Los futuros del Grec

'Fuerte esperpento', de Kika Super Puta © Carlos Ocho

Por Juan Carlos Olivares, periodista y crítico de teatro

Nada más difícil que anticipar el futuro. A veces ayuda que se asienten iniciativas para la exploración y la interacción inusual de las artes, como el programa “Creació i Museus” que forma parte del programa del Grec desde 2018. A veces hay que conformarse con el accidente de encontrarse con singularidades que tienen un potencial inequívoco para ser señaladas como un descubrimiento. Y otras veces solo hay que estar atento a los cambios en los centros de gravedad de la creación, como el que se vislumbra en la dramaturgia que nace desde la sabiduría del espacio. El periodista y crítico teatral Juan Carlos Olivares se lanza al reto de aventurar qué nuevas figuras que hemos visto en el Grec resonarán fuerte.

En un festival abierto a todo el abanico de lenguajes y estilos de las artes vivas (desde un clásico en verso a una performance que lleva al límite la misma idea del teatro), el cupo de lo emergente puede quedar desdibujado. Una simple cuestión de masa crítica. Una oferta minoritaria en relación con otras propuestas que apelan al gran público; sujeta a la disponibilidad de espacios abiertos a la experimentación (la misma ciudad incapaz de hacer crecer o como mínimo de salvaguardar las iniciativas dedicadas a los márgenes, como la Sala Hiroshima). Todo eso sin entrar en el debate sobre la vida natural de lo que se puede considerar emergente, innovador, rupturista. No son pocas las trayectorias que quedan atrapadas en esa etiqueta de la “nueva tendencia”. Y quizá este no sea el momento de abrir el melón entre edad y riesgo sin ofender la memoria de Carles Santos.

Construyendo nuevos horizontes

A pesar de todos estos condicionantes, el Festival Grec Barcelona encuentra la manera de que su programación también ponga el foco sobre proyectos en construcción o que abren nuevos imaginarios escénicos. Quizá sea “Creació i Museus” el espacio conceptual del Grec más potente creado en los últimos años —desde 2018— para acoger este tipo de oferta, con la complicidad de los agentes culturales de la ciudad que habitualmente no participan del circuito escénico. Quizá sea necesario alejarse de los teatros para encontrar nuevos horizontes en los que la hibridación y la experimentación se asuman con más naturalidad. También por un público sin la carga de los perjuicios, tanto a favor como en contra, de las artes escénicas.

En 2025, este programa se hermanó con el DHUB con una propuesta de la Cia Pagans (Dissenyar Connexions) que interactuaba con la exposición Matter Matters. Dissenyar amb el món; la Fabra i Coats, con una performance colectiva (Assamblea coral ocellaire) de la artista multidisciplinar Elena Maravillas; con la reflexión sobre el tiempo (Doble Beat) del músico y performer Rubén Ramos Nogueira, que jugó con los fondos del Museu de la Música; la enciclopedia visual (PICASSa), que la bailarina y coreógrafa Lorena Nogal (La Veronal) abrió entre las obras de la colección del Museu Picasso, y la relación entre música y escultura que Luis Tabuenca, Les Percussions de Strasbourg y Volavérunt Ensemble entablaron con las esculturas sonoras de los hermanos Baschet (Naturstudium III) e hicieron vibrar en el Espai Oliva Artés. Proyectos todos basados en las intersecciones heterodoxas entre las artes, pero no siempre activados por jóvenes creadores. 

Antes de abrirse este marco de oportunidad entre artes vivas y espacios museísticos, ya trabajaban en este terreno creadoras como Irene Vicente Salas. En su obra —con el cuerpo como leitmotiv—, la tensión entre lenguajes ha ido fluctuando. Si en Corpus —presentado en 2020 en el Museu Marés y en 2023 extendido en el MNAC— yuxtaponía el cuerpo vivo con el inánime, en Oasi (2025) crea un espacio de retiro de la vorágine urbana que se transforma con las irrupciones de “cuerpos escénicos”. Pensada para ser una invitación que te encuentras en la calle, esta vez se alojó en el Centre de les Arts Lliures de la Fundació Brossa. Un escenario que, desde la llegada de Georgina Oliva, ha encontrado su razón de ser en cuestionarse la propia naturaleza de la teatralidad. Un espacio propicio para otear tendencias y talentos en ciernes.

En busca de la singularidad

Pero lo más estimulante sigue siendo encontrarse en la programación con aquellos espectáculos y sus artífices que poseen el marchamo de la singularidad. Proyectos incipientes —o no tanto— con el secreto que les hace únicos y prometedores. Entre esos nombres sobresalientes destaca La Mula, la compañía formada por Magda Puig Torres y Manuel Martínez Costa. Con solo dos espectáculos (Thauma y Manual per a éssers vius) han llamado la atención con su reivindicación del teatro como un espacio para la fascinación y el juego. Sin que sus mundos sean paralelos, poseen esa dimensión de la inocencia y el absurdo, que apela transversalmente a un público sin edad, que también explotaba con orgullo Miet Warlop en sus primeros montajes. Un teatro que estimula los sentidos, barroco en su reinterpretación de la maquinaria escénica, artesanal en su concepción —la imperfección es bella—, al tiempo modesto y sofisticado. 

Único también el universo del malagueño Alberto Cortés, con cierto recorrido profesional, pero que hasta el estreno de El ardor (2021) no nos descubre todo el potencial de su excepcionalidad dramática. Cuando él se coloca en el centro del escenario y comparte su arrebato queer, casi tan alucinado como la película de Iván Zulueta, genera una comunión emocional muy particular y, en algunos casos, hasta adictiva. Una combinación de fragilidad, romanticismo y poética del desgarro del desamor —entre la copla y Verlaine—, que multiplicó luego en One Night at the Golden Bar (2022) y Analphabet, visto en este último Grec. 

Sobre los mismos años, pues son de la misma generación milenial, explota la carrera de Carolina Bianchi. Puede parecer petulante incluir en este grupo a la performer brasileña —como cualquier otro artista internacional de la programación de un festival—, pero estamos ante una creadora que inicia su colaboración con el colectivo de Sao Paulo Cara de Cavalo en 2015 y hace solo dos años entró a lo grande en el circuito europeo con la primera parte de la trilogía Cadela Força, estrenada con apabullante éxito en Aviñón. Un año más tarde se presentaba en el Grec, y este 2025 regresaba con la segunda parte: The Brotherhood. El mismo año que recibía el León de Plata de la Bienal de Venecia. Solo hay que celebrar que un festival, que tiende por su propia inercia de compromisos, estéticas y responsabilidad económica a administrar con cautela los riesgos, sobre todo los internacionales, tenga el olfato suficientemente afinado para actualizar su nómina de artistas iconoclastas. Alguien que proyecte el futuro de la performance disruptiva más allá de Marina Abramović o Angélica Liddell. Y tendría que haber más renovación en esta nómina de la audacia.

Complicidades fructíferas

También se agradece que se colabore estrechamente con los cómplices locales. Sitios de pedigrí alternativo como el Antic Teatre, una sala bregada desde su nacimiento en la incerteza del descubrimiento. De tanto en tanto, este reducto del off-off barcelonés traspasa sus propias barreras invisibles y lanza nombres al éter del éxito. Como el pequeño fenómeno que generó este verano Fuerte esperpento, de la drag punk Kika Super Puta. Alter ego del artista multidisciplinar —una característica inherente a esta tipología de creadores— y arquitecto Enric Pulido. Un ejemplo del transformismo activista, que utiliza la hipérbole de la cultura drag para lanzar mensajes políticos en su espectro de protesta más amplio. Versión intencionadamente trash del aparato estético del drag, con el colectivo Sisters of Perpetual Indulgence como posible referencia, para maximizar el cuerpo disidente como instrumento político.

Otra mirada escénica que habría que observar y seguir con atención es la dramaturgia que parte del espacio. Sería el caso de Marc Salicrú, reconocido escenógrafo y diseñador de iluminación, que en 2024 fundó Teatres de Campanya para levantar acciones e instalaciones a gran escala. Esta ambición se ha plasmado hasta ahora en las tres versiones de Interferència, presentadas sucesivamente en la Mercè del 2024, el Grec del 2025 y la Fira de Tàrrega del mismo año. Para simplificar: un caos orquestado, la celebración de la suma y lo colectivo, un pasacalle postdramático o quizá el encuentro imposible entre Comediants y La Fura dels Baus. Más que un espectáculo concreto, lo interesante es cómo los pensadores del espacio trasladan su conocimiento a la dramaturgia. Es conocida la simbiótica relación entre Christoph Marthaler y Anna Viebröck, pero ella, aunque aportara la chispa creativa para un nuevo espectáculo, nunca ejerció este poder sin la tutela del director. Con Salicrú o Sílvia Delagneau, su saber adquiere un carácter independiente que habría que fomentar para ver hasta dónde podría llegar. Aquí hay un futuro que apetece explorar.

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