La escritora de origen marroquí Najat El Hachmi refleja en sus libros la contraposición entre el mundo del que procede y el que ha encontrado aquí, la negociación entre ambos mundos. Somos afortunados de tener en Cataluña a una autora que ha podido poner por escrito esta experiencia.
Najat El Hachmi (1979) es una de las autoras más celebradas e influyentes de su generación. Nacida en Marruecos, se trasladó con su familia a Vic, donde se escolarizó en catalán. En el año 2008 ganó el premio Ramon Llull con L’últim patriarca, una novela que incorporaba a la literatura catalana este mundo hasta entonces inédito. Este año ha sido reconocida con el premio Ciutat de Barcelona por su tercera novela, La filla estrangera, que ya había obtenido el premio BBVA de Literatura Catalana. La misión de Najat es escribir buenos libros, pero con estos buenos textos consigue desmontar tópicos sobre el islam.
En La filla estrangera hay un episodio en que la protagonista accede a ponerse el velo por la pura presión de la familia. Con esta novela usted hace ver al lector que detrás del hiyab siempre se encuentra una persona.
Cada mujer que se pone el velo se lo pone por motivos diferentes. Durante años intenté evitar el tema del velo en mi obra literaria o en los coloquios a los que me invitaban. Y lo más curioso es ver cómo en todos estos años en que los medios de la sociedad de acogida han dado demasiada importancia al pañuelo, el hiyab ha cobrado más significado para las personas que lo llevan. Ha tomado una carga simbólica, ha habido un proceso de reislamización difundido y reforzado desde algunos países que quieren dar una visión muy concreta del islam y que quieren influir mucho en las nuevas generaciones de musulmanes de aquí. No quieren perder creyentes, porque saben que así los podrán dominar políticamente.
Y aquí a menudo se ha demostrado una incapacidad flagrante para comunicarse con el recién llegado, para establecer con él una relación auténtica. Ha habido mucha condescendencia con respecto a los inmigrantes, y eso en La filla estrangera se ve clarísimamente.
Estamos acostumbrados a pensar que los inmigrantes de aquí no perciben lo que decimos de ellos; se habla al respecto como quien se refiere a un objeto, no a alguien que te puede estar leyendo o mirando. Cuando era pequeña y mi madre llevaba pañuelo no me había cuestionado nunca si se lo tenía que poner o no, pero cuando todos en Vic te preguntan por qué no te lo quitas, empiezas a pensar que quizás sí que es importante. En el caso de las adolescentes marroquíes que viven aquí, el tema aún es más complejo, porque se mezcla la relación con el propio cuerpo, la inquietud que despierta la sexualidad y cuál es el cuerpo correcto, porque en casa les dicen una cosa y en la calle otra muy distinta.
En La filla estrangera habla del deseo sexual de una adolescente. Usted también había explorado la sexualidad femenina en La caçadora de cossos, que es una novela muy diferente.
El tema del cuerpo es un problema que afecta igualmente a las adolescentes occidentales. ¿Cómo identificas tu deseo y cómo lo canalizas? ¿Qué haces con el deseo que pueda provocar tu cuerpo?
Tanto en La filla estrangera como en sus artículos usted explora la relación entre el sexo y la maternidad. El sexo va vinculando todos los ámbitos de la persona y también está vinculado a la maternidad; no es un órgano independiente, según usted. Dicho por una mujer católica se podría leer como una declaración integrista. En cambio, en labios de una marroquí que se declara abiertamente atea produce una impresión totalmente distinta.
Yo hablo de los temas que me inquietan, pero no quiero pensar que el hecho de tener un origen determinado me condiciona a la hora de hablar de la sexualidad, ni tampoco la educación que me dieron en casa. Llevo a cabo una reflexión y la hago en función del mundo en el que estoy viviendo. Yo ya he nacido en la época de los anticonceptivos,
para mí ya está claro que el sexo y la maternidad no van ligados… Por tanto, hay que ir más allá y entender qué sucede en este terreno una vez ganada la batalla por desvincular una cosa de la otra. Yo quiero entender qué me está pasando como mujer, yo que soy madre también. Vincular sexo y maternidad no es retroceder, sino avanzar. Quiero entender todos los elementos que forman parte de la condición de una mujer e integrarlos. No quiero analizarlos sobre la base de ningún prejuicio ideológico… por más que crea en el feminismo. Hay que abrir el debate de la maternidad.
En un artículo reciente usted hablaba de la maternidad y decía: “Las criaturas humanas tienen el defecto de nacer a media gestación y pasa un tiempo hasta que tienen la autonomía necesaria para desprenderse del cuerpo de la madre”.
A mí me costó mucho, me chocó, y eso que yo había vivido en un entorno en el que la crianza era habitual. Me ha pasado tanto con el primer hijo como con el segundo. Ves que tienes que hacer una renuncia por amor, porque te la pide el cuerpo, no porque te la haya impuesto nadie.
En La filla estrangera se describe un caso muy interesante, el de una madre marroquí que no quiere llevar a sus hijos pequeños a la escuela porque necesita estar con ellos, y la protagonista, que hace de mediadora social, casi se ve obligada a arrebatarle a la niña…
Muchas madres, no es necesario que sean marroquíes, se encuentran en este punto. Son madres que practican una lactancia más larga de lo que se estilaba, que quieren vivir la maternidad. Y cada día más se observa una agresividad contra las madres en el ámbito laboral, como si una mujer con hijos ya no pudiera tener la misma productividad. Desde según qué instancias del feminismo se quiere obviar y negar esta necesidad de la maternidad, y se nos propone igualdad en la baja de maternidad y paternidad. A mí buscar la igualdad por este lado me parece absurdo; es una visión paternalista hacia la mujer, fomentada justamente desde instancias feministas que nos dicen: “Os están haciendo volver a casa…” Yo no defenderé nunca la profesionalización de la maternidad, cuidado: no es positivo ni para la mujer ni para los hijos. Conviene vigilar qué mensaje transmitimos. Mi hija coge la máquina de escribir y dice que es escritora. Hay que poder vivir el período de crianza con cierta paz, sin que luego lo pagues caro profesionalmente. Yo temía que me costara volver; es muy difícil no pagarlo caro en ciertas profesiones.
En sus artículos ha defendido siempre el feminismo, hasta el punto de considerarlo uno de los cambios más importantes de la humanidad. También ha escrito que “no nos nacerán hijos feministas sin hacer nada, solo porque nosotros ya no hemos vivido lo que vivieron nuestras abuelas”. Y no es que el machismo haya vuelto, como decimos a menudo, sino que no se ha ido nunca. ¿Cuál cree que es el papel del feminismo hoy?, ¿en qué trampas no se puede permitir caer ahora mismo?
A veces hemos tendido a creer en el progreso exclusivamente en términos de evolución, pero la ideología no se transmite a través del ADN, sino a través de la educación y la cultura. Por eso tenemos que ser conscientes de nuestra misión de transmisores y no relajarnos.
A veces el feminismo se ha manifestado de manera puramente retórica. ¿El caso del desdoblamiento de género no es algo epidérmico? Yo he llegado a oír auténticos disparates, como aquel maestro que se dirigía a “els alumnes i alumnes”…
El desdoblamiento no tiene demasiado efecto. Es mucho más significativo ver cómo se tratan los adolescentes entre ellos. Hay que ser muy militantes en cosas básicas. El insulto y el maltrato no son admisibles. No puede ser que en la esfera pública te insulten por el hecho de ser mujer, que te ataquen por el cuerpo que tienes. Por otro lado, desde el feminismo no podemos caer en la tentación de errores del pasado como el exceso de corrección política o el querer censurar cosas. No hace mucho en Vic hubo una polémica en una feria de novias. En una foto de unos novios aparecía la imagen de una mujer en una posición supuestamente sumisa… y los de Capgirem Vic lo denunciaron. Tampoco hay que entrar a censurar la sexualidad, no nos podemos meter en qué tipo de sexo deben tener las personas. Me parece un exceso de corrección. Es mejor dedicar el tiempo a cosas más importantes, como por ejemplo la desigualdad.
En cuanto a la desigualdad, en un artículo reciente usted hablaba de la crisis de los refugiados y del trato diferente que damos al refugiado de guerra y al refugiado económico.
Sí, hay mucha gente indignada con lo que pasa en la frontera de Grecia o Hungría que no pedirá nunca que se cierren los centros de internamiento de extranjeros (CIE), ni tampoco exigirá más derechos para los inmigrantes que ya están aquí. Debe ser porque se separa más la clase que el origen, y que en nuestro imaginario siempre nos igualamos al otro al alza. No hace mucho el hijo de la duquesa de Alba explicaba que había acogido a un refugiado en su casa, y que era un médico… Evidentemente, las personas que pueden venir hasta aquí son normalmente las que tienen más dinero. Y en algunos países los han extorsionado.
Usted ha vivido la experiencia de inmigrar en primera persona. Viajó de Nador a Vic, de Vic a Granollers y por último a Barcelona. ¿Cómo se ha sentido acogida aquí?
Hace cinco años que vine a vivir a Barcelona, una ciudad que deseé durante mucho tiempo a través de la literatura. Para una familia de inmigrantes como la mía era la ciudad a la que íbamos a arreglar los papeles, adonde íbamos a hacer horas de cola. Fui conociendo los lugares que había conocido a través de la lectura, rincones descritos por mis autoras de cabecera: Rodoreda, Montserrat Roig, etcétera, pero también Josep Pla. Lugares con los que me había implicado emocionalmente. Por eso mi arraigo en Barcelona fue más fácil, porque antes de ser una ciudad vivida ya era para mí una ciudad leída.
Era la ciudad deseada, y temida al mismo tiempo por el anonimato que te da, que puede ser positivo, pero también te puede dejar muy a la intemperie. Es una sensación compartida por muchas personas inmigrantes que viven en comarcas y que miran la ciudad con respeto, porque el lugar al que vas a parar como inmigrante siempre es muy concreto. Vas siempre de un lugar concreto a otro, no de un país a otro.
Una ciudad pequeña como Vic puede resultar más abarcable; te permite establecer una red, pero al mismo tiempo también te condiciona porque tienes unos límites. Es curioso observar cómo para muchos inmigrantes, especialmente para los hijos de la inmigración, Barcelona es la ciudad en la que precisamente puedes dejar de ser inmigrante. Una vez aquí te desvinculas de tu colectivo inmigrante, que te da apoyo cuando tienes necesidad de ello, pero que también ejerce un control social.
Usted ha trabajado como mediadora cultural, aproximando a la comunidad marroquí y a la autóctona. En La filla estrangera hace decir a la madre de la protagonista: “El peor problema que tienen los marroquíes son los propios marroquíes”.
Sí, esta crítica despiadada es muy propia de los marroquíes. La frase también es propia de alguien que siente la mirada de los demás sobre el propio colectivo, porque la sociedad de acogida tiene la necesidad de identificar un colectivo y etiquetarlo. Cuando trabajaba de mediadora y hacía de traductora, algunas mujeres me pedían que no lo tradujera todo: “Esto no lo traduzcas”, me pedían con cierta prevención. Era la conciencia de pertenecer a un colectivo sin poder dentro de otro grupo mayor, la conciencia de vivir sin igualdad de condiciones. De pequeños mis padres nos decían: “Esta no es nuestra tierra”.
En este número de Barcelona Metròpolis abordamos el tema del multilingüismo en la ciudad. Y ahora que comenta su experiencia como mediadora, ¿cómo vive la experiencia de ser una autora que habla lenguas diferentes con los padres, hermanos o hijos? ¿Cómo cree que hay que abordar la diversidad lingüística? El Grupo de Estudio de Lenguas Amenazadas dice que en Barcelona ya se hablan trescientas lenguas y propuso una votación para decidir cuál debía tener el honor de llevar este número. ¿Cuál votaría usted?
Yo votaría por un pidgin, por una lengua criolla. Mis sobrinos viven en Vic en un barrio en el que hay muchos bereberes, y la mezcla que hacen del catalán y el amazigh es increíble. Toman verbos catalanes y los flexionan en amazigh. En el amazigh que ellos hablan ya hay interferencias del catalán de Vic. Y en el catalán que ellos hablan entre ellos, también hay elementos amazigh.
¿Qué lenguas habla con sus familiares?
De pequeña yo viví en un barrio periférico de Vic e iba a la escuela pública. Me recuerdo teniendo que aprender castellano en el patio, después de aprender catalán en el aula, porque los otros niños se reían de nosotros si no hablábamos castellano. Por eso acabé hablando en castellano con mis hermanos. Después la mayoría de nosotros hemos acabado hablando en catalán o amazigh con nuestros hijos. Yo hablo amazigh con mi madre, castellano con mis hermanos y catalán con mis hijos. Los factores sociolingüísticos son cambiantes en el tiempo, no hay unos patrones claros y establecidos, sino que pueden pasar cosas de estas.
Sobre el presente y el futuro de la novela, usted ha comentado que el escritor no se tendría que sentir obligado a innovar a cada paso. Quizás ya hemos llegado al final de la historia de la novela y podemos por fin hablar de lo importante. Usted también ha reconocido la deuda hacia las mujeres de su familia, grandes narradoras, que sabían explicar las cosas entreteniéndose en detalles y manteniendo la tensión dramática. ¿Qué influencia ha tenido en su obra el estilo de narrar de las mujeres marroquíes?
Si he de ser justa, diría que no se puede considerar un rasgo de las mujeres marroquíes. Es más bien un don de mi madre, que me tenía fascinada. Mi madre es analfabeta, pero tiene una capacidad única para explicar historias. Empieza a hablar y enseguida te encuentras dentro de su relato, no sé muy bien cómo lo hace. Lo hace de manera natural, sin especular, con una capacidad para captar el detalle. Yo me recuerdo callada escuchando… Una influencia así no está reconocida en ninguna parte, ni está prestigiada, pero es mi raíz como narradora. Mi bisabuela también era una gran narradora, de una gran vitalidad, dotada con este mismo instinto de explicar historias. Mi única esperanza es que a través de la literatura pueda explicar este mundo que se pierde.