Retorno al Chino

La Criolla. La puerta dorada del Barrio Chino
Autor: Paco Villar
Editan: Editorial Comanegra y Ayuntamiento de Barcelona
253 páginas
Barcelona, 2017

El transformismo, la homosexualidad extremada reinarán en esta calle del Cid. También el doble filo, la no integridad, la condición quebrada y equívoca de las personas. El dueño de La Criolla, el que regentaba ese local que de antro se convertiría en meca, empezó jugando sucio y terminó peor.

Aquel libro llamado Historia y leyenda del Barrio Chino (La Campana, 1966) fue –y es– un trabajo sorprendente, un mapa de los locales más tétricamente (y alegremente) célebres de lo que solemos llamar El Raval, territorio extramuros que enamoró y desesperó a locales y extranjeros. En ese libro Paco Villar (Barcelona, 1961) recorría en texto y fotos la euforia y la follia, pero también la miseria, desde principios del siglo xx y durante décadas. Es un libro ineludible al que ahora se le añade este retorno, con un hilo narrativo más férreo, a través del nacimiento y el apogeo de una taberna nacida en el corazón de una calle de mal vivir que, con la guerra de 1914, refinaría sus malas artes: “Mejor dicho un bar con pianola, luces eléctricas lechosas y espejos muy grandes que cubren las sábanas de la pared”.

Es imposible reflejar en esta reseña el poder de las imágenes que desfilan por aquí. Algunas tan increíbles como la del célebre Flor de Otoño: “El personaje más enigmático de todos los que concurrieron a La Criolla […], un anarquista de acción, homosexual y cocainómano, que por las noches se maquillaba el rostro y acudía habitualmente a los bailes siniestros de la calle Cid”. O la foto de Carmela, una hermosa muchacha que será elegida Miss Barrio Chino en 1934, y que únicamente de cerca se percibe –y porque alguien de la mesa de al lado se lo advierte al cándido burgués rendido a sus encantos– que en verdad es un hombre.

Participantes en el concurso de travestidos Miss Barrio Chino de 1934, imagen reproducida en el libro La Criolla. La puerta dorada del Barrio Chino.

El transformismo, la homosexualidad extremada reinarán en esta calle del Cid. También el doble filo, la no integridad, la condición quebrada y equívoca de las personas. El dueño de La Criolla, el que regentaba ese local que de antro se convertiría en meca, empezó jugando sucio y terminó peor.

El Chino encierra muchas historias. Empezando por la crónica de su penuria; tan mísero, tan duro e insano era ser parte de aquello, tan naturalmente lúgubre. Los reservados de camas sin sábanas, los niños que pasan corriendo por allí ante el espectáculo de las mujeres que se alquilan por ratos, por horas.

Paco Villar es periodista de trayectoria. Qué sería de nosotros sin él, y qué habría sido de él sin Francisco Madrid y su relato de aquella noche en que se atrevió a dormir en uno de esos albergues de ciento cuarenta camastros y millones de pulgas, o sin Sebastià Gash, rendido admirador de una niña de catorce años que bailaba como una fiera: “Carmencita [Carmen Amaya] se mantiene impasible y estatutaria, altiva y noble, con una nobleza racial indescriptible, hermética, ausente […] De repente, un salto. Y la gitana baila. Lo indescriptible. Alma. Alma pura. La transcripción del alma por medio del baile”. O sin Juli Vallmitjana y sus insuperables descripciones de ese mundo que exploró de verdad.

La historia de la prostitución y la droga queda aquí reflejada en su evolución de negocio menor –el puerto cercano, los marineros que llegan con alijos de cocaína (la mandanga)– y su proceso de internacionalización. También aquellas chicas que traían los judíos polacos son las mismas –por la conexión con Buenos Aires– sobre las que un escritor judío argentino (César Tiempo) narraría que se tiraban desde un balcón, llevadas allí con engaños de trabajo y boda (y son las mismas mujeres esclavas que vemos hoy y de las que no sabemos su terrible verdad).

El lector no olvidará este relato de brillos y mugre: la pobreza de aquella Barcelona que de repente debe ser guapa –en la exposición de 1929–, la ingenuidad de una pianola mecánica y un decorado de ángeles y cielos azules. La pobre y obesa doña Rosa que muere en su burdel, y con la extremaunción de un cura que entra allí de mala gana. Y por ello, por ese brillo y esa mugre, tampoco olvidará a las celebridades que empiezan a acudir, desde Jacinto Benavente y Margarita Xirgu hasta Jean Genet, en silencio y hundido hasta el cuello.

Un relato oscuro, una leyenda en dos colores. Como esa Flor de Otoño que de día traficaba con explosivos y de noche se pintaba los labios.

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