Ojos nuevos sobre Barcelona

Una de las imágenes más interesantes que podemos encontrar hoy en Barcelona es la de un turista curioseando una parada de Bicing. Es uno de los pocos servicios que ofrece la ciudad que le están prohibidos. Como nosotros, el turista coge el metro, el bus o un taxi, pero, muy a menudo, después de ver todas esas bicicletas alineadas con perplejidad, opta por hacer una de las cosas más antiguas del mundo: andar.

© Albert Armengol
Fachada del alamacén de maderas Pérez Ares, en el número 44 de Riera Alta.

Avezados como estamos a desplazarnos sobre ruedas con prisa, el turista nos puede enseñar a vivir la ciudad a otro ritmo, a contemplarla con ojos nuevos. La mirada que proyectan sobre nuestras calles y monumentos es un reflejo que nos devuelve una imagen de lo que somos. También es cierto que el recuerdo que se llevarán de Barcelona irá en buena medida ligado a nuestras influencias y orientaciones. De los turistas podemos aprender muchas cosas, sí, y una es volver a caminar por la ciudad prestando atención.

A menudo tendemos a creer que los turistas son hormigas gregarias que solo quieren recorrer los circuitos de la Barcelona gótica o modernista, pero la realidad es que hay muchos que tienen la suficiente curiosidad como para perderse por la ciudad y explorar barrios alejados del centro o rincones difíciles de encontrar en las guías. Y encuentran maravillas que nosotros ya no sabemos valorar.

En este número de Barcelona Metròpolis hemos encargado a nueve autores que nos descubran rutas alternativas e insólitas por la ciudad. La Barcelona de los pasajes o de los túneles convive aquí con la Barcelona masónica o la romana. Descentralizar el turismo no es únicamente una estrategia circulatoria, sino patrimonial.

En una carta escrita en el año 1903 al director de El Liberal, Benito Pérez Galdós recuerda su primera estancia en nuestra ciudad, en el año 1868, cuando Barcelona ya había roto “la cintura de murallas que oprimían el cuerpo de la histórica ciudad y empezaba a estirar sus miembros robustos nutridos por sangre potente”. En aquel tiempo el mar y las montañas pasaron a ser las murallas de Barcelona, pero hoy, paradójicamente, la vía marítima se ha convertido en la puerta de entrada de turistas y la montaña cada vez será más transitable, una vez que la carretera de las Aigües se convierta en un gran corredor verde. Barcelona Metròpolis invita a romper unas murallas invisibles que hemos ido construyendo en torno a una idea fija de la ciudad.

© Albert Armengol
Pasaje escalonado del Dipòsit, en el barrio de Can Baró de Horta-Guinardó.

Barcelona ocupa la sexta posición de la primera clasificación mundial de ciudades con mejor reputación o marca, según se desprende del “Guardian Cities Global Brand Survey”, elaborado por Saffron, una consultoría de marca especializada en branding urbano, que ha confeccionado un índice de las 57 principales urbes del mundo. Este reconocimiento hay que agradecerlo a los esfuerzos de muchas personas, pero también hay que honorarlo estando a la altura y manteniéndonos fieles a lo que somos.

No hace mucho unas jóvenes estudiantes de historia del arte hicieron un descubrimiento singular en el paseo de Gràcia: unos operarios municipales que estaban embaldosando la acera con unos motivos de Gaudí encajaban mal las piezas del mosaico. Es un incidente sin más importancia, pero muy esperanzador, porque nos invita a creer todavía en una ciudadanía despierta que vela por la integridad y la autenticidad de nuestro paisaje. Una ciudad está viva si sus vestigios están vivos.

Si nos conformamos con los réditos de un turismo previsible, fácil o seguro, abocamos a nuestro visitante a la verdad banal, al tópico adocenado, a la postal de siempre, al truismo, en definitiva, que de tan conocido se vuelve falso. En cambio, enseñarle nuestros rincones más escondidos, descubrirle los secretos de nuestra historia, invitarlo a entrar a la ciudad que realmente es más nuestra casa será siempre un ejercicio de altruismo.

Marc Puig i Guàrdia

Director de Comunicación y Atención Ciudadana

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