Nada en exceso; tampoco la tecnología

“Tal y como pedía el precepto griego: nada en exceso. La tecnología se diseña para ser adictiva, porque solo así da dinero”. Es la advertencia de Núria Oliver, referente mundial en inteligencia artificial, sobre el mal uso de las nuevas tecnologías. Pero no duda de un balance global positivo.

© Pere Virgili

Ingeniera en telecomunicaciones y con un doctorado por el MIT, Núria Oliver (Alicante, 1970) es directora científica de Telefónica I+D. Pertenece al 10% de mujeres presentes en cargos directivos en el sector tecnológico. Se muestra preocupada y con ganas de corregir este desequilibrio y atraer a las mujeres hacia el mundo científico ya desde la infancia.

Realizó el doctorado sobre inteligencia artificial en el Media Lab del MIT de Massachusetts, gracias a una beca de La Caixa, un trabajo con amplio reconocimiento mencionado en más de ocho mil publicaciones. En el 2009, el Foro de Mujeres por la Economía y la Sociedad la designó como talento emergente y, en el 2013, recibía el Premio al Miembro Sénior de la Association for Computing Machinery (ACM). También ha recibido múltiples premios por sus publicaciones científicas.

En el 2000 fichó por Microsoft, para la que trabajó en el centro de investigación en Redmond (EE. UU.). Entonces veía lejos la posibilidad de trabajar en investigación en nuestro país, sin descartarlo del todo. Y así, siete años más tarde volvía a Barcelona para incorporarse al equipo de investigación multimedia de Telefónica, donde continúa.

A principios del 2015 organizó el TEDxBarcelonaED, una rama de las charlas TED dedicada a la educación, con expertos mundiales en el futuro del aprendizaje y la educación. De hecho, esta es una de las áreas de mayor interés para Oliver: saber cómo aprenden las personas para hacer que las máquinas aprendan o, dicho de otro modo, mejorar la inteligencia artificial y ponerla a nuestro servicio. La otra área de trabajo de esta investigadora es la explotación del big data (datos masivos) mediante la minería de datos y los sistemas automatizados de recomendación.

Un ejemplo ilustrativo de big data, para los lectores que no estén familiarizados con ello, podría ser el conjunto de datos que he generado desde que he salido de casa hace una hora hasta que he llegado aquí para entrevistarla.

Si consultas Google Maps para saber dónde estaba el edificio, generas datos de geolocalización. Si buscas la dirección en la web también dejas rastros digitales. Si llamas por teléfono o envías un whatsapp, si coges el transporte público, si pasas por un lugar donde había cámaras de seguridad…

¿Y qué podemos hacer con todo esto?

Muchas cosas. Gran parte de la economía de los servicios de internet se basa en la monetización de los datos personales. Pero una de las consecuencias más interesantes, a escala colectiva, es el poder que otorgan estos rastros digitales, anonimizados y agregados, para diseñar mejor las ciudades, optimizar el transporte público, ayudar si hay una emergencia natural o minimizar el riesgo de pandemias.

Para muchos usuarios, la experiencia más evidente de la explotación comercial es la publicidad que se les muestra relacionada con sus búsquedas de internet recientes.

El principal valor de los datos, desde el punto de vista comercial, es la capacidad de personalización: que el móvil o el servicio que estés usando te conozcan mejor y, por lo tanto, te ayuden a encontrar información relevante, a hacer compras ajustadas a tus necesidades o a consumir música o libros con muchas posibilidades de gustarte. Y no puede haber personalización sin analizar los datos, para que el sistema sepa qué te gusta. Es un área donde habrá una gran transformación. Existen muchas iniciativas de alcance mundial encaminadas a hacer más transparente el uso de los datos personales y a incrementar su control.

Cómo puede ayudar el big data en caso de pandemias?

Una de las fuentes de datos más interesantes para el sector de la salud pública la constituyen las torres de móviles, que funcionan como generadores de datos totalmente pasivos, anónimos, agregados y relativamente universales, porque casi todo el mundo hoy en día tiene móvil. Permiten entender cómo se mueve la población, lo cual es muy importante para las enfermedades infecciosas de transmisión humana como el ébola o la gripe A. Hasta ahora no teníamos las herramientas para cuantificar los movimientos de la población; se hacía con encuestas u observaciones de la policía, que no son métodos precisos ni a escala. Ahora, en cambio, si descubrimos un foco de infección en un punto y un flujo de movimiento hacia otro, podemos prever cómo se desplazará la enfermedad. Lo probamos con la gripe A, con éxito.

Usted ha estudiado aplicaciones del big data en la esfera personal. Por ejemplo, para dormir mejor.

Llevo muchos años trabajando en el campo de los wearables [dispositivos vestibles]. Ahora están de moda, pero entonces casi nadie los mentaba. Mi principal campo de interés es cómo hacer que los ordenadores, los coches, las casas, las ciudades o los teléfonos entiendan a las personas. Y cómo traducir en datos computables el comportamiento de las personas, los sentimientos, las acciones, la personalidad y cualquier otro aspecto que nos caracterice. A mediados de los años noventa ya hicimos en el MIT un fashion show de ropa inteligente. Entonces los móviles eran solo teléfonos, no ordenadores como ahora. No obstante, en el 2005 los teléfonos ya tenían mucha capacidad de computación. Fue entonces cuando tuve una epifanía y vi que el verdadero ordenador personal era el móvil. Decidí que ya solo quería trabajar con móviles, y tenía claro que la combinación de sensores y móviles convertiría en realidad aquel sueño de ropa inteligente que habíamos intentado en los años noventa. El primer proyecto fue Healthgear, que monitorizaba el sueño con el móvil. Consistía en un hardware que te colocabas en el pie (y que había tenido que construir yo misma) integrado por un oxímetro para medir el oxígeno en sangre y el ritmo cardiaco, y un acelerómetro que detectaba movimientos. Te lo ponías con un calcetín y, vía bluetooth, enviaba la información al móvil, que analizaba los datos. Así se podía detectar la apnea del sueño, una enfermedad que consiste en que dejas de respirar unos cuantos segundos mientras duermes.

¿Ha trabajado en algún proyecto de ciudad en Barcelona?

Con Telefónica hicimos uno de Bicing: capturábamos los datos sobre la cantidad de bicicletas y de espacios libres de cada estación. Así podías modelar el comportamiento y agruparlas en clústeres. Del proceso se obtenía un mapa sobre el uso de la ciudad, que solo hasta cierto punto se solapaba con el mapa de los barrios. La ventaja es que resultaba mucho más dinámico: veíamos en tiempo real cuáles eran las zonas financieras, las de salir, la universitaria… Y esto lo puedes hacer cada dos minutos, mientras que las definiciones tradicionales de la ciudad son más estáticas.

También debe de tener aplicaciones en el ámbito de la empresa privada.

Telefónica tiene un producto llamado Smart Steps: registra la actividad de las antenas y divide la ciudad con una cuadrícula mostrando cuánta gente hay en cada casilla, con algunas variables demográficas, pero con datos anonimizados y agregados. Es como un censo horario. Para una tienda, una cafetería o una franquicia, saber en qué zonas hay más movimiento puede ayudar a decidir dónde ubicarse.

Urbanismo en tiempo real.

Hace unos meses trabajamos juntos con el Open Data Institute, una entidad sin ánimo de lucro londinense que fomenta la apertura de los datos, fundada por Sir Tim Berners-Lee, el inventor de la WWW. Organizamos un Datathon for Social Good durante la Campus Party de Londres en septiembre de 2013. Pusimos en juego datos de actividad de la ciudad y del censo de cada barrio, con un gran número de variables demográficas: criminalidad, llamadas a los servicios de emergencias, inmigrantes, personas en paro… El proyecto ganador era capaz de predecir el crimen valorando la dinámica de la ciudad a partir de los datos de las antenas combinadas con el censo. Se podía prever si una cuadrícula determinada sería un punto caliente el mes siguiente.

En el filme Minority Report eran capaces de detectar quién estaba predestinado a ser criminal para detenerlo preventivamente. ¿Nos acercamos a esto?

Hay una nueva disciplina que es la que aplica la computación a la sociología. En el caso de la criminalidad en las ciudades, existen dos métodos para caracterizarla. El primero predice si un individuo cometerá un crimen, como en la película en cuestión, pero se vio posteriormente que era más efectivo examinar no a los individuos, sino los lugares, que es el segundo método. Es decir, no intentar determinar si usted o yo cometeremos un crimen, sino si en ese vecindario habrá crímenes. No sabemos quién los cometerá, pero podemos reforzar entonces la seguridad.

Hace unos meses, Stephen Hawking y otros científicos alertaban sobre las consecuencias apocalípticas que podía tener un futuro dominado por las máquinas.

En cinco o diez años veremos grandes avances, y creo que será para el bien de la humanidad y para mejorar la calidad de vida. Las posibilidades en el contexto de la educación o de la medicina, por ejemplo, son enormes.

Antes destacaba la importancia de que los ordenadores lleguen a entender los sentimientos. ¿No desafía esto la noción arraigada de que cada persona es única, no descomponible en un algoritmo?

Gran parte de la comunicación no reside solo en lo que dices, sino en cómo lo expresas. Y los humanos, en general, somos bastante diestros comunicándonos así. No obstante, es un tema sumamente complejo, porque los humanos utilizamos gran cantidad de señales en las emociones: el tono, los gestos, las expresiones…, pero también cambios fisiológicos en el ritmo del corazón o en la conductividad de la piel. Todo este trabajo puede ayudar, por ejemplo, a personas que tienen dificultades en reconocer emociones, como las que se sitúan en el espectro autista.

Por lo tanto, rechaza las visiones apocalípticas.

La tecnología es una herramienta poderosa: todo depende de quién la utilice. El ejemplo más claro es el de la tecnología nuclear: puedes hacer mucho bien y mucho mal. Una de las áreas que me interesa más es la educación en el uso de la tecnología. Me preocupa la permisividad de los padres con los niños muy pequeños, a menudo por desconocimiento de los aspectos negativos que conlleva el abuso de la tecnología. Tiene un efecto mágico, ese es el problema: le das un iPad a un niño de dos años y es como si desapareciera. Si llegas cansado a casa y ves que el niño calla cuando le das el iPad, te puede parecer algo maravilloso. Pero tenemos que reflexionar sobre el impacto que este estado como de hipnosis puede provocar en su desarrollo neuronal.

El problema, en todo caso, no es el uso, sino el abuso.

Tal y como postulaba el precepto griego: nada en exceso. La tecnología está diseñada para ser adictiva, de otro modo las empresas no ganarían dinero. No podemos caer en la ingenuidad o en la inocencia: hay mucha investigación y trabajo previo invertidos en los videojuegos, en Facebook, en WhatsApp. Y, respecto a los móviles, tenemos que preguntarnos si realmente necesitamos utilizarlos en ese momento o sencillamente estamos aburridos y queremos matar el tiempo. Hay que considerar qué perdemos con ello; quizás la habilidad de no hacer nada. Y saber estar, saber no hacer nada, es muy importante para nuestro bienestar y nuestro equilibnirio emocional. El 78% de los adultos de Estados Unidos se consideran nomofóbicos, es decir, declaran ansiedad y síntomas físicos si no tienen el móvil a mano. Esto nos debería hacer reflexionar. ¿Tan importante es? Hasta hace pocos años bien que vivíamos sin móvil.

Otro debate abierto es el de la brecha digital entre los que tienen acceso a las nuevas tecnologías y los que no.

En varias economías en desarrollo se registran iniciativas para que cada vez más personas tengan acceso a internet. Google y Facebook ofrecen conexión, por ejemplo, pero a través de sus páginas. Esto abre una reflexión, porque estás mediatizando el acceso a internet con los intereses de una determinada empresa. ¿Estás cerrando la brecha o bien creando clientes para esta empresa? En todo caso, yo creo en el poder democratizador de la tecnología. Y al producirse un crecimiento exponencial de la capacidad de computación, que supone un descenso exponencial de los costes, mi esperanza es que se convierta en una herramienta que dé acceso a la sanidad y a la educación a millones de personas que hoy en día están al margen de ellas. Sin embargo, como la mayoría de la información es textual, si no sabes leer te quedas fuera. La alfabetización es un gran reto: hay que fomentar la lectura y todos los sistemas de traducción automática para dar acceso a la información a personas que no saben leer, o bien que no conocen uno de los cinco idiomas usados en la mayor parte de la información.

Si el big data es un negocio tan grande, ¿es lícito que yo, como individuo que aporta datos, reclame mi parte?

En Trento hicimos un proyecto interesante llamado Mobile Territorial Lab. Tomamos a ciento cincuenta personas de la calle: eran voluntarios que, durante más de un año, podían disponer gratuitamente de un teléfono y a cambio les registrábamos las interacciones, los accesos a internet, las aplicaciones empleadas, y podían ver qué controlábamos. Se trataba de determinar qué datos valoraban más y cuánto dinero creían que valía. Y vimos que la localización es el más valorado por las personas, y que, a menudo, no eres consciente de cómo un dato solo no aporta nada en especial, pero la suma de tus localizaciones, por ejemplo, sí que es muy elocuente. Al final, la valoración económica que se hacía era de unas cuantas decenas de euros por persona. Tendría sentido que nos planteáramos si hay un mercado de datos personales. Yo soy propietaria de mis datos y los vendo a Facebook o Google porque, si ellos ganan, yo también quiero ganar, pero es verdad que yo utilizo sus servicios gratis. Me podrían decir: paga por cada búsqueda; o bien: paga con tus datos, que es lo que pasa ahora.

Quizás la pregunta algún día no será pertinente, pero ¿le ha resultado duro ser mujer en un sector tan dominado por los hombres?

No se tiende a corregir este desequilibrio ni en Europa ni en los Estados Unidos, y esto es preocupante. Doy charlas en institutos, y cuando pregunto quiénes son de la rama tecnológica, el 90% son chicos. Y las chicas que están en ella optan por la arquitectura, que dentro de las carreras técnicas es la más relacionada con las artes. Lo que no ayuda nada es la gran separación que imponen los juguetes. Los dirigidos a chicas son, en una proporción escandalosa, cajas rosas, todo de princesas…, no lo entiendo. Es fundamental que inspiremos a las nuevas generaciones, sobre todo a las chicas, para que se interesen por la tecnología no como consumidoras, sino como creadoras. Que sean competentes en el uso de la tecnología para resolver problemas, para realizar proyectos, para inventar cosas…

Ha estado en el MIT, en Microsoft… ¿Qué podría importar Barcelona de la cultura investigadora americana?

¡Mucho! Para empezar, los presupuestos… Pero también el gran espíritu americano del “yes we can. En Europa y en España, en particular, abunda la mentalidad de desmantelar las ideas antes de probarlas. En los Estados Unidos sucede lo contrario. ¿Esta idea es una locura? Pues vamos a probarla. Pero aquí es mejor no salirse de la norma.

Y, para no deprimirnos, ¿algún factor que juegue en favor de Barcelona?

La ciudad ha conseguido una gran proyección internacional y en los Estados Unidos se ha hecho muy famosa. Está bien comunicada, tiene mar, montaña, gastronomía, artes, cultura…

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