El Alba es el laboratorio de luz de sincrotrón más importante del Mediterráneo y del suroeste de Europa, pese a lo cual es un gran desconocido de la sociedad barcelonesa en general.
En Cerdanyola del Vallès un anillo de 300 metros de circunferencia, donde los electrones dan vueltas a la velocidad de la luz, permite observar la constitución de la materia. El sincrotrón Alba es un microscopio gigante que con su luz permite observar de qué están hechas las cosas, así como determinar la posición que ocupan los átomos gracias a su precisión. La italoespañola Caterina Biscari dirige este acelerador de partículas, el más importante del Mediterráneo y del suroeste de Europa, desde 2012, dos años después de su inauguración oficial. Biscari, física experimental con experiencia en aceleradores, también es miembro de varios grupos consultivos internacionales, como el de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, sigla de su denominación en francés), con sede en Ginebra.
¿Cómo funciona el sincrotrón Alba?
Cuando nos hacen una radiografía, los rayos X nos atraviesan el cuerpo para conseguir una foto de nuestro interior. Aquí hacemos lo mismo, pero la luz que utilizamos es la de sincrotrón, un tipo de radiación emitida por electrones que viaja a velocidades cercanas a las de la luz. El acelerador, un anillo de 300 metros, cuenta con ocho ventanas que dan a laboratorios desde donde los investigadores observan la materia. Sus muestras pueden ser desde células hasta materiales, como el litio de las baterías de los móviles.
El Alba es el laboratorio de luz de sincrotrón más importante del Mediterráneo y del suroeste de Europa. ¿Cómo puede ser que haya personas que conozcan el gran colisionador de hadrones (LHC) del CERN y no sepan que aquí está el sincrotrón Alba?
La sociedad española no es consciente de la importancia de la investigación, lo que se refleja luego en la política. En una campaña electoral, las palabras ciencia e investigación no aparecen nunca. Esto es muy grave. Si la sociedad no pide a la política que invierta en ciencia, la política nunca lo hará por sí sola, porque tiene muchos otros intereses y asuntos urgentes. Además, la inversión en ciencia es a largo plazo y la alternancia de los gobiernos es mucho más rápida. Nuestro proyecto comenzó en 2003, con José María Aznar y Jordi Pujol al frente de los gobiernos español y catalán, respectivamente; lo inauguraron en 2010 José Luis Rodríguez Zapatero y José Montilla, en los mismos cargos; entramos en funcionamiento en 2012, y la utilidad se está viendo en los últimos años y será más visible en el futuro. Si le pides a un político que invierta en investigación porque al cabo de cinco años verá sus frutos, no lo hará, sobre todo si eso no le da votos. Y para que dé votos lo tiene que pedir la sociedad. Es preciso educar a la sociedad; es nuestra asignatura pendiente, pero se necesitan tiempo y recursos para hacerlo.
¿En qué se diferencia el sincrotrón Alba del acelerador del CERN?
Las tecnologías son las mismas: el acelerador tiene los mismos principios aquí que allí. Pero hay dos diferencias principales de finalidad y dimensión. La primera, y la principal, es que en el CERN se hace ciencia pura para entender cómo está constituida la materia, sin tener en cuenta sus posibles aplicaciones. Sin embargo, aquí se hace una ciencia más aplicada. En segundo lugar, el CERN es una organización internacional en la que participan treinta países, entre ellos España. Su acelerador es cien veces más grande (30 kilómetros frente a 300 metros) y el presupuesto muy superior. Una estructura como el CERN solo puede existir como fruto de una colaboración internacional. No es una estructura que se pueda permitir un único país, ni siquiera los Estados Unidos. De todas formas, nosotros colaboramos mucho con el CERN: hay una continua transmisión de información y de personas. Tenemos proyectos comunes de futuro sobre nuevas técnicas de aceleración. Formamos parte de la misma comunidad.
Existen diferentes tipos de aceleradores. Aquí tienen un acelerador lineal, un anillo de propulsión de 300 metros y un anillo de almacenamiento. ¿Qué les permite hacer cada uno de ellos?
Las partículas se producen a partir de un metal pesado, el tungsteno, que contiene muchos electrones. Al calentar este metal a más de mil grados centígrados, las partículas cargadas se escapan y entran en el primer acelerador lineal. Allí se les da energía mediante campos eléctricos y alcanzan casi el 10 % de la energía final. Después, se introducen en uno de los aceleradores circulares donde se acelerará a los electrones hasta la energía final de los 3 gigaelectronvoltios. Luego se extraen de este primer anillo y se inyectan en el segundo, donde gracias a los campos magnéticos se les da una trayectoria circular para que den vueltas y produzcan luz de sincrotrón.
Actualmente disponen de ocho líneas de luz operativas dedicadas a dos comunidades: las ciencias de la vida y la ciencia de los materiales. ¿Alguna de estas líneas de investigación es más prevalente que otra?
Yo diría que son iguales. De las ocho líneas de investigación podemos decir que cuatro están dedicadas a las ciencias de la vida y las otras cuatro a la ciencia de los materiales. Pero muchas de ellas tienen un doble uso. Por ejemplo, la línea de cristalografía por difracción de rayos X te permite estudiar la estructura de una proteína o de un cristal. En este caso, el 95 % está dedicado a la investigación en ciencias de la vida y el 5 % restante a los materiales, respectivamente. Pero hay otras líneas en las que sucede al revés.
Esto sí que es un ejemplo de la multidisciplinariedad de la ciencia de la que tanto se habla.
A veces, cuando tengo un día particularmente complicado, me voy a dar una vuelta por el hall experimental del sincrotrón y hablo con los investigadores. Pasas del científico que está estudiando el virus de la malaria al que analiza los cristales iraníes de hace cinco mil años para entender cómo estaban hechos. Es increíble. Es un privilegio poder estar aquí y ser útil a tantas comunidades científicas.
En el sincrotrón también se han investigado cosas tan curiosas como el sabor del chocolate y el color amarillo que utilizaba Van Gogh.
Una empresa de Barcelona utilizó nuestras instalaciones para analizar cómo la estructura del chocolate cambia en función del proceso industrial al que ha sido sometido. Es decir, cómo el enfriamiento, el calentamiento o la cantidad de azúcar afectan a su sabor. En otro experimento también curioso analizaron el jamón ibérico. En este caso pasaron una muestra por el sincrotrón para entender si de verdad era ibérico o no. Cuando lo hicieron, les pedimos que la muestra no se limitara al milímetro [ríe]. El sincrotrón tiene muchas aplicaciones en la industria de la alimentación, como conocer la composición y el porcentaje de ciertos minerales en determinados alimentos (el selenio en las patatas, por ejemplo). La alimentación es un tema muy importante para el futuro de la humanidad, tanto para nosotros que vivimos bien y nos podemos permitir escoger, como para proporcionar alimento a los países donde hay problemas graves de desnutrición.
Alba se encuentra en una posición privilegiada, entre conocimiento, empresa e industria.
La idea de que el sincrotrón Alba se construyera aquí no fue un capricho, sino que se eligió la ubicación por las ventajas que ofrecía, ya que cumplía distintos requisitos. En primer lugar, en el aspecto técnico, los estudios de geología confirmaron que el suelo tenía la estabilidad y la calidad requeridas para construir una estructura de esta clase. Por otro lado, es fantástico estar al lado de la Universidad Autónoma de Barcelona y del polígono de actividad económica Parc de l’Alba, donde poseen su sede numerosas empresas. Se pensaba que el parque crecería de manera más rápida, pero la crisis frenó numerosas inversiones. Ahora la economía empieza a moverse otra vez y comienzan a surgir empresas que pueden ser usuarias del sincrotrón, en sectores como la cosmética o la mecánica. Además, el enclave es perfecto debido a su proximidad a Barcelona. Nos favorecen la capacidad de atracción de la ciudad, que es muy grande, y la buena conexión con el aeropuerto.
¿Qué supone para el sincrotrón Alba estar en Barcelona?
Muchísimo, nos confiere un valor añadido enorme. Barcelona se considera prácticamente en todo el mundo, sobre todo en Europa, como un lugar muy agradable donde vivir, donde pasar unos días, donde ir a hacer un experimento. Nosotros somos una instalación de usuarios. Si los usuarios vienen y están a gusto –y ello no solo porque el experimento les salga bien y la instrumentación sea muy buena–, volverán. Es así. Es verdad que el usuario mira más el aspecto científico, pero si a ello le añades que el lugar sea agradable, naturalmente es mejor. Y no solo eso: la atracción que ejerce Barcelona también facilita la llegada de personal de fuera de España. Ahora un 22 % de la plantilla es extranjera, de dieciocho nacionalidades diferentes. Por otra parte, Barcelona posee una estructura de ciencia muy potente gracias a la política de apoyo a la investigación desarrollada sobre todo por el conseller de la Generalitat Andreu Mas-Colell. Alba es uno de sus frutos.
¿Cómo sitúa el sincrotrón a Barcelona en el mapa internacional?
Muy bien. Cuando hablo con mis compañeros de fuera de Barcelona compruebo que estamos presentes en el mapa científico como uno de los mejores sincrotrones europeos y del mundo. Barcelona aparece como la sede de una estructura muy importante. Sin embargo, la ciudad no la tiene en suficiente consideración; yo creo que debería saber capitalizarla. Su presencia en el área metropolitana es un asunto de interés general sobre el cual, sin embargo, hay un profundo desconocimiento. Pongamos un ejemplo que nos ayudará a comprender la situación. El último sincrotrón que se ha construido después del Alba está en Suecia. Pues en dos años que lleva funcionando, el rey ya ha ido a visitarles muchas veces. Aquí no es que no venga el rey, es que no viene ni el alcalde de Cerdanyola. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, nos tenía que haber visitado, pero finalmente no lo hizo y delegó en el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, cuya presencia entre nosotros, por supuesto, me pareció estupenda. Carles Puigdemont también estuvo aquí hace unos meses. Con esto quiero decir que, efectivamente, hay algún contacto con los políticos, pero no en el grado suficiente. Barcelona debería aprovecharnos más. En el mundo académico somos muy conocidos gracias a la excelencia de nuestra instrumentación, a la operación que realizamos y a los servicios que prestamos; son realidades conocidas y apreciadas por el mundo científico, pero no por la sociedad en general.
La Fundación Women’s Week la ha nombrado Mujer Científica 2018. ¿El techo de cristal también existe en ciencia?
El techo de cristal existe en todas partes, en cualquier ámbito. Lo que pasa es que, en ciencias, somos pocas ya de entrada. Es verdad que ahora encontramos a muchas más científicas jóvenes, y espero que sea porque la situación está cambiando. Pero el techo de cristal es un problema general de la sociedad; es una realidad que cambia muy lentamente. En España la situación no es buena, pero tampoco es de las peores. Mi nombramiento como directora del sincrotrón demuestra que aquí no hubo consideraciones negativas sobre el hecho de que fuera mujer. Si observamos el conjunto de las instituciones similares que tenemos en Europa, aparte del CERN –que ahora está dirigido por una mujer, la italiana Fabiola Gianotti, por primera vez en sus sesenta años de historia–, el sincrotrón Alba es la única que tiene una directora. En Alemania, en Francia, en Inglaterra, en Italia, en Suecia…, este tipo de cargo lo desempeñan hombres en todos los casos.
A esto habría que añadir que en disciplinas como la física hay todavía menos presencia de mujeres que en otros campos, como la biomedicina.
En ciencias físicas siempre hemos sido pocas y seguimos siendo pocas. En la Universidad Autónoma de Barcelona imparto clases sobre física de aceleradores. Este año la presencia de estudiantes femeninas ha mejorado un poco y se sitúa en torno al 30 %. El otro día corregía exámenes parciales y, por primera vez en tres años, me encontré con un examen en el que los cuatro ejercicios estaban resueltos a la perfección. Se trataba de una chica, de una estudiante…
Creo que es muy importante actuar en los colegios. El modelo de sociedad impone que las niñas interioricen que deben hacer algo útil para los demás. Y entonces cursas medicina, eres maestra, eres enfermera… Por su parte, el físico, ¿qué pretende? El físico quiere entender por qué, es curioso, eso es lo que le lleva a estudiar físicas. Es un proceso egoísta. Cuando yo estudié física era porque quería entender más, aunque luego realizase cosas muy útiles para la sociedad.
Esto es, pues, lo que hay que enseñar a las niñas. Primero, que no deben tener miedo de ser egoístas y de estudiar lo que quieran porque sí, porque les satisface. Y en segundo lugar, que eso que estudian porque quieren entenderlo tendrá una utilidad para la sociedad. Y serán útiles a la sociedad porque, aunque no estén curando directamente a los enfermos, le estarán facilitando el sincrotrón para mejorar el fármaco que se les da y para que, en consecuencia, la cura tenga luego más probabilidades de éxito. Es una manera indirecta de ayudar, pero igualmente útil. Este es el mensaje que hay que hacer llegar a la sociedad.
¿Cuál es la importancia de contar con mujeres científicas como referentes?
Estoy muy contenta de la visibilidad de Fabiola Gianotti en el mundo entero. Estoy segura de que su figura ha convencido a muchas chicas de estudiar física, porque demuestra que es posible estudiar algo que te gusta y a un tiempo ser útil. Los modelos sociales tienen que cambiar. Este año se lanzó en Hollywood la campaña #MeToo, en un ambiente que no tiene nada que ver con la ciencia, pero que revela una evolución en la educación general en el sentido de que ciertos temas no se pueden seguir tratando como hasta ahora. Campañas así son positivas en todos los ámbitos y espero que ayuden también en el mundo de la ciencia.