La tecnología digital ha modificado la sociedad, pero todavía queda mucho por hacer. Simona Levi, desde el grupo de activistas Xnet, trabaja por la mejora de la democracia en la era digital y por hacer que valores como la transparencia o la participación sean una realidad y no palabras discursivas vacías de contenido.
Conversamos en la terraza de un establecimiento de Ciutat Vella. Mientras hablamos, el tímido sol de la tarde se retira y las mesas próximas se llenan de gente. Un muchacho trabaja con un ordenador portátil y muchos clientes tienen el móvil en la mesa. Hace tiempo que entramos en la era digital, pero en algunos campos la tecnología aún no ha traído un auténtico cambio de sistema.
Simona Levi (Turín, Italia, 1966), dramaturga y activista, trabaja para que tengan lugar dos resoluciones en el nuevo mundo digital: una democracia gestionada desde la ciudadanía y la liberalización de la cultura. Esta italiana afincada en Barcelona desde el año 1990 ha sido impulsora de los movimientos Xnet, del Grupo Ciudadano contra la Corrupción y de 15MpaRato, plataforma que ha llevado a los tribunales el caso Bankia y ha destapado el escándalo de las tarjetas black. Precisamente, en su último libro, Votar y cobrar. La impunidad como forma de gobierno (Capitan Swing), escrito conjuntamente con Sergio Salgado, explica la evolución de este escándalo y publica el texto de la obra teatral Hazte banquero, que se estrenó con gran éxito en el Festival Grec de Barcelona de 2016. Aunque su profesión es propiamente la dirección teatral, sus obras siempre van ligadas a la denuncia en temas como la especulación, los límites de la democracia representativa o el concepto de propiedad. Ahora, sin embargo, precisamente acaba de iniciar una nueva aventura profesional, la dirección del Máster en Derechos Civiles, Tecnopolítica y Cultura Digital que ha puesto en marcha la Universidad Pompeu Fabra (UPF), primero en todo el ámbito estatal de estas características.
El pasado 23 de febrero se conoció la sentencia del caso de las tarjetas black. Las condenas de todos los acusados, entre ellos Rodrigo Rato, exministro de Economía y expresidente del Fondo Monetario Internacional, suman ciento veinte años de prisión. Después de seis años de denuncia a través del movimiento 15MpaRato, ¿cómo lo valora?
La sentencia está muy bien; solo faltaría que no hubiera habido una resolución condenatoria. Pese a las dudas de muchas personas, nosotros estamos convencidos de lo que hacemos y sabemos que la historia acabará bien.
La historia continúa: los acusados han recurrido la sentencia y queda por juzgar la estafa de las preferentes y la salida a bolsa de Bankia. ¿Esta victoria es un éxito de la sociedad civil?
Sí, sin duda. Nosotros solo somos los catalizadores; como activistas, nuestro trabajo consiste en montar dispositivos para impulsar los esfuerzos colectivos. 15MpaRato es un claro ejemplo de mi teoría política basada en la tecnopolítica, y de cómo planteo los diseños de estrategia, centrados en catalizar los esfuerzos colectivos. Cuando el movimiento 15MpaRato empezó solo teníamos la idea de descubrir a los responsables de lo que sucedía con Bankia. Por tanto, sin las 144 personas que nos han ofrecido su caso para podernos personar como acusación particular, sin la gente que ha aportado pruebas y nos ha filtrado los correos de Miguel Blesa, expresidente del consejo de administración de Caja Madrid, o sin los ciudadanos que han aportado dinero por medio de la financiación colectiva, no habríamos podido hacer nada.
Teniendo en cuenta la dureza de la crisis económica, ¿la sociedad ha sido lo suficientemente combativa?
Precisamente, si tenemos en cuenta la situación –una persona en el paro de cada cuatro–, creo que la inteligencia colectiva en España ha sido ejemplar, y en Cataluña aún más. En general tenemos una sociedad civil muy activa. Hemos vivido una situación económica peor que la de Grecia, pero aquí no hemos quemado nada: solo hemos hecho política, en el sentido más amplio de la palabra. Para mí, la revolución de este siglo la empezaron los indignados el 15M, un movimiento equiparable a la Revolución Francesa. Ambos son procesos surgidos con una tecnología. Como efecto de la invención de la imprenta en Alemania y de la consecuente difusión de la información nació la Ilustración y tuvo lugar la Revolución Francesa. Y ahora ha pasado lo mismo con internet. Tanto el 15M como las revueltas del 2011, ambas acompañadas de la filosofía hacker, han sido revoluciones nativas digitales. No significa que sus protagonistas sean nativos digitales, pero por primera vez estas revoluciones han nacido en internet, en Facebook, en Twitter, etc. Y eso se tiene que contemplar como un paso muy grande en las nuevas formas de democracia.
Cuando de estas revoluciones nacen partidos políticos, como ha sido el caso del 15M, ¿sus valores se desvirtúan?
Depende. Nosotros en 2013 fundamos el Partido X, que quiere ser un ejemplo de cómo deberían de ser los partidos que no tendrían que ser partidos. En este tema mi diseño siempre es muy futurista…
Sí, ya lo veo. ¿Y cómo tendría que ser un “partido que no sea partido”?
Internet, como ya han hecho otras tecnologías a lo largo de la historia, realiza una desintermediación, es decir, modifica la función de los mediadores. Eso ya lo hemos experimentado en el ámbito de los mass media, en la difusión de la cultura, en la economía… Y ahora también debe tener consecuencias en la gobernanza y en la organización de los partidos. Antes los partidos eran indispensables para saber qué pasaba en los parlamentos, pero hoy el ciudadano mismo tiene acceso al interior de las cámaras. Por tanto, si los partidos han perdido parte de sus funciones quizás no han de desaparecer, pero sí reformularse. El Partido X propone la creación de formaciones políticas no intermediarias, que no roben la narrativa a la sociedad civil, sino que catalicen sus esfuerzos. También sostenemos que las legislaciones ya forman parte del pasado, porque condensan y congelan los esfuerzos de la sociedad civil. La aprobación de una ley tendría que ser el final de un proceso y no su principio. Por ejemplo, la lucha de las sufragistas acabó cuando las mujeres consiguieron el derecho a voto. Es decir, los partidos han de ayudar a la sociedad civil a crear la gobernanza, porque la democracia no la hacen los partidos y los gobiernos, sino la gente. Tampoco creo en el sistema asambleario; me parece superado porque hoy internet ya permite nuevas formas de participación y de control de las instituciones.
¿Los partidos tradicionales pueden adaptarse a los cambios que supone esta revolución democrática en la era digital o cree que el cambio solo vendrá a partir de nuevas formaciones?
La marca Podemos es una estafa política, no ha cambiado nada respecto a Izquierda Unida. En su caso no podemos hablar de nueva política. En cambio, Barcelona en Comú sí que es nueva política porque está reformulando algunas cosas, por ejemplo, reconoce a la sociedad civil en su alteridad. Mientras que Podemos quiere representar y neutralizar a la sociedad civil, Barcelona en Comú reconoce la combinación de esfuerzos de diversos colectivos: la PAH, Xnet, 15MpaRato, etc. La CUP también tendría cosas interesantes, y otras formaciones también se estarían reformando. Ahora bien, los únicos que hemos planteado realmente un rediseño de las formaciones políticas hemos sido el Partido X. Hemos sido un partido anónimo durante los diez meses anteriores a las elecciones precisamente para alejarnos de la construcción de fanatismos. No nos tiene que gustar un político, sino unos hechos, unos resultados y unas soluciones. Y, un último elemento, no hay que olvidar que hoy en día los partidos políticos son grandes estructuras clientelares –la lista siempre depende de un líder– y, por tanto, son fácilmente corruptibles. En este escenario yo defiendo partidos pequeños y nuevas formas de relación; todo lo cual, sin embargo, no significa que hoy no trabaje fluidamente con los partidos políticos existentes.
La corrupción y el fraude, por debajo del paro, son la segunda preocupación de los españoles según el CIS, pero en las elecciones parece que no se castigue lo suficiente a los partidos de gobierno. ¿Tenemos la política que nos merecemos?
Eso es porque no hay otras opciones y porque las elecciones están mitificadas. Las elecciones no son la democracia, solo un momento pequeño e importante de esta. La democracia debería ser una labor cotidiana y normal, no dolorosa. No podemos valorar las transformaciones solo a través de los cambios electorales.
Dos palabras hoy están de moda en política: transparencia y participación. ¿Qué piensa de la tarea que se está haciendo en Barcelona en estos ámbitos?
Es un experimento muy interesante. Ada Colau es una inteligencia política muy grande; una mujer capaz de trabajar con matices y desde el pragmatismo. Y eso, para mí, representa la política del futuro. Hasta ahora la política estaba conducida por la ideología y en función de esta se aplicaban soluciones aunque no fuesen eficientes; en cambio la nueva política intenta resolver los problemas a partir de las experiencias personales. Aunque la estructura de Barcelona en Comú tiene cosas buenas y otras que lo son menos, es un espacio interesante y creo en Ada Colau.
Respecto a la transparencia, se está haciendo un buen trabajo tanto desde la Generalitat de Cataluña como desde el Ayuntamiento de Barcelona. La Ley de Transparencia aprobada en el Parlament no tiene ni punto de comparación con la española. En este ámbito, la Generalitat, desde la concreción y sin dogmatismo, está haciendo un buen trabajo. De hecho, si tenemos en cuenta que la transparencia ha pasado a ser una parte dogmática de todos los partidos, sorprende encontrar una institución que la trabaje seriamente. Y, por su parte, el Ayuntamiento de Barcelona también ha estado en cabeza en este tema. Nosotros hemos participado en la creación del Buzón Ético, el primero de una institución de gobierno en el mundo, a través del cual los funcionarios y la ciudadanía pueden denunciar prácticas corruptas. El director de la Oficina de Transparencia, Joan Llinares, es un alertador de casos de corrupción y, por tanto, tiene una gran competencia y lleva a cabo una labor de vanguardia. Hemos ofrecido nuestra ayuda porque tenemos la impresión de que este buzón estará bien utilizado y bien protegido. Es un hecho que hay mucha manipulación en torno a la idea de anonimato; hay gente que denuncia pensando que lo hace de manera anónima, pero en realidad les están registrando. Por eso desde Xnet hemos promovido la campaña “Torna l’Stasi”, para denunciar que hay administraciones que prometen anonimato, pero no cumplen.
Tengo la impresión de que hemos gastado el término “transparencia” ya antes de hacerlo realidad.
Sí, se han generado muchos errores respecto a la transparencia; por eso a mí me gusta más trabajar el concepto de asimetría. Es muy diferente la transparencia que hemos de pedir a una institución de la que hay que exigir a la gente. En otras palabras, las instituciones han de ser cristalinas, pero las personas han de disfrutar de privacidad. En cambio hoy se está aplicando una idea fanática de la transparencia; se les exige más a las personas pequeñas y desprotegidas que a las instituciones, más a una asociación que a un diputado. Se ha fanatizado el concepto, y por eso tenemos sobre este tema conversaciones muy fructíferas con la Generalitat y con el Ayuntamiento y muy poco fructíferas con el Estado.
Así, ¿cuál sería la receta de la buena gobernanza?
La transparencia de las instituciones, la protección de la privacidad de las personas, la wikilegislación o poder legislativo del pueblo, el derecho a voto real y no delegado y los referéndums. En definitiva, crear canales efectivos y reales de vigilancia de la ciudadanía sobre las instituciones.
En el mes de marzo la UPF anunció que usted dirigía el Máster en Derechos Civiles, Tecnopolítica y Cultura Digital, una oferta formativa pionera.
Hay que tener presente que internet aporta tecnología, pero sobre todo un cambio de mentalidad. La imprenta no ha hecho que todos tengan en casa una impresora, pero sí que la información circule ahora de otro modo. Pues, en la misma línea, internet actualmente también permite que los dogmas se puedan discutir con más facilidad. Este cambio de mentalidad se está produciendo y tendrá repercusiones en la política, en la economía, los derechos humanos, etc. Pero también tenemos que entenderlo para modificar los derechos civiles, saber utilizar las herramientas y crear nuevas legislaciones y oportunidades en este contexto.
Hemos hablado de tecnopolítica, pero no de cultura digital. Usted se ha mostrado a favor de la piratería. ¿Por qué?
Parto de la premisa de que la cultura ha de circular y de que se ha de compartir. Pero, cuidado, tenemos que compartir los conceptos, pero también los beneficios. La piratería histórica existió porque España y Portugal detentaban el monopolio del comercio con América. Cuando el monopolio desapareció, también lo hicieron los piratas. Hoy, pues, nos encontramos en la misma situación. Tenemos que dejar circular la información y la cultura porque somos sus destinatarios, pero el dinero que se genera de esta distribución también hay que compartirlo. Precisamente, justo antes de la publicación de mi último libro Votar y cobrar decidí cambiar de editorial porque la primera me ofrecía el contrato estándar de las editoriales, un documento que no comparte nada, que solo busca someter al autor y arrebatarle los derechos. La editorial nos aseguró que en cuarenta años éramos los primeros que rechazábamos el documento, lo que significa que los autores están firmando contratos humillantes. Por ejemplo, los manuscritos no se pagan, cuando son la base de un libro. En conclusión, los piratas no son los ciudadanos que disfrutan de la cultura y la hacen circular, sino aquellos que los acusan de piratas. Lo que realmente destroza al autor no es la piratería, sino que no se reconozca su trabajo. Dicho de otro modo, la piratería no existe, pero sí que existen monopolios que no quieren compartir la cultura.
Esto también pide un cambio de mentalidad de los autores, a menudo demasiado protectores de su propia obra…
El creador se ha creído que los derechos de autor eran suyos, como indica la propia palabra, cuando en realidad no lo son. El editor vende el producto en el mercado y después entrega al autor una parte de este beneficio, un 10 % o menos. ¡Esto no es una cuestión de derechos! Nos hallamos en un momento de perversión del lenguaje. Insisto: todo ello solo demuestra que los piratas reales son otros, no la gente que intercambia cultura, y, en general, deberían hacerse unos contratos más redistributivos.
De hecho, usted y Sergio Salgado, en el libro Votar y cobrar, publican íntegramente el texto teatral de la función Hazte banquero, basada en los correos de Blesa. Para Simona Levi, ¿los conceptos teatro y denuncia siempre han de ir de la mano?
Mi oficio es hacer teatro y tal es la herramienta que utilizo. Desde Xnet y 15MpaRato siempre hemos pensado que la narrativa es clave para cambiar las cosas. Y el teatro es un vehículo muy importante. Solo con diez o quince funciones de Hazte banquero hemos conseguido la mitad del impacto obtenido con siete años de trabajo y denuncia.
También está previsto que la función se convierta en película, ¿cierto?
Trabajamos con Minoría Absoluta. Ya hemos firmado los derechos. Probablemente será una producción anglocatalana porque los productores españoles con quienes hemos contactado encuentran que nos metemos demasiado con todos los partidos. También podríamos haber trabajado con productores españoles que dan apoyo a Podemos, porque los hay, pero nosotros no seremos nunca de la formación de Pablo Iglesias.
¿Toda denuncia se ha de hacer siempre con sentido del humor?
Sí. Las pasiones tristes no sirven para transformar las cosas, solo para debilitarnos y autodestruirnos. La simple constatación de que los políticos no nos respetan y nos roban y de que nos rodea la corrupción no ayuda a construir nada. En cambio, las pasiones positivas son herramientas de transformación. Yo solo trabajo con humor y con