Hace diez años Barcelona vivió uno de los momentos más dramáticos de su historia reciente. Las obras de excavación de la línea 9 del metro afectaron a los cimientos de algunas casas del barrio del Carmel: más de mil vecinos fueron desalojados y hubo que interrumpir las obras.
Dos años más tarde, entre 2007 y 2008, la ciudad volvió a vivir una serie de episodios críticos que pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de las infraestructuras y los servicios urbanos: un riesgo de sequía extrema que obligó a poner en marcha un plan para traer agua a la ciudad mediante barcos cisterna, un importante apagón eléctrico provocado por la sobrecarga de una central transformadora y un episodio de caos en el transporte cuando las obras del tren de alta velocidad causaron interrupciones en el servicio ferroviario.
La concentración de estos contratiempos adquirió una magnitud sistémica y obligó a activar un plan de detección y prevención de riesgos. Con el objetivo de mejorar la capacidad de reacción y de respuesta de la ciudad ante futuras adversidades, el gobierno municipal puso en marcha un plan estratégico.
De resultas de ello, Barcelona ha sido la primera ciudad del mundo en crear un departamento de resiliencia urbana y se ha posicionado como un referente internacional en este campo. Desde el 2013 es la sede del programa de resiliencia de ONU-Hábitat y desde este mismo año participa en el proyecto “100 Resilient Cities”, seleccionada por la Fundación Rockefeller, que destina 100 millones de dólares a programas de resiliencia urbana.
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