La clínica donde nací se convirtió en un asilo de ancianos, luego en un espacio vacío y al final la okuparon y desalojaron. Pero no la han derribado.
El relato
El barrio ya no lo reconoce ni la madre que lo parió. Pero hay que decir que la transformación ha sido para bien.
En el subsuelo del Eixample se encuentran las mismas calles que en la superficie, pero mucho más estrechas. En ellas se reflejan la vida exterior y la de las casas.
El poeta Josep Pedrals nos habla de su barrio en forma rimada.
No tenía papeles, lo que significaba (significa) carecer de realidad. Pero en la biblioteca no había nada que temer.
Vallvidrera es un barrio un poco independiente de la ciudad y, sin embargo, barcelonés comme il faut.
Deseo que se larguen todos. Que termine de una vez la maldita operación huida. Que el barrio se vacíe de los que viven y de los que no viven en Pedralbes.
Puede que las historias zigzagueen por el Poble-sec y se deformen en cada plaza. O que salgan del Paral·lel, esa avenida de luz y espectáculo.
En la antigua villa el bullicio urbano convive con una insólita calma. El verde predomina sobre el asfalto.
Este cerro lo colonizaron gentes de todas partes que domesticaron las laderas y se abrieron paso entre Barcelona y su espalda.
Nacido en 1960 en un campo de refugiados de la Franja de Gaza, el poeta Bássem an-Nabrís llegó en 2012 a Barcelona, invitado por el PEN Català a través del programa “Escritor acogido”, que permite una estancia máxima de dos años a escritores perseguidos o amenazados de muerte.
El gran cambio será que el barrio de Sant Antoni tenga el mercado donde siempre, que desaparezcan los puestos provisionales y que todo vuelva a su sitio de antes de 2009.
Ajenos al bullicio exterior, en el Fort Pienc nos hemos hecho fuertes con nuestras ocupaciones diarias, obstinadamente.
Se me permitirá que derrame una lagrimita por todos los locales de barrio desaparecidos y, aún más, por aquellos que vi inaugurar, algunos en olor de multitudes.
Mis amigos no acompañaban nunca a sus madres cuando iban a Barcelona –como si nosotros no fuéramos de Barcelona. Mamá decía: “¡Venga, preparaos, que tenemos que hacer cosas en el centro!” E ir al centro quería decir, no sé, hacer
Un personaje de la novela Cafè Barcelona vuelve a su ciudad después de muchos años de ausencia y enseguida le parece que Gràcia también había cambiado. La primera sorpresa la tiene cuando sale del metro, en la estación de Fontana, y se da cuenta de que la calle de Astúries es de peatones.
Viniendo en el coche habían propuesto entrar en la Filmoteca. Raquel ha visto que ponían una de la Magnani, “que seguro que te gusta mucho, ¿verdad?”
En un barrio sin plaza central, sin una gran iglesia, sin monumentos atractivos, la carretera de Sants –fabulosa sucesión de zapaterías, tiendas de ropa, adornos para el hogar y bares rendidos a cultos grasientos– ejerce de espina dorsal.
El jardín de todos los jardines rodorediano sigue desprendiendo aroma, aunque muchas pequeñas villas que encontré al llegar se hayan ido derribando y hayan acabado desapareciendo. Alguna memoria tendrá la tierra, o el aire, que tan bien saben arrastrar historias humanas.
Por un azar que no busco comprender, devine testimonio de lo que algunos no dudarían en llamar un encuentro. No fue mío el mérito de llegar a presenciarlo, pues, cercado como estaba por la euforia general, me limité a ir al trote de los acontecimientos.
La primera vez que vi a un inmigrante fue en la estación de Mercat Nou, a finales de los noventa. Bueno, para ser exactos fue la primera vez que era consciente de ello. La vi y pensé: in-mi-gran-te. Porque era
Yo cogía el autobús 28 en la plaza Catalunya, frente a la librería Catalònia. Era la época en que empezaba a interesarme por la literatura y, por culpa de ese escaparate, rebosante de novedades que contemplaba con anhelo, más de una vez llegué tarde a la cita con mi chica, que solía esperarme en las gradas desiertas de la plaza Salvador Allende.
Cinco minutos de margen. Y, si viene, ¿la reconoceré a primera vista?, ¿o me costará saber si es ella y después tendré que disimular con un “Sílvia, no has cambiado nada”? Exactamente las mismas palabras que me estoy diciendo ahora mientras la veo entrar por la puerta principal.
Muriel se detuvo. Él salió corriendo a su encuentro, pero a los pocos pasos tropezó con una raíz y cayó sobre la arena cuan largo era.