Daniel Defoe y Cataluña, 1713

La conmemoración de los trescientos años de los Tratados de Utrecht (1713), que ponían fin a la Guerra de Sucesión española en su dimensión internacional, es un buen momento para recuperar la mirada sobre la posición británica en el conflicto dinástico, a través de los ojos de Daniel Defoe, un novelista comprometido con su época.

© Guillem H. Pongiluppi

Desde muy joven, la vida de Daniel Defoe estuvo entrelazada con los principales acontecimientos políticos, que le sacaron de sus respetables orígenes de hombre de negocios puritano y lo impulsaron a apoyar a Guillermo de Orange. Durante la contienda española, Defoe fue agente del Gobierno y llevó a cabo con gran habilidad la misión de observar las respuestas de los escoceses a la propuesta de unión de Inglaterra y Escocia. Con el fin de la guerra y tras el desencanto de la política y el fracaso de sus actividades comerciales, se dedicó en los últimos años a escribir novelas. Hasta ese momento había publicado numerosos escritos y panfletos sobre diferentes temas, como la crisis dinástica española, con los que pretendía, además de informar, influir en la opinión pública británica, pero manifiestan en último término la conexión entre la “bibliografía” y la “biografía” de Defoe.

El “caso de los catalanes”, que condicionó las negociaciones de paz hispanobritánicas de Utrecht en la fase final de la guerra, centró la atención de la opinión pública internacional sobre el Principado. En este contexto se sitúa una interesante novela titulada The Memoirs of an English Officer, impresa en Londres en 1728 por E. Symon. Cuando salen a la luz las Memoirs habían transcurrido diez años desde que Defoe publicase su primera novela, Robinson Crusoe (1719), escrita cuando tenía cerca de sesenta años, y se había convertido en un experimentado escritor. Pero el libro de Defoe solo fue conocido cuando Walter Scott decidió publicarlo de nuevo a comienzos de la siguiente centuria, en 1809, para situar las campañas del duque de Wellington en España durante la Guerra de Independencia contra las tropas napoleónicas. Publicadas por primera vez en castellano en 2002 con el título de Memorias de guerra del capitán George Carleton (Universidad de Alicante) y en catalán este mismo año 2013, bajo el más breve encabezamiento de El capità Carleton (editorial La Mansarda), las memorias han tenido una gran difusión por su excelente acogida entre los historiadores y entre el gran público, y ofrecen hoy una nueva actualidad.

Objetividad histórica y ficción literaria

Con una peculiar originalidad, el autor aúna la objetividad histórica con la ficción literaria del personaje que protagoniza la narración. Las Memorias fueron atribuidas durante algún tiempo a su narrador y protagonista, el capitán George Carleton, un personaje real que fue incorporado al Dictionary of National Biography. Ni siquiera Walter Scott, en su edición de principios del XIX, dudaba de la autoría del capitán inglés, lo que no sorprende si tenemos en cuenta el esfuerzo de Defoe por presentar el texto como un relato verídico, ajustando la ficción narrativa al gusto de la época por las memorias. El realismo con el que relata los hechos convirtió las Memorias en una fuente inestimable para la mayoría de los historiadores británicos del siglo XIX que se interesaron por la Guerra de Sucesión. El texto de Defoe se basó en unas notas manuscritas de sir Harold Williams y en otros materiales recogidos de obras como la de Madame d’Aulnoy, así como en los recuerdos de un posible viaje de juventud a España.

A modo de crónica, en la obra encontramos un sugerente y singular testimonio sobre la participación inglesa en el conflicto sucesorio. Pero las Memorias destacan no solo por los temas históricos, sino también por su valor literario y de documento curioso acerca del carácter y las costumbres de los españoles a comienzos del siglo XVIII, aunque en ocasiones se hacen eco de frecuentes tópicos difundidos en las fuentes literarias. En este sentido, el libro es fiel a la tradición inglesa de los libros de viaje, un género que le permite expresar con bastante libertad su punto de vista, no exento de relativismo, sobre diferentes cuestiones, tanto políticas como religiosas.

Las Memorias abarcan desde la guerra de Holanda de 1672 hasta la Paz de Utrecht, de 1713. En la narración novelada centrada en la Península cabe distinguir una primera parte en la que predomina el carácter militar y por la que conocemos diferentes aspectos de la contienda sucesoria: sitio de Barcelona, estrategia aliada, funcionamiento del consejo de guerra, campañas militares; aunque también se incluyen interesantes descripciones y observaciones sobre el paisaje. Poco después de la batalla de Almansa, el capitán Carleton cayó prisionero. A partir de este momento, las Memorias se convierten en el relato de un viajero observador de la realidad y de las costumbres de los castellanos, sus tradiciones y creencias. Y, aunque da noticia de las principales batallas, espera que al intercalarlas no se “desluzcan mis, en adelante, más pacíficas memorias”. Fue trasladado al interior, a San Clemente de la Mancha, “cuna y residencia” del Don Quijote de Cervantes, donde permaneció más de tres años. En esta etapa se sorprende del peso de la religión y del miedo a la Inquisición de los habitantes, pero admite que se trata de la opinión de un “hereje”.

El principado de Cataluña y el reino de Valencia constituyen el principal escenario de las andanzas del capitán Carleton, quien siente predilección por Valencia. Sin embargo, de todos los lugares mencionados es el monasterio de Montserrat al que dedica un mayor número de páginas, teñidas de cierto misticismo. Carleton siente fascinación por la belleza del paisaje y por la arquitectura del monasterio: “Si lo de arriba era un evidente milagro de la naturaleza, lo de abajo era un absoluto tesoro prodigioso de arte”. Defoe no solo nos describe con detalle las ermitas, los bosques de color escarlata, las cascadas de agua cristalina o la pureza del aire, en cuyo comentario no ahorra calificativos relativos al deleite o la admiración que su contemplación produce, sino que también nos cuenta las costumbres de los eremitas, como su alimentación, o el carácter amable de los monjes.

La portada de la reciente versión catalana de las Memorias, y una versión londinense de 1743 del fondo de la Universidad de Michigan, digitalizada por Google.

Las claves de la derrota aliada

Pero en las Memorias se puede encontrar asimismo un balance, no exento de autocrítica, de la intervención de Inglaterra en la Guerra de Sucesión y en sus páginas se descubren las claves del fracaso y de la derrota aliada, así como la percepción inglesa de la contienda civil. El novelista aporta su propia visión del conflicto, sin perder de vista los intereses británicos, que analiza con la perspectiva de una obra escrita años después. Quizá por eso se inhibe de tomar claramente partido en favor de uno u otro candidato y solo cuando Inglaterra ve peligrar las ventajas económicas obtenidas de España en Utrecht se muestra crítico con Felipe V.

En las Memorias se presta una especial atención al desarrollo de la guerra en Cataluña. El novelista inglés describe con detalle el difícil asalto a la fortaleza de Montjuïc, cuyo éxito atribuye al conde de Peterborough; de hecho, en las Memorias se hace una defensa del conde y estas contaron con su aprobación. Un pasaje particularmente interesante es el relato de la entrada del Archiduque en la capital catalana en 1705, cuando fue proclamado rey con el título de Carlos III tras el compromiso adquirido en Viena de “conservar fueros y privilegios de los dominios de España”; significativamente, Defoe interpreta la bandada de pájaros de diferentes colores que se soltaron en la ceremonia como una representación de “la reciente libertad conseguida”.

Con excepción del sitio de Barcelona, el capitán inglés no estuvo presente en ninguna de las grandes batallas que tuvieron lugar en el territorio peninsular durante la guerra. Carleton estaba en Alicante cuando recibió la noticia de que se había librado la batalla de Almansa (1707). Defoe define así la derrota: “Fue total y supuso el mayor descalabro que había sufrido jamás el ejército inglés durante la guerra contra España”. El ejército borbónico no tardó en conquistar de nuevo Valencia y Aragón, y en llegar a Cataluña. En la narración seguimos mejor las consecuencias de la victoria borbónica en la zona de Alicante. A modo de autocrítica, reconoce que una de las principales causas del fracaso aliado fue la división estratégica y especialmente la rivalidad entre Galway y Peterborough.

Carleton estaba preso en La Mancha cuando recibió la noticia de las victorias aliadas de 1710 de Almenar y Zaragoza que abrían de nuevo el camino de Carlos III hacia Madrid. Defoe reconoce que “la marcha del rey Carlos a Madrid constituyó el error más grave de toda la guerra”, aunque fuese el gobierno inglés el responsable de esa decisión. Tras las derrotas de Brihuega y Villaviciosa a finales de 1710, escribe, “llegaron noticias de la paz”, refiriéndose a las negociaciones anglofrancesas que se concretaron en los Preliminares de Londres de 1711 y que sentaron las bases de la Paz de Utrecht-Rastadt (1713-14). El triunfo de los tories en las elecciones inglesas de 1710, en representación de una opinión pública que deseaba la paz, significó que Gran Bretaña se retirara poco a poco de la contienda.

División de la sociedad inglesa

En el transcurso de las negociaciones, el compromiso contraído por Inglaterra en el Pacto de Génova con los catalanes dio lugar a un intenso debate en el Parlamento que se trasladó a la opinión pública, porque, tal como se instaba al secretario de Estado Bolingbroke, “era preciso salvar el honor de la reina Ana en punto a los catalanes”. Defoe, en las Memorias, refleja el ambiente de división en la sociedad inglesa que provocó la nueva política de los tories cuando afirma: “A mi regreso los hallé perfectamente enemistados…, los unos a favor y los otros contra la paz”.

Las embajadas de los ministros catalanes en las cortes de Viena, La Haya y Londres no tuvieron éxito frente a las presiones de los representantes de Felipe V. Publicistas e intelectuales contribuyeron con sus escritos a apoyar públicamente la polémica parlamentaria británica. Defoe intervino en el debate defendiendo la posición pacifista del Gobierno y sus argumentos fueron recogidos en varios escritos, como The Balance of Europe y Succesion of Spain Considered (1711). Otro famoso panfleto, The Conduct of the Allies (1712), de Jonathan Swift, fue responsable en buena medida de que la opinión pública inglesa aceptase la política del secretario de Estado. En este debate, el gobierno tory acabaría sacrificando los intereses de los catalanes. Defoe, con la perspectiva de los años, pretende cerrar en las Memorias aquel capítulo –“el tiempo ha demostrado que ambos estaban en un error y ninguno tenía razón”–, y anima a la reconciliación de los partidos. La historiografía inglesa, como la catalana, no ha podido olvidar aquel abandono de la causa catalana bajo la sutil fórmula que encontró Bolingbroke.

Las Memorias se publicaron poco después de la firma de la Paz de Viena entre Felipe V y Carlos VI en 1725. La novela invita a la reflexión. Quizá había llegado el momento de cambiar el discurso sobre la participación británica durante la guerra. Pese a todo, Daniel Defoe no olvida justificar la actuación inglesa en “un ejercicio de tranquilizar la conciencia británica”. Es posible que su escasa difusión inicial –se imprimió una sola vez en el siglo XVIII– responda a una coyuntura internacional poco propicia a remover el pasado. Todavía en torno a 1735 los catalanes recordaban al monarca inglés su compromiso moral de apoyar ante el gobierno de Felipe V la recuperación de sus fueros. Camino de la conmemoración del 11 de septiembre de 1714, la obra de Defoe supone una valiosa aportación indicativa de cómo el abandono de Cataluña permaneció en la memoria de los europeos.

Virginia León Sanz

Profesora titular de Historia Moderna, UCM

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