La incorporación de las TIC a las aulas debe responder a unos objetivos muy claros y a un estudio previo de las necesidades de los estudiantes para encontrar el equilibrio entre los elementos pedagógicos, tecnológicos, organizativos y contextuales. La conectividad permanente no es un valor per se, pero sí que lo son las oportunidades de comunicarnos y cooperar y, sobre todo, la implicación activa del estudiante en su propio aprendizaje.
A principios de marzo, en Barcelona, Zygmunt Bauman iniciaba una charla sobre educación con un explícito: “No tengo ninguna receta. La historia no avanza hasta que no la hacemos. El futuro es de la gente joven.” Y la terminaba con un contundente: “Estáis condenados a vivir una época muy interesante. Espero que trabajéis por el cambio.” A pesar de las muchas incertidumbres que el propio Bauman no eludió exponer a lo largo de la conferencia (y todas las otras que expresa en Los retos de la educación en la modernidad líquida), el punto de partida del sociólogo me pareció impecable: si ustedes –parecía decir al auditorio presencial y a los que, como yo misma, lo escuchaban vía streaming a decenas de miles de kilómetros– han venido para que les dé una receta fácil y de aplicación segura e inmediata, no vamos bien; mejor que cada uno se ponga a trabajar, observe a los chicos y las chicas en sus aulas, mire qué necesitan y, a base de ensayo y error, irá encontrando algunas respuestas (no todas ni siempre las mismas). Dicho esto con una cierta complicidad generacional, porque, tanto Bauman como casi todo su público de aquella tarde éramos unos recién llegados a internet; es decir, personas nacidas antes de que fuese inventado y, por tanto, individuos que nunca dejaremos de defender con entusiasmo lo que más nos seduce de un mundo en el que la red no existía (para entender estas adhesiones emocionales, solo hay que añadir la mirada histórica y releer qué se dijo en el momento de la implantación de la prensa de masas, la radio o la televisión).
Este cambio de perspectiva, si nos centramos en la integración de las TIC en las aulas, no deja de ser tanto de sentido común como de difícil incorporación a nuestra cotidianidad. La voluntad de superar las limitaciones y experiencias previas exige humildad para dejar a un lado el fácil debate entre apocalípticos e integrados, y modestia para aceptar que no tenemos todas las respuestas, ya que apenas estamos empezando a plantearnos las preguntas. También pasa por aceptar que internet nos ha quitado, a los docentes, el privilegio de ser los principales transmisores de la información y, pese al desagrado que ello puede generarnos, reconocer que muchos de los contenidos que nuestra escuela se propuso transmitirnos hoy están obsoletos o son poco útiles. Muchos, pero no todos, claro está. Pedagogos como Pere Marquès y su grupo de investigación de la UAB se están preguntando desde hace tiempo qué contenidos son básicos y hay que seguir memorizando y cuáles es preferible que se adquirieran con la práctica, mediante las TIC. Combinándolos, proponen el “currículum bimodal”, que busca el equilibrio entre la adquisición individual de contenidos básicos (como el vocabulario, por poner un ejemplo) y la realización de tareas en equipo con el fin de alcanzar unos objetivos previamente marcados por el profesorado y promover nuevas formas creativas de seleccionar, organizar y utilizar los recursos de información y documentación disponibles.
A pesar de estos cambios, el profesorado es quien sigue definiendo las reglas del juego: la incorporación de las TIC a las aulas debe responder a unos objetivos muy claros y a un estudio previo de las necesidades de los estudiantes para así encontrar el equilibrio necesario entre los elementos pedagógicos, tecnológicos, organizativos y contextuales. En el aula, la conectividad permanente no es un valor per se, pero sí que lo son las oportunidades de comunicarnos y cooperar, que aumentan exponencialmente, y, sobre todo, la implicación activa del estudiante en su propio aprendizaje que, con las metodologías y herramientas tecnológicas adecuadas, adoptan los chicos y las chicas que empiezan a trabajar colaborativamente.
Cuando Salman Khan editó los primeros vídeos de la futura Khan Academy, seguro que no se imaginaba que el hecho de grabar breves unidades temáticas de los curricula escolares en formato audiovisual y hacerlas accesibles en internet, con el fin de ser visualizadas en cualquier momento y en cualquier lugar, abriría el camino a una de las nuevas metodologías de aprendizaje que han comenzado a transformar la clase tradicional: en primer lugar el estudiante, siguiendo unas instrucciones personalizadas del profesor, se familiariza con un contenido estudiando por su cuenta sus conceptos básicos con la ayuda de todo tipo de recursos y relaciones con los demás aprendices en red. Una vez ha alcanzado estos conocimientos básicos y con el seguimiento en línea del profesorado, la clase presencial se convierte en un espacio donde se promueve la experimentación en grupo y se desarrollan proyectos y tareas en colaboración con otros compañeros y el profesor, que quedan reflejados en herramientas como los PLE (entornos personales de aprendizaje) y ayudan a consolidar las competencias que permitirán a cada aprendiz, en el futuro, tomar las decisiones correctas y actuar eficazmente ante cualquier reto personal y profesional.
Salman Khan, como tantos y tantos profesores de todo el mundo que exploran diariamente las potencialidades de las TIC en la educación, sabe que, a partir de ahora, la manera de trabajar en las aulas se tendrá que ir actualizando constantemente. Si alguna certeza tenemos, sin embargo, es que estamos avanzando hacia un aprendizaje más social y cooperativo caracterizado por una mayor implicación del estudiante en el proceso de aprendizaje, el desarrollo de competencias hoy básicas como la comunicativa o el trabajo en equipo, el incremento de la satisfacción de los estudiantes o una mayor formación de los estudiantes como ciudadanos críticos.
No obstante, a los docentes, el gran número de recursos y relaciones que nos ha traído internet nos exige una necesaria reevaluación de nuestra propia capacitación como tales. Si aceptamos, siguiendo a Bauman, que nos tendremos que estar formando a lo largo de toda nuestra vida profesional, las TIC nos facilitan un autoaprendizaje también más colaborativo y horizontal en que se convierten en sujetos principales del proceso, nuestros iguales: colegas que tenemos cerca o en la otra punta del mundo y con quien nos relacionamos mediante entornos virtuales que, con diferentes grados de formalización, favorecen el intercambio de información, ideas, conocimientos y experiencias (buenas prácticas). En Cataluña tenemos ejemplos muy sólidos de ello, como los de la Associació Espiral, Espurna o eduCAT 2.0. En la UOC, la investigación en e-learning nos está abriendo a una nueva concepción de la universidad en la que la comunidad plural y diversa que la integra se forma de modo permanente gracias a la interacción entre sus miembros y el feedback generado en todo tipo de redes, desde las más formales propias de un grado o posgrado hasta las surgidas de colectivos de intereses comunes. Este es el caso del proyecto LletrA, que reúne el conocimiento de los diferentes agentes del sistema literario catalán en un entorno virtual promovido desde la universidad para toda la sociedad, o del recientemente creado Mestresclass (www.mestresclass.cat), en que la comunidad universitaria experta coopera con un medio de comunicación muy activo en la red, el Ara, para promover el intercambio solidario del conocimiento entre los profesores catalanes de todos los niveles educativos (desde los contenidos curriculares específicos hasta las buenas prácticas docentes desarrolladas con éxito dentro de la propia aula). Todo ello con un nuevo lenguaje, el audiovisual, que en los próximos años se convertirá en central en la consolidación de una internet educativa catalana de calidad e innovadora.
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