Xavier Verdaguer es uno de los emprendedores más creativos e internacionales surgidos de Barcelona. Ingeniero informático y arquitecto técnico por la UPF y con estudios de alta dirección en la Stanford University, se autodefine como un emprendedor en serie. Ha creado varias empresas a lo largo de su carrera, y actualmente impulsa desde Silicon Valley tres proyectos: Innovalley, dedicada al diseño de prendas de vestir inteligentes; Seven4Seven, de aplicaciones móbiles, e Imagine, un programa de creatividad para jóvenes emprendedores. Verdaguer insta a nuestras universidades y escuelas de negocio a formar a sus alumnos en habilidades emprendedoras para paliar los déficits del país en este terreno.
De muy joven usted ya era inventor. Existe una grabación de un capítulo del programa Joc de ciència en el que, a los doce años, ya recogía un premio por la creación de una máquina…
Sí, un pluviógrafo, un aparato para medir la intensidad de la lluvia. Aún debe de estar en el colegio de Sant Miquel dels Sants, donde entonces yo cursaba sexto o séptimo de básica. Se convocó un concurso de inventos en TV3 destinado, teóricamente, a niños mayores. Un compañero y yo participamos –mintiendo sobre nuestra edad– con un artefacto construido con elementos que había robado a mi abuela, como un despertador o un bote de barquillos. El aparato desplegaba una gráfica de la intensidad de la lluvia y funcionaba. El premio era un Commodore 64: fue mi primer ordenador, que me decantó hacia la informática. Ser emprendedor es eso, tener un sueño y luchar por hacerlo realidad, no ir al notario y firmar las escrituras de una sociedad…
Son numerosas las empresas que ha montado a lo largo de su vida. Empezó con TMTFactory.
Sí. Es la que ha hecho todo el recorrido desde que comencé solo hasta ahora, pasando por momentos duros, como cuando me arruiné en 2001 con la burbuja de las empresas puntocom. El primer encargo fue un proyecto para el Museu Marítim de Barcelona. Entonces era informático en una consultoría de ingeniería civil y empezaba a hacer cosas por mi cuenta en 3D y producción multimedia. En 1997 me presenté a un concurso del museo con un proyecto para explicar la historia del puerto de modo interactivo, haciendo un poco de trampa porque no tenía ninguna empresa constituida. La propuesta consistía en explicar mediante pantallas táctiles cómo había evolucionado el puerto en diferentes épocas. Me dieron tres meses para preparar una exposición. Tuve que crear un equipo y me encerré en mi piso de Gràcia hasta que la tuvimos ultimada. La exposición recibió el premio a la mejor producción multimedia de España y Portugal. Luego seguimos trabajando en proyectos multimedia hasta que internet fue arrinconando a los CD y nos pusimos a hacer webs. Hasta que en el año 2001…
Ha dicho que se arruinó…
Trabajaba para un único cliente, y cuando estalló la burbuja el cliente desapareció de la noche a la mañana y nos dejó a deber mucho dinero. Vengo de una familia muy humilde y no he tenido nunca un colchón financiero, de modo que la crisis nos arrastró a todos. Tuve que despedir a la veintena de trabajadores que tenía y recomenzar desde cero. El fracaso fue muy duro, porque la gente te pone en la lista negra.
Aquí el fracaso está mal visto y hay un déficit emprendedor. ¿Qué cualidades necesitamos para ser emprendedores de verdad? ¿Qué aptitudes convendría trabajar en las escuelas?
En primer lugar hay que trabajar la capacidad de comunicación de los alumnos, porque, si no, después no sabrán explicar o vender los proyectos, y por supuesto se tiene que enseñar mejor el inglés. En segundo lugar, hay que fomentar el liderazgo; el éxito también está mal visto, y a los emprendedores les falta ambición y ganas de cambiar el mundo. Falta gente que empuje y eso se les tiene que inculcar a los niños de pequeños. Aquí un emprendedor con un poco de éxito enseguida pasa a ser percibido como un empresario, término con connotaciones negativas.
¿Y en etapas más avanzadas?
En la universidad hay que fomentar el espíritu emprendedor. En Estados Unidos los profesores estimulan a los alumnos a crear empresas. Tener una experiencia emprendedora es toda una escuela, porque has de saber un poco de todo: contabilidad, relaciones públicas, planificación… No se trata tanto de formar directivos como de formar emprendedores, en todas las facultades, desde magisterio hasta farmacia. En Barcelona existen escuelas de negocio muy buenas que tendrían que desviar la formación de directivos hacia habilidades emprendedoras o se quedarán atrás. Aquí los investigadores universitarios trabajan para obtener prestigio científico; en Estados Unidos siempre tienen el horizonte de emprender. La investigación universitaria catalana se tendría que hacer en clave de mercado, para atraer inversiones, con objetivos más pragmáticos. En Estados Unidos las universidades tienen menos trabas administrativas si quieren, por ejemplo, montar una spin-off para crear una empresa. El rector de Stanford, sin ir más lejos, forma parte del consejo de administración de Google. Aquí sería impensable que el rector de una universidad estuviese en el consejo de administración de una gran empresa. Hay una enorme barrera entre la universidad y la empresa, lo que dificulta la transferencia de conocimiento y tecnología.
Nicholas Taleb, autor del libro The Black Swan, dice que el siglo XX ha sido el siglo del fracaso de la utopía social, y que este será el del fracaso de la utopía tecnológica…
Mi discurso sobre la tecnología es más optimista. La tecnología es imparable. Internet se propaga a gran velocidad y hará que todo llegue más rápido a todo el mundo. Un masai con un móvil conectado a internet tiene más información que Ronald Reagan hace veinte años cuando era presidente de Estados Unidos. Ahora apenas una cuarta parte de la humanidad está conectada a internet, pero en 2020 ya serán tres cuartas partes. Esta penetración de internet a bajo coste democratizará muchos activos del primer mundo, como el acceso a la educación y a la información.
Hace unos años puso en marcha el proyecto Imagine, que pretende motivar a jóvenes emprendedores de aquí en proyectos y llevarlos a pasar una temporada a Silicon Valley. ¿En qué consisten estos proyectos?
Estamos trabajando en tecnología para potabilizar agua, un encargo de Unilever, multinacional con una fundación muy potente detrás. Ven que dentro de unos años no habrá suficiente agua para todos y nos piden que hagamos una propuesta de ahorro. Hemos creado un equipo de tres jóvenes con perfiles muy distintos: una matemática, un publicista y un creativo. Ninguno de ellos tenía conocimientos de gestión medioambiental. La matemática desarrolló un índice para medir el consumo responsable de agua, que contempla la masa demográfica, la industria y las necesidades del entorno. El publicista propuso organizar un concurso mundial de ciudades –180, entre ellas Viladecans, donde la empresa tiene una sede–, que competirán para mejorar su índice de consumo. Para motivar a la colectividad se instala un elemento urbano en la plaza mayor de cada ciudad, de modo que sus habitantes puedan seguir la evolución del índice. A partir de aquí se pide que la gente proponga medidas concretas de ahorro. La idea de nuestro creativo, por ejemplo, consiste en ducharse con una canción de cinco minutos como máximo. Está comprobado que si limitas la ducha a la duración de una canción, puedes reducir el consumo habitual de agua de 160 litros a 80. Se trata de extender medidas que motiven colectivamente a la gente.
Esta motivación colectiva es indispensable si queremos dar el paso hacia las smart cities, un nuevo paradigma de interacción con el entorno que solo será posible si hay una hiperconectividad entre la gente. Conectividad no significa cohesión social. Quizás con la tecnología no basta…
Claro, la tecnología no puede ser nunca un fin en sí mismo, sino un medio. Nos ofrece una serie de nuevas posibilidades que se concretarán en lo que ahora llamamos la internet de las cosas, pero serán elementos más decisivos el uso que la gente haga de ellas y de qué modo aprovechamos las oportunidades que se abren para cooperar y sumar información. Una persona tiene media idea y otra puede tener la otra mitad. Las redes sociales propician la conectividad y por tanto la creatividad, pero la tecnología por sí sola no sirve para nada.
¿Y es solvente Imagine como empresa?
No es un negocio, sino más bien un proyecto abierto. Hasta ahora ha sido el de más éxito, en el sentido de que la transformación de las personas que han participado en las tres ediciones ha tenido un retorno emocional. Imagine ha sido un punto de inflexión en su vida. Han vivido una experiencia muy intensa que después les ha ayudado a transformar el entorno.
También ha creado una comunidad muy internacional con el proyecto Supertramps. ¿Cómo empezó esta aventura?
Hace unos años me llevé un susto con la salud, pero superé el problema. Entonces, mientras me reponía, opté por tomarme un año semisabático y trabajar más pausadamente. Me propuse viajar por el mundo durante seis meses, cargándome de visados y vacunas, pero sin pagar ni una noche de hotel. Hacía couchsurfing. Yendo de un sofá a otro, llegué a la India y Nepal. Durante aquellos meses compartí con la gente con la que me encontraba fotos de personas con los brazos abiertos. A estas fotos, que colgaba en Facebook, las llamábamos supertramp. Se han ido propagando por todas partes y ahora cada día recibo una docena de fotos de supertramps de desconocidos en la página de Facebook supertrampspage, que ya tiene 3.500 amigos. Para mí la felicidad no es real hasta que no se comparte.
Su viaje acabó cuando se instaló en California para estudiar en Stanford, donde realizó un máster. Y a continuación, en 2010, fundó Innovalley, una empresa dedicada al desarrollo de ropa inteligente.
Sí. Innovalley fusiona creatividad y moda catalana con tecnología americana. Por ejemplo, confeccionamos ropa para motoristas con GPS incorporados que, a través de unos sensores, te informan de si has de girar a la derecha o a la izquierda. Empezamos fabricando accesorios con una marca propia, pero desde hace un tiempo hemos decidido trabajar para grandes marcas de moda y de accesorios. Trabajamos en proyectos de investigación de largo recorrido y, por lo tanto, tardaremos en ver algunos productos en el mercado, pero nos los pasamos muy bien probando los prototipos.
Alguna vez se ha definido como “serial entrepreneur”. ¿Tiene más perfil de emprendedor que de empresario?
Sí, a mí me atrae más generar ideas nuevas de negocio, diseñarlo, montar un equipo que funcione y lograr que arranque, y una vez hecho esto pasarlo a un equipo de gestión.
Es muy americana esta distinción entre emprendedor y directivo, ¿no?
Sí. Habría dos modelos: el que emprende y dirige para siempre aquel proyecto, algo más propio de aquí, y el modelo del fundador, que es creativo pero después se desentiende de la gestión.
¿Qué nos falta en Barcelona para adquirir o contagiarnos de este espíritu emprendedor?
En primer lugar, un vuelo directo a San Francisco. Ahora mismo el Mobile World Congress nos convierte en la capital mundial de la telefonía móvil. Barcelona está muy bien posicionada en este sector, que es un sector en el que prevalece el talento, y disponemos de mucho. Tenemos que crear en Barcelona un clúster de emprendedores.
Al fin y al cabo nos encontramos en plena globalización. ¿Qué puede hacer en California que no pueda hacer aquí?
Mire, es cierto, el lugar no lo es todo. Para empezar deberíamos preguntarnos por qué Israel es el segundo país del mundo con más empresas cotizando en el Nasdaq. Aún nos falta cultura emprendedora. Cataluña es la tercera potencia investigadora europea en el ámbito científico. Tenemos talento y gente con dinero que no invierten suficiente en talentos de aquí. Barcelona es como una start-up. Hemos tenido rachas interesantes, pero ahora tenemos oportunidades. Barcelona es hoy una marca de creatividad asociada a muchas cosas: el fútbol, la cocina, la arquitectura, el diseño…, y parece que no nos damos cuenta. Los sectores tienen que reinventarse. Está en nuestras manos decidir hacia dónde queremos ir.
¿Es reproducible aquí el ecosistema de Silicon Valley?
Cualquier lugar en el mundo es bueno para emprender, pero hay determinados ecosistemas que son mejores que otros. Es más difícil emprender en Barcelona que en San Francisco, donde hay inversores, oportunidades y maquinaria a punto para que las ideas con equipos se conviertan en negocio… En San Francisco hay un entorno muy positivo y se aprende mucho más. Encuentras a gente muy capacitada, que a la vez es muy accesible. Aquí, en cambio, para llegar a hablar con según quién tienes que pasar por muchos filtros…
¿Qué nos falta, pues?
Cultura del fracaso. Y cultura del éxito… Si aquí alguien tiene éxito, enseguida pasa a estar bajo sospecha. Y cultura del riesgo: tenemos que apasionarnos con lo que hacemos, tenemos que trabajar con una actitud mental más positiva. Si en Estados Unidos te quedas sin trabajo, no tienes ningún subsidio de paro, pero la gente se espabila. También nos falta la cultura del mentoring. Nos falta sumar esfuerzos y cooperar mucho más. Miramos demasiado hacia España; Cataluña debe mirar al mundo, y aportar. Nuestro mundo es el mundo. A veces pienso que ojalá España declarase un boicot a nuestros productos, porque esto nos obligaría a vender fuera, y nos espabilaríamos.
Usted, que es emprendedor, ¿cree que una Cataluña independiente saldría adelante sola?
No lo sé, pero me gusta compartir este sueño colectivo. Soñar y luchar por un sueño es una actitud emprendedora. Con una actitud así podemos conseguir grandes cosas y ser más felices, tanto en el ámbito empresarial como en el personal, y también si se trata de construir el futuro de un pueblo. Emprender es un buen camino hacia la felicidad.
Si volviera a vivir en Barcelona, ¿en qué tipo de negocio se centraría?
Seguramente me dedicaría a la telefonía, o a temas sociales, o quizás a ambas cosas ligadas. Hay un emprendimiento emergente, el social, que no tiene por qué ser nonprofit por definición. En Barcelona existe un gran potencial de innovación social que tenemos que descubrir e impulsar. Se ha creado el Hub Candidate Barcelona, una plataforma que pretende conectar, promover y potenciar las grandes ideas de los emprendedores sociales. La Iniciativa Hub Barcelona pertenece a una red global de 31 hubs extendida por los cinco continentes cuya misión es cambiar el mundo aplicando modelos de negocio sostenibles, extensibles y reproducibles. Todo un ecosistema de innovación social.
Tecnología y felicidad
Además de los proyectos que tiene ahora mismo en curso, Xavier Verdaguer ha fundado a lo largo de su carrera otras empresas como TMTFactory (contenido multimedia y asesoría para proyectos digitales), BCNMedia (producción multimedia), IntegraTV (televisión interactiva), Smart Point (sistemas de puntos de información) y Bconsulting (desarrollo de software). El creativo es international partner de Barcelona Global e impulsor de la iniciativa San Francisco – Barcelona Sisterhood. Ha sido galardonado con el premio del Emprendedor de Barcelona Activa y con el premio al mejor joven emprendedor creativo de 2010, otorgado por la Joven Cámara Internacional (JCI). También es el impulsor del proyecto Supertramps (www.supertramps.ws), para compartir en la red momentos de felicidad.
Xavier verdaguer o com vendre fum