Barcelona, ¿a dónde vas?

Se quiere consolidar a Barcelona como una ciudad puntera en Europa. La materialización del proyecto tiene cuatro requerimientos: un hinterland con una economía potente, comunicaciones con el mundo, creación de ciencia y tecnología y atractivo para vivir en ella. ¿Cuál es la situación de Barcelona en cada uno de estos ámbitos?

© Sagar Forniés

Si nos levantamos muy temprano, pero muy temprano, muy temprano, muy temprano […] somos un país imparable. Josep Guardiola, 8 de septiembre de 2011

En nuestra infancia, la imagen de una ciudad moderna y dinámica era la de un downtown de ciudad americana. Sin embargo, cuando le fue posible construir rascacielos, Barcelona resistió la tentación de concentrarlos. ¿Por qué? Porque los barceloneses detestaban la idea de un barrio que se quedase desierto a partir del anochecer. Perseguían el equilibrio a través de la dispersión de las zonas de oficinas: edificios “singulares”, pequeñas concentraciones en la parte alta de la Diagonal, en la calle Tarragona, más tarde Diagonal Mar…, con el fin de que no solo no mataran la vida de los barrios, sino que creasen en ellos puestos de trabajo revitalizando su tejido tradicional: las viviendas, las tiendas, los talleres, los puntos de socialización. El resultado: una ciudad atractiva para vivir y trabajar en ella.

Ahora bien, pese a este conservadurismo urbanístico, se pretende consolidar a Barcelona como una ciudad puntera en Europa. La materialización de este proyecto tiene cuatro requerimientos: un hinterland con una economía potente, comunicaciones con el mundo, creación de ciencia y tecnología y atractivo para vivir en ella. ¿Cómo está Barcelona en cada uno de ellos?

Afortunadamente, segmentos muy importantes de la industria catalana –el automóvil, el alimentario, la química– resisten, pero en un contexto de lento retroceso: incluso en relación con la media española, Cataluña es una economía que se desindustrializa. Por otro lado, así como el puerto ha seguido expandiéndose y se beneficia del hecho de que la principal ruta marítima pasa ahora por el Mediterráneo, ha sido imposible vencer la desidia del estado español a la hora de mejorar sus conexiones con el exterior. A su vez, la ciudad ha preferido dedicar el pulmón de terrenos que la rodean a actividades desvinculadas de este (una prisión, una ciudad del audiovisual, una villa olímpica) comprometiendo las oportunidades de desarrollar en ella actividad económica (logística y manufactura) directamente vinculada al tráfico marítimo. Me temo que, en este caso, el objetivo de crear barrios equilibrados es un error, porque el puerto tiene un gran futuro, pero debe poder respirar.

En cambio, Barcelona ha hecho una apuesta decidida por potenciar el turismo, cuyo inicio se asocia con los Juegos Olímpicos, que dieron a conocer la ciudad al mundo bajo una luz favorable: una ciudad mediterránea que era capaz de organizar unos Juegos a la vez frescos y eficientes. Después recuperaría la capacidad para organizar grandes ferias y congresos dotándose de infraestructura –el Palacio de Congresos de Cataluña, el Centro de Convenciones Internacional de Barcelona, la Fira de Barcelona-Gran Via– y, gracias a la tenacidad del alcalde Maragall, enfrentado por este motivo al lobby hotelero, de nuevos hoteles. Por su parte, el puerto realizaría un esfuerzo considerable para posicionarse como receptor de cruceros.

El éxito ha sido extraordinario, y Barcelona se ha convertido en un destino turístico que sobresale en los segmentos profesional, de cruceros, urbano y low cost. Entre otras cosas, ello ha sido posible porque el aeropuerto se ha dotado de una gran terminal y una nueva pista que, aunque corta, es apta para la mayor parte de los vuelos que llegan, lo que le ha permitido absorber el gran crecimiento del tráfico generado por la explosión del turismo y disponer aún de mucha capacidad excedentaria. Por otro lado, el turismo profesional y de cruceros ha estimulado la lenta pero constante apertura de rutas transcontinentales, imprescindibles para la competitividad de la ciudad.

Más limitados han sido los avances en el tercer frente, el del “conocimiento”. Un barrio entero fue recalificado como “22@” para especializarlo en actividades económicas vinculadas a las tecnologías TIC y el multimedia. Los resultados han sido positivos pero modestos, y al menos en parte amenazados por la deserción de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones.

Ahora bien, en este campo Barcelona se beneficia del hecho de que desde hace unos quince años la Generalitat mantiene un esfuerzo importantísimo para desarrollar un polo científico que tiene su máxima densidad en la ciudad. Gracias a ello, Barcelona dispone, aparte de los equipos de investigación en la universidad y en los grandes hospitales, de una treintena de centros de investigación de primer nivel (en genómica, en fotónica, en biotecnología…). Un dato bastará para calibrar la magnitud de la apuesta: por cada investigador que el estado tiene en Cataluña (en el CSIC), la Generalitat (en los CERCA) tiene cuatro. Otro bastará para demostrar que la impresionante productividad del sistema: los recursos por millón de habitantes que los investigadores catalanes han sido capaces de captar del Consejo Europeo de la Investigación solo son inferiores a los captados por Suiza, Israel, Países Bajos y Suecia. Ahora mismo la Generalitat lidera la implantación –a caballo entre los municipios de Barcelona y Sant Adrià– de un proyecto de alto nivel en formación en el campo de la ingeniería.

Es incierto si la Generalitat podrá mantener la apuesta por la ciencia y la tecnología en el contexto de su angustiosa crisis financiera, pero que lo haga o no constituye el factor más importante para determinar el dinamismo y la prosperidad de Barcelona.

© Albert Armengol
El puerto no ha cesado de expandirse y se beneficia del hecho de que la principal ruta marítima pase ahora por el Mediterráneo, pero no se ha podido vencer la desidia del estado español en cuanto a mejorar las conexiones con el exterior. En la imagen, la terminal de contenedores desde lo alto de Montjuïc.

Por último, queda el frente de la calidad de vida, que tan celosamente querían preservar las autoridades urbanísticas y la población. Las promesas de no construir nuevas vías rápidas fueron olvidadas, y perdonadas, en el contexto de la preparación de los Juegos Olímpicos de 1992, que comportó la ejecución de todos los proyectos del porciolismo, pero también una grandiosa apertura de la ciudad al mar.

Barcelona es percibida como una ciudad con una gran calidad de vida, lo cual es, hoy por hoy, su principal atractivo para captar inversiones. Atractivo que se ve amenazado por la conversión de varios barrios en parques temáticos sin más vida que la de prestar servicios al turismo. Es muy fácil comprar un helado junto al Born, pero cada vez cuesta más comprar pescado. Además, una parte muy importante del turismo barcelonés es el que identifica España con la laxitud en los horarios, el ruido y el alcohol. ¿Tiene sentido que la misma ciudad que luchó contra el predominio de los rascacielos permita que barrios enteros se transformen al servicio de la diversión barata y molesta? Es una actitud suicida, porque la calidad de vida que importa para atraer actividad económica no es la del turista low cost sino la del ejecutivo que se plantea mudarse a la ciudad; quien, a diferencia del anterior, quiere levantarse temprano.

Barcelona puede convertirse en una ciudad puntera en Europa, pero elloo no depende del volumen de turistas sino de su capacidad para proteger la calidad de vida –amenazada, sobre todo, por el turismo barato–, del desarrollo de actividad económica en torno a su puerto y de la apuesta que se está realizando por la ciencia y la tecnología. Por sí sola, Barcelona poco puede hacer en el tercer campo, bastante en el segundo y mucho en el primero. No estoy seguro de que las ideas estén del todo claras.

Miquel Puig Raposo

Economista

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *