Envejecer con más calidad de vida

Los avances científicos del último siglo han aumentado la esperanza de vida en treinta años. El incremento, sin embargo, comporta un peaje: las enfermedades asociadas al envejecimiento, como el cáncer, el párkinson o el alzhéimer. Los investigadores centran sus trabajos en intentar evitar su avance.

© Òscar Julve

Si hubiéramos nacido hace un siglo, seguramente lo habríamos tenido bastante más complicado para llegar a viejos. Los avances de la ciencia a lo largo del siglo, que han conseguido erradicar algunas enfermedades y cronificar otras, han permitido que vivamos, por término medio, treinta años más. Este aumento, sin embargo, va acompañado de un peaje: el incremento de la prevalencia de enfermedades asociadas a la edad, como el cáncer, la diabetes y las cardiopatías, y también las neurodegenerativas, como el alzhéimer y el párkinson.

En este escenario, la ciencia, y en concreto la biomedicina, se revela como una herramienta primordial. Cataluña, según el último informe Biocat 2013, ocupa una posición puntera en investigación e innovación en este sector en España. Concentra un gran número de parques científicos y centros de investigación, claves para la investigación de frontera, y está considerada una de las regiones biomédicas más importantes de Europa. Algunos de los científicos que investigan en Cataluña sobre envejecimiento y enfermedades asociadas son referentes a escala internacional.

Es el caso de Pura Muñoz-Cánoves, investigadora ICREA en la Universidad Pompeu Fabra, que ha publicado en la revista Nature un estudio que cambia la visión que la ciencia tenía del envejecimiento. “Vamos decayendo poco a poco, de manera casi imperceptible, pero después se produce un declive brusco y dramático, irreversible, que coincide con la entrada en la edad geriátrica, cuando los tejidos pierden su capacidad de regenerarse”, explica esta experta. Muñoz ha descubierto que, al menos en los músculos, el tejido que ella estudia, este punto de no retorno se produce cuando aparece en escena una proteína denominada P16. En experimentos con ratones ha observado que, si se bloquea esta molécula, puede restaurarse la capacidad regenerativa de las células madre, de modo que se consigue un cierto efecto rejuvenecedor.

Albert Armengol
Personas mayores hace ejercicio en las instalaciones de gimnasia situadas tras el Parque de Investigación Biomédica.

Epidemias del siglo xxi

Dos de las enfermedades en las que el envejecimiento es el factor de riesgo más importante son el alzhéimer y el párkinson, ambas consideradas por los expertos epidemias del siglo xxi. De estas enfermedades, denominadas complejas, se desconocen las causas y también el origen, y no tienen cura, solo tratamientos para paliar los síntomas y tratar de evitar su avance. En el caso del alzhéimer, afecta a una de cada diez personas mayores de sesenta y cinco años y su prevalencia va en aumento. En un estudio realizado el año pasado, la Federación Internacional de Asociaciones de Alzhéimer estimaba que en 2050 habría 135 millones de personas con demencia en el mundo y el alzhéimer sería la más común.

Natàlia Carulla, investigadora del Ramón y Cajal, centra su trabajo en el Instituto de Investigación Biomédica (IRB Barcelona) en una de las proteínas que están implicadas en la enfermedad, la beta amiloide. Ha desarrollado herramientas y metodologías para estudiar esta molécula en el laboratorio. Se sabe que hay un momento en que la célula secreta beta amiloide en más cantidad; como es muy pegajosa, se une consigo misma y empieza a formar cúmulos con diferentes estructuras. “Queremos saber si hay determinados patrones de beta amiloide que sean más tóxicos para la célula que otros y si están implicados en la muerte neuronal. Conocer estos patrones sería clave para desarrollar moléculas terapéuticas que eviten su formación y, por lo tanto, su toxicidad”, explica Carulla.

También en este centro, pero desde una aproximación completamente opuesta, el investigador ICREA Patrick Aloy, al frente del Grupo de Bioinformática Estructural y Biología de Redes, estudia el alzhéimer. No obstante, en lugar de centrarse solo en uno de los actores implicados en la enfermedad, se enfrenta a ellos de manera global, uniéndolos en una especie de red de interacción de proteínas y genes. “Esperamos poder crear un modelo informático dinámico de la enfermedad que nos permita representar la evolución a escala molecular, de forma que podamos entender su origen y cómo progresa, para, al final, desarrollar fármacos que bloqueen su progresión”, afirma Aloy.

Uno de los avances más importantes se ha producido en los últimos seis años, al descubrirse que, aunque los síntomas aparecen en la vejez, el cerebro empieza a alterarse hasta dos décadas antes. Detrás del importante hallazgo está José Luis Molinuevo, neurólogo del Hospital Clínic de Barcelona y director del BarcelonaBeta Brain Research Center, de la Fundación Pasqual Maragall. “Hace diez años empezamos a estudiar a personas sanas en las que, al hacerles una punción lumbar y analizar el líquido cefalorraquídeo, encontrábamos concentraciones anormales de las proteínas que sabemos que están implicadas en el alzhéimer. Descubrimos que su cerebro ya estaba alterado, que funcionaba de modo distinto, e incluso con resonancia magnética funcional podíamos ver que tenían un menor grosor de la corteza cerebral”, explica Molinuevo.

Saber que la enfermedad empieza a gestarse a partir de los cuarenta años ha supuesto un cambio de paradigma: ahora el énfasis no se pone tanto en tratar de curarla, sino en prevenirla. “Se trata de llevar una vida saludable, vigilar el colesterol, el peso, la hipertensión, el azúcar. No fumar, practicar deporte cardiovascular a diario, dormir ocho horas al día y también estar activo socialmente”, recomienda Jordi Camí, director de la Fundación Pasqual Maragall, una entidad que ha iniciado un estudio pionero llamado ALFA (Alzhéimer y Familias). En el proyecto participan como voluntarios 2.700 hijos de enfermos de alzhéimer, de entre cuarenta y cinco y ochenta años, a los que seguirán durante años y les practicarán diversas pruebas, desde test cognitivos hasta pruebas de imagen cerebral y punción lumbar para intentar ver qué procesos ocurren en el cerebro para que se produzca la neurodegeneración.

El párkinson es otra enfermedad asociada al envejecimiento. En el mundo hay 6,3 millones de personas afectadas, según la Asociación Europea de la Enfermedad de Parkinson (EPDA). Suele aparecer a partir de los sesenta años, aunque un 10 % de los pacientes se les diagnostica antes de los cincuenta. Las alteraciones del movimiento se deben a una pérdida progresiva de un tipo de neuronas que producen el neurotransmisor dopamina, un elemento clave del circuito que controla el movimiento.

Albert Armengol
Eulàlia Martí, investigadora del Centro de Regulación Genómica.

En el Centro de Regulación Genómica, la investigadora Eulàlia Martí coordina una línea de investigación propia sobre las ARN no codificantes, un tipo de moléculas que, aunque se encargan de producir proteínas, tienen una importante función como moduladores de la expresión y la función de otros genes. Las ARN no codificantes son esenciales para el correcto funcionamiento de las células, y los científicos han comprobado que cuando se altera su función pueden llegar a provocar procesos patológicos.

Martí estudia muestras de cerebros en diferentes estadios de la enfermedad, y también sanos, con el objetivo de encontrar eventuales alteraciones en la expresión de estas moléculas. “En estadios preclínicos, antes de que la persona haya sido diagnosticada de párkinson, la expresión de las moléculas está perturbada”, indica la investigadora. También ha efectuado experimentos in vitro donde hacen crecer neuronas en placas y manipulan su ARN no codificante imitando el patrón de regulación que ven en el cerebro, y así se comprueba que las células “reproducen procesos típicos de la enfermedad de párkinson”. La investigadora explica que “seguramente son perturbaciones iniciales que después participan en la evolución de la enfermedad. Esto puede ser relevante para comprenderla mejor y porque nos abre una ventana terapéutica”.

Aunque por ahora no hay cura ni tratamiento eficaz para estas patologías, los expertos son optimistas y creen que en un futuro no muy lejano habremos conseguido entender mejor las bases para prevenirlas y actuar contra ellas.

Cristina Sáez

Periodista especializada en ciència

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