La supuesta catapulta para los jóvenes italianos

Barcelona ocupa un lugar privilegiado en el imaginario de los italianos, para quienes la ciudad es casi perfecta. Pero tras esta imagen se esconde una realidad que puede llegar a ser dura y difícil para muchos de ellos.

Foto: Dani Codina

Claudia Cucchiarato, responsable de comunicación de la editorial Salamandra, fotografiada en Gràcia, uno de los barrios preferidos por la comunidad italiana.
Foto: Dani Codina

Juan Goytisolo se declaraba nacionalista de la Rambla, con todas las culturas que la pisan. Desde hace un tiempo sobresale la italiana. Un puñado de voces de turistas, inmigrantes, estudiantes Erasmus y viajeros de negocios procedentes del país de Francesco Totti te acompaña durante un paseo que, en vez del Liceu, parece que te prometa el Teatro alla Scala de Milán.

“Barcelona tiene dos caras: la de su identidad propia y la de postal. En Italia creen que aquí estoy todo el día en la playa o de fiesta”, explica Alessio Arena, cantautor napolitano, mezclando el catalán con el castellano igual que, en otras ocasiones, mezcla el napolitano con el italiano. La comunidad italiana es la que tiene más residentes en Barcelona –supone el 10,1 % de una población extranjera que suma 288.675 personas—, seguida de la china (6.9 %) y de la pakistaní (6,7 %). “Lo que ha sucedido en los últimos cuatro años con los italianos no lo llamaría emigración, sino directamente diáspora hacia Barcelona”, explica Davide Perollo, siciliano, investigador sobre refugiados y migrantes y autor del estudio La integración sociolaboral de los jóvenes italianos en el extranjero: el caso de la comunidad italiana en Barcelona. “Los italianos que viven aquí pertenecen mayoritariamente a la franja de edad situada entre los dieciocho y los treinta y cinco años, y son norteños”, añade. La Rambla solo es el mejor ejemplo de la inmensa presencia de esta comunidad, que se diversifica por el resto de barrios, sobre todo por Gràcia, Poble-sec y Barceloneta.

Según datos oficiales, en esta circunscripción consular –que incluye, además de Cataluña, Andorra, Aragón, la Comunidad Valenciana, Murcia y Baleares– en el año 2000 había 13.400 italianos inscritos. Ahora hay más de 80.000, aunque una parte de ellos son de origen argentino. De este total, entre 32.000 y 33.000 viven en el área metropolitana de Barcelona. Perollo, con todo, desmiente esta cifra. “Hay unos 130.000 italianos en el área metropolitana –asegura–; lo que pasa es que la mayoría no han ido a inscribirse al consulado”, a pesar de que por ley es obligatorio al cabo de un año de residencia. “Los que llegaron en los primeros años 2000 pudieron acceder a casi cualquier trabajo sin problema. Barcelona era comparable a Dublín en la facilidad con que los jóvenes podían llegar, conseguir papeles y empezar a trabajar en algo temporal –sigue explicando–. Pero la crisis dejó florecer todo lo malo y lo bueno de la capital catalana. Quien ha llegado ahora ha encontrado una situación que ya no es tan fácil como antes, sobre todo por culpa de los requisitos que se exigen para obtener el número de identificación de extranjeros (NIE) desde la reforma de 2012”.

Una imagen “casi perfecta”

Pero hagamos ya la pregunta clave: ¿por qué un joven italiano se marcha de su país para venir a Barcelona, un lugar del que pretenden huir muchos jóvenes autóctonos para encontrar trabajo en otros puntos del mapa? “Yo diría que todos los italianos venimos por amor. Aunque existen diferentes tipos de amor. En mi caso, fue amor propio. En Barcelona, más que en otras ciudades, se vive bien. Su imagen es casi perfecta en Italia”, opina Claudia Cucchiarato, de Treviso, responsable de comunicación de la editorial Salamandra y autora de Vivo altrove, un reportaje sobre los italianos que viven en el extranjero. Claudia también asegura que en su país imperan la gerontocracia, el nepotismo y el intercambio de favores.

“Un italiano en Italia casi no es valorado. Por ejemplo, sabemos hablar en público porque desde pequeños hemos hecho exámenes orales, y esto en el extranjero se valora. Para un joven de mi país, España supone un primer paso en el camino de la mejora”, explica Cecilia Ricciarelli, propietaria de la librería Le Nuvole, de Gràcia. “El turismo, la restauración y todo el sector técnico en Italia están saturados. Por eso muchos italianos vienen a Barcelona o a la Costa Brava, como escalas hacia otros lugares”, apunta Perollo.

Claudio Stassi, dibujante de cómics palermitano, llegó con su mujer a Barcelona con la intención de probar durante un año lo que era vivir aquí, y ya suman ocho. Hasta han tenido una hija. “En Barcelona encontré todo lo que echaba en falta en mi ciudad: más orden, más control, más limpieza, ninguna dificultad para ir al hospital y que te atienda un médico –algo que en Sicilia es una pesadilla– y facilidad para que te den un documento en el Ayuntamiento o en el consulado”, enumera.

“Aun viviendo una crisis, aquí se respira un clima de optimismo que no existe en Italia. Esto ha atraído a mucha gente”, opina Alessandro Manetti, director del Instituto Europeo del Diseño (IED) de Barcelona. “Cada semana recibo tres o cuatro peticiones de italianos que quieren venir a trabajar. Pero no solo me llegan desde Italia, sino también de otros países, como por ejemplo de Londres; italianos que se han cansado de no ver el sol”. Así pues, en resumen, la burocracia y las dificultades para ser atendido correctamente cuando vas al médico son las dos principales pesadillas italianas en su país. De cerca les sigue el mal funcionamiento de los transportes; la mayoría de los entrevistados para este reportaje considera que los transportes públicos de Barcelona son bastante eficaces.

Perollo avisa que durante sus investigaciones ha descubierto algo que le preocupa: una división entre italianos de primera y de segunda. “Hay italianos llegados hace diez años que están explotando a los compatriotas que llegan ahora”. Desde julio de 2012, para obtener el NIE es imprescindible disponer de un contrato de trabajo y de 5.100 euros en una cuenta bancaria española para demostrar que puedes mantenerte y contratar un seguro médico. “Para muchos italianos que vienen aquí sin tener una idea de vida estructurada o contactos con alguna empresa o universidad se complica mucho el asunto –expone–. En toda esta situación entran en juego los capolarati. Es decir, los italianos asentados que explotan laboralmente a los recién llegados. Estos últimos acaban trabajando en negro en sectores como la restauración o en pequeñas actividades industriales hasta reunir el dinero suficiente para abrir una cuenta en el banco”, sigue explicando.

“Los capolarati también controlan el sector inmobiliario. Cuando yo llegué una habitación individual costaba entre 200 y 250 euros al mes. Ahora, en portales clones de Airbnb gestionados por italianos, cuesta 500 o 600. Los italianos que lo gestionan se llevan al mes 5.000 o 6.000 euros que no declaran a Hacienda y, además, no viven en Barcelona, sino en Ibiza. Tienen ‘esclavitos’, normalmente compatriotas recién llegados que hacen el check-in y el check-out”.

La cara oscura

Lysh es un nombre ficticio. Pero Lysh existe y su Barcelona también. Después de pisar la ciudad por primera vez el verano en que quiso empezar a aprender español, regresó a Catania, donde sentía que ya nada la retenía. Por eso el verano siguiente se dio una segunda oportunidad con la intención de quedarse. Poco después de llegar se enamoró de un chico que vivía en la calle y que la arrastró a ella. Vivían al día, pidiendo limosna, y demasiado dinero lo destinaban a consumir droga. Hasta que decidieron invertir todo lo ahorrado en elaborar minibocatas para venderlos de forma ambulante en las fiestas de Gràcia. La policía se los confiscó en la primera noche y los multó. A Lysh y a su novio entonces no les quedó más remedio –afirma– que ponerse a vender droga para comer y algún día poder dormir bajo techo. Así era muy fácil hacer dinero, como también lo era desnudarse los dos ante una webcam.

Mientras tanto, cada vez consumían más droga. Lysh vivía un infierno y su padre le pagó el billete de regreso a Catania. Pero lejos de ser un final, se trató de un simple punto y aparte. Ella tenía la idea fija de que se merecía conquistar Barcelona, que algún día pretendía poder llamar la ciudad de su vida. Y se dijo que quizá a la tercera iba la vencida, si no se relacionaba más con el chico que la había llevado a la calle. Empezó a dar clases de italiano a particulares y a empresas y con el dinero ahorrado alquiló un pisazo en la plaza Urquinaona al que le sobraban dos habitaciones. Realquilarlas a turistas era una opción; ilegal, pero una opción. La aprovechó sin contarle nada a la propietaria del piso. Poco tiempo después había ahorrado tanto dinero como para alquilar otro piso con la intención de realquilarlo entero. La última vez que la vi me contó que estaba muy ilusionada con un proyecto: crear una red de pisos turísticos ilegales.

El mundo cultural

El cantautor Alessio Arena no lo ha tenido nada fácil para introducirse en el mundo cultural barcelonés: “A la gente de fuera le cuesta entrar en este mundo para participar como protagonista de su efervescencia. Los artistas extranjeros básicamente se mueven entre la Rambla y la Gran Via. Subir más arriba cuesta muchísimo; es complicado formar parte de la elite cultural local si eres foráneo. La música catalana es muy hermética”, dice. En su caso, admite que a costa de mucho esfuerzo ha acabado haciéndose un hueco. Lo demuestra la colaboración con artistas pertenecientes a esta elite como Marina Rossell o su reciente actuación en el Festival Jardins de Pedralbes como telonero de Índia Martínez. “Cuando vine a Barcelona con veintidós años tenía la pretensión de hacer cultura en catalán, aun siendo italiano. Lo he conseguido. De hecho, hasta ahora he grabado más canciones en catalán que en ningún otro idioma”, remata Arena.

“Intento interpretar la política dando mi opinión y tocando algún punto sensible. A veces hay alguien que se enfada, como cuando convertí en santa a Ada Colau cerca de la plaza Sant Jaume”, relata en un buen catalán Salva TVBoy, el artista urbano que empezó en las calles de Milán y que se ha hecho mayor en Barcelona. Una obra suya, ya desaparecida, fue motivo de un notable ruido mediático: situada en el aparador de un surtidor de gasolina de la parte baja del paseo de Gràcia, en ella aparecían Messi y Cristiano Ronaldo dándose un beso mientras el primero sostenía una rosa en la mano; un homenaje al día de Sant Jordi, que el año pasado coincidió con el Clásico de fútbol.

Expectativas laborales defraudadas

“Desde el 2008 hasta hoy ha habido una caída del 60 % de la capacidad de inserción laboral de los italianos que viven aquí”, explica Perollo, quien también comenta que actualmente los italianos en Barcelona se reparten entre empresas de telemarketing o restauración, en inmobiliarias y en todo lo que tiene que ver con la explotación en gris de Airbnb y similares, en plataformas web de venta en línea como Privalia y Rumbo y en el aeropuerto de El Prat. Y otros, pertenecientes al grupo de los más afortunados, se encuentran en el sector científico.

“Un 20 % de nuestros investigadores son extranjeros”, asegura la directora del Sincrotrón Alba, Caterina Biscari. “De estos, la comunidad mayor es la italiana. A Italia, en cambio, no llegan investigadores de fuera y los autóctonos se van mucho más que los españoles, sobre todo los jóvenes. No hay españoles que trabajen en la investigación italiana”. Pero Perollo recalca que “muy pocos llegan y conectan directamente con un nivel empresarial medio o superior. Y aquí, con el objetivo de quedarse en Barcelona, aceptan empleos precarios que en Italia nunca hubiesen aceptado”.

Este incumplimiento de las expectativas laborales puede desembocar en la situación que menciona Cucchiarato: “Hay un momento crítico a los cuatro años de irte de tu país. Si no has conseguido lo que pretendías, soñabas o querías, te sientes tentado a regresar”. Ella tuvo la suerte de que cuando se cumplieron los cuatro años estaba viviendo una de sus mejores épocas en la capital catalana. “De los que llegan con la idea de una Barcelona maravillosa para vivir, el 60 % cambia de opinión en un par de años por la falta de trabajo, por el incremento del precio de la vivienda o por los gastos de autónomo. Y cuando ya se han decepcionado de Barcelona, se van a Canarias”, concluye Perollo en tono de impotencia.

Sergi Escudero

Periodista

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