¿Qué significa ser pacifista hoy?

La respuesta pacifista tiene que ser ciudadana pero también global, y en esta exigencia el papel de las ciudades será cada vez más preponderante, pues la violencia no se instaurará solo entre estados en conflicto, sino también en el seno de las grandes conurbaciones.

Foto: Robert Ramos

Un joven del Movimiento de Objeción de Conciencia con una pancarta contra el ejército en Barcelona el 1984.
Foto: Robert Ramos

Foto: Robert Ramos

Protesta contra la entrada de España en la OTAN, en 1986.
Foto: Pepe Encinas

Este año se cumplen los cuarenta años de la fundación del Casal de la Pau de Barcelona, donde se gestaron las actividades pacifistas de los años ochenta, que llevaron una década más tarde a la campaña del “No” a la OTAN. Hoy hacemos balance del presente, el pasado y el futuro de la cultura de la paz. ¿Qué significa hoy ser pacifista?

En nuestros días las guerras ya no son lo que eran. Los estados occidentales se sienten impotentes ante la irrupción de nuevas formas de violencia, impredecibles e incontrolables. La guerra puede estallar en una provincia lejana de Asia o en el vagón de metro que te lleva al trabajo.

Hasta ahora las guerras las han administrado los estados. Por ello los movimientos pacifistas han planteado siempre su disidencia ante las instancias gubernamentales que han promovido los valores militares para defender un perímetro de soberanía. Los ciudadanos del mundo occidental ya no ven tan amenazada la integridad de su país, sino la seguridad con que viven dentro de su territorio. El europeo de hoy no pretende ganar ninguna guerra. Solo aspira a evitar o posponer la catástrofe.

Si durante la guerra fría se veía a los militares como los ejecutores de una escalada perversa de armamentos que solo podía conducir a una destrucción planetaria, ahora son muchos quienes los perciben como contingentes de paz que destinamos a conflictos lejanos para garantizar el orden mundial. Si los luchadores antifranquistas vivían con indignación la suspensión del estado de derecho, actualmente un gran número de ciudadanos están dispuestos a vivir en un permanente estado de excepción necesario para controlar los flujos migratorios. Estamos ante un paisaje preocupante. La democracia que habíamos soñado ponía la plenitud de los derechos ciudadanos por encima de la identidad nacional o la condición étnico-cultural.

Foto: Ruta Pacífica de las Mujeres / CooperAcció

Manifestación en Colombia en 2007.
Foto: Ruta Pacífica de las Mujeres / CooperAcció

El modelo de democracia plural e inclusiva cede ante la instauración de amplias zonas de exclusión. ¿Qué significa, pues, ser pacifista hoy? ¿Qué papel han de tener los movimientos de paz en este nuevo y desconcertante contexto? La paz presente y futura no se definirá en contraposición al conflicto bélico sino a la noción más amplia de catástrofe. La onda expansiva de guerras lejanas nos llega en forma de atentados terroristas u oleadas migratorias. La respuesta pacifista tiene que ser ciudadana pero también global, y en esta exigencia el papel de las ciudades será cada vez más preponderante, pues la violencia no se instaurará solo entre estados en conflicto, sino también en el seno de las grandes conurbaciones.

Los desequilibrios sociales pueden llevar a la insurgencia de excluidos y descontentos. El choque entre culturas o los efectos climáticos devastadores pondrán a prueba nuestra paz con brotes de violencia que no podemos prever, pero para los que debemos estar preparados. La devastación de Nueva Orleans por el huracán Katrina no fue solo resultado de una catástrofe natural, sino también de la desintegración de todo un orden social, que comportó pillaje y violaciones.

Ahora bien, la paz no puede reducirse a una simple cuestión de orden público y seguridad ciudadana; de lo contrario estaríamos renunciando al propio ejercicio de la paz para delegar su responsabilidad a las autoridades. No podemos dejar la paz en manos de la policía. La cultura de la paz tiene que anticiparse a todos estos retos para que la inminencia de la catástrofe no sea utilizada como una coartada para mantener el statu quo.

Foto: Pere Virgili

Manifestación en favor de los refugiados realizada el 19 de junio de 2016 bajo el lema “Abrid fronteras, queremos acoger”.
Foto: Pere Virgili

Como dice Slavoj Žižek en su ensayo Violencia: “Si abriéramos las fronteras, los primeros en rebelarse serían las clases trabajadoras locales. Cada vez está más claro que la solución no es ‘derribad los muros y dejemos entrar a todo el mundo’, la petición fácil y vacía de los ‘radicales’ liberales de buen corazón. La única auténtica solución es derribar el verdadero muro, no el del departamento de inmigración, sino el socioeconómico: cambiar la sociedad para que la gente deje de intentar escapar desesperadamente de su propio mundo”.

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