Resiliencia: prevenir, mitigar, recuperarse

El concepto de resiliencia no se limita a la virtud de encajar la adversidad y sobreponerse, sino que también incluye la capacidad de sacar un rendimiento positivo de la desgracia.

© Vicente Zambrano

Judith Rodin, presidenta de la Fundación Rockefeller, define la resiliencia como la capacidad de prever la adversidad y recuperarse, así como de adaptarse y crecer a partir de experiencias traumáticas. La construcción de la resiliencia permite prevenir o mitigar situaciones potencialmente desastrosas que pueden alterar el funcionamiento normal de una ciudad. Y en el peor de los casos, identificar o cuando menos dar mejor respuesta a aquellas adversidades que no podemos predecir ni evitar.

Rodin no limita el concepto de resiliencia a la virtud de encajar y sobreponerse a la adversidad, sino que lo amplía para incluir la capacidad de sacar un rendimiento positivo de la desgracia. Habla incluso de dividendos para referirse a aquellas capacidades y beneficios que se generan gracias a la construcción de la resiliencia, por ejemplo, tener disponibilidad y estar alerta, capacidad de respuesta y de revitalización. Idealmente, dice Rodin, “cuanto más aptos seamos para gestionar el desorden y más habilidades desarrollemos para construir la resiliencia, más capaces seremos de crear o servirnos de nuevas oportunidades, tanto en tiempos turbulentos como en días de bonanza. Estos son los dividendos de la resiliencia”.

La construcción de la resiliencia es cada vez más urgente y necesaria en un mundo marcado por la volatilidad. Solo hay que leer los periódicos para comprobar día sí y día también como alguna turbulencia perturba el curso normal de las cosas: un ciberataque, un nuevo virus, una tormenta devastadora, un ataque terrorista, una bancarrota sistémica, un desastre natural o una deflación repentina en los parqués de las bolsas pueden tener efectos desestabilizadores para un gran número de personas. Rodin destaca tres ámbitos de disrupción que son propios y definitorios del momento que vivimos: la urbanización, el cambio climático y la globalización.

Los tres grandes retos del siglo

La población mundial se está urbanizando de manera vertiginosa. Cada día son más las personas que emigran del campo a la ciudad. El crecimiento desordenado o improvisado de las grandes urbes genera bolsas de población vulnerables a las amenazas del cambio climático o las epidemias. La expansión desordenada de las grandes metrópolis también altera los ecosistemas, de manera que la urbanización no solo tiene un impacto social, sino también ecológico.

El segundo gran reto que afronta la humanidad en este nuevo siglo es el cambio climático, que provoca de modo recurrente desastres naturales cada vez más frecuentes y graves. Asistimos con preocupación al calentamiento global y el aumento del nivel del mar, a inundaciones y sequías que han generado desplazamientos demográficos y han dado lugar a un nuevo tipo de éxodo, el del refugiado climático.

El tercer factor que determina nuestro presente es la globalización, que ha acelerado el cambio que vivimos y ha introducido nuevos riesgos y variables, desconocidos hasta ahora. También ha añadido complejidad a nuestros sistemas y ha comportado un incremento de la volatilidad económica. Como todo está interconectado, dice Rodin, en este sistema masivo de sistemas una única disrupción a menudo dispara otra, que a su vez puede exacerbar los efectos de la primera, de manera que el choque original se convierte en una cascada de crisis. Una tormenta, por ejemplo, puede afectar las infraestructuras y terminar desencadenando fácilmente un problema de salud pública. Una turbulencia discreta puede acabar provocando una catástrofe a gran escala. Según estimaciones del Banco Mundial, entre 1980 y 2012 las pérdidas por desastres naturales fueron de casi 4 billones de dólares en todo el mundo.

La resiliencia no es una virtud innata o genética, sino una calidad que se puede desarrollar, tanto si hablamos de un individuo como de una comunidad u organización. Según Rodin, para que una ciudad sea resiliente debe tener seis virtudes fundamentales: atención, diversidad, redundancia, integración, autorregulación y adaptación.

© Mike Clarke / AFP / Getty Images
Una multitud trata de retirar fondos del banco BEA de Hong-Kong como consecuencia de los rumores divulgados sobre las relaciones de esta entidad con la banca quebrada Lehman Brothers, en septiembre de 2008.

Atención

Hay que ser consciente de las propias fuerzas y límites y estar atento a las posibles amenazas y riesgos. No hay bastante con estar al corriente de la propia vulnerabilidad. Ante una crisis, se debe poder incorporar nueva información y ajustarse a los cambios que se producen en tiempo real. En el caso de una ciudad como Barcelona, “la gestión de los servicios urbanos comporta una gran complejidad debido a los múltiples agentes que intervienen en el proceso –sostiene Ares Gabàs, responsable del programa de resiliencia urbana del Ayuntamiento de Barcelona–. Hay que construir las herramientas y las estructuras organizativas necesarias que permitan abordar la gestión de la ciudad de manera transversal e intersectorial”.

La atención primaria empieza por la gestión de las incidencias en los servicios de la ciudad, que se lleva a cabo a través de la Central de Operaciones de Hábitat Urbano, una pieza clave en el proceso de creación de resiliencia. La central tiene como misión afrontar situaciones críticas que puedan llegar a comprometer la continuidad funcional de la ciudad y abordar los casos con los diferentes agentes y operadores –públicos y privados– que intervienen en la gestión de los servicios urbanos.

La Central de Operaciones gestiona cualquier incidencia detectada en el espacio público que requiera una acción o una reparación urgentes. Se organiza en tres turnos que cubren las 24 horas del día, los 365 días del año, para hacer frente a las emergencias que se declaran en Barcelona. Recibe los avisos de los servicios proactivos o de la ciudadanía y gestiona los operativos con equipos de acción inmediata que se distribuyen por la ciudad, garantizando la rápida reducción o eliminación de los peligros localizados en el espacio público.

Diversidad y redundancia

Para que una ciudad sea resiliente ha de tener recursos diversos, incluso redundantes, de modo que su funcionamiento no se detenga si alguna pieza del sistema falla.

Un ejemplo de redundancia sería el acuerdo entre Transports Municipals de Barcelona y Urbaser, la empresa que gestiona la recogida de basuras. Tanto los autobuses como los camiones de residuos funcionan con gas y tienen su propia gasolinera, pero se ha previsto que, en caso de que se agote el combustible o se detecte alguna incidencia, tanto los autobuses como los camiones se puedan abastecer indistintamente en cualquiera de los puntos.

Integración

Para gestionar las incidencias no basta con tener reflejos y un buen equipo de bomberos y de guardia urbana. Se requiere que toda la información relevante para el funcionamiento de la ciudad esté integrada. Para ello, según Rodin, las funciones deben estar coordinadas y se tiene que poder actuar de un sistema a otro, colaborativamente, para buscar soluciones cohesionadoras. Para llegar a este nivel de integración, la información debe ser compartida, y la comunicación, transparente.

Para hacer frente a este reto, el Departamento de Resiliencia de Barcelona ha creado la Situation Room, una plataforma de gestión de la información que tiene como objetivo aportar una visión integral del estado de la ciudad aglutinando los datos relevantes de los diferentes sistemas. “La gestión de la ciudad es compleja por la multiplicidad de operadores que intervienen y porque, a pesar de las evidentes interdependencias que hay entre los diferentes sistemas urbanos, estos a menudo realizan una gestión aislada de la información –explica Gabàs–. La Situation Room abre una nueva posibilidad de gestionar y compartir la información con todos los agentes implicados y permite analizar de manera conjunta datos que hasta ahora era imposible correlacionar, aportando un nuevo conocimiento de apoyo para la toma de decisiones, ya sea a nivel estratégico u operativo”.

Con esta voluntad de integración recientemente se ha creado la Barcelona Urban Resilience Partnership, una iniciativa promovida por el Ayuntamiento en el contexto del City Resilience Profiling Programme de ONU-Hábitat, para consolidar y fomentar la colaboración público-privada con empresas proveedoras de servicios (Acsa, Aguas de Barcelona, Cespa, Endesa, FCC, Typsa y Urbaser), consultorías e ingenierías (Anteverti, Bac Engineering Consultancy Group, Institut Cerdà, Opticits) e instituciones académicas y centros de investigación (BSC, CIMNE).

Autorregulación

© Antonio Lajusticia
El paseo de Lluís Companys cubierto de nieve, en febrero de 2010.

La ciudad debe contar con mecanismos de autorregulación que le permitan tener averías sin caer en el colapso generalizado. Hay que poder trampear situaciones anómalas sin que provoquen un efecto dominó.

Es sabido, por ejemplo, que el agua que consumen los habitantes de Barcelona procede principalmente de los ríos Llobregat y Ter. Estas aguas se reparten entre los barrios del sur y del norte de la ciudad, a grandes rasgos. Hace tres años, sin embargo, se produjo una avería grave en una conducción que podía haber dejado sin servicio a la mitad de los barceloneses y a una parte del área metropolitana. La catástrofe se evitó gracias a una conducción inaugurada poco tiempo antes que conecta los sistemas Ter y Llobregat a través de la sierra de Collserola, y que permitió reenviar el agua del Llobregat hacia los sectores abastecidos habitualmente por el Ter. La avería podría haber generado mucho ruido, pero casi nadie se enteró del suceso ni tuvo motivos de preocupación.

Adaptación

Una ciudad debe ser capaz de ajustarse a las nuevas circunstancias generadas ante una situación de crisis, desarrollando nuevos planes, implementando nuevas acciones y, si es preciso, modificando el comportamiento para evitar futuras desgracias. Después de la devastación causada por el huracán Sandy en Nueva York, el gobierno de la ciudad optó por buscar soluciones que permitieran plantar cara a futuras tormentas. En lugar de construir un dique más alto, que tarde o temprano podría verse superado por otro huracán, se optó por crear parques costeros que en caso de tormentas descontroladas operasen como terrenos inundables, y que, en tiempo de bonanza, serían nuevos espacios para uso público.

Con esta misma voluntad de adaptación, el Ayuntamiento de Barcelona ha creado las denominadas Mesas de Resiliencia. Inicialmente, el objetivo era reducir la vulnerabilidad de la ciudad ante riesgos relacionados con infraestructuras y redes de servicios, pero actualmente el foco tiene un alcance más amplio, ya que también contempla riesgos naturales y antrópicos que pueden afectar la garantía de continuidad funcional y la prestación de servicios de la ciudad.

Bernat Puigtobella

Director de Barcelona Metròpolis

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