La ciudad autosuficiente

©Albert Armengol
El Citilab de Cornellà.

Este mes de setiembre conmemoramos el tricentenario de la Guerra de Sucesión. Durante los largos meses que duró el asedio a la ciudad, Barcelona dio muestras de gran autosuficiencia y organización ciudadana para resistir. Trescientos años después, aquella Barcelona heroica que, no obstante, tuvo suficiente autoestima para claudicar y salvarse de la destrucción, es una ciudad abierta, que ha ido superando todas las murallas físicas y mentales. Una ciudad que a lo largo de la historia ha ido sufriendo asedios y bombardeos y que no ha construido su fuerza en la derrota ni en la dependencia de fuerzas externas, sino en su capacidad para generar sus propios recursos. Sin embargo, si cada tierra hace su guerra –como dice el refrán catalán–, también es cierto que cada ciudad hace su mercado. Y todavía hoy, a pesar de su condición de ciudad abierta, Barcelona vive, paradójicamente, bajo la presión de un nuevo asedio.

Ya no se trata de un asedio militar, sino económico, que bajo el signo de la globalización ha comportado el desmantelamiento de la industria y la deslocalización de la productividad a países emergentes. Como muy bien expone Neil Gershenfeld, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en la entrevista de este número de Barcelona Metròpolis, el modelo productivo fabril de los siglos xix y xx ha dado paso a una economía de servicios, que ha provocado que en la misma medida que importamos productos se nos lleven puestos de trabajo. La crisis que vivimos es en buena parte el resultado de este asedio económico.

La noción del asedio económico nos remite al paradigma de la ciudad autosuficiente, que tan bien ha descrito Vicente Guallart, arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona e impulsor de los fab labs y de los ateneos de fabricación digital. “El reto de las ciudades del siglo XXI es que vuelvan a ser productivas –dice Guallart–. Ahora más que nunca nuestra autosuficiencia tiene que ser conectada, global”. Pueden sustituir autosuficiencia por soberanía y hallarán perfectamente expresada en una frase una salida política viable para la ciudad y el país.

“El reto, pues, consiste en pasar de un modelo de ciudad que recibe productos y genera basuras a otro modelo en el que entra y sale información. Una ciudad innovadora es aquella que permite a sus ciudadanos pensar globalmente y producir localmente”, afirma Gershenfeld, por su parte.

©Albert Armengol
Laboratorio de fabricación del Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña.

Barcelona no es inmune, pues, a los asedios globales. Como todas las grandes ciudades del mundo tiene que estar preparada ante las amenazas del cambio climático, que provoca tantos desastres naturales, o del terrorismo. No basta con que una ciudad sea muy autosuficiente si no pertenece a una red que permita establecer unos protocolos universales. Al fin y al cabo, la autosuficiencia conectada ofrece más resistencia al colapso global. No es casual, tampoco, que Barcelona se haya convertido en la capital mundial de la resiliencia urbana, una de las bases que deben permitir que las smart cities del futuro tengan una autosuficiencia energética más robusta y puedan hacer frente a apagones accidentales o sabotajes energéticos.

Ahora bien, una ciudad inteligente no es simplemente una ciudad con sensores. La capitalidad del móvil y los protocolos para convertir Barcelona en una smart city serán inútiles si no se acerca la ciencia y la innovación al ciudadano. No basta con crear unas aplicaciones que integren a las personas en las smart cities del futuro. Es necesario también que esta ciudadanía sea abierta y participativa, y, sobre todo, que esté dispuesta a compartir la innovación.

No hay muros que valgan para hacer frente a todas estas amenazas. No se trata, pues, de erigir nuevas barreras, sino todo lo contrario. Solo la imaginación y la cooperación ciudadana nos permitirán superar los asedios del futuro.

Marc Puig i Guàrdia

Director de Comunicación y Atención Ciudadana

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