Palimpsestos, inscripciones, incrustaciones: trazando identidades urbanas

Foto: Archivo Golda-Pongratz.
Palimpsesto mural junto al Forat de la Vergonya, en Ciutat Vella: capas de construcciones y deconstrucciones, con un grafiti ya desaparecido.

Urge un debate sobre el valor de la memoria vernácula para la convivencia histórica en la ciudad, que la legislación no siempre favorece. Hay que entender la ciudad como un palimpsesto, que bajo la superficie esconde capas sucesivas de utilización humana.

Un palimpsesto –término procedente del griego antiguo– es un manuscrito o pergamino cuyas inscripciones se han borrado, para acoger otras nuevas, superpuestas. Con cada capa el documento adquiere una mayor densidad de huellas recuperables y, así, de significados. Entender el espacio público como palimpsesto nos puede servir para captar en profundidad lo que meramente intuimos al pasear, caminar o apresurarnos por las calles de Barcelona y en especial por los espacios públicos de Ciutat Vella: que bajo la superficie se esconden capas diversas de utilización humana, inscripciones de épocas distintas, huellas de usos colectivos e individuales que se superponen, borran, reinscriben y transforman sin parar. El atractivo de la ciudad se nutre de esta condición y de su uso a través del tiempo.

El concepto nos ayuda a entender que estas capas se solapan y que no todas pueden estar siempre a la vista. Sin embargo, su interpretación no es nunca neutral: los actos de borrar, eliminar, reactivar, visibilizar o conmemorar están sujetos a las circunstancias ideológicas, a las gestiones políticas y urbanísticas de cada momento. El rol del espacio urbano depende de los imaginarios contemporáneos locales y globales y de una suerte de solapamiento de reclamos y de percepciones que pueden cambiar en muy pocos años.

Históricamente, Barcelona debe la calidad de los espacios públicos al cuidado de la sociedad civil. Los espacios comunes con más éxito son aquellos cuyo diseño une la voluntad de preservación de la historia y de la memoria colectiva con la búsqueda de soluciones innovadoras a las necesidades del entorno, como fue el caso de muchos espacios públicos creados en la época preolímpica. El parque de la Pegaso y el del Clot son ejemplos de espacios que reciclan la memoria de la época industrial para darle nuevos usos y unirla con un espíritu de transición democrática, que se sigue manteniendo en medio del solapamiento con el urbanismo especulativo de los primeros años del siglo XXI, interrumpido con el estallido de la burbuja inmobiliaria.

Espacios amnésicos y espacios de memoria

Estos años también han estado marcados por la suplantación de conceptos urbanos y fuerzas cívicas por obra de un nuevo urbanismo borrador de huellas (véase el vídeo La ciutat suplantada, de Repensar Barcelona, presentado en la Bienal de Venecia de 2009), suplantación que encuentra su máxima expresión en el Fórum de las Culturas de 2004. Y es entonces cuando el artista Francesc Abad presenta la documentación del Camp de la Bota, escenario de ejecuciones durante el franquismo, cuya existencia es negada por la plataforma de asfalto que lo recubre entre arquitecturas de festival. La movilización de los familiares de las víctimas y la creación de una plataforma cívica han contribuido a dar nuevamente visibilidad pública a este nombre.1 Cabe confiar en que a largo plazo, y como fruto de las esperanzadoras políticas conmemorativas del gobierno municipal actual, se disponga de una visibilización simbólica del lugar.

Foto: Archivo Fotográfico del Poblenou.
El Camp de la Bota en 1960, con las barracas y el castillo, construcción militar convertida en prisión al final de la Guerra Civil.

Foto: Pere Virgili.
El Camp de la Bota, donde fueron ejecutadas unas 1.700 personas de diferentes grupos opuestos a Franco, ha quedado soterrado bajo los edificios y el pavimento del área del Fórum.

La reciente transformación del Turó de la Rovira (Premio Europeo del Espacio Público Urbano ex aequo de 2012) podría servir de ejemplo: se trata de un palimpsesto de capas abiertas correspondientes a todas las fases de su ocupación, sobre todo la Guerra Civil y la época posterior del barraquismo. Un espacio abandonado ha pasado así a convertirse en imán turístico. La monumentalización, sin embargo, conlleva el peligro de una nueva forma de suplantación de la memoria, si da pie a otras intervenciones urbanísticas y a un posible desalojo de los habitantes de la zona.

Espacios contestados en Ciutat Vella

La imposición de presiones turísticas, comerciales y también políticas sobre el centro histórico de la ciudad culmina en cierta manera en 2014. La entrada en vigor de la Ley de Arrendamientos Urbanos permite a propietarios de inmuebles de renta antigua subir los alquileres según el mercado, lógica que conduce a la sustitución de muchos pequeños negocios, algunos emblemáticos, por franquicias multinacionales; la ciudad llega a recibir 7,5 millones de turistas anuales, y la apertura de nuevos hoteles y una expansiva gentrificación amenaza a la población con pocos recursos de Ciutat Vella.

Paralelamente, el tricentenario de la pérdida de las libertades de Cataluña se declara como año simbólico para el reclamo de la independencia. Mientras se inaugura el antiguo Mercat del Born como centro cultural y de memoria, cuyos restos arqueológicos remiten al Rec Comtal como pieza clave del desarrollo de la ciudad en el siglo X, unos cuantos metros más allá se pierde una oportunidad de revitalizar el Rec Comtal al permitir la construcción de un hotel sobre sus restos, sin siquiera incorporarlos en el diseño del nuevo edificio. En la Barceloneta se pretende recrear memorias antiguas en instalaciones efímeras, mientras el barrio padece una gentrificación extrema que culmina en la privatización del puerto antiguo y en el proyecto del puerto de lujo Marina del Port Vell.

Todo ello nos muestra que urge un debate sobre el valor de la memoria para la convivencia histórica en la ciudad, que la legislación no siempre favorece. Descubrir los palimpsestos y evaluar la importancia de sus capas podría ayudar a un tal debate, a una suerte de investigación popular colectiva y a un modelo de inclusión real.

 

Resistencia vecinal frente a la presión gentrificadora

Foto: Dani Codina.
El Pou de la Figuera o Forat de la Vergonya, un espacio singular entre los barrios de Santa Caterina y Sant Pere que ha sido objeto de importantes movilizaciones vecinales.

Hay un espacio singular entre los barrios de Sant Pere y Santa Caterina que cumplió su décimo aniversario también en 2014 y que condensa una serie de reivindicaciones urbanas, convierte las pérdidas en ganancias y es un lugar de inclusión ejemplar. Su nombre oficial, Pou de la Figuera (pozo de la higuera), alude a las higueras que crecían en ese lugar del suburbium de la ciudad romana y junto a la fuente del barrio textil del siglo XIII. Forat de la Vergonya (agujero de la vergüenza) es su otro nombre, de referencia para los vecinos y representativo de su histórica lucha como contramodelo frente a la mercantilización y a las intervenciones de higiene social en Ciutat Vella.

El diseño de este espacio amplio cubierto de arena, rodeado de árboles, con una cancha de fútbol, un jardín infantil y un huerto urbano es el resultado de un prolongado y exitoso movimiento vecinal de resistencia a la creación de un parking y de infraestructuras turísticas. Esta resistencia dejó el lugar como un hueco (forat) durante más de dos años. Fue entonces cuando los vecinos empezaron a plantar árboles, construyeron una fuente, organizaron sesiones de cine al aire libre y actividades contra la especulación y contra la degradación inducida con la finalidad de expulsar de su barrio a la población de escasos recursos. En estas reuniones salieron a la luz la rica diversidad cultural de los residentes y también, debido a la alta densidad habitacional, la necesidad de un espacio público, sobre todo para las personas mayores y la población inmigrante.

Un pequeño local vecinal autoorganizado ofrece hoy en día actividades para todos los vecinos. Se halla frente al renovado Palau Alós, hoy un centro juvenil, que en 2006 adquirió una triste fama en su calidad de escenario del Caso 4F (caso recogido en el documental Ciutat morta, que acabó con el suicidio de una persona y del que, por cierto, se echa en falta un elemento conmemorativo) y, así, epicentro de la decadencia inducida del barrio en ese momento.

Al otro lado del Forat, bajo los arcos de un edificio medieval, se ha establecido un proyecto de integración e interculturalidad que no podría hallarse en mejor lugar: el Mescladís, que, bajo el lema “Cocinando oportunidades”, integra a personas necesitadas del barrio en unas estructuras laborales estables en el ámbito de la restauración. Así se amplía el tradicional concepto de barrio, se fortalece la convivencia y se enriquece el lugar con nuevas capas, inscripciones y memorias.

Nota

1.- En www.francescabad.com/campdelabota/ se documenta en amplitud el proyecto. Una reciente publicación lo reivindica en el contexto de otros lugares de memoria: Kathrin Golda-Pongratz / Klaus Teschner (eds.) (2016): “Spaces of Memory – Lugares de Memoria”. Trialog núm. 118/119, Berlín, p. 69-73.

Kathrin Golda-Pongratz

Arquitecta y urbanista. Profesora de la Univ. de Ciencias Aplicadas de Fráncfort. Miembro del equipo de Terra-lab.cat

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