“Decadencia”, un concepto a abandonar

El proyecto editorial “La ciutat del Born. Barcelona 1700”, dirigido por Albert Garcia Espuche, arrincona definitivamente la calificación de “decadente” que desde la Renaixença se había aplicado a la Cataluña de los siglos XVI-XVIII. Son once volúmenes con artículos de los mejores especialistas que documentan de manera exhaustiva la Barcelona del periodo anterior a 1714 desde la perspectiva de la vida cotidiana.

© Guillem H. Pongiluppi

Cuando en el último tercio del siglo XIX el catalanismo de la Renaixença se vio confrontado a la revisión de la historia de Cataluña y, especialmente, a replantear las bases de la relación entre Cataluña y España, una de las opciones historiográficas y metodológicas que adoptó fue la de considerar que el periodo comprendido entre los siglos XVI y XVIII habían sido tiempos de “decadencia”. Si uno podía celebrar la “renaixença” (el renacimiento) de la nación catalana era, obviamente, porque el país, recuperado de carlistadas e infaustas aventuras coloniales hispánicas, había reaccionado contra siglos de oscuridad nacional.

Los historiadores anteriores a la guerra de 1936 argumentaron que se podía hablar de decadencia de la nación catalana, básicamente por cinco razones que se implicaban unas a otras al modo de una telaraña o un bucle. Así, por un lado, a lo largo de trescientos años el país no se había podido construir como estado debido a su debilidad demográfica y, por otro lado, había perdido a la clase dirigente propia, castellanizada y abducida por la Corte. También se había ido abandonando la lengua literaria en favor del castellano y, además, la voluntad de ser no se expresaba políticamente en las instituciones y se iba diluyendo en el pueblo. Por último, el hecho de que Cataluña no hubiera podido comerciar con América, al cerrársele las puertas del Atlántico, habría sido la última de las causas del desmoronamiento. Todo ello dibujaba una imagen triste de la nación que, en hipótesis, habría remontado con la industrialización y que con las Bases de Manresa (1892) habría encontrado la manera de resolver (dentro de Cataluña) siglos de sumisión y miseria política.

© MUHBA / Pere Vivas i Jordi Puig
Músicos y bailarines durante una fiesta en un jardín barcelonés; fragmento del plafón cerámico denominado La chocolatada, de 1700, expuesto en el Museu de Ceràmica de Barcelona.

“Decadencia” era, pues, una palabra que en la historiografía catalana se contraponía a la más supuesta que real plenitud medieval catalana, y a la esperada recuperación nacional (de raíz romántica) que se vislumbraba con el movimiento de juegos florales de la Renaixença. Incluso desde el punto de vista filosófico, la decadencia ligaba bien con la concepción dialéctica hegeliana y con el historicismo académico herderiano. En el imaginario simbólico del catalanismo, al momento positivo imperial (tesis), representado por la época medieval, se oponía un momento negativo (antítesis) españolista y decadente, del que saldría una síntesis (o negación de la negación) de renacimiento o renaixent. Síntesis que, todo hay que decirlo, incorporaba el elemento de potencia medieval de la tesis y no olvidaba el hecho de que Cataluña formaba parte de España como consecuencia de la desafortunada etapa “decadente”. Todo cuadraba. Incluso si alguien era españolista de formación o de convicciones, argumentar la supuesta decadencia ayudaba a justificar un elemento premoderno y poco racionalista del catalanismo.

© AHCB
El Llibre dels quatre senyals del General de Catalunya, recopilación de les normas que regían el funcionamiento de la Generalitat, en una impresión de 1698.

El concepto de decadencia, que aún aparece en los manuales escolares aplicado a los siglos XVI-XVIII, ha marcado casi a fuego la historiografía catalana y ha servido interesadamente para describir un periodo y, se quiera o no, de modo implícito ha servido también de reproche a la debilidad de una sociedad catalana supuestamente adormecida. De hecho, nuestro himno nacional es poco más que una invitación a conjurarnos para evitar para siempre el espectro: “Catalunya triomfant, tornarà a ser rica i plena” [Cataluña triunfante, volverá a ser rica y plena], cantamos los catalanes. Ahora no se trata de analizar lo que de interesado y de poco consistente intelectualmente había en la construcción del concepto. Apuntemos, simplemente, que es comprensible que los líderes del catalanismo considerasen nuestra historia en términos decadentes, en especial después del fracaso de la I República y la derrota española en Cuba en 1898, cuando el proyecto monárquico y centralista español se hizo literalmente inviable por puro anacronismo.

La patria de los historiadores de raíz romántica, que en los versos de Gassol “va morir tan bella / que mai ningú no la gosà enterrar” [murió tan hermosa / que nunca nadie se atrevió a enterrarla], necesitaba empezar de nuevo y su resurrección solo era posible a partir de certificar una previa y supuesta muerte civil del país, que los historiadores constataban mediante la construcción intelectual de una decadencia catalana superada ya para siempre. Desde la Renaixença, como muy bien sabe cualquier lector del poeta Maragall, “la Morta” [la Muerta] aquí es España.

Un país consciente de sus derechos no es decadente

Las cosas, no obstante, no eran tan sencillas, porque los hechos no cuadraban con los esquemas previos: ¿Cómo podía resultar compatible una supuesta decadencia con los alzamientos patrióticos de 1640 y de 1714 y con el aumento de riqueza del país en contraposición a la situación del resto del estado español? No era mínimamente serio considerar decadente a un país que sabía –como explicaba Ferrer i Sitges en la Junta de Braços de 1713– que “lo príncep no pot fer lleys y constitucions en Cathalunya sens intervenció, consentiment y aprovació dels catalans, lo princep y sos ministres no poden judicar sino per directe, ço és ohides les parts i ab cognició de causa” [el príncipe no puede hacer leyes y constituciones en Cataluña sin intervención, consentimiento y aprobación de los catalanes, el príncipe y sus ministros no pueden juzgar sino directamente, esto es oídas las partes y con conocimiento de causa]. Un país con conciencia de sus derechos no es decadente. Era obvio que algo no encajaba, y ya bajo el franquismo, a partir de la década de 1960, etapa de revisión metodológica en la historiografía catalan, el tema se replanteó nuevamente en la medida en que entraban en crisis los modelos románticos y el esquematismo dialéctico.

© MUHBA / Pep Parer
Fragmento de la pintura anónima del Bornet, de principios del siglo XVIII. La obra, perteneciente al Museu d’Història de Barcelona, refleja la intensa actividad comercial y social de esta àrea central de la Barcelona antigua, el actual paseo del Born.

Romper con el hábito historiográfico no fue fácil. Hay que decir que a lo largo de más de un siglo (de 1848 a 1960) casi únicamente un solo hombre, el filósofo Francesc Pujols, argumentó contra el reduccionismo histórico que condenaba trescientos años a la categoría de “siglos oscuros”. Pero su Concepte general de la ciència catalana fue considerado poco más que una ocurrencia. Fue Pierre Vilar el primero que reivindicó desde la academia que el XVIII no había sido de ningún modo un momento de decadencia, sino de crecimiento económico. Si bien se complicó con apriorismos derivados de un marxismo muy esquemático, no se le pueden negar aportaciones significativas. Los trabajos de la generación de Núria Sales, Eva Serra y Ernest Lluch significaron una renovación radical en la óptica de los estudios sobre la época moderna que hoy hemos podido reafirmar con numerosas aportaciones de jóvenes historiadores.

Es significativo que la revisión en profundidad del concepto de “decadencia” sea uno de los rasgos que identifican más claramente a la generación de historiadores que entre 1968 y 1982 estudian en la Universitat de Barcelona, o que empiezan a impartir clases en ella. En Un siglo decisivo: Barcelona y Cataluña, 1550-1640, Albert Garcia Espuche establece claramente que las raíces de la prosperidad dieciochesca hay que buscarlas con anterioridad, en el siglo XVI, y el redescubrimiento de la historia del Mediterráneo por los Anales hace obvios los paralelismos entre Cataluña y las pequeñas ciudades de Italia y el republicanismo holandés. Por otro lado, los libros de Antoni Simon, escritos a partir del estudio de los documentos de Simancas, han puesto de manifiesto el vínculo entre 1640 y 1714. Ya antes, los trabajos de los historiadores catalanes exiliados en América, Marc-Aureli Vila, y, muy especialmente, Pere Voltes, mostraron, además, que la prohibición del comercio de Cataluña con América, pese a ser cierta, había sido relativamente fácil de sortear.

Hoy es historiográficamente insostenible la tesis de una Cataluña decadente y españolista que abarcaría los siglos XVI-XVIII: la edición de los Dietaris de la Generalitat muestra que, incluso entre la clase dirigente, las inquietudes políticas iban por otro lado, y el conocimiento cada vez mayor de la cultura popular del periodo pone de manifiesto la existencia de una sociedad plural y diversa, con una actividad comercial abierta al mundo y una conciencia nacional siempre presente. Incluso un azar histórico y político vinculado a la globalización ha tenido a su vez una gran influencia sobre la reconsideración conceptual de la supuesta decadencia. La moda de los estudios poscoloniales, y de la historia de las gentes sin historia, ha traído consigo un nuevo interés por el estudio de las estrategias de las sociedades que se organizaban al margen, o en contra, del Estado –y si alguna sociedad se puede considerar de modelo republicano y antiabsolutista, ciertamente es la que apunta en el discurso de Pau Claris que recogió (o reelaboró) Melo.

Proyecto de revisión histórica

El mejor conocimiento de la historia catalana de los siglos XVII y XVIII y la obsolescencia del concepto de decadencia que, desde la Renaixença, nos ha impedido percibir la originalidad de estos dos siglos, están muy vinculados, en los últimos veinte años, al conocimiento de la Barcelona de 1714 que deriva del proyecto del Born. A partir de las obras olímpicas, que permitieron reencontrar fragmentos significativos de la ciudad demolida por Felipe V, y especialmente con la excavación sistemática del antiguo mercado del Born iniciada en 2002, la reconstrucción de la vida cotidiana de los habitantes del antiguo barrio de La Ribera y, en particular, el análisis de la vida cotidiana de la parroquia de Santa Maria del Mar han avanzado lo bastante como para permitirnos conocerla con detalles casi minimalistas. Sabemos, de hecho, con nombres y apellidos quién vivía en cada casa, qué se hacía en ella y cuál era su ajuar. La circunstancia de que los archivos notariales de Barcelona sean de los más completos de Europa –al parecer solo superados por Génova–, y de que se conserve también íntegro el archivo parroquial de Santa Maria del Mar, sumado al buen estado de los archivos del antiguo Colegio de Cirujanos, han ayudado a avanzar en la investigación positivista y en términos de microhistoria a un nivel impensable hasta hace poco.

Un triste azar urbanístico, burocrático y político, las dilaciones difícilmente justificables en la museización del Born que se han extendido a lo largo de demasiados años (y que ahora quedan resueltas con la inauguración oficial de El Born Centre Cultural), han permitido hacer un estudio muy profundo de los archivos y de los materiales, sin los cuales muy posiblemente las tesis historiográficas tradicionales no habrían podido ser rebatidas con tanto fundamento.

Es de justicia reconocer en todo este contexto la tarea realizada por Albert Garcia Espuche, con quien la ciudad de Barcelona y la historiografía catalana moderna han contraído una deuda impagable. Gracias a él y a su equipo, hoy podemos afirmar con rotundidad que Barcelona (y por extensión toda Cataluña) no era decadente a finales del siglo XVII y a principios del XVIII: una ciudad que conoció los primeros cafés de España, en la que trabajaban unos veinte fabricantes de pelucas y en la que se vendían más de sesenta tipos diferentes de tabaco, puede ser todo lo que se quiera, excepto decadente.

Prosperidad y cosmopolitismo

Apartada de la red de poder y de la pompa cortesana, Barcelona y, por extensión, Cataluña, se hicieron prósperas por la iniciativa de su ciudadanía. Como muchas ciudades holandesas e italianas de la época, Barcelona –y con ella Cataluña– cambió honores por trabajo antes y después de 1714. La adversidad borbónica trajo la miseria, pero la Barcelona de los siglos XVII y XVIII, tal como la describen los archivos notariales, era una ciudad situada en el mismísimo centro de una extensa red comercial, con recursos, con un comercio vivo y con una tradición cultural y un cosmopolitismo que ni las borbonadas más absurdas pudieron ahogar. No fue en modo alguno la derrota de Cataluña de 1714, ni el nuevo marco económico borbónico, lo que produjo el desarrollo, detectado por Pierre Vilar, de la economía del XVIII, sino que el crecimiento y la incorporación catalana a la Revolución industrial son consecuencia de una larga oleada previa y solo se explica por el formidable conjunto de energías acumuladas en más de doscientos años de trabajo y de innovación constante. Hoy esta afirmación está absolutamente documentada y la colección “La ciutat del Born. Barcelona 1700” (publicada por el Ayuntamiento de Barcelona, últimamente con el apoyo de la Fundación Carulla y la Editorial Barcino) constituye una herramienta importante en la renovación de los estudios históricos sobre el periodo.

© AHCB
Retrato de Carlos III el Archiduque en el libro Privilegis de la ciutat de Barcelona, del Arxiu Històric de la Ciutat.

Once volúmenes colectivos –de los que, hasta ahora, ya se han publicado diez– con artículos de los mejores especialistas documentan de manera prácticamente exhaustiva la Barcelona del siglo anterior a 1714 y lo hacen, además, desde la perspectiva de la vida cotidiana. Metodológicamente, los textos muestran también la madurez de una escuela historiográfica catalana que usa de manera creativa las técnicas de la microhistoria y de la historia de las mentalidades, superando las limitaciones de la veterohistoria económica marxista. Es difícil encontrar en cualquier campo cultural y en cualquier país a más de cuarenta autores competentes y tan bien coordinados en un proyecto común. Y todavía lo es más cuando se conocen las limitaciones y la precariedad de la vida académica catalana, económicamente siempre bajo mínimos, lo que hace aún más significativo el proyecto. Literariamente, son textos de una gran claridad, al alcance de cualquier persona interesada pero no especialista y dejan traslucir aquel punto nostálgico de vida cotidiana que los hace agradables de leer. En manos de un novelista, esta colección es, sin duda, una mina de oro por lo que nos descubre acerca de las costumbres y las mentalidades e, incluso, por la luz que proyecta sobre nuestro presente. Son los pequeños detalles los que construyen las grandes historias y las cuidadosas explicaciones sobre el comercio, sobre las modas o sobre el café y el tabaco en la Barcelona de 1700 permiten percibir el latido de una ciudad viva, cosmopolita y diversa. O como mínimo tan diversa como podían serlo las ciudades-estado italianas y holandesas de su momento. La circunstancia minúscula, el detalle balzaquiano o petit fait vrai de Stendhal que necesita el novelista se encuentra oculto en los documentos de los notarios –y ha sido recuperado por los historiadores.

Los libros, ya se sabe, solo tienen sentido cuando un lector sigue pensando en ellos, y soñando, tras su lectura. Es obvio que en la colección “La ciutat del Born” hay material para muy buenas novelas y para una reflexión sobre la continuidad cultural del país. Y también parece evidente que habrá un antes y un después en historiografía tras este importante esfuerzo editorial. Pero lo que deberemos a Garcia Espuche y al equipo que él ha coordinado es, sobre todo, que una etiqueta triste como la de “decadencia” podrá olvidarse. No me parece poco.

Todos los títulos de “La ciutat del Born. Barcelona 1700”

En los siguientes enlaces se puede encontrar una reseña de los libros que forman esta colección:

1. Jardines, jardinería y botánica.

2. Danza y música.

3. Juegos, trinquetes y jugadores.

4. Fiestas y celebraciones.

5. Drogas, dulces y tabaco.

6. Lengua y literatura.

7. Medicina y farmacia.

8. Interiores domésticos.

9. Política, economía y guerra.

10. Indumentaria.

En preparación:

11. Derecho, conflictos y justicia.

Ramon Alcoberro

Profesor de Ética en la Universitat de Girona

Un pensamiento en ““Decadencia”, un concepto a abandonar

  1. Em vé a la memòria, després de llegir aquestes interessants ratlles, una dada de caire económic llegida en un volum sobre el Baix Empordá, dins una col.lecció de la Diputacio de Girona, sobre la història de les comarques gironines. Venia a dir, en aquest cas referit al municipi de Pals, que “a la primera meitat del s. XVI, les rendes senyorials del municipi es van veure afectades d’un creixement espectacular…” encuriosit per a saber-ne les causes, vaig seguir el text fins a trobar-ne l’explicació que l’hi donava la historiadora encarregada del capítol: “…les raons caldria trobar-les, potser, en el fet que els pagesos masovers, en aquell moment, van començar el conreu d’unes plantes al marge de les que constàven en el contracte que els vinculaven als senyors propieraris. Però, sense acabar de dir-ne res mès. Així, especulant una mica, podem suposar que es tractàva de les noves espècies provinents de les Indies, acabades de descobrir ? Pensem en les patates, tomates, tabac, el blat de moro (o d’indies, com es deia originalment), fruits com els cacauets i tants i tants d’altres que es començaven a conèixer. Per no parlar del caqui, el famòs palosanto, utilitzat ja pel metge Ruy de la Isla l’any 1493, a Barcelona, per a tractar els primers casos del “mal serpentino” es a dir, la temible sífilis… Per altra part, si aquest punt de vista conté quelcom de versemblança, poddiem demanar-nos: quants fadristerns -d’aquells que fins aleshores tenien un petit futur, a l’ombra dels hereus- van veure l’oportunitat de millorar els seus horitzons enrolant-se cap a l’aventura de les Indies ? …i, si fou així, ho van cer amb les mans buides ? …no haurien pro curat reunir tot el necessari -com tot tipus d’estris, eines i materials- a fi de facilitar l’èxit de la seva nova empresa ? …i no hauria provocat, tot plegat, l’ important creixement de l’activitat industrial de l’època ? De fet, s’en parla molt d’aquest fet; encara que no es fila molt prim pel que fa a trovar-ne les causes. A tall d’exemple, poddm veure com a la Girona de l’època, amb uns pocs milers d’habitants, es van començar a construir grans edificis institucionals, com ara: l’Estudi General (amb el permis, ja des d’Alfons el Magnànim), probablement les primeres passes del que seria el gran hospital de Sta. Caterina, continuar amb les obres de la Catedral, les de St. Fèlix… per no parlar de les espectaculars façanes de cases senyorials, pairals, palaus i palauets els quals, quasi en el mateix moment, semblen experimentar un creixement espectacular, com apuntava -sense acabar d’explicar-ho- l’historiadora esmentada. D’on provenien, doncs, els recursos ? potser no de l’or i de l’argent de les Indies, que devien anar a parar a d’altres mans, però perquè no de l’introducciò de nous, i útils, vegetals comestibles o industrials i, tanmateix, de tota la creixent activitat artesanal-industrial esmentada mes amunt ? Al capdavall, no va ser el moment de les grans migracions d’homes occitans cap a Catalunya ? I només homes ! …per a substituïr aquells que havien anat a provar fortuna terres enllà ?

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