Acerca de Daniel Venteo

Historiador y museólogo

Ciudad de archivos e investigación histórica

Foto: Vicente Zambrano

Foto: Vicente Zambrano

El 21 de junio de 1917 se aprobó la división del Archivo Municipal en dos secciones, la administrativa y la histórica. Esta última se convertiría en el Archivo Histórico de la Ciudad, inaugurado en la Casa de l’Ardiaca bajo la dirección de Agustí Duran i Sanpere. A su lado, las entidades surgidas de la sociedad civil han realizado una labor inestimable para preservar la memoria histórica de la ciudad.

La Comisión de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona creó en el año 1917 una dependencia municipal que sería determinante para la trayectoria posterior de la investigación histórica en la ciudad: la Oficina de Investigaciones y Publicaciones Históricas. La oficina estaba encomendada a Agustí Duran i Sanpere, y bajo la dirección política del concejal y poeta novecentista Jaume Bofill i Mates. De este departamento salió el proyecto, aprobado aquel mismo año, de segregar el Archivo Municipal en dos secciones: la administrativa y la histórica. Para acoger los fondos históricos, el Ayuntamiento compró y reformó la Casa de l’Ardiaca, que en 1922 abrió sus puertas como sede del nuevo Archivo Histórico, con Duran i Sanpere al frente.

Sin embargo, ya hacía décadas que el Archivo Municipal de Barcelona se había convertido en una institución capital, no solo para la conservación del patrimonio documental de la ciudad, sino también para el fomento de la investigación y la difusión de su pasado histórico. Fue el organismo encargado de publicar, a partir de 1892, la monumental obra Manual de novells ardits, que recuperaba la lengua catalana en las publicaciones oficiales del Ayuntamiento.

Desde 1884, a instancias de la Acadèmia de Bones Lletres, el Archivo había estado trabajando en un ambicioso plan de difusión de sus fondos en el que participaron los académicos Josep Pella i Forgas, Francesc de Bofarull y Felip Bertran y los archiveros municipales Lluís Gaspar, Josep Puiggarí y Alfons Damians i Manté. Este último fue quien vivió en primera persona, al lado del joven Duran i Sanpere, aquella primera reorganización del Archivo Municipal de 1917 –obsoleta en la actualidad–, cuando la documentación anterior a 1714 fue segregada del resto del fondo a raíz de la creación del Archivo Histórico. A la sombra de la figura omnipresente de Duran, hay que reconocer que la obra archivística de Damians ha pasado bastante desapercibida, pese a la continuada reivindicación llevada a cabo por sus sucesores en la máxima responsabilidad de archivero en jefe desde la restauración del Ayuntamiento democrático: Ramon Alberch, Montserrat Beltran y Joaquim Borràs.

Foto: Archivo Municipal del Distrito de Ciutat Vella

Una gimcana en una fiesta popular del Raval, en los años treinta del mismo siglo.
Foto: Archivo Municipal del Distrito de Ciutat Vella

La contribución de la sociedad civil

A partir de 1917, durante las décadas centrales del siglo xx y hasta la reorganización del sistema municipal de archivos en 1988, el Archivo Histórico de la Ciudad fue el principal organismo cultural encargado de la difusión de la historia urbana –solo hasta la época de la Exposición Internacional de 1929–, al que se sumó en 1943 el nuevo Museo de Historia creado por el Ayuntamiento franquista –inaugurado, no por casualidad, un 14 de abril–, también confiado a Duran i Sanpere.

En paralelo a la labor desarrollada por el Ayuntamiento en favor de la conservación, documentación y difusión del patrimonio cultural, otras entidades también velaron por su salvaguarda. Una de las más destacadas fue el Centre Excursionista de Catalunya. Gracias a su impulso, otras agrupaciones excursionistas de ámbito local constituyeron también sus propios archivos históricos de barrio. Es el caso del Archivo Histórico de Gràcia o del Archivo Histórico de Sants, cuyos fondos han acabado ingresando en el Archivo Municipal de Barcelona.

En las décadas de 1920 y 1930, respectivamente, estos archivos de barrio se convirtieron en el epicentro de la lucha por la conservación de testimonios materiales de gran valor sobre los antiguos pueblos del llano de Barcelona. Esta memoria popular de la ciudad a través de los documentos –a menudo relativos a la vida cotidiana y cultural– son de una relevancia capital para el reconocimiento y el fortalecimiento de la identidad colectiva.

Foto: AMD de Gràcia / Club Excursionista de Gràcia

La iglesia de los Josepets de Gràcia, a la salida de misa, un domingo de los primeros años del siglo xx.
Foto: AMD de Gràcia / Club Excursionista de Gràcia

Gracias al impulso de personalidades como Josep Buch i Parera y Eudald Canivell, Gràcia dispuso en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera de su primer Archivo Histórico. Un ejemplo muy ilustrativo es lo que sucedió con la revista editada por la Cooperativa de Teixidors a Mà durante la Segunda República. En enero de 1939, después de la ocupación franquista, los responsables de la Cooperativa destruyeron todos los ejemplares de la revista de los años de la Guerra Civil. Si en la actualidad el Archivo Municipal del Distrito de Gràcia ha conservado un ejemplar íntegro de todos los ejemplares editados por la Cooperativa durante la guerra es gracias al antiguo Archivo Histórico del Club Excursionista que celosamente conservó una copia para las generaciones futuras.

La dictadura franquista, como en tantos otros aspectos de la vida cotidiana, también significó un antes y un después para la investigación local. El exilio y la represión sobre la cultura catalana aletargaron durante buena parte de la década de 1940 el espíritu de iniciativa que había llevado a los avances anteriores del período de entreguerras. La temida censura oficial –y la autocensura de los propios autores– condicionó de manera efectiva la naturaleza de la investigación local y de los estudios históricos que se impulsaron.

El escenario no empezó a cambiar hasta la década de 1970. Es lo que sucedió en El Raval, un fenómeno equiparable al registrado en otros barrios. Gracias a la Asociación de Vecinos del Distrito Quinto (constituida en 1974, y que más tarde cambió su nombre por el de Asociación de Vecinos del Raval), se impulsaba el primer Centro de Documentación y Estudios del Raval. Con la participación de jóvenes licenciados vecinos del barrio, como Joan Fuster i Sobrepere, Xavier Suñol, Jaume Artigues y Francesc Mas, veían la luz obras como la pionera El Raval. Història d’un barri servidor d’una ciutat (1980), en la que se hacía evidente la visión histórica, reivindicativa y social de sus autores. Obras como Tots els barris de Barcelona (1976), de Josep M. Huertas y Jaume Fabre, ejercieron sobre ella una clara influencia.

Foto: Archivo Municipal del Distrito de Les Corts / Colección de la familia Brengaret-Framis

Trabajadores de un ladrillar de Les Corts, en la primera década del siglo pasado.
Foto: Archivo Municipal del Distrito de Les Corts / Colección de la familia Brengaret-Framis

Foto: Archivo Municipal del Distrito de Les Corts / Colección de la familia Brengaret-Framis

Una familia acomodada de Les Corts, a principios del siglo XX.
Foto: Archivo Municipal del Distrito de Les Corts / Colección de la familia Brengaret-Framis

Pocos años después, en el otro extremo de la ciudad y con unos retos urbanos muy distintos, otra iniciativa también contribuía a la protección del patrimonio cultural histórico local: el Centro de Estudios de Les Corts. Estaba formado por profesores universitarios como Josep Moran, Ramon Cerdà, Josep Mas i Sala y Josep Maria Casasús. Su objetivo era claramente explícito: la creación de un Archivo Histórico de les Corts, “justificado para reunir y custodiar la documentación escrita o ilustrada de este lugar, el fomento de su estudio científico y la divulgación histórica”, afirmaban. El archivo, efectivamente, se llegó a constituir y posteriormente se integró en el conjunto del nuevo Archivo Municipal del Distrito de les Corts.

Encuentro de archivos históricos de los barrios

El 16 de abril de 1983, la Casa de l’Ardiaca acogía un hito histórico para los nuevos centros de estudios de toda la ciudad, muchos de ellos creados después de la dictadura franquista. Impulsado por Jaume Sobrequés, director del Instituto Municipal de Historia, tenía lugar el primer encuentro de archivos históricos de los barrios con la participación destacada de los responsables de los archivos de Sant Martí, Horta, Les Corts, El Raval, Sants-Hostafrancs, Sarrià, Sant Gervasi, Gràcia y Sant Andreu. Surgieron diversas propuestas, algunas de las cuales acabaron haciéndose realidad en el marco del proceso de descentralización que impulsó el Ayuntamiento, como por ejemplo la creación de una red de archivos históricos municipales (los archivos de distrito) y la recuperación de los fondos históricos documentales de los antiguos municipios agregados.

La conmemoración del centenario de las agregaciones municipales a Barcelona de los antiguos pueblos del llano, en 1997, fue un nuevo hito para la investigación local, al igual que las conmemoraciones del centenario de la Semana Trágica en 2009 y del tricentenario de la Guerra de Sucesión en 2014. Más allá de las programaciones oficiales impulsadas por las instituciones, centros de estudios como el Ignasi Iglésias de Sant Andreu contribuían a la ampliación de la visión histórica de aquellos hechos con iniciativas de gran interés, como una exposición y una publicación monográficas, para explorar los hechos de 1714 no desde la óptica barcelonesa, sino desde las vivencias de la antigua población de Sant Andreu del Palomar.

Efervescencia de la investigación local

Foto: Ajuntament de Barcelona

Portada del libro Dones de les Corts, un recorrido por la historia del barrio desde el punto de vista de las mujeres, escrito por la historiadora Isabel Segura Soriano y coeditado por el archivo del distrito.
Foto: Ajuntament de Barcelona

La investigación local en Barcelona vive en la actualidad un nuevo período de efervescencia y dispone de instituciones específicas que le prestan apoyo, como el Institut Ramon Muntaner y la Coordinadora de Centres d’Estudis de Parla Catalana . Así quedó de manifiesto en el encuentro organizado por el Archivo Municipal de Barcelona y el Institut dels Passats Presents en el Born Centre de Cultura i Memòria el 17 de junio de 2017 sobre los retos y oportunidades de la investigación.

A las entidades y asociaciones de investigación plenamente consolidadas, como el Centre d’Estudis Ignasi Iglésias, los archivos históricos del Poblenou y de Roquetes, los talleres de historia de Gràcia y del Clot-Camp de l’Arpa, el Centre d’Estudis i Recerca Històrica del Poble-sec o el Centre d’Estudis Montjuïc, hay que añadir otros de creación más reciente pero de gran ambición como Tot Història Associació Cultural, el Centre d’Estudis Sant Martí de Provençals o los talleres de historia de Fort Pienc o la Barceloneta.

Foto: Archivo Municipal del Distrito de Ciutat Vella

Cartel de la exposición y el ciclo de conferencias “Del Pedró a l’Hospital”, organizados en 1981 por el Archivo Histórico del Raval.
Foto: Archivo Municipal del Distrito de Ciutat Vella

Retos y oportunidades

La revolución tecnológica y los nuevos recursos digitales que archivos públicos y privados ponen al alcance de los interesados en la historia de la ciudad han transformado la investigación local tal y como se conocía hasta ahora. Iniciativas digitales como los blogs Barcelofília. Inventari de la Barcelona desapareguda, de Miquel Barcelonauta; La Barcelona oblidada, de Enric Comas; El tranvía 48, de Ricard Fernández Valentí; Modernisme, de Valentí Pons, o Memòria de Sants, de Agus Giralt, son un buen testimonio de ello.

Con sus particulares líneas de investigación, los centros de estudios locales, y cada vez más también los nuevos investigadores internautas, impulsan investigaciones sobre temáticas que de otro modo quedarían huérfanas de estudios académicos. “Hay que trabajar en red”, coincidieron en sus intervenciones en el citado encuentro del Born Centre de Cultura i Memòria el comisionado de programas de memoria histórica, Ricard Vinyes, y el archivero jefe del Ayuntamiento, Joaquim Borràs.

Una ciudad olímpica palpitante y ambivalente

Amics per sempre
Autor: Lluís-Anton Baulenas
Edita: Bromera Edicions
344 páginas
Barcelona, 2016

Es la Barcelona de 1992, la ciudad simbolizada por la mascota Cobi, las plazas y las calles donde el escritor sitúa la historia de Ferran Simó, un joven que la guerra ha convertido, en palabras del narrador, en un perro. Pinceladas de realismo mágico vuelven nuevamente a estar presentes en esta novela de Baulenas.

El 1 de junio de 1992 una tormenta de verano cayó sobre Barcelona y también sobre los magnéticos protagonistas de la última obra de Lluís-Anton Baulenas, Amics per sempre. Ambientada en la ciudad que vivió los Juegos Olímpicos, los personajes de la novela –galardonada con el premio Ciutat d’Alzira 2016– oscilan entre el ambiente de euforia oficial que ha traído trabajo y proyección internacional a todo el país, por un lado, y la crudeza de la vida cotidiana, por otro. Son tres jóvenes que luchan por el futuro y, como no podía ser de otro modo, por la búsqueda de la felicidad.

Las vidas de un ingeniero industrial, una grafista y una archivera se entrecruzan por azar. El mismo azar que llevó al muchacho, Ferran Simó, a sufrir en propia carne el drama de la guerra en la antigua Yugoslavia. Su error fue encontrarse en el lugar y el momento equivocados, una situación que le cambiaría la vida y que le perseguiría incluso después de su liberación y regreso a la Barcelona de los Juegos Olímpicos de 1992.

Por las páginas de la novela desfilan voluntarias olímpicas, la pasión desacomplejada e incluso transgresora de quien quiere disfrutar de la sexualidad al margen de las convenciones sociales y, también, de la absurdidad de las guerras. Las guerras que, ya sean en una plaza de Puigcerdà durante la Guerra Civil, en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial o en la población de Novo Mesto de Eslovenia durante el conflicto de los Balcanes, siempre tienen consecuencias funestas sobre los más débiles e indefensos, sobre la gente común inocente. “¿Me matarían solo por haber estado en el lugar incorrecto, en el momento incorrecto?”, reflexiona el protagonista. Preguntas sin respuesta que Baulenas explora con imaginación infinita y un dominio siempre sorprendente de la palabra y la trama.

Foto: AFB

Voluntarios olímpicos en un ensayo de la ceremonia de inauguración de los Juegos de 1992.
Foto: AFB

Mucho antes de que la denominada novela histórica estuviera de moda, Baulenas ya había encontrado su voz propia con una obra que siempre hace de Barcelona un territorio literario inédito y sorprendente. Esta vez, una pensión del Barrio Gótico, una tiendecita de tés y cafés de Santa Caterina, un parking de la calle Princesa, la oficina del paro cercana a la catedral, una mercería del Portal de l’Àngel, la rambla de Canaletes y el bar Zurich, la desaparecida Bodega Bohemia del Raval, la calle de Pere IV en el Poblenou, el Rec Comtal, el barrio barraquista de la Perona o el núcleo antiguo de Sant Andreu son algunos de los escenarios urbanos en que se ambienta la sorprendente trama literaria construida en torno a un triangulo erótico de tres barceloneses y un misterioso Volvo 940 de color crema y matrícula provisional que les persigue incansablemente. Es la Barcelona de 1992, la ciudad simbolizada por la mascota Cobi, las plazas y las calles donde el escritor sitúa la historia de Ferran Simó, un joven que la guerra ha convertido, en palabras del narrador, en un perro. Pinceladas de realismo mágico vuelven nuevamente a estar presentes en esta novela de Baulenas, como ya fue el caso, magistral, de La felicitat (2001).

Intriga, sexo y crónica histórica son algunos de los elementos que hacen de Amics per sempre una obra emocionante, página tras página, escena tras escena, que provoca palpitaciones inesperadas. Al llegar al final habrá lectores, con toda seguridad, que incluso se preguntarán si lo que han hecho es leer una novela o ir al cine a ver otra de las películas de Ventura Pons basadas en las obras de Baulenas.

“A veces quizás hay que hundirse del todo para empezar a salir adelante”, confiesa Baulenas. El autor adaptó para su novela el título de la canción de Andrew Lloyd Webber que popularizaron Josep Carreras y Los Manolos, un título convertido en lema para muchos barceloneses que vivieron aquellas jornadas entre el entusiasmo y las dificultades de la realidad de cada día.

Álbumes familiares que escriben la historia de la ciudad

Barcelona es una de las ciudades con un patrimonio fotográfico más importante de toda Europa. Archivos públicos y privados, anticuarios y coleccionistas, periodistas e historiadores, editoriales y sobre todo las propias familias integran el circuito que ha de hacer posible la conservación y difusión de este valioso patrimonio.

Foto: Eva Guillamet

Muchos descendientes de los autores de álbumes familiares son conscientes de su valor histórico y documental y los conservan; otros, en cambio, a menudo se deshacen de ellos. Con suerte, las fotografías malvendidas llegan a manos de coleccionistas que evitan su destrucción. En la imagen, tarjetas de visita con retratos infantiles de finales del siglo XIX, de la colección particular del autor.
Foto: Eva Guillamet

Barcelona es una de las ciudades con un patrimonio fotográfico más importante de toda Europa. No solo son sus numerosos archivos públicos y privados los que conservan para la historia esas imágenes de gran valor documental, sino también muchas familias que, a menudo en cajas de zapatos o de galletas, y en el mejor de los casos en álbumes encuadernados, han preservado unas fotografías que, además de un innegable interés sentimental para sus propietarios, pueden ofrecer de la ciudad una visión inédita y de interés para el conjunto de la sociedad.

Las viejas fotografías de los abuelos y los bisabuelos son, a menudo, testimonios únicos de la vida cotidiana y la sociedad catalanas durante buena parte del siglo XX. Archivos públicos y privados, anticuarios y coleccionistas, periodistas e historiadores, editoriales y sobre todo las propias familias integran el circuito que ha de hacer posible la conservación y difusión de este valioso patrimonio.

“Dijo alguien que un libro es una caja llena de cosas. Sin embargo, una caja puede estar llena de historias, de muchas vidas: cajas olvidadas, estropeadas, amarillentas… que ahora yacen en el cajón de un viejo mueble. Cajas llenas de fotografías. Tal vez algunas se habrán librado de este final poco honorable y ocuparán un lugar más destacado en el cajón, dentro de un álbum que luce una cintita humilde y descolorida. El estado de las cintitas es directamente proporcional al amor y el cuidado que una persona puso en la colección de aquellas imágenes para garantizarse el recuerdo de su propia existencia. Recuperar estas cajas es capturar nuestra presencia”. Con estas emotivas palabras, los responsables del Espacio de Arte y Cultura del Casal Pere Quart de Sabadell rendían tributo, en el marco de la Primavera Fotográfica de 1998, a la fotografía doméstica y su valor no solo documental y patrimonial, sino también para el fortalecimiento de la identidad personal y colectiva.

Hacía dos años que la Generalitat había presentado el Libro blanco del patrimonio fotográfico en Cataluña (1996), en el que sorprendentemente –como habían hecho ya las Primeras Jornadas Catalanas de Fotografía de 1980– de nuevo se reclamaba la atención para la llamada “fotografía de autor”, pero en buena parte se olvidaba la importancia de las fotografías conservadas en archivos particulares de fotógrafos no profesionales, de aquellos fotógrafos aficionados que, en muchos casos, llegaron a producir cientos e incluso miles de imágenes, a menudo de gran interés.

Tampoco el último Plan Nacional de Fotografía, aprobado por el gobierno catalán a finales de 2014, parece reconocer la importancia del patrimonio fotográfico oculto conservado en los domicilios de los hijos, nietos e incluso, a menudo, bisnietos de los autores de las imágenes. En el mejor de los casos, estos descendientes saben y son conscientes del valor emocional que aquellas imágenes tienen no solo para la propia identidad familiar, sino también para el conjunto de nuestra sociedad. El desastre tanto institucional como humano que significó la Guerra Civil dota a las fotografías de las décadas centrales del siglo XX de una significación insospechada por las personas que, cámara en ristre, las tomaron. Las instantáneas de antes de la guerra conservadas en incontables cajas de zapatos y de galletas y, en el mejor de los casos, en álbumes encuadernados, se han convertido hoy en testimonio único de la Cataluña de ayer.

Un patrimonio cultural en emergencia

Foto: Arxiu de Revistes Catalanes Antigues

Primer número del semanario gráfico de actualidad Imatges, aparecido el 11 de junio de 1930. La revista presenta en portada al político y jurista Joan Maluquer i Viladot, que “coge el coche y se va a cumplir su laboriosa tarea de presidente de la Diputación después de la obligada visita a su granja”, según se indica al pie.
Foto: Arxiu de Revistes Catalanes Antigues

Tras el fin de la dictadura, en 1980, la Fundación Miró acogía las Primeras Jornadas Catalanas de Fotografía. Durante las sesiones de trabajo se debatió sobre la conveniencia de recuperar el patrimonio fotográfico documental, sobre los modelos de creación de archivos locales y sobre la necesidad de un museo de la fotografía de Cataluña que, al cabo de más de tres decenios, todavía no se ha hecho realidad. Además de detectar los principales problemas en torno a la falta de políticas públicas en materia de conservación y difusión del patrimonio fotográfico, se alertaba también sobre la extraordinaria riqueza de numerosos archivos de fotógrafos no profesionales que, a menudo, se hallaban en peligro de desaparición.

Y no solo los de los fotógrafos aficionados. Eran muchos los archivos de fotógrafos profesionales que en el último momento se salvaron de su definitiva pauperización. En este sentido, es de destacar la labor llevada a cabo por el fallecido Miquel Galmes en la salvaguardia de los fondos Roisin, Merletti o Thomas, entre otros, en el archivo fotográfico histórico del Instituto de Estudios Fotográficos de Cataluña. 1980 fue también el año de la creación del Archivo Nacional de Cataluña, que no estrenaría su sede de Sant Cugat del Vallès, con todo, hasta muchos años más tarde, en 1995. Con el paso de los años, su importante Área de Imágenes, Gráficos y Audiovisuales ha llegado a convertirse en uno de los principales referentes patrimoniales fotográficos del país.

A lo largo del siglo XX ya se habían llevado a cabo varias iniciativas y diferentes entidades habían contribuido de manera efectiva a la conservación del patrimonio fotográfico de autores no profesionales. Es el caso del Centro Excursionista de Cataluña, cuyo archivo fotográfico ha llegado a atesorar más de 750.000 imágenes a lo largo de su siglo de existencia. Es uno de los principales centros patrimoniales del país, y en buena parte ha nutrido sus colecciones con las donaciones de los socios, muchos de ellos apasionados de la fotografía como aficionados. Una situación parecida es la experimentada por la Agrupación Fotográfica de Cataluña, fundada en 1923, que a menudo también compartía socios con el Centro Excursionista. Forman parte de su archivo histórico más de 25.000 placas, mayoritariamente de formato estereoscópico. Pocos años después de fundarse esta asociación, en 1929, recibía la Biblioteca de Cataluña una de las donaciones particulares más valiosas, la del fondo del Dr. Josep Salvany, integrado por unas 18.000 placas de vidrio estereoscópicas, bien estudiadas por el fotógrafo Ricard Marco.

Hacia aquellos mismos años se procedía, por parte de la Unión Excursionista de Cataluña de Sants, a la fundación del primer archivo histórico del barrio. Corría el año 1931, y sus impulsores eran bien conscientes de la importancia que en el futuro tendrían todas aquellas fotografías que los socios tomaban de manera no profesional. A lo largo de decenios, incluso sobreviviendo a la represión de la dictadura franquista, el Archivo Histórico de Sants llegó a reunir una valiosa sección fotográfica que, ya en los años de la restauración del ayuntamiento democrático, propició la creación del actual Archivo Municipal del Distrito de Sants-Montjuïc.

Iniciativas públicas

Desde mediados de la década de los noventa, han sido varias las campañas impulsadas desde las instituciones públicas para la recuperación y divulgación de fondos de fotografía doméstica, de gran valor para la construcción de un relato más rico y plural sobre la trayectoria ciudadana de la Barcelona del siglo XX. Año tras año, los centros del Archivo Municipal de Barcelona, y muy especialmente el Archivo Fotográfico y la red de archivos municipales de distrito, son beneficiarios de nuevos fondos fotográficos gracias a los depósitos y donativos particulares. En Les Corts hay que destacar la contribución realizada por la familia Brengaret-Framis de un valioso patrimonio fotográfico recogido a lo largo de decenios. En Horta-Guinardó, ingresaba en 2015 el fondo del aficionado Jaume Caminal, cuyas imágenes son una crónica de la transformación del barrio desde finales de la década de 1930.

En paralelo a la labor desarrollada por el Archivo de la Ciudad, también los centros de estudio y los talleres de historia han sido piezas clave en el proceso de identificación y protección de fondos particulares gracias a su profundo conocimiento de los respectivos ámbitos territoriales en los que actúan. Es el caso de los archivos históricos de El Poblenou, Fort Pienc o Roquetes-Nou Barris, o el de los talleres de historia de Gràcia y de El Clot-Camp de l’Arpa, sin olvidar la labor del Centro de Investigación Histórica de El Poble-sec y de entidades como la Asociación de Fiestas de la Plaça Nova.

La red de centros de proximidad y la participación ciudadana en los barrios ha adquirido también un destacado protagonismo en el fortalecimiento de la memoria comunitaria gracias al patrimonio visual. La ejemplifican las campañas de recogida de fotografías familiares impulsadas desde centros cívicos municipales como los de la Barceloneta, la Casa Golferichs, el Centro Cívico Sagrada Família y el Centro Cultural Casa Elizalde. Este último presentaba en 2011 su ambicioso proyecto “Ventanas de la memoria”, aún en funcionamiento. Aprovechando las posibilidades que ya entonces ofrecían las redes sociales, se trataba de recuperar fotografías del barrio anteriores a 1980 con objeto de crear colectivamente un fondo fotográfico virtual.

Durante estos años, el proyecto ha producido varias exposiciones temáticas de periodicidad anual, como las dedicadas al paisaje urbano y arquitectónico, los comercios, los interiores domésticos, la trayectoria del colegio Sagrat Cor-Diputació, retratos de vecinos y vecinas dentro y fuera del hogar o las celebraciones populares en espacio público. En mayo de 2016 se presentaba “¿Nos hacemos una foto? Fotografía doméstica en los años treinta”. La exposición, según sus comisarios –la historiadora de la fotografía Nuria F. Ríos y el fotógrafo Jordi Calafell–, era un reconocimiento al valor documental de la fotografía familiar o doméstica durante la década de 1930, años de su primer apogeo. “Tomadas en la calle o en casa, íntimas y personales, las imágenes constituyen un contrarrelato visual de la vida cotidiana en el Eixample que complementa o contradice el imaginario consolidado en torno a la Segunda República debido a la fuerza de la prensa gráfica y el cine”, afirmaba Nuria F. Ríos.

Foto: Josep Maria Sagarra / AFB

Un paseante observa en un quiosco de la Rambla los primeros ejemplares de la revista Barcelona gràfica, el 9 de abril de 1930.
Foto: Josep Maria Sagarra / AFB

La popularización de la fotografía tomada por particulares coincidía con la irreversible explosión de la prensa gráfica en Barcelona. A partir de abril y junio de 1930, respectivamente, dos nuevas publicaciones visuales ocuparon las calles de la ciudad: Barcelona gráfica e Imágenes. Y tal como ha afirmado Teresa Ferré, en paralelo a este proceso surgía el interés de los lectores por la vida privada y la intimidad de los personajes públicos, sobre todo del mundo del ocio, el star system de los años de entreguerras. Era una manifestación más de la nueva cultura de masas que había triunfado ya en Estados Unidos y que, a través de Londres y París, se extendía también por el resto del continente europeo. De igual modo que proyectos como “Ventanas de la memoria” se aproximan a la fotografía doméstica en el marco del Eixample –y cada vez más también en el resto y el conjunto de la ciudad, como se evidencia en el nuevo proyecto sobre los años de la Transición en la década de 1970–, otras iniciativas abarcan todo el territorio catalán. Con el nombre de “Fem memòria” [Hagamos memoria], la Biblioteca de Cataluña y la Subdirección General de Archivos y Museos de la Generalitat, entre otros, consagran la memoria familiar de Cataluña como centro de interés de este proyecto. De las diferentes tipologías documentales, la fotografía es uno de los materiales más a menudo aportados por las familias participantes.

Las redes y la empresa privada

Las redes sociales han permitido decenas de nuevas iniciativas para la recuperación de fotografías de origen doméstico o de coleccionistas particulares, como el blog Barcelofília. Inventari de la Barcelona desapareguda [Barcelofilia. Inventario de la Barcelona desaparecida], creado por el activista digital Miquel Barcelonauta (2010); la página de Facebook Barcelona desapareguda (2013), de Giacomo Alessandro –fallecido prematuramente en 2016 de leucemia–, o la cuenta de Instagram El nostre arxiu fotogràfic [Nuestro archivo fotográfico] (2015), del joven archivero Adrián Cruz Espinosa, que constituyen loables iniciativas de difusión de un patrimonio fotográfico desconocido. Todos ellos comparten una característica: la abundante presencia de fotografías inéditas de los álbumes familiares.

Carátula del libro sobre el barrio de la Barceloneta de la colección “L’Abans

Carátula del libro sobre el barrio de la Barceloneta de la colección “L’Abans”, publicado por la editorial Efadós con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona. La colección recoge la memoria gráfica de las poblaciones de Cataluña y Baleares.

Paralelamente a las actuaciones iniciadas desde el ámbito público, también desde el privado se ha contribuido a este proceso de revalorización patrimonial. En 1994 Viena Edicions iniciaba la publicación, en toda Cataluña, de una colección de pequeño formato titulada “Imatges i Records” [Imágenes y Recuerdos], que a menudo daba protagonismo a las fotografías familiares en la historia gráfica de los municipios. El primer libro estaba dedicado a El Prat del Llobregat y años más tarde, en 2003, llegaban los dos primeros títulos barceloneses, dedicados a los barrios de Gràcia y Ciutat Vella respectivamente. Por las mismas fechas, otra editorial, Efadós, iniciaba la publicación de una ambiciosa colección, cuyo éxito no tiene precedentes: “L’Abans” [El Antes]. Desde el primer título, dedicado a El Papiol en 1996, hasta el último sobre el distrito barcelonés de Ciutat Vella, presentado por Sant Jordi de 2017, se han publicado más de cien volúmenes. En total, durante esos veinte años largos los fascículos de “L’Abans” han dado a conocer más de cien mil fotografías. En Barcelona todos los volúmenes han sido elaborados por historiadores profesionales, o bien, en la mayoría de los casos, por los centros de estudios y talleres de historia, para los que la fotografía doméstica era desde hacía años una herramienta fundamental en sus proyectos de investigación y divulgación.

Nuevas fuentes documentales

La abundancia de estas nuevas fuentes documentales potenciales, la pluralidad de testimonios visuales que aportan y su carácter inédito hacen de la fotografía familiar un recurso ineludible para los investigadores que estudian el siglo XX. Uno de los períodos que más pueden beneficiarse es el de los años de la Guerra Civil. Aunque pocos días después de la ocupación franquista de Barcelona, el 7 de febrero de 1939, la prensa hacía pública una nota del nuevo Servicio Nacional de Propaganda franquista apelando a la “colaboración de fotógrafos, profesionales, reporteros y personas particulares que hayan tomado fotografías de actos oficiales, desfiles, concentraciones, etc., desde el 18 de julio de 1936 hasta la fecha”, a los que se conminaba a “entregar los negativos y copias de los mismos de que se disponga a la mayor brevedad”, lo cierto es que muchos de ellos no acataron esta orden del nuevo y temido régimen. Uno de ellos era Rossend Torras Mir. Sus descendientes conservan aún su riquísimo archivo fotográfico de unos 25.000 negativos, que espera ser plenamente exhumado. Contiene algunas fotografías únicas de las iglesias quemadas en julio de 1936. “Es hora de abrir cajas de zapatos y contrastar la memoria colectiva con la evidencia fotográfica. Sin duda, la fotografía doméstica nos aporta una nueva visión de la Guerra Civil”, han afirmado la historiadora de la fotografía Nuria F. Ríos y el fotógrafo Jordi Calafell.

Foto: Eva Guillamet

Fotografías tomadas por nazis durante la Guerra Civil, de la colección particular del autor. El texto corresponde al reverso de la fotografía de un barco nazi, el Kondor, anclado en el puerto de la ciudad al inicio de la guerra, tal como se indica en esas líneas. A la derecha, arriba, desfile militar franquista a raíz de la ocupación de Barcelona, en la confluencia de la Diagonal y la calle de Balmes; en medio, un Junker 52 en el aeródromo de Burgos, con el dibujo de una calavera y el nombre de Barcelona como objetivo; debajo, la esvástica en el puerto.
Foto: Eva Guillamet

No solo se abren nuevas posibilidades de documentación gracias a las fotografías familiares que se recuperan en Cataluña y España, sino también a las que se encuentran en el extranjero. Muchos nietos de los alemanes e italianos que durante la guerra española lucharon en la Península a favor de los rebeldes franquistas se deshacen también de los álbumes familiares que inmortalizan las gestas bélicas de sus antepasados fascistas. Anticuarios, coleccionistas y subastas de venta en línea ponen al alcance de los interesados estos documentos inéditos.

Es el caso, por ejemplo, de la terrible fotografía en la que unos soldados de la Legión Cóndor nazi posan en el aeródromo de Burgos junto a su bombardero Junker sobre el que se ha dibujado una aterradora calavera y el nombre de uno de los objetivos de sus bombas asesinas al servicio de la causa franquista: Barcelona, que como es bien sabido nunca llegó a estar en primera línea del frente bélico. Su objeto no era otro que provocar el pánico entre la población civil en la retaguardia republicana, como efectivamente lograron, no solo en Guernica o los pueblos del interior de Castellón, sino también en Barcelona, Palamós y tantas otras poblaciones catalanas. Este es el caso de otra fotografía en la que los soldados se retratan junto a los aviones rebeldes y los gigantescos proyectiles que provocaban muerte y destrucción indiscriminadas allí donde se lanzaban.

El Museo de Historia de Cataluña abría en 2016 una nueva exposición sobre la presencia italiana en la Guerra Civil, que incluía la aportación del punto de vista de muchos soldados que participaron en ella, precisamente a través de las fotografías tomadas por sus cámaras particulares, que en muchos casos contrastan, por su realismo y su crudeza, con la retórica fría y calculada de la propaganda oficial.

Foto: Eva Guillamet

El fotógrafo Jordi Baron, anticuario que tiene una de las colecciones de fotografía antigua más valiosas de la ciudad, en su estudio, con un daguerreotipo en las manos.
Foto: Eva Guillamet

En efecto, las fotografías domésticas, en palabras del fotógrafo Jordi Baron –uno de los anticuarios barceloneses con una de las colecciones de fotografía antigua más valiosas de la ciudad–, aportan “la visión humana de la experiencia vivida. Los fotorreporteros son profesionales y por tanto se desvinculan del vínculo de la experiencia propia o familiar y hacen las fotos para terceros: el destinatario es el público. Lo maravilloso de las fotografías domésticas, o vernáculas como ahora se las llama, es la finalidad para la que fueron creadas: no tienen ninguna pretensión, son de uso familiar y privado, no van más allá del documento privado a no ser que el fotógrafo tenga un plus añadido de expresión artística, y que las quiera compartir con terceros”.

El patrimonio fotográfico familiar oculto puede ser de gran valor, pero a la vez es extremadamente vulnerable y se encuentra en riesgo de verse malbaratado o, en el peor de los escenarios, destruido si no se localiza a tiempo. Conocemos la historia de algunos fondos que se han podido recuperar y la noticia ha trascendido a los medios de comunicación, pero ¿cuántos otros han desaparecido sin dejar rastro?

Foto: Milagros Caturla / Las fotos perdidas de Barcelona

Rosalía Serrano, nacida en 1950, se redescubrió a sí misma de niña en esta fotografía –a la derecha, con una cinta en el cabello– que el turista norteamericano Tom Sponheim compró en 2001 en los Encantes Viejos de Les Glòries. La imagen venía en unos sobres de negativos que Sponheim se ha esforzado en documentar a través de la página de Facebook Las fotos perdidas de Barcelona y que ha permitido identificar a la autora. Rosalía supo de la existencia de la foto por un reportaje televisivo.
Foto: Milagros Caturla / Las fotos perdidas de Barcelona

Fue en los viejos Encantes de Les Glòries donde, en 2001, un turista estadounidense, Tom Sponheim, compró algunos sobres con negativos de lo que parecían vistas urbanas de Barcelona. De regreso a Seattle, una vez positivados, tomó conciencia de que aquellas decenas de fotografías las había realizado alguien de gran talento. Gracias a las redes sociales, en especial a su página de Facebook Las fotos perdidas de Barcelona, Sponheim ha podido ir documentándolas con gran precisión. La autora de las fotos, identificada por Begoña Fernández Díez, es Milagros Caturla. Incluso se han podido reconocer en ellas algunos protagonistas de las imágenes. Una de las niñas que aparece en los negativos es Rosalía Serrano Calvo, nacida en 1950. A finales de enero de 2017 seguía en la televisión un reportaje sobre las fotografías. Cuando se mostró la imagen de unas escolares, Rosalía exclamó que una de las niñas se parecía muchísimo a su nieta Anabel. Pero en realidad no era su nieta, sino ella misma… Y así lo demostraron otras fotografías familiares de la misma época. “No me lo podía creer. Esa foto me la hicieron cuando yo tenía ocho años, en mi escuela de Els Tres Pins de Montjuïc. Vivíamos al lado”, recuerda.

Imprevisibles Encantes

Foto: Eva Guillamet

El profesor de Cultura Audiovisual y coleccionista Artur Canyigueral, incansable buscador de viejas fotografías en los Encantes de Les Glòries. Un barcelonés de adopción apasionado por la fotografía antigua como patrimonio que evoca las emociones de una sociedad rota por la Guerra Civil y la dictadura.
Foto: Eva Guillamet

La experiencia vivida por Tom Sponheim forma parte de la práctica diaria de anticuarios y al mismo tiempo coleccionistas barceloneses que todos los lunes, miércoles y viernes, a primera hora de la mañana, coinciden en los Encantes para participar, a puerta cerrada, en la subasta de los lotes que se irán vendiendo a lo largo de los días siguientes. Uno de ellos es Artur Canyigueral. Aunque hace decenios que acude, la expectación por el descubrimiento de un hallazgo de valor le sigue resultando tan excitante como el primer día. “Los Encantes son totalmente imprevisibles, ahí radica su encanto” afirma Canyigueral, que desde 1973 ha frecuentado el mercado de las pulgas barcelonés por excelencia. “Hará más de diez años que compré todo un lote de la colección fotográfica familiar de una señora de Manresa, con unas quinientas fotografías entre positivos y negativos. Allí vi la potencialidad de la fotografía del pasado: en toda aquella colección se mostraba, con planos fijos, la vida de tres generaciones como en una narración cinematográfica. Eso me fascinó y redirigí mi mirada hacia la fotografía”, cuenta este afable profesor retirado de secundaria de Cultura Audiovisual. En los Encantes, el coleccionista Ca­nyigueral se ha convertido en buscador incansable de estas imágenes que desde 1839 han ilustrado la transformación de la sociedad contemporánea: “Si uno observa con detenimiento puede encontrar imágenes que explican todos estos cambios. Es posible descubrir la historia oficial y también la historia heterodoxa. Se describen y se fijan en pequeñas joyas del tiempo detenido: momentos de luz atrapados por una mano inocente –o no tanto–, que nos explican cómo eran y qué hacían nuestros antepasados”.

A los Encantes llegan lotes enteros que a menudo suponen el testimonio material de una vida entera. La muerte sin descendencia, y en otros casos la falta de interés por las pertenencias de los abuelos y bisabuelos suele provocar la llegada de este patrimonio a los Encantes y, también, a los contenedores de basura. Pero no siempre es así. Muchos son también los descendientes plenamente conscientes del valor, ya no solo familiar, sino también social, que la pasión por la fotografía de sus padres y abuelos tiene en nuestros días.

Foto: Eva Guillamet

Las hijas del farmacéutico Joan Miquel-Quintilla comparten en el sitio web Barcelona Foto Antic una selección de las fotos que su padre realizó entre 1933 y 1983. Los álbumes del Dr. Miquel-Quintilla, muchos pendientes aún de estudio, incluyen más de diez mil imágenes que reflejan la evolución de la sociedad barcelonesa y de otras poblaciones catalanas y españolas a lo largo de ese medio siglo.
Foto: Eva Guillamet

Este es el caso de las hijas del farmacéutico Joan Miquel-Quintilla, que de manera altruista empezaron a publicar en su web www.barcelonafotoantic.com una selección de las más de diez mil fotografías que su padre sacó a lo largo de medio siglo entre 1933 y 1983, tanto en blanco y negro como en color. Cientos de álbumes, aún por estudiar a fondo, aportan imágenes inéditas como una sorprendente vista en color de las barracas del Somorrostro, en la parte más cercana al frente marítimo de El Poblenou, retratadas en 1962. Más recientemente, el proyecto editorial L’Abans de Ciutat Vella ha publicado por primera vez algunas de las imágenes más emblemáticas del sastre y apasionado de la fotografía Ramon Beleta, conservadas por la familia Figa-Beleta. También ha dado a conocer algunos de los tesoros de la pareja formada por los maestros republicanos Jeroni Solsona Pallerols y Maria Climent Roses, conservados en los álbumes de la familia Solsona-Climent.

En estos primeros años del siglo XXI, cuando la fotografía es más popular que nunca gracias a la revolución tecnológica digital y a las redes sociales, las viejas imágenes familiares adquieren nuevo protagonismo y son muchos quienes revuelven los papeles antiguos de los abuelos y padres para recuperar sus fotografías del olvido en que habían caído. Historias como el sorprendente descubrimiento en 2007 de los clichés de Vivian Mayer por parte del investigador John Maloof han supuesto un acicate para mirar de otra forma los álbumes familiares. El patrimonio fotográfico doméstico es, más que nunca, un elemento fortalecedor indiscutible de nuestra identidad colectiva.

Una ciudad biografiada

Barcelona. Una biografía

Autor: Enric Calpena

Editorial Destino. Colección Imago Mundi

Barcelona, 2015

La historia de Barcelona puede explicarse a través de sus documentos o a través de sus personajes, sus instituciones y sus piedras. Esto es lo que se nos propone mediante una narración de más de ochocientas páginas en la que el periodista Enric Calpena entrevista a Barcelona.

El periodista Enric Calpena se ha convertido, gracias a su labor de divulgación del pasado de Barcelona y Cataluña, en uno de los nombres propios de la literatura histórica actual. Con obras como esta da continuidad a iniciativas destacadas del siglo XX, como la serie Barcelona. Divulgación histórica, de Agustí Duran i Sanpere, que del éxito de la radio pasó al papel y se convirtió en una obra de referencia.

En Barcelona, una biografía, el autor consigue dar voz a una ciudad que durante más de dos mil años ha hecho de la ambición su principal rasgo de personalidad urbana. La historia de Barcelona puede explicarse a través de sus documentos, como el Archivo Municipal propició en el libro Autobiografia de Barcelona (2013), o, asimismo, a través de sus personajes, sus instituciones y sus piedras. Esto es lo que se nos propone mediante una narración de más de ochocientas páginas en la que el periodista entrevista a Barcelona.

El resultado es un ambicioso relato literario, bien documentado, de lectura amena, rico en anécdotas y en todo momento marcado por el estilo sin complejos de Calpena, que se muestra inclinado a las comparaciones extemporáneas para esclarecer hechos históricos a veces demasiado lejanos o incluso incomprensibles para el lector de nuestros días. Y, siempre, rezumando cariño por la ciudad natal.

La Barcelona que el autor perfila es la de una ciudad con una posición geográfica privilegiada en la costa catalana y, especialmente, entre los dos hitos del Mediterráneo antiguo occidental de Ampurias y Tarraco. Un enclave urbano cuya evolución se ilustra a través de las diferentes denominaciones que ha recibido a lo largo de la historia, desde la primitiva Barkeno hasta la Barcino romana transformada en la medina Barshaluna musulmana, la Barchinona cristiana y la Barcelona de los siglos bajomedievales y modernos, que entra en la modernidad marcada por el fuego y la destrucción de las guerras de Sucesión y de la Independencia. La aventura de la Barcelona contemporánea que ocupa los últimos capítulos traslada al lector prácticamente hasta nuestros días.

El objetivo, sin duda, no es ofrecer una visión exhaustiva, sino una invitación a disfrutar de la extraordinaria complejidad de Barcelona a través de los siglos. En muchos casos, el autor, que hasta ahora había centrado sus trabajos en temáticas más contemporáneas, presta más atención a episodios lejanos de la antigua ciudad romana o medieval que a la del siglo XIX y, especialmente, la del XX. Un ejemplo: se dedica la misma atención a las cortes del año 1413 que a los cuarenta años de dictadura franquista.

El resultado es una propuesta innovadora con la que, más allá de centrarse en la historia de la ciudad, tal como han llevado a cabo con gran éxito otros periodistas historiadores como Lluís Permanyer, Jaume Fabre o el añorado Josep Maria Huertas Claveria, Calpena amplía los horizontes hasta la historia catalana y, también durante los siglos más recientes, la española. No es un libro de historia urbana en sentido estricto, pero sí una buena obra de literatura histórica sobre el papel que Barcelona ha ejercido en la historia catalana y española.

Es, efectivamente, una ciudad que se hace querer, tal como afirma el mismo Calpena en el prólogo. El libro es un acto de amor hacia la ciudad y su pasado. Disponible en catalán (Edicions 62) y castellano (Destino), los editores también deberían considerar, como mínimo, las ediciones en inglés y francés. Barcelona se lo merece, y sus lectores potenciales, no cabe duda de ello, lo agradecerán.

Relato vivo de dos mil años de història

En las plazas y calles de las tres Barcelonas sugeridas por Robert Hughes –la metropolitana, la medieval y la romana– se sintetizan más de dos mil años de historia con una continuidad solo comparable con la de capitales de estado europeas como Londres, París o Roma.

© Andreu

Robert Hughes, autor de la obra sobre Barcelona con más proyección internacional de la historia, afirmaba que la capital catalana era en realidad tres ciudades en una: la metropolitana, extendida de río a río con el Eixample y los barrios del entorno perfectamente delimitados, dentro de la cual se diferenciaba claramente una más antigua, la Ciutat Vella medieval, y en su interior otra aún más arcaica, la antigua ciudad romana de Barcino.

Con sus palabras, el prestigioso crítico de arte australiano estaba proponiendo un itinerario por los más de dos mil años de historia de Barcelona. Fijémonos, por ejemplo, en tres espacios representativos de periodos clave de la trayectoria bimilenaria de la ciudad: la Barcelona romana y altomedieval, la Barcelona de la época gótica y la metrópoli de principios del siglo xx.

En los últimos tiempos la arqueología ha recuperado uno de los hallazgos más sorprendentes de la historia de Barcelona: la catedral visigótica cristiana oculta en el subsuelo de la basílica de los Sants Just i Pastor (plaza de Sant Just, 1). Se trata del baptisterio de una catedral mencionada en la documentación antigua, pero que hasta ahora no se había podido certificar arqueológicamente: el templo de referencia para la población local católica del siglo vi, cuando gobernaban la ciudad las elites visigodas, que profesaban el arrianismo y celebraban el culto en el espacio de la actual catedral. El descubrimiento se enmarca en las actuaciones del Plan Bárcino, un ambicioso proyecto encaminado a recuperar el patrimonio cultural de la Barcelona romana y visigótica y ponerlo al alcance de la ciudadanía mediante todo tipo de acciones públicas, entre las que destaca la web del Servicio de Arqueología Urbana, http://cartaarqueologica.bcn.cat, que presenta más de tres mil puntos de interés de todas las épocas.

© Dani Codina
Acceso a la antigua sinagoga mayor, en la calle Marlet.

El Call, antecedente del Born

La historia de Barcelona se puede leer en clave de palimpsesto. En los tiempos antiguos los escribanos se veían a menudo obligados a reutilizar los mismos pergaminos, eliminando los textos ya existentes y añadiendo otros nuevos. A través de su análisis, la crítica literaria ha puesto en valor unos textos que, bajo la apariencia de un único documento, esconden diversos relatos, algunos del todo evidentes y otros ocultos. Del mismo modo, la historia de la ciudad está escrita en sus piedras y en sus documentos tanto a través de lo que podemos reconocer a simple vista como en todo lo que fue destruido premeditadamente y pasa desapercibido.

Un ejemplo paradigmático lo ofrece el subsuelo del antiguo mercado del Born (plaza Comercial, 12), que alberga los restos del barrio de la Ribera destruido por orden de las autoridades borbónicas después de 1714. Un antecedente –igualmente sangriento y traumático– de este episodio lo fue siglos antes, en 1391, la aniquilación de la comunidad judía local y la destrucción física de su propio barrio, el Call.

La toponimia de los entornos de la plazuela de Manuel Ribé recuerda al peatón la presencia judía en la Barchinona medieval. Desde la plaza de Sant Jaume es fácil adentrarse en el Call, tanto a través de la calle homónima y continuando por la de Sant Domènec del Call, como también por la calle de Sant Honorat y después por la de la Fruita. Las dos rutas llevan al paseante al que está considerado el emplazamiento de la antigua sinagoga mayor (calle de Marlet, 5). A pocos pasos de ella, una lápida hebrea en realidad se trata de una copia; la original se conserva en el Museo de Historia de Barcelona recuerda la fundación, en el siglo xiii, de un hospital para los más necesitados (Marlet, 1).

La visita al Centro de Interpretación del Call (Manuel Ribé, 3) es imprescindible para descubrir la impronta hebrea en otros lugares de Barcelona. Es el caso de los restos de la necrópolis de Montjuïc recientemente declarados Bien Cultural de Interés Nacional de las lápidas funerarias reutilizadas en los muros del Palau del Lloctinent (Comtes, 2) o en el subsuelo del Saló del Tinell (plaza del Rei, 9). A pesar del ensañamiento de la ciudad cristiana medieval contra la población judía, los restos del Call han aflorado irreversiblemente en nuestros días, a modo de palimpsesto.

© Dani Codina
La Casa dels Canonges, conjunto unido al Palacio de la Generalitat por el famoso puente gótico falso de la calle del Bisbe.

La Edad Media revisitada en el siglo xx

El barrio de la catedral, conocido más popularmente como Barri Gòtic, es una pieza de la ciudad donde Barcelona se muestra a sí misma como un patchwork urbano. Hoy, las construcciones genuinamente medievales, como la capilla románica de Santa Llúcia (calle de Santa Llúcia, 3) y la capilla gótica de Santa Àgata (plaza del Rei, 9), conviven con edificios profundamente remodelados a mediados del siglo xx, como la sede del Centro Excursionista de Cataluña y los restos del antiguo templo romano (Paradís, 10), el Palau Reial Major y su Saló del Tinell en la plaza del Rei y, por encima de todos, la Casa dels Canonges (Pietat, 2). Comunicada con el vecino Palacio de la Generalitat a través del puente neogótico de 1928 de la calle del Bisbe, la reinvención de este edificio durante los años veinte está considerada la intervención fundacional del moderno Barri Gòtic. Aún más sorprendente es la historia de los edificios viajeros, como la Casa Padellàs (calle del Veguer, 2), trasladada piedra a piedra desde su emplazamiento originario en la calle de los Mercaders hasta donde ahora se encuentra el conjunto monumental de la plaza del Rei, lo que posibilitó el descubrimiento del subsuelo arqueológico romano.

En el caso de la catedral, el contraste de épocas históricas y estilos artísticos se produce sutilmente entre la fachada neogótica de finales del siglo xix y el resto del edificio, fundamentalmente medieval. Ante él, dos construcciones la Pia Almoïna, sede del Museo Diocesano (avenida de la Catedral, 4), y la Casa de l’Ardiaca, sede del Archivo Histórico de la Ciudad (Santa Llúcia, 1) son dos ejemplos paradigmáticos de cómo unos edificios medievales construidos sobre la antigua muralla romana se han ido transformado a lo largo de los siglos hasta nuestros días, convirtiéndose en dos modernos equipamientos cuya evolución arquitectónica relata los dos mil años de historia urbana.

© Dani Codina
Detalle de la fachada de la Casa Padellàs.

El Barri Gòtic es todo menos un barrio inventado, tal como se afirma a menudo. Su transformación respondió a un plan perfectamente diseñado a raíz de la apertura de la Vía Laietana en 1908 y sobre todo a partir de la constitución de una ponencia de monumentalización del barrio de la catedral en 1922. Sus factótums fueron el arquitecto Adolf Florensa y el arqueólogo y archivista Agustí Duran i Sanpere. Uno de los aspectos que todavía hoy llama la atención es su solidez y la absoluta preeminencia de las fachadas de sillares de piedra. El embajador florentino Francesco Guicciardini ya lo afirmaba en 1511 en su Diario del viaggio in Spagna: a diferencia de otras poblaciones peninsulares, Barcelona sobresalía por el hecho de ser una ciudad construida fundamentalmente en piedra.

En las plazas y calles de las tres ciudades de Barcelona sugeridas por Robert Hughes se sintetizan, en definitiva, más de dos mil años de historia urbana con una continuidad a lo largo del tiempo solo comparable con la de capitales de Estado europeas como Londres, París o Roma.