Barcelona es una de las ciudades con un patrimonio fotográfico más importante de toda Europa. Archivos públicos y privados, anticuarios y coleccionistas, periodistas e historiadores, editoriales y sobre todo las propias familias integran el circuito que ha de hacer posible la conservación y difusión de este valioso patrimonio.
Muchos descendientes de los autores de álbumes familiares son conscientes de su valor histórico y documental y los conservan; otros, en cambio, a menudo se deshacen de ellos. Con suerte, las fotografías malvendidas llegan a manos de coleccionistas que evitan su destrucción. En la imagen, tarjetas de visita con retratos infantiles de finales del siglo XIX, de la colección particular del autor.
Foto: Eva Guillamet
Barcelona es una de las ciudades con un patrimonio fotográfico más importante de toda Europa. No solo son sus numerosos archivos públicos y privados los que conservan para la historia esas imágenes de gran valor documental, sino también muchas familias que, a menudo en cajas de zapatos o de galletas, y en el mejor de los casos en álbumes encuadernados, han preservado unas fotografías que, además de un innegable interés sentimental para sus propietarios, pueden ofrecer de la ciudad una visión inédita y de interés para el conjunto de la sociedad.
Las viejas fotografías de los abuelos y los bisabuelos son, a menudo, testimonios únicos de la vida cotidiana y la sociedad catalanas durante buena parte del siglo XX. Archivos públicos y privados, anticuarios y coleccionistas, periodistas e historiadores, editoriales y sobre todo las propias familias integran el circuito que ha de hacer posible la conservación y difusión de este valioso patrimonio.
“Dijo alguien que un libro es una caja llena de cosas. Sin embargo, una caja puede estar llena de historias, de muchas vidas: cajas olvidadas, estropeadas, amarillentas… que ahora yacen en el cajón de un viejo mueble. Cajas llenas de fotografías. Tal vez algunas se habrán librado de este final poco honorable y ocuparán un lugar más destacado en el cajón, dentro de un álbum que luce una cintita humilde y descolorida. El estado de las cintitas es directamente proporcional al amor y el cuidado que una persona puso en la colección de aquellas imágenes para garantizarse el recuerdo de su propia existencia. Recuperar estas cajas es capturar nuestra presencia”. Con estas emotivas palabras, los responsables del Espacio de Arte y Cultura del Casal Pere Quart de Sabadell rendían tributo, en el marco de la Primavera Fotográfica de 1998, a la fotografía doméstica y su valor no solo documental y patrimonial, sino también para el fortalecimiento de la identidad personal y colectiva.
Hacía dos años que la Generalitat había presentado el Libro blanco del patrimonio fotográfico en Cataluña (1996), en el que sorprendentemente –como habían hecho ya las Primeras Jornadas Catalanas de Fotografía de 1980– de nuevo se reclamaba la atención para la llamada “fotografía de autor”, pero en buena parte se olvidaba la importancia de las fotografías conservadas en archivos particulares de fotógrafos no profesionales, de aquellos fotógrafos aficionados que, en muchos casos, llegaron a producir cientos e incluso miles de imágenes, a menudo de gran interés.
Tampoco el último Plan Nacional de Fotografía, aprobado por el gobierno catalán a finales de 2014, parece reconocer la importancia del patrimonio fotográfico oculto conservado en los domicilios de los hijos, nietos e incluso, a menudo, bisnietos de los autores de las imágenes. En el mejor de los casos, estos descendientes saben y son conscientes del valor emocional que aquellas imágenes tienen no solo para la propia identidad familiar, sino también para el conjunto de nuestra sociedad. El desastre tanto institucional como humano que significó la Guerra Civil dota a las fotografías de las décadas centrales del siglo XX de una significación insospechada por las personas que, cámara en ristre, las tomaron. Las instantáneas de antes de la guerra conservadas en incontables cajas de zapatos y de galletas y, en el mejor de los casos, en álbumes encuadernados, se han convertido hoy en testimonio único de la Cataluña de ayer.
Un patrimonio cultural en emergencia
Primer número del semanario gráfico de actualidad Imatges, aparecido el 11 de junio de 1930. La revista presenta en portada al político y jurista Joan Maluquer i Viladot, que “coge el coche y se va a cumplir su laboriosa tarea de presidente de la Diputación después de la obligada visita a su granja”, según se indica al pie.
Foto: Arxiu de Revistes Catalanes Antigues
Tras el fin de la dictadura, en 1980, la Fundación Miró acogía las Primeras Jornadas Catalanas de Fotografía. Durante las sesiones de trabajo se debatió sobre la conveniencia de recuperar el patrimonio fotográfico documental, sobre los modelos de creación de archivos locales y sobre la necesidad de un museo de la fotografía de Cataluña que, al cabo de más de tres decenios, todavía no se ha hecho realidad. Además de detectar los principales problemas en torno a la falta de políticas públicas en materia de conservación y difusión del patrimonio fotográfico, se alertaba también sobre la extraordinaria riqueza de numerosos archivos de fotógrafos no profesionales que, a menudo, se hallaban en peligro de desaparición.
Y no solo los de los fotógrafos aficionados. Eran muchos los archivos de fotógrafos profesionales que en el último momento se salvaron de su definitiva pauperización. En este sentido, es de destacar la labor llevada a cabo por el fallecido Miquel Galmes en la salvaguardia de los fondos Roisin, Merletti o Thomas, entre otros, en el archivo fotográfico histórico del Instituto de Estudios Fotográficos de Cataluña. 1980 fue también el año de la creación del Archivo Nacional de Cataluña, que no estrenaría su sede de Sant Cugat del Vallès, con todo, hasta muchos años más tarde, en 1995. Con el paso de los años, su importante Área de Imágenes, Gráficos y Audiovisuales ha llegado a convertirse en uno de los principales referentes patrimoniales fotográficos del país.
A lo largo del siglo XX ya se habían llevado a cabo varias iniciativas y diferentes entidades habían contribuido de manera efectiva a la conservación del patrimonio fotográfico de autores no profesionales. Es el caso del Centro Excursionista de Cataluña, cuyo archivo fotográfico ha llegado a atesorar más de 750.000 imágenes a lo largo de su siglo de existencia. Es uno de los principales centros patrimoniales del país, y en buena parte ha nutrido sus colecciones con las donaciones de los socios, muchos de ellos apasionados de la fotografía como aficionados. Una situación parecida es la experimentada por la Agrupación Fotográfica de Cataluña, fundada en 1923, que a menudo también compartía socios con el Centro Excursionista. Forman parte de su archivo histórico más de 25.000 placas, mayoritariamente de formato estereoscópico. Pocos años después de fundarse esta asociación, en 1929, recibía la Biblioteca de Cataluña una de las donaciones particulares más valiosas, la del fondo del Dr. Josep Salvany, integrado por unas 18.000 placas de vidrio estereoscópicas, bien estudiadas por el fotógrafo Ricard Marco.
Hacia aquellos mismos años se procedía, por parte de la Unión Excursionista de Cataluña de Sants, a la fundación del primer archivo histórico del barrio. Corría el año 1931, y sus impulsores eran bien conscientes de la importancia que en el futuro tendrían todas aquellas fotografías que los socios tomaban de manera no profesional. A lo largo de decenios, incluso sobreviviendo a la represión de la dictadura franquista, el Archivo Histórico de Sants llegó a reunir una valiosa sección fotográfica que, ya en los años de la restauración del ayuntamiento democrático, propició la creación del actual Archivo Municipal del Distrito de Sants-Montjuïc.
Iniciativas públicas
Desde mediados de la década de los noventa, han sido varias las campañas impulsadas desde las instituciones públicas para la recuperación y divulgación de fondos de fotografía doméstica, de gran valor para la construcción de un relato más rico y plural sobre la trayectoria ciudadana de la Barcelona del siglo XX. Año tras año, los centros del Archivo Municipal de Barcelona, y muy especialmente el Archivo Fotográfico y la red de archivos municipales de distrito, son beneficiarios de nuevos fondos fotográficos gracias a los depósitos y donativos particulares. En Les Corts hay que destacar la contribución realizada por la familia Brengaret-Framis de un valioso patrimonio fotográfico recogido a lo largo de decenios. En Horta-Guinardó, ingresaba en 2015 el fondo del aficionado Jaume Caminal, cuyas imágenes son una crónica de la transformación del barrio desde finales de la década de 1930.
En paralelo a la labor desarrollada por el Archivo de la Ciudad, también los centros de estudio y los talleres de historia han sido piezas clave en el proceso de identificación y protección de fondos particulares gracias a su profundo conocimiento de los respectivos ámbitos territoriales en los que actúan. Es el caso de los archivos históricos de El Poblenou, Fort Pienc o Roquetes-Nou Barris, o el de los talleres de historia de Gràcia y de El Clot-Camp de l’Arpa, sin olvidar la labor del Centro de Investigación Histórica de El Poble-sec y de entidades como la Asociación de Fiestas de la Plaça Nova.
La red de centros de proximidad y la participación ciudadana en los barrios ha adquirido también un destacado protagonismo en el fortalecimiento de la memoria comunitaria gracias al patrimonio visual. La ejemplifican las campañas de recogida de fotografías familiares impulsadas desde centros cívicos municipales como los de la Barceloneta, la Casa Golferichs, el Centro Cívico Sagrada Família y el Centro Cultural Casa Elizalde. Este último presentaba en 2011 su ambicioso proyecto “Ventanas de la memoria”, aún en funcionamiento. Aprovechando las posibilidades que ya entonces ofrecían las redes sociales, se trataba de recuperar fotografías del barrio anteriores a 1980 con objeto de crear colectivamente un fondo fotográfico virtual.
Durante estos años, el proyecto ha producido varias exposiciones temáticas de periodicidad anual, como las dedicadas al paisaje urbano y arquitectónico, los comercios, los interiores domésticos, la trayectoria del colegio Sagrat Cor-Diputació, retratos de vecinos y vecinas dentro y fuera del hogar o las celebraciones populares en espacio público. En mayo de 2016 se presentaba “¿Nos hacemos una foto? Fotografía doméstica en los años treinta”. La exposición, según sus comisarios –la historiadora de la fotografía Nuria F. Ríos y el fotógrafo Jordi Calafell–, era un reconocimiento al valor documental de la fotografía familiar o doméstica durante la década de 1930, años de su primer apogeo. “Tomadas en la calle o en casa, íntimas y personales, las imágenes constituyen un contrarrelato visual de la vida cotidiana en el Eixample que complementa o contradice el imaginario consolidado en torno a la Segunda República debido a la fuerza de la prensa gráfica y el cine”, afirmaba Nuria F. Ríos.
Un paseante observa en un quiosco de la Rambla los primeros ejemplares de la revista Barcelona gràfica, el 9 de abril de 1930.
Foto: Josep Maria Sagarra / AFB
La popularización de la fotografía tomada por particulares coincidía con la irreversible explosión de la prensa gráfica en Barcelona. A partir de abril y junio de 1930, respectivamente, dos nuevas publicaciones visuales ocuparon las calles de la ciudad: Barcelona gráfica e Imágenes. Y tal como ha afirmado Teresa Ferré, en paralelo a este proceso surgía el interés de los lectores por la vida privada y la intimidad de los personajes públicos, sobre todo del mundo del ocio, el star system de los años de entreguerras. Era una manifestación más de la nueva cultura de masas que había triunfado ya en Estados Unidos y que, a través de Londres y París, se extendía también por el resto del continente europeo. De igual modo que proyectos como “Ventanas de la memoria” se aproximan a la fotografía doméstica en el marco del Eixample –y cada vez más también en el resto y el conjunto de la ciudad, como se evidencia en el nuevo proyecto sobre los años de la Transición en la década de 1970–, otras iniciativas abarcan todo el territorio catalán. Con el nombre de “Fem memòria” [Hagamos memoria], la Biblioteca de Cataluña y la Subdirección General de Archivos y Museos de la Generalitat, entre otros, consagran la memoria familiar de Cataluña como centro de interés de este proyecto. De las diferentes tipologías documentales, la fotografía es uno de los materiales más a menudo aportados por las familias participantes.
Las redes y la empresa privada
Las redes sociales han permitido decenas de nuevas iniciativas para la recuperación de fotografías de origen doméstico o de coleccionistas particulares, como el blog Barcelofília. Inventari de la Barcelona desapareguda [Barcelofilia. Inventario de la Barcelona desaparecida], creado por el activista digital Miquel Barcelonauta (2010); la página de Facebook Barcelona desapareguda (2013), de Giacomo Alessandro –fallecido prematuramente en 2016 de leucemia–, o la cuenta de Instagram El nostre arxiu fotogràfic [Nuestro archivo fotográfico] (2015), del joven archivero Adrián Cruz Espinosa, que constituyen loables iniciativas de difusión de un patrimonio fotográfico desconocido. Todos ellos comparten una característica: la abundante presencia de fotografías inéditas de los álbumes familiares.
Carátula del libro sobre el barrio de la Barceloneta de la colección “L’Abans”, publicado por la editorial Efadós con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona. La colección recoge la memoria gráfica de las poblaciones de Cataluña y Baleares.
Paralelamente a las actuaciones iniciadas desde el ámbito público, también desde el privado se ha contribuido a este proceso de revalorización patrimonial. En 1994 Viena Edicions iniciaba la publicación, en toda Cataluña, de una colección de pequeño formato titulada “Imatges i Records” [Imágenes y Recuerdos], que a menudo daba protagonismo a las fotografías familiares en la historia gráfica de los municipios. El primer libro estaba dedicado a El Prat del Llobregat y años más tarde, en 2003, llegaban los dos primeros títulos barceloneses, dedicados a los barrios de Gràcia y Ciutat Vella respectivamente. Por las mismas fechas, otra editorial, Efadós, iniciaba la publicación de una ambiciosa colección, cuyo éxito no tiene precedentes: “L’Abans” [El Antes]. Desde el primer título, dedicado a El Papiol en 1996, hasta el último sobre el distrito barcelonés de Ciutat Vella, presentado por Sant Jordi de 2017, se han publicado más de cien volúmenes. En total, durante esos veinte años largos los fascículos de “L’Abans” han dado a conocer más de cien mil fotografías. En Barcelona todos los volúmenes han sido elaborados por historiadores profesionales, o bien, en la mayoría de los casos, por los centros de estudios y talleres de historia, para los que la fotografía doméstica era desde hacía años una herramienta fundamental en sus proyectos de investigación y divulgación.
Nuevas fuentes documentales
La abundancia de estas nuevas fuentes documentales potenciales, la pluralidad de testimonios visuales que aportan y su carácter inédito hacen de la fotografía familiar un recurso ineludible para los investigadores que estudian el siglo XX. Uno de los períodos que más pueden beneficiarse es el de los años de la Guerra Civil. Aunque pocos días después de la ocupación franquista de Barcelona, el 7 de febrero de 1939, la prensa hacía pública una nota del nuevo Servicio Nacional de Propaganda franquista apelando a la “colaboración de fotógrafos, profesionales, reporteros y personas particulares que hayan tomado fotografías de actos oficiales, desfiles, concentraciones, etc., desde el 18 de julio de 1936 hasta la fecha”, a los que se conminaba a “entregar los negativos y copias de los mismos de que se disponga a la mayor brevedad”, lo cierto es que muchos de ellos no acataron esta orden del nuevo y temido régimen. Uno de ellos era Rossend Torras Mir. Sus descendientes conservan aún su riquísimo archivo fotográfico de unos 25.000 negativos, que espera ser plenamente exhumado. Contiene algunas fotografías únicas de las iglesias quemadas en julio de 1936. “Es hora de abrir cajas de zapatos y contrastar la memoria colectiva con la evidencia fotográfica. Sin duda, la fotografía doméstica nos aporta una nueva visión de la Guerra Civil”, han afirmado la historiadora de la fotografía Nuria F. Ríos y el fotógrafo Jordi Calafell.
Fotografías tomadas por nazis durante la Guerra Civil, de la colección particular del autor. El texto corresponde al reverso de la fotografía de un barco nazi, el Kondor, anclado en el puerto de la ciudad al inicio de la guerra, tal como se indica en esas líneas. A la derecha, arriba, desfile militar franquista a raíz de la ocupación de Barcelona, en la confluencia de la Diagonal y la calle de Balmes; en medio, un Junker 52 en el aeródromo de Burgos, con el dibujo de una calavera y el nombre de Barcelona como objetivo; debajo, la esvástica en el puerto.
Foto: Eva Guillamet
No solo se abren nuevas posibilidades de documentación gracias a las fotografías familiares que se recuperan en Cataluña y España, sino también a las que se encuentran en el extranjero. Muchos nietos de los alemanes e italianos que durante la guerra española lucharon en la Península a favor de los rebeldes franquistas se deshacen también de los álbumes familiares que inmortalizan las gestas bélicas de sus antepasados fascistas. Anticuarios, coleccionistas y subastas de venta en línea ponen al alcance de los interesados estos documentos inéditos.
Es el caso, por ejemplo, de la terrible fotografía en la que unos soldados de la Legión Cóndor nazi posan en el aeródromo de Burgos junto a su bombardero Junker sobre el que se ha dibujado una aterradora calavera y el nombre de uno de los objetivos de sus bombas asesinas al servicio de la causa franquista: Barcelona, que como es bien sabido nunca llegó a estar en primera línea del frente bélico. Su objeto no era otro que provocar el pánico entre la población civil en la retaguardia republicana, como efectivamente lograron, no solo en Guernica o los pueblos del interior de Castellón, sino también en Barcelona, Palamós y tantas otras poblaciones catalanas. Este es el caso de otra fotografía en la que los soldados se retratan junto a los aviones rebeldes y los gigantescos proyectiles que provocaban muerte y destrucción indiscriminadas allí donde se lanzaban.
El Museo de Historia de Cataluña abría en 2016 una nueva exposición sobre la presencia italiana en la Guerra Civil, que incluía la aportación del punto de vista de muchos soldados que participaron en ella, precisamente a través de las fotografías tomadas por sus cámaras particulares, que en muchos casos contrastan, por su realismo y su crudeza, con la retórica fría y calculada de la propaganda oficial.
El fotógrafo Jordi Baron, anticuario que tiene una de las colecciones de fotografía antigua más valiosas de la ciudad, en su estudio, con un daguerreotipo en las manos.
Foto: Eva Guillamet
En efecto, las fotografías domésticas, en palabras del fotógrafo Jordi Baron –uno de los anticuarios barceloneses con una de las colecciones de fotografía antigua más valiosas de la ciudad–, aportan “la visión humana de la experiencia vivida. Los fotorreporteros son profesionales y por tanto se desvinculan del vínculo de la experiencia propia o familiar y hacen las fotos para terceros: el destinatario es el público. Lo maravilloso de las fotografías domésticas, o vernáculas como ahora se las llama, es la finalidad para la que fueron creadas: no tienen ninguna pretensión, son de uso familiar y privado, no van más allá del documento privado a no ser que el fotógrafo tenga un plus añadido de expresión artística, y que las quiera compartir con terceros”.
El patrimonio fotográfico familiar oculto puede ser de gran valor, pero a la vez es extremadamente vulnerable y se encuentra en riesgo de verse malbaratado o, en el peor de los escenarios, destruido si no se localiza a tiempo. Conocemos la historia de algunos fondos que se han podido recuperar y la noticia ha trascendido a los medios de comunicación, pero ¿cuántos otros han desaparecido sin dejar rastro?
Rosalía Serrano, nacida en 1950, se redescubrió a sí misma de niña en esta fotografía –a la derecha, con una cinta en el cabello– que el turista norteamericano Tom Sponheim compró en 2001 en los Encantes Viejos de Les Glòries. La imagen venía en unos sobres de negativos que Sponheim se ha esforzado en documentar a través de la página de Facebook Las fotos perdidas de Barcelona y que ha permitido identificar a la autora. Rosalía supo de la existencia de la foto por un reportaje televisivo.
Foto: Milagros Caturla / Las fotos perdidas de Barcelona
Fue en los viejos Encantes de Les Glòries donde, en 2001, un turista estadounidense, Tom Sponheim, compró algunos sobres con negativos de lo que parecían vistas urbanas de Barcelona. De regreso a Seattle, una vez positivados, tomó conciencia de que aquellas decenas de fotografías las había realizado alguien de gran talento. Gracias a las redes sociales, en especial a su página de Facebook Las fotos perdidas de Barcelona, Sponheim ha podido ir documentándolas con gran precisión. La autora de las fotos, identificada por Begoña Fernández Díez, es Milagros Caturla. Incluso se han podido reconocer en ellas algunos protagonistas de las imágenes. Una de las niñas que aparece en los negativos es Rosalía Serrano Calvo, nacida en 1950. A finales de enero de 2017 seguía en la televisión un reportaje sobre las fotografías. Cuando se mostró la imagen de unas escolares, Rosalía exclamó que una de las niñas se parecía muchísimo a su nieta Anabel. Pero en realidad no era su nieta, sino ella misma… Y así lo demostraron otras fotografías familiares de la misma época. “No me lo podía creer. Esa foto me la hicieron cuando yo tenía ocho años, en mi escuela de Els Tres Pins de Montjuïc. Vivíamos al lado”, recuerda.
Imprevisibles Encantes
El profesor de Cultura Audiovisual y coleccionista Artur Canyigueral, incansable buscador de viejas fotografías en los Encantes de Les Glòries. Un barcelonés de adopción apasionado por la fotografía antigua como patrimonio que evoca las emociones de una sociedad rota por la Guerra Civil y la dictadura.
Foto: Eva Guillamet
La experiencia vivida por Tom Sponheim forma parte de la práctica diaria de anticuarios y al mismo tiempo coleccionistas barceloneses que todos los lunes, miércoles y viernes, a primera hora de la mañana, coinciden en los Encantes para participar, a puerta cerrada, en la subasta de los lotes que se irán vendiendo a lo largo de los días siguientes. Uno de ellos es Artur Canyigueral. Aunque hace decenios que acude, la expectación por el descubrimiento de un hallazgo de valor le sigue resultando tan excitante como el primer día. “Los Encantes son totalmente imprevisibles, ahí radica su encanto” afirma Canyigueral, que desde 1973 ha frecuentado el mercado de las pulgas barcelonés por excelencia. “Hará más de diez años que compré todo un lote de la colección fotográfica familiar de una señora de Manresa, con unas quinientas fotografías entre positivos y negativos. Allí vi la potencialidad de la fotografía del pasado: en toda aquella colección se mostraba, con planos fijos, la vida de tres generaciones como en una narración cinematográfica. Eso me fascinó y redirigí mi mirada hacia la fotografía”, cuenta este afable profesor retirado de secundaria de Cultura Audiovisual. En los Encantes, el coleccionista Canyigueral se ha convertido en buscador incansable de estas imágenes que desde 1839 han ilustrado la transformación de la sociedad contemporánea: “Si uno observa con detenimiento puede encontrar imágenes que explican todos estos cambios. Es posible descubrir la historia oficial y también la historia heterodoxa. Se describen y se fijan en pequeñas joyas del tiempo detenido: momentos de luz atrapados por una mano inocente –o no tanto–, que nos explican cómo eran y qué hacían nuestros antepasados”.
A los Encantes llegan lotes enteros que a menudo suponen el testimonio material de una vida entera. La muerte sin descendencia, y en otros casos la falta de interés por las pertenencias de los abuelos y bisabuelos suele provocar la llegada de este patrimonio a los Encantes y, también, a los contenedores de basura. Pero no siempre es así. Muchos son también los descendientes plenamente conscientes del valor, ya no solo familiar, sino también social, que la pasión por la fotografía de sus padres y abuelos tiene en nuestros días.
Las hijas del farmacéutico Joan Miquel-Quintilla comparten en el sitio web Barcelona Foto Antic una selección de las fotos que su padre realizó entre 1933 y 1983. Los álbumes del Dr. Miquel-Quintilla, muchos pendientes aún de estudio, incluyen más de diez mil imágenes que reflejan la evolución de la sociedad barcelonesa y de otras poblaciones catalanas y españolas a lo largo de ese medio siglo.
Foto: Eva Guillamet
Este es el caso de las hijas del farmacéutico Joan Miquel-Quintilla, que de manera altruista empezaron a publicar en su web www.barcelonafotoantic.com una selección de las más de diez mil fotografías que su padre sacó a lo largo de medio siglo entre 1933 y 1983, tanto en blanco y negro como en color. Cientos de álbumes, aún por estudiar a fondo, aportan imágenes inéditas como una sorprendente vista en color de las barracas del Somorrostro, en la parte más cercana al frente marítimo de El Poblenou, retratadas en 1962. Más recientemente, el proyecto editorial L’Abans de Ciutat Vella ha publicado por primera vez algunas de las imágenes más emblemáticas del sastre y apasionado de la fotografía Ramon Beleta, conservadas por la familia Figa-Beleta. También ha dado a conocer algunos de los tesoros de la pareja formada por los maestros republicanos Jeroni Solsona Pallerols y Maria Climent Roses, conservados en los álbumes de la familia Solsona-Climent.
En estos primeros años del siglo XXI, cuando la fotografía es más popular que nunca gracias a la revolución tecnológica digital y a las redes sociales, las viejas imágenes familiares adquieren nuevo protagonismo y son muchos quienes revuelven los papeles antiguos de los abuelos y padres para recuperar sus fotografías del olvido en que habían caído. Historias como el sorprendente descubrimiento en 2007 de los clichés de Vivian Mayer por parte del investigador John Maloof han supuesto un acicate para mirar de otra forma los álbumes familiares. El patrimonio fotográfico doméstico es, más que nunca, un elemento fortalecedor indiscutible de nuestra identidad colectiva.