejorara la calidad del aire?
Un estudio realizado en 2007 por el CREAL mostró que en el área metropolitana de Barcelona se podían atribuir a la contaminación por partículas 3.500 muertes prematuras anuales de personas mayores de treinta años. En una investigación nuestra más reciente, el profesor Mark Nieuwenhuijsen ha estudiado la relación entre las muertes y estos cinco factores: la exposición a la contaminación, el sedentarismo, el ruido, el calor y la falta de espacios verdes. Barcelona podría evitar casi el 20 % de las muertes, y su esperanza media de vida aumentaría en un año, si se siguieran las recomendaciones internacionales al respecto.
¿Cómo puede contribuir la Administración?
Con una mejor planificación urbanística y del transporte. Los barceloneses solo realizan unos 77 minutos de actividad física semanal, cuando la recomendación es realizar 150. El aire contiene un promedio de 16,6 microgramos de partículas en suspensión por metro cúbico, cantidad que, según las recomendaciones internacionales, debería ser inferior a 10. Sufrimos también mucho ruido. Barcelona supera en 10 decibelios el umbral saludable, que las recomendaciones de la OMS sitúan en 55 decibelios. Y en lo relativo al calor, en el centro de la ciudad se puede llegar a superar en 8 grados la temperatura de la periferia. Y un tercio de los habitantes vive lejos de una zona verde.
En varios estudios han determinado de qué modo la contaminación del tráfico afecta a los niños en el colegio. ¿Qué herencia dejaremos a nuestros hijos si no actuamos?
El grupo de investigación de Jordi Sunyer, jefe del programa de salud infantil del CREAL, ha comprobado que la contaminación del tráfico afecta al desarrollo cognitivo de los niños y su rendimiento escolar. A partir de una muestra de más de 2.600 alumnos de primaria de 39 colegios de Barcelona, con una edad media de ocho años y medio, se han analizado los efectos de las partículas en suspensión (PM) en el aire interior de los colegios. Un incremento de 4 microgramos por metro cúbico de las partículas de menos de 2,5 micras de diámetro –las que suponen un mayor riesgo para la salud– está asociado con una reducción del 22 % en la memoria de trabajo.
Y no se adoptan medidas.
Tenemos una tradición política negligente con la evidencia científica. En Cataluña hemos trabajado con el Departamento de Salud de la Generalitat para incluir las evidencias en los planes de salud, pero las respuestas son siempre muy lentas. En el caso de los colegios la medida adecuada sería restringir el tráfico a su alrededor. En los países nórdicos se regula la ubicación de los colegios en función de la contaminación atmosférica.
Otro de los proyectos importantes en el CREAL es INMA, Infancia y Medio Ambiente, con grupos de madres e hijos a los que siguen desde hace más de diez años para ver cómo les afecta la contaminación.
La contaminación atmosférica influye en el peso que tendrá el recién nacido en el momento de nacer, que es más bajo cuanto más expuestas a la contaminación han estado las madres durante el embarazo. Comprobamos que por cada 10 microgramos más de dióxido de nitrógeno (NO2) o de compuestos volátiles por metro cúbico de aire a los que estaba expuesta la madre, el niño pesaba 91 gramos menos. Estos estudios son muy importantes y la Administración los debería tener en cuenta.
¿Puede que las PM acaben interfiriendo en el funcionamiento de todo el cuerpo, además de los pulmones?
Estos tipos de partículas tan pequeñas son las que más preocupan porque llegan hasta el fondo del pulmón, de allí pasan a la sangre, se incorporan al ateroma, producen inflamación crónica y se distribuyen por todo el organismo. Pueden pasar del bulbo olfatorio y dirigirse al cerebro. Estamos seguros de no exagerar, al contrario; hay fenómenos que todavía no se conocen lo bastante bien y los problemas pueden ser incluso más graves. Estamos empezando apenas a establecer relaciones con el Alzheimer o la diabetes.
Se dice que actualmente se usa menos el coche.
Los niveles de contaminación han bajado porque, debido a la crisis, el coche se utiliza menos. Pero, dado que no hay dinero para renovarlos, los vehículos envejecen y se vuelven más contaminantes. Hasta ahora no se ha hecho nada concreto para reducir su uso; esta es una de las medidas urgentes que tenemos aún pendientes. Es necesario que todos caminemos más, que vayamos más en bicicleta y que utilicemos más el transporte público.
¿Las supermanzanas son una buena medida de salud pública?
Pretenden disminuir el volumen total de tráfico y, por tanto, de gases contaminantes. También aportan otro beneficio: el aumento de la “caminabilidad”. La actividad física ayuda a disminuir la obesidad, lo que tiene un impacto aun mayor sobre la salud. El sobrepeso y la contaminación atmosférica se encuentran directamente relacionados. Por muchas limitaciones que tenga el proyecto de las supermanzanas, supone una oportunidad única que Barcelona no puede perder. La salud planetaria tiene los años contados si entre todos no cambiamos el actual modelo de desarrollo. Las supermanzanas pueden ser una gran contribución.
Desde el CREAL también se ha estudiado la contaminación por productos químicos.
La dieta es la fuente principal. La contaminación del pescado por mercurio tiene un impacto en el desarrollo neurocognitivo de los niños, y ha llevado a establecer recomendaciones en la dieta de las mujeres embarazadas. También hemos realizado estudios sobre los disruptores endocrinos, las dioxinas, que son muy persistentes y no están suficientemente reguladas.
Todo ello a veces te lleva a pensar: ¿pero cómo seguimos vivos?
El organismo tiene una capacidad brutal de adaptación. Probablemente utilizamos más de ochenta mil productos químicos diferentes, de los que se han estudiado muy pocos, unos mil o dos mil. La mayor parte se encuentran en nuestro cuerpo aunque sea en pequeñas cantidades, y desconocemos sus efectos… todavía.
Llevan ustedes a cabo una investigación incómoda. Estudios difíciles sobre asuntos que a diferentes colectivos no les interesa que lleven a conclusiones claras.
Sí, es una ciencia molesta. Parte de nuestra investigación a menudo no agrada a las grandes corporaciones industriales y hacen todo lo que pueden para negar los estudios o quitarles importancia. En Europa la presión directa no es tan fuerte como en Estados Unidos, donde puede ocurrir que, si publicas un artículo muy negativo para una determinada industria, te pongan una denuncia. Lo hacen para que los demás investigadores se asusten, para tenerte ocupado defendiéndote y que así no puedas trabajar. Un clásico ejemplo es el del tabaco, en el que la industria ha utilizado estrategias inmorales para tratar de entorpecer la investigación y su aplicación.
Y los campos electromagnéticos que generan los móviles, ¿cómo nos afectan?
En el CREAL, los estudios de Elisabeth Cardis, profesora de Investigación en Epidemiología de la Radiación, han contribuido a que la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) clasifique el uso del móvil como posible carcinógeno. Para llegar a conclusiones como esta se forma un panel con grupos de expertos que evalúan la evidencia científica y la industria también participa como observadora. El problema es que, cuando la IARC lo publica, aparecen muchos medios de comunicación y expertos poniendo en duda la evidencia y asegurando que los resultados no tienen sentido. Y sí lo tienen.
Así pues, una vez más, tendríamos que tomar medidas que no tomamos.
Las autoridades responsables deberían atender seriamente las recomendaciones de estos estudios. Muchos países tienden solo a establecer medidas preventivas, como aconsejar un uso menos intensivo de los móviles, que se utilicen sistemas de manos libres, que los aparatos no se acerquen a órganos vitales…